"Ventana abierta"
Web católico de Javier
Es increíble la cantidad de gente que pide oración por
tumores malignos que sufren niños y adultos, hombres y mujeres. Es como si la
enfermedad se extendiera cada vez más, como siguiendo un invisible hilo
conductor que va anudando a toda la humanidad. Sin embargo, pocos piden oración
por tumores del alma, tumores espirituales, que también se derraman sobre el
mundo como una catarata de lodo que enturbia y oscurece, ahoga y mata.
Alguien me dijo una vez que es preferible tener un cáncer en
el cuerpo, y no en el alma. Para mucha gente esta frase sonará extraña, porque
se conoce muy bien el cáncer de la carne, sin embargo es bastante desconocido
el cáncer espiritual, en sus alcances y consecuencias. Nuestra pobre alma, a
pesar de que nuestro cuerpo goce de vida plena, puede estar muerta, muerta a la
Gracia. Por eso es que una conversión es siempre el milagro más grande, porque
es simplemente una resurrección de nuestra alma, una vuelta a la vida de
Gracia. Como nuestro cuerpo tiene vida, también nuestra alma la tiene, cuerpo y
alma no pueden ser vistos por separado. Así se ve a muchas gentes que caminan y
viven, pero sin embargo tienen el alma vacía, mortecina. Los cánceres
espirituales han ido ahogando a esas almas, hasta quitarles toda vida, toda luz
y mirada espiritual. Gente que vive una vida vacía, sin Dios, sin un
pensamiento o movimiento hacia el deseo de amarlo, de reconocerlo, de
agradarle, de conocer y hacer Su Voluntad.
El alma, igual que el cuerpo, debe ser alimentada con
cuidado, y cuidada en forma diaria. Si al cuerpo se le da comida basura
durante bastante tiempo, se enferma. Igual con el alma, sólo que la
comida basura en este caso es lo que se ve en televisión, lo que se lee, lo que
se aprende teniendo malas amistades. Si el cuerpo respira humo de cigarrillo,
enferma en sus pulmones. Si el alma respira el humo de Satanás, pierde la
capacidad de respirar el aire puro que trae el soplo del Espíritu Santo.
Tumores que responden al propio descuido del hombre, a su falta de amor por su
cuerpo, y su alma.
Cuando el cáncer ataca el cuerpo, y el alma está viva y
saludable en la Gracia del Señor, se produce una unión con Dios en la seguridad
del destino de gozo que esa alma tiene. La persona sufre miedos, dolores y
tristezas humanas, pero una alegría espiritual envuelve su alma, en la visión
anticipada del desposorio espiritual que se avecina. Cuando el cáncer ataca el
alma, y el cuerpo está vivo y saludable, es poco lo que se nota a nivel humano.
Sin embargo, esa persona está en peligro mortal, sujeta al riesgo supremo de
que su cuerpo muera con su alma en ese estado, sin haber resucitado antes del
tránsito ¡Difícil imaginar una situación más desesperante! Si, desesperante,
porque esta alma no tiene esperanza, no se ha abierto a la Gracia que garantiza
la promesa del Reino, más allá de las desventuras humanas que le toquen vivir.
Y finalmente, cuando el cáncer ataca cuerpo y alma a la vez,
la persona se enoja con la vida, con Dios, con quienes la rodean. Por supuesto,
si no hay esperanza, sólo queda la desesperación. Hay que dar ayuda a estas
almas, para sanar el cáncer del cuerpo, pero fundamentalmente el del alma. Que
en el dolor y la enfermedad la persona reconozca y recupere a Dios. Si el alma
resucita, y la persona vuelve a sonreirle, a llorar, a pedirle, podrá pasar
cualquier cosa al cuerpo, pero el alma estará salvada para toda la eternidad.
Hay muchas personas que sólo piensan en fiestas en las que
todos beben, todos fuman, todos se adormecen con música que atonta. La
publicidad nos vende un mundo de almas muertas. Veo la imagen de cuerpos vacíos,
que se mueven y hablan, que están todo el día pendiente del teléfono móvil,
pero están vacíos espiritualmente. Estos cánceres espirituales son invisibles a
los ojos humanos, como muchos tumores malignos del cuerpo también lo son. Hace
falta buen diagnóstico para reconocerlos, a tiempo, y proceder a la terapia que
intente una cura. Pero, irremediablemente, sin una cura efectiva ambos conducen
a la muerte.
Mientras tanto, los cristianos tenemos la vacuna contra el
cáncer espiritual guardada en nuestra casa, y no la damos a los enfermos
¡Tenemos la cura y no la compartimos con los demás! Para hacer las cosas más
ridículas aún, ni siquiera usamos la vacuna en nosotros mismos. Nos estamos
muriendo y la tenemos guardada allí, sin que nadie la utilice. Muchas veces
tenemos ante nuestros ojos a nuestros propios hijos muriéndose de cáncer del
alma, y ni siquiera movemos un dedo para darles la medicina. Somos tan necios,
que pese a haber sido educados como médicos del alma, discípulos del Medico
Salvador, no ejercemos la profesión de la que fuimos investidos en el Bautismo.
Está claro que es preferible un cáncer del cuerpo, que no mata el alma, y no un cáncer espiritual, que trae acarreada la muerte eterna. Un cáncer del cuerpo puede ser, en cambio, la puerta a la resurrección del alma. La medicina está a nuestro alcance: es la Palabra de Dios, Palabra de Amor que envuelve a todo el universo, que resucita y da vida, vida eterna.
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