"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
JESÚS, TOMÓ EL PAN Y DIJO, ESTO ES MI CUERPO
12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?»
22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.»
23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.» (Mc. 14, 12. 22-25)
¡Qué sublime invento de su amor por nosotros, que siempre tendremos hambre y sed de Dios! Ante sus discípulos, “Jesús, tomó el pan que iban a cenar y les dijo: “tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Después, tomó la copa de vino y les dijo: tomad y bebed, esta es mi Sangre que se derrama por vosotros, haced esto en memoria mía”. Todos los apóstoles quedaron absortos y desconcertados. ¡Bien claro había dicho Jesús que, ese pan era Él, su Cuerpo y, el vino su Sangre que, ¡bañó la cruz y la tierra donde estaba clavada!
¡Esta es la máxima locura de Dios! Es verdad que nosotros hambreamos a Dios, pero es más la sed que Dios tiene de sus criaturas racionales. Y eternamente y en este tiempo, nosotros tendremos que oír la voz de Jesús que nos dice: “¡tengo sed!”. “¡Tengo sed de tu fe en Mí, tengo sed de tu amor!”. “¡Ama y entrégate a las criaturas que Yo te he dado, pero el amor primero es para mí”! Y, no sólo ante el uso de nuestra razón, sino, siempre, cada día y cada hora.
Esta es una bella súplica de nuestro Dios, pero la realidad es muy otra. Y si no, miremos tantos sagrarios abandonados, ¡y Jesús, con su Cuerpo, Alma y Divinidad, está allí esperando a sus adoradores! ¡Nuestro Jesús es muchas veces un Dios solitario, si no, abandonado, burlado en su amor!… ¡Y, no nos destruye ante nuestra indiferencia y olvido!... ¡Señor, a mí que me dejas ver esta realidad, dame por mi deseo sincero el estar muy atento a tu presencia que me trae paz y amor! ¡Si pudiera, Señor, querría reparar tanta ausencia de tus criaturas: “oigo en mi corazón: buscad mi rostro! ¡Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”!
¡Tu Cuerpo y tu Sangre me reclaman con fuerza a unirme a Ellos para ser Uno contigo! En esta mi entrega, realizo el sacerdocio de los fieles. ¡Podemos ser sacerdotes del Dios Altísimo, si ofrecemos nuestra vida con su cuerpo y alma a Dios Todopoderoso y Sacerdote Eterno, en la persona de Jesús! Mis cosas y hasta mi vida son insignificantes, pero unidas a Jesús, tienen valor infinito, pues “el que se une a Dios, se hace un espíritu con Él”. Cuando entrego al Señor todas mis preocupaciones, mis dolores o sufrimientos, estoy unida al Sacerdote Eterno, Jesús, que con su Sangre ante el Padre, intercede por nosotros hasta el fin de los tiempos. Su Sangre es la verdadera bebida que sacia toda nuestra sed de Dios.
Ante tan sublime Misterio, no tenemos que pensar mucho y sí hablar poco, pues la Eucaristía habla por sí sola de Amor y entrega por amor. Así, cuando comulgamos en la Misa, tendríamos que repetirnos sin cansancio y con olvido de la memoria: “¡Estoy habitado!, ¡Dios vive en mí y me está infundiendo, por su Espíritu Santo, la vida divina a mi corazón!” ¡Oh, si algún día pudiera decir con San Pablo: “vivo yo, mas no yo, que es Cristo quien vive en mí”! Entonces, después de esta oración sincera, notaría que voy siendo otra persona: más paciente; más silenciosa ante la presencia de Dios; más todo oídos y compasión para el que se acerca a mí pidiendo una palabra de ayuda, de consuelo o un consejo de parte de Jesús. Su presencia en mí, hará estas maravillas en mi alma y todo será como dijo Jesús en una de sus parábolas: “es como un hombre que, siembra una semilla y se va y se levanta de mañana y sin saber cómo ese grano pequeño ha germinado teniendo vida y, su vida, es fruto que se da todo entero”
¡Señor, hazme un fiel adorador de tu Cuerpo y Sangre! ¡Qué el silencio envuelva mi oración, contemplándote! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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