"Ventana abierta"
La
tradición mariana en los siglos IV-VI. El origen y el destino final de la madre
de Dios
Por Hno. Jesús Bayo Mayor, FMS
I
Hemos visto en temas anteriores las enseñanzas
de los padres de la Iglesia sobre la maternidad divina y la virginidad perpetua
de María. Veremos a continuación qué dicen los padres de los siglos IV sobre la santidad de María desde el inicio hasta el final de su vida. Esta
reflexión se especificará en los dogmas de la Inmaculada y de la Asunción.
También haremos una breve alusión a la forma en que abordan los padres de estos
siglos la intercesión y la invocación mariana.
1. La figura ética de María: dimensión
antropológica de su santidad originaria
Además del aspecto teológico, debemos
considerar la dimensión humana en la divina maternidad de María y en su
santidad. Algunos herejes minusvaloraban el aspecto humano en Cristo y en María
(docetas, gnósticos, maniqueos) para dar una respuesta al problema del bien y
del mal. Estos grupos filosóficos creían que el Bien procedía del alma (mente,
intelecto, espíritu), y que el Mal estaba relacionado con el cuerpo (lo
material y carnal). También había otros herejes, monofisitas y apolinaristas,
que sobrevaloraban el espíritu y la transcendencia del Verbo: veían en Cristo
un cuerpo aparente, sin encarnación y sin pasión.
Entonces aparecían las siguientes preguntas. Si
Dios se hizo hombre, ¿qué asumió de María? ¿Qué cualidades tiene la Madre de
Dios como criatura? Los padres nos dirán que Dios hace todo bien, que María es
buena como criatura humana, que la libertad humana está dañada por el pecado,
pero que María está sana y si algo no era puro, el Espíritu la santificó y la
hizo capaz de recibir la santidad de Dios.
Durante los siglos iv al vi se da a María el
título de Toda Santa (Panaghía), ligado a los otros de Madre de Dios
(Theotokos) y siempre Virgen (Aieparthenos). En el judaísmo y durante los
primeros siglos del cristianismo, se reservaba el atributo de Santo para Dios
(Trisaghio), y para el Templo, donde estaba el Sancta sanctorum que contenía el
Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley. Ahora bien, María es templo del
Verbo encarnado, sagrario del Espíritu Santo y arca de la nueva Alianza. Por la
Encarnación del Verbo, María tuvo dentro de sí misma al Dios-Santo, fue morada
del Espíritu, el Altísimo la cubrió con su sombra, fue llena de Gracia, y dio a
luz al Santo de Dios, el Emmanuel o Dios-con-nosotros.
Juan Crisóstomo ve en María imperfecciones por
ser criatura humana. Ella tuvo crisis de fe, dudas y turbación, pero hizo un
camino en la fe como discípula. Sin negar la santidad de María, subraya la
santidad de Jesús y sigue la línea teológica de Orígenes y Tertuliano.
Basilio también dice que María experimentó las pruebas de la fe y del dolor,
propias de toda criatura humana. El Espíritu Santo la purificó y la hizo
fecunda, por lo cual ella respondió desde la fe.
Jerónimo dice que Dios eligió una virgen creyente,
no eligió una viuda. María es santa por su respuesta virginal desde la fe, la
obediencia y el amor. Ambrosio considera que María es una discípula en camino,
toda santa, madre y virgen totalmente consagrada a su Señor.
Agustín piensa que María es una criatura que ha respondido a Dios desde la fe y
ha concebido en su seno por haber creído. Dice que todo hombre lleva la marca
del pecado, y María es de nuestra naturaleza. Sin embargo, el obispo de Hipona
añade lo siguiente, sin poder explicarlo: “En relación a la Santa Virgen María,
por el honor del Señor, no quiero oír hablar de pecado, pues si es Madre de
Dios no podía pecar”.
Para Agustín, en María todo es fruto de la gracia: la maternidad y la santidad.
Juliano el Apóstata, le ataca directamente: “Tú dices que el pecado original se
transmite a todos por generación”. Agustín le responde: “pero el pecado de
nacer se aquieta por la gracia de renacer” (se refiere a la purificación del
bautismo). Según Agustín, aunque María no fue bautizada debió ser purificada de
alguna forma para ser Madre de Dios. Agustín enfrentaba el problema de la
universalidad de la redención por Cristo, pues todos tenemos necesidad de
redención, incluso María. Agustín no puede explicar cómo se realiza la
redención de Cristo en María, pero intuye una pista: “Por el honor del Señor,
no puedo admitir que ella tenga pecado”.
San Efrén ve en María una santidad excepcional,
toda pura y bella. Afirma que María y Jesús son las dos grandes bellezas de la
humanidad. María y Jesús están asociados en todo. Dice que María es la luz y
Eva la sombra. Por eso, sostiene que el cuerpo de María no sufrió la corrupción
después de la muerte.
En resumen, María es santa porque está junto a Cristo. Ella respondió a Dios desde la fe y la obediencia, fue prepurificada, por el honor del Señor, y no cometió pecado alguno. Su santidad no es de tipo ritual, sino que consiste en la plenitud de la gracia porque es la Virgen-Madre toda entregada al Hijo de Dios y llena del Espíritu Santo. Es el único Dios-Santo quien la santifica.
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