"Ventana abierta"
LA ARBOLEDA
Web católico de Javier Olivares
Tiempo atrás, yo era
vecino de un médico, cuyo "hobby" era plantar árboles en el enorme
patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar
árboles y más árboles, todos los días.
Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de
que él jamás regaba los brotes que plantaba. Pasé a notar, después de algún
tiempo, que sus árboles estaban demorándose mucho en crecer.
Cierto día, decidí entonces aproximarme al médico y preguntarle
si él no estaba intranquilo de que las plantas no creciesen, pues percibía que
él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, él me describió su
fantástica teoría. Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se
acomodarían en la superficie y se quedarían siempre esperando el agua fácil de
arriba. Como él no las regaba, los árboles tardarían más en crecer, pero sus
raíces tenderían a migrar hacia lo más profundo, en busca del agua y de
los nutrientes que se encuentran en las capas más inferiores del suelo.
Así, según él, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a
las intemperies.
Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino.
Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo.
Varios años después, al retornar del extranjero, fui a dar
una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había
antes. ¡¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño!!.
Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y
helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen
resistiendo al rigor del invierno. Entretanto, al aproximarme al patio del
médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: prácticamente no se movían,
resistiendo estoicamente aquel fuerte viento. Qué efecto curioso, pensé...
Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían
pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los
había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo
habrían conseguido.
Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una
mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido.
Frecuentemente rezo por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus
vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de este
mundo... He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis ruegos.
Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable
que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán
innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades
no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento
de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es fácil.
Al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a rezar para
que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar
energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre
en los lugares más difíciles.
Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desarrollar raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos bravamente, en vez de que seamos subyugados y barridos lejos.
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