"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
Domingo 34 Ciclo A CICLO A
DOS REGALOS, CON UNA CONDICIÓN
José Luis Sicre
Fe adulta
Hoy domingo la
Iglesia celebra el fin del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey.
Motivo y sentido de la fiesta
No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. Para comprenderlo hay que recordar los principales acontecimientos de la época. En 1917 ha tenido lugar la revolución rusa y la instauración del comunismo. Un año después termina la Primera Guerra Mundial; Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.
Ante esta situación, Pío XI no hace un
simple análisis sociopolítico-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la
guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la
propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza
de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones
negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo
mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”.
Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la
fiesta.
La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos
problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?,
¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los casi cien años
que han pasado desde entonces demuestran que no.
Por eso, en 1970 se cambió el sentido de
la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a
Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico,
como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y
el mensaje de Jesús.
Ahora, la celebración no pretende
primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a
Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a
los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.
Pero las lecturas no
nos hablan de una celebración de campanas al vuelo y ceremonias deslumbrantes. Hablan
de lo bien que se porta Cristo Rey con nosotros y de la respuesta que espera de
nuestra parte.
Primer regalo: su preocupación por
nosotros (lectura de Ezequiel)
En el Antiguo Oriente, la imagen habitual
para hablar del rey era la del pastor. Simbolizaba la preocupación y el
sacrificio por su pueblo, como la de un pastor por su rebaño. En la práctica,
no siempre era así. El c. 34 de Ezequiel habla de los reyes judíos como malos
pastores que han abusado de su pueblo y luego se han desinteresado de él y lo
han abandonado cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a
Babilonia.
Pero Dios no permanece impasible: eliminará a esos malos reyes y ocupará
su puesto haciendo dos cosas: 1) como Rey-pastor, buscará a sus ovejas, las
cuidará, etc. 2) como Rey-juez, juzgará a su rebaño, defendiendo a las ovejas y
salvándolas de los machos cabríos (por eso llamamos en España “cabrones” a los
que se portan mal con otros).
El texto del evangelio (el Juicio Final)
empalma con el segundo tema. Pero la liturgia se ha centrado en el primero, que
subraya la preocupación de Dios por su pueblo. Es interesante advertir la
cantidad de acciones que subrayan su amor e interés: «seguiré el rastro de mis
ovejas, las libraré, apacentaré, las haré sestear, buscaré, recogeré, vendaré a
las heridas, curaré a las enfermas». En el contexto de la fiesta de hoy, estas
frases habría que aplicarlas a Jesús y ofrecen una imagen muy distinta de
Cristo Rey: no lo caracterizan el esplendor y la gloria sino su cercanía y
entrega plena a todos nosotros. Buen momento para recordar cómo se ha
comportado con cada uno, buscándonos, librándonos, curando...
Segundo regalo: victoria sobre la muerte
(1ª carta a los Corintios)
Pablo, influido por las campañas romanas
de su tiempo, presenta a Dios Padre como el gran emperador que termina
triunfando y sometiendo todo. Pero quien guerrea en su nombre es Cristo, que
debe enfrentarse a numerosos enemigos. El último de ellos, el más peligroso, es
la muerte, a la que Jesús vence en el momento de resucitar. De esa victoria
sobre la muerte participamos también todos nosotros. El fin del año litúrgico,
que recuerda el fin de la vida, es un momento adecuado para superar la
incertidumbre y la angustia ante la muerte y agradecer la esperanza de la
resurrección.
Una condición (evangelio)
El evangelio no se centra en el triunfo de
Cristo, que da por supuesto, sino en la conducta que debemos tener para
participar de su Reino. La parábola es tan famosa y clara que no precisa
comentario, sino intentar vivirla. Indico algunos datos de interés.
1. A
diferencia de otras presentaciones del Juicio Final en la Apocalíptica judía,
quien lo lleva a cabo no es Dios,
sino el Hijo del Hombre, Jesús. Es él quien se sienta en el trono real y el
que actúa como rey, premiando y castigando.
2. Los
criterios para premiar o condenar se orientan exclusivamente en la línea de
preocupación por los más débiles: los que tienen hambre, sed, son extranjeros,
están desnudos, enfermos o en la cárcel. Estas fórmulas tienen un origen muy
antiguo. En Egipto, en el capítulo 125 del Libro de los Muertos, encontramos
algo parecido: «Yo di pan al hambriento y agua al que padecía sed; di vestido
al hombre desnudo y una barca al náufrago». Dentro del AT, la formulación más
parecida es la del c.58 de Isaías: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu
pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves
desnudo y no cerrarte a tu propia carne.» Lo único que Jesús tendrá en cuenta a
la hora de juzgarnos será si en nuestra vida se han dado o no estas acciones
capitales. Otras cosas a las que a veces damos tanta importancia (creencias,
prácticas religiosas, vida de oración...) ni siquiera se mencionan.
3. La novedad absoluta del planteamiento de
Jesús es que lo que se ha hecho con estas personas débiles se ha hecho con Él.
Algo tan sorprendente que extraña por igual a los condenados y a los salvados.
Ninguno de ellos ha actuado o dejado de actuar pensando en Jesús; pero esto es
secundario.
De mi cosecha:
P. Leonardo
1. Cuando Jesús comienza a predicar por
Galilea Decía, según san Marcos 1, 12-14, su programa al que pretendía
que siguiéramos y que lo vivió, lo encarnó, dio ejemplo. “El tiempo (con su
llegada) se ha cumplido….convertíos…el reino de Dios está cerca…creed la buena
noticia (que Él encarna y nos trae.
2. Yo la resumo. Creo que ese reino que Jesús
ofrece gratuitamente tiene estas características:
Reino de paz y no violencia
Reino de amor y no egoísmo
Reino de justicia, integridad, honestidad,
honradez y no la corrupción
Reino de libertad y no cada uno de los matices
crueles del dominio
Reino de verdad y no el amplio campo de
la mentira
Son cinco campos donde no reina el mal, (líbranos del mal) sino el Bien (Dios).
¿Acaso no podemos
vivir, sentir, apreciar, comunicar, irradiar, luchar, proponer cada uno de
estos campos? ¿Acaso no son campos concretos, al alcance de los Más tontos,
inútiles?
San Ignacio hablaba de la invitación que a
cada cristiano nos invita a seguir el “Rey eternal”.
Es posible
Es fantástico
Es necesario
Es imprescindible
Y Te (nos sentimos) invita personalmente.
A mí también.
Te seguiré.
Y cuando recemos el “venga a nosotros tu reino, tenemos Las manos, los ojos, el corazón, abiertos. Y hacemos propósitos decididos”.
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