"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
12 «
Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las
sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
13 esto os sucederá para que deis testimonio.
14 Proponed, pues, en vuestro corazón no
preparar la defensa,
15 porque yo os daré una elocuencia y una
sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros
adversarios.
16 Seréis entregados por padres,
hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros,
17 y seréis odiados de todos por causa de mi
nombre.
18 Pero no perecerá ni un cabello de
vuestra cabeza.
19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. (Lc. 21, 12-19)
Jesús habla de la Cruz, de las dificultades sufridas por
seguirle, por dar testimonio de que Él, siendo Hombre, es
también Dios. Y, en esta doble naturaleza está nuestra
salvación: ¡Dios encarnado en un Hombre “como uno de
tantos”, “Dios y hombre verdadero!”, como dice
nuestro Credo.
Pero esta verdad, a oídos de los
incrédulos, les resulta escandaloso y a los que esto confiesan con
gran fortaleza y entusiasmo, “los echan mano y los persiguen y hacen
comparecer ante los poderosos de este mundo, para poner a prueba su
testimonio” de “Este Nombre, sobre todo nombre”: Jesús.
El testigo es un hombre débil y temeroso porque no deja de
ser hombre. Y, en esta naturaleza nuestra, Dios imprime su
gracia y nos da palabras de sabiduría para hablar de nuestro Dios, en
Jesús, que nadie puede contradecir. Y ellos, en sus discursos, son
insustanciales porque lo que no está ungido por el Espíritu, son palabras
vanas y sin contenido alguno. Pero, la palabra del enviado de
Dios, es Palabra de Dios, y por tanto con la sabiduría de
Dios, y son denunciadoras de las máximas de este
mundo, y al ponerlas en evidencias, se excita el odio ante
esta Palabra, este Hombre. Si nuestras palabras son halagadoras al
oído de este mundo, es que no llevan el “mordiente” y
el “escozor” que produce la sal: no somos “la sal de la
tierra y la luz del mundo”. Por esto, “se nos tiene que meter
bien en la cabeza” que, Jesús, habla por nosotros y su fuerza
nos sostiene y da vigor, haciéndonos intrépidos. Es Jesús quien nos
asegura que “ni un cabello de nuestra cabeza perecerá”.
Pero no es mayor que toda esta valentía nuestra perseverancia
en el bien, en dar testimonio todos nuestros días. Porque, tenemos
coraje un día y dos, pero siempre, hasta que Dios nos llame a su
presencia, esto es un gran milagro de la misericordia y bondad divinas.
Por tanto, no tengamos miedo y agarrémonos fuertemente a Cristo que, en
su oración por nosotros al Padre, siempre fue escuchado. Él es
nuestra Roca, nuestro Alcázar, nuestro Baluarte invencible
y ponerse bajo su protección y sabiduría, es prudencia
sobrenatural. “El cielo y la tierra pasarán, pero
la Palabra de Jesús no pasará”. “El Señor de cielo y
tierra está con nosotros”.
¡Señor, en Ti he puesto mi fortaleza y sé que “cuando soy débil, soy fuerte en Ti porque, en mi pobreza se manifiesta que Tú eres nuestro Dios y nos amas y nos sostienes todos nuestros días, para ser constantes en orar y en amar! !Tu gracia trabaja a nuestro favor y Tú ¡siempre vencerás nuestro pecado y nuestras infidelidades! ¡Haznos como Tú que eres Santo y todo nos irá bien y seremos felices por Ti y en Ti! ¡Amén! ¡Amén!
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