"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
JESUCRISTO ES MI DIOS Y MI REY
31 « Cuando el Hijo del hombre
venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su
trono de gloria.
32
Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de
los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.
33 Pondrá las
ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
34 Entonces dirá
el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la
herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
35 Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero,
y me acogisteis;
36
estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a verme."
37
Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y
te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
38
¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, ¿y te vestimos?
39
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"
40 Y el
Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
41 Entonces dirá
también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el Diablo y sus ángeles.
42 Porque tuve
hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
43
era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo
y en la cárcel, y no me visitasteis."
44 Entonces dirán
también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero
o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
45 Y él
entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer
con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo."
46 E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» (Mt. 25, 31-56)
El Hijo del Hombre vendrá. Un día vendrá y estará rodeado de
su gloria y de todos sus ángeles, ¡porque también es el Rey de
los ángeles! No sólo se mostrará Rey de todos los
hombres y de todas las naciones, sino que vendrá con su séquito
de ángeles que le son fieles eternamente. ¿Y también mi ángel
custodio, aquél que Dios puso a mi lado
para cuidarme? Sí, también él estará adorando al Hijo
del Hombre. Porque “Dios todo lo sometió bajo sus pies, todos
los seres en el cielo y en la tierra”. ¡Pero ahora, no vemos que todo
le esté sometido! Y, es que, Dios vendrá en el tiempo
del hombre y ese tiempo todavía no se ha cumplido, en su designio
misterioso de salvación. Esta “demora”, nos es muy provechosa a
nosotros pecadores, porque es un tiempo de conversión, de ir
reconociendo nuestros errores y pecados e ir poniéndolos ante el fuego de su Espíritu
Santo que transformará nuestras cenizas en Amor.
¿Qué es si no este aviso de Jesús ante sus miembros
rotos y doloridos por la vida?: los hambrientos, los sedientos, los
presos, los perseguidos por causa de Jesús, tantos que miran con
ansia nuestro pan, nuestra libertad, nuestra salud, tantas cosas
que a nosotros nos rodean y que otros desearían, aunque fueran las
migajas. Jesús nos envía entre éstos, nuestros hermanos, para
que, en su Nombre y con su fuerza, sanemos, consolemos, tomemos
su cruz tan pesada y repartamos su peso aliviando sus hombros. Muchas veces nos
pesa, no la cruz, sino la realidad de que vamos llevándola solos.
Jesús se hizo nuestro compañero en las calamidades que, a veces, nos
visitan y quiere que este sentimiento de “compasión amorosa” se lo
hagamos gustar al que en silencio nos reclama ayuda.
Porque, es imposible acercarnos a Dios, orar a
Jesús su presencia viva, sin percibir que, pegado a mí, está el
cuerpo “inoportuno” de mi hermano. Pero será tanto más
intruso, cuanto yo esté más alejado de los sentimientos de
Jesús: “tengo compasión de la gente, porque andan
extraviados”, “mi corazón se derrite en mis entrañas por el amor a estos
los pobres válidos”
Quiere Jesús trasvasar su pasión, por la
misericordia, a nuestros corazones, muchas veces fríos o
indiferentes. Porque lo nuestro no es el Amor. Éste nos es dado
por Jesús que lo tiene por naturaleza y lo imprime en nosotros, mediante
su gracia. Entonces, sin dejar de ser “yo”, me
cambia en un hombre nuevo, irreconocible por mí y por los que de
antes me conocieron. Porque, ya no soy un hombre guiado por los criterios
del mundo, sino por los sentimientos de Jesús.
Esto es, Señor, tenerte y sentirte como mi Rey y hacer vida tu Palabra que habla de una realeza celestial: “mi Rey y mi Dios eres Tú”, “te ensalzaré Dios mío, mi Rey, bendeciré tu Nombre por siempre jamás. Día tras día te bendeciré y alabaré tu Nombre por siempre jamás”... Jesús nos ha hecho partícipes de su realeza divina, si nuestros ojos se clavan en Él entendiendo que Él es el Rey que nos salva: “acuérdate de mí Jesús cuando llegues a tu Reino”. Y, Jesús, no dejará sin respuesta sobrada, esta oración: “¡hoy estarás conmigo en el Paraíso!” ¡Creo esto Jesús, ayuda a mi fe para confesarte mi Rey y Rey de todos los hombres! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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