"Ventana abierta"
EL PESO DE A ORACIÓN
Web católico de Javier Olivares
Una mujer pobremente
vestida, con un rostro que reflejaba derrota, entró a una tienda. La mujer se
acercó al dueño de la tienda y, en la manera más humilde, le preguntó si podía
llevarse algunas cosas a crédito (fiado). Con voz suave, le explicó que su esposo
estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban
comida. El dueño le gritó y le pidió que abandonara su tienda.
Viendo la necesidad que estaba pasando su familia la mujer
continuó:
"¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como
pueda". El dueño le dijo que no podía darle crédito ya que no tenía una
cuenta en su tienda.
De pie, cerca del mostrador, se encontraba un cliente que
escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer. El cliente se
acercó y le dijo al dueño de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer
necesitara para su familia.
El dueño, de una manera muy tosca, preguntó a la mujer:
"¿Tiene usted una lista de la compra?". La mujer dijo: "Sí
señor".
"Está bien," dijo el dueño, "ponga su lista en
la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles". La mujer
titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel y
escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, cabizbaja aún, en la balanza.
Los ojos del dueño y el cliente se llenaron de asombro cuando
la balanza se fue hasta lo más bajó y se quedó así. El dueño entonces, sin
dejar de mirar la balanza y de mala gana, dijo: "¡No lo puedo
creer!".
El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al
otro lado de la balanza. La balanza no se movió por lo que continuó poniendo
más y más comestibles hasta que no aguantó más.
El dueño se quedó allí parado con gran disgusto. Finalmente,
agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro.... No era una lista
de compra, era una oración que decía:
"Querido Señor, tú conoces mis necesidades y yo voy a
dejar esto en tus manos".
El dueño de la tienda le dio los comestibles que había
reunido y quedó allí en silencio. La mujer le agradeció y abandonó su tienda.
El cliente le entregó un billete de cincuenta dólares al dueño y le dijo:
"Valió cada centavo de este billete, ahora sabemos cuánto pesa una
oración".
La oración es uno de los mejores regalos gratuitos que recibimos. No tiene costo pero sí muchas recompensas.
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