"Ventana abierta"
Marlio Nasayó Liévano, c.m.
Para nuestra reflexión vamos por partes:
Los ojos: Nuestros ojos tienen un poderoso
lenguaje no verbal, que hace que los convirtamos en pequeñas ventanas a través
de las cuales se asoma nuestra alma y, deja entrever nuestros sentimientos con
mayor o menor intención. Con razón dice el aforismo que los ojos son el
espejo del alma, porque reflejan todas nuestras emociones, nuestros miedos
y nuestras emociones más profundas y secretas.
Misericordia: recordemos la raíz y el
significado de la palabra. Su etimología, del latín misere (miseria,
necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás); significa tener un
corazón solidario con aquellos que tienen alguna necesidad. Es la disposición a
compadecerse de los sufrimientos y miserias de los hermanos.
Y si esta es la realidad ¿Cómo me atrevo a
hablar de los ojos misericordiosos de María, si nunca los he visto, como lo
experimentaron Santa Bernardita, los pastores de Fátima y en especial Melania
en la Salette, o Santa Catalina Labouré quien los apreció muy cerca? Pero nos
viene bien el escrutar estos testimonios, que mucho nos pueden ayudar en
nuestra espiritualidad de peregrinos.
En la primera aparición en la noche del 18 al
19 de julio de 1830, sor Labouré nos dice que “mirando a la Virgen, me puse de
un salto a su lado, hincada sobre las gradas del altar; y con las manos
apoyadas en las rodillas de la Virgen…allí pasé el momento más dulce de mi
vida”. ¿Quién ha contemplado más de cerca a María que Catalina? María miraba a
Catalina y ella extasiada seguramente no perdió ningún momento para mirar a
María, que le daba un mensaje con su voz, pero también con sus ojos. La Virgen
expresa su dolor por las dificultades internas de la Familia Vicentina, por las
necesidades de la Iglesia y las calamidades que azotan al pueblo, hasta llegar
el momento de no poder decir palabra alguna, hablándonos con la aflicción de su
rostro y con las copiosas lágrimas que brotaban en sus ojos. Pero el mensaje de
María no es sólo de reclamos y quejas ante las miserias existentes, ofrece su
permanente presencia, su acompañamiento y protección aún en medio de aquello
que se cree imposible de solucionar. María mira nuestras miserias, pero espera
de nosotros la seguridad de nuestra confianza en ella y en su Hijo. Aquí bien
podemos afirmar, que María habló más a Catalina con sus ojos llorosos que con
sus palabras, las solas lágrimas si no hubiera dicho palabra alguna, nos
habrían dicho que tiende hacia nosotros sus ojos misericordiosos.
En las apariciones del 27 de noviembre, para la
reflexión que estamos haciendo, la vidente afirma “… Tenía en las manos una
bola que asemejaba el globo terrestre…; los ojos dirigidos hacia el cielo… aquí
el rostro era de mayor belleza, no podría describirlo… En el momento que estaba
contemplándola, la Santísima Virgen bajo los ojos y me miró… se formó un óvalo
alrededor de la Santa Virgen, donde estaban en lo alto estas palabras. ‘Oh
María concebida sin pecado ruega por nosotros que recurrimos a Ti’, escritas en
letras de oro…” Aquí hay una doble mirada de María: eleva en sus manos el globo
y levantando los ojos y lo ofrece al Señor, y bajándolos hacia Catalina y el
mundo, nos dona las luces que misericordiosamente expande de sus manos.
Y yendo atrás, volvamos ahora a otra vidente,
que es la que nos da la clave final para esta reflexión. Se trata de Melania
Calvat, vidente de la Virgen en la montaña de la Salette, quien nos dice que
“los ojos de la Virgen, nuestra tierna madre, no pueden ser descritos, haría
falta el mismo lenguaje de Dios…Los ojos de la bella Inmaculada eran como
puerta de Dios, desde donde se veía todo lo que puede embriagar el alma”.
Para nuestra interiorización:
De parte nuestra, no podemos ver al Señor y a
María con los ojos de nuestra carne, pero sí con los del espíritu, con los del
corazón, que son la fe y el amor. Sólo poseyendo un alma pura y cristalina
podemos ver y contemplar a Buen Dios y a su Madre. Bien ilustra nuestra
reflexión San Agustín cuando afirma: “Sólo en un corazón puro existen los ojos
con que puede Dios ser visto”.
Si la anterior realidad es la nuestra, no pasa
lo mismo con María. Los ojos de María debieron ser hermosos, con la belleza
natural de una judía, que no necesitó ninguna clase de maquillaje artificial
para que fueran encantadores. Ojos sencillos, de esos que miran a los demás sin
soberbia ni menosprecio. Ojos bondadosos, sin odio, ni rencor, ni siquiera al
observar las miradas inquisidoras de los enemigos de su Hijo. Ojos sinceros,
sin mentiras, que expresaban un corazón sin sombra de doblez. Ojos abiertos a
las necesidades ajenas como en Caná de Galilea. Ojos que sabían contemplar más
las virtudes de los demás, antes que fijarse y molestarse por sus defectos.
Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición
y, Pedro en su triple negación…Ojos adoloridos por las lágrimas derramadas por
su Hijo crucificado y muerto en sus brazos, pero radiantes y alegres ante la
Resurrección. Ojos acogedores y seremos en el Cenáculo a la espera del
Espíritu…
Ojos que, desde su asunción gloriosa al cielo,
desde allí, no dejan de mirarnos en este valle de lágrimas, “pues, asunta a los
cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple
intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su
amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se
hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria
bienaventurada.” (L.G.VIII).
Con las generaciones que desde el siglo XI
rezan la Salve Regina, nosotros podemos también acudir a esos sus ojos
misericordiosos… ante este mundo que quiere hacer desaparecer del corazón del
hombre la misericordia de Dios. Vamos hacia una sociedad en la que el hombre
trata de hacerse dueño de la tierra, a través de los adelantos tan vertiginosos
de la ciencia y la técnica, pero en los que no encuentra la solución a sus
propios problemas y a los del mundo.
Como hombres y mujeres de fe, imploramos la
misericordia de Dios, para hallar una solución a los problemas del mundo. Ante
esta situación, podemos invocar a María, Madre de todo consuelo, observando la
dulzura de su mirada, a través de sus ojos misericordiosos, para que interceda
ante su Hijo por nosotros, en estos momentos tan complicados de increencia,
desastres naturales, guerras, hambre y la realidad actual de la pandemia, que
azota hasta los rincones más lejanos del mundo.
Sí, Madre Milagrosa, necesitamos de tu misericordia porque somos infinitamente pobres. Tu amor inmenso hacia nosotros se convierte en océano de bondad, de misericordia, y de piedad. Te agradecemos tu amor, y sobre todo reconocemos la misericordia de tu rostro y de tu corazón. Tienes ojos y corazón hechos de bondad “oh clemente, o piadosa siempre Virgen María”.
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