"Ventana abierta"
LOS ARCHIVADORES
Web católico de Javier Olivares
Aún no llego a
comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Sólo recuerdo que de pronto me
encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de archivadores, como los
que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros parecían interminables.
Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado:
"Muchachas que me han gustado". Lo abrí y empecé a pasar las fichas.
Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de
ellas. ¡Se trataba de las muchachas que a MI me habían gustado!
En el resto de los ficheros estaban escritas las acciones de
cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria
había ya olvidado. Algunos me trajeron alegría y otros, por el contrario, un
sentimiento de vergüenza y culpa.
El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos
que traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me
necesitaban". Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo: "Libros
que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he
dado", "Chistes que conté"; otros títulos eran: "Asuntos
por los que he peleado con mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba
molesto", "Vídeos que he visto"...
Cada tarjeta confirmaba la verdad y llevaba mi firma. Cuando
llegué al archivo "Pensamientos lujuriosos", un escalofrío recorrió
mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros. Me avergonzaría conocer su
tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido.
Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver estos
archivadores jamás. ¡Tengo que destruir este salón! Pero descubrí que no podía
siquiera sacar los cajones. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, pero
fue inútil.
En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi
situación: "Personas a las que les he compartido el Evangelio". Al
abrirlo encontré menos de 10 fichas. Caí al suelo llorando amargamente de
vergüenza.
Y mientras me limpiaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh no! ¡Por
favor no! ¡Cualquiera menos Jesús! Impotente, vi como Jesús abría los
archivadores y leía cada una de mis fichas. Intuitivamente, se acercó a los
peores archivos. Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo me llevé las
manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. Pudo haber dicho muchas cosas, pero
Él no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio.
Fue el día en que Jesús guardó silencio... y lloró conmigo.
Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno
por uno, y en cada ficha firmaba su nombre sobre el mío. Me miró con ternura a
los ojos y me dijo:
"He terminado, yo he cargado con tu vergüenza y
culpa". En eso salimos juntos del salón, que aún permanece abierto porque
todavía faltan más fichas que escribir.
Aun no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... De lo que sí estoy convencido es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón encontrará mas fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.
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