"Ventana abierta"
A DIOS LO QUE ES DE DIOS
José Luis Sicre
Feadulta
Domingo 29. Ciclo A.
Dos posturas ante el tributo al César
Seguimos en la
explanada del templo de Jerusalén, en medio de los enfrentamientos de diversos
grupos con Jesús. Esta vez, fariseos y herodianos lo van a poner en un serio
compromiso preguntándole sobre la licitud del tributo al emperador romano.
Por entonces, además de los impuestos que se pagaban a través de peajes,
aduanas, tasas de sucesión y de ventas, los judíos debían pagar el tributo al
César, que era la señal por excelencia de sometimiento a él.
Fariseos y herodianos no tenían dudas
sobre este tema; ambos grupos eran partidarios de pagarlo. Los fariseos,
porque no querían conflictos con los romanos mientras les permitieran observar
sus prácticas religiosas. Los herodianos, porque mantenían buenas relaciones con
Roma. Como a nadie le gusta pagar,
los rabinos discutían si se podía eludir el tributo. Y algunos
adoptaban la postura pragmática que refleja el tratado Pesajim 112b:
«... no trates de eludir el tributo, no sea que te descubran y te quiten todo
lo que tienes».
Sin embargo, otros judíos adoptaban una
postura de oposición radical, basada en motivos religiosos. Dado que el pago
del tributo era signo de sometimiento al César, algunos lo interpretaban como un pecado de idolatría, ya que se
reconocía a un señor distinto de Dios. Este era el punto de vista de los
sicarios, grupo que comienza con Judas el Galileo, cuando el censo de Quirino,
a comienzos del siglo I de nuestra era. Al narrar los comienzos del movimiento
cuenta Flavio Josefo: «Durante su mandato [de Coponio], un hombre galileo,
llamado Judas, indujo a los campesinos a rebelarse, insultándolos si consentían
pagar tributo a los romanos y toleraban, junto a Dios, señores mortales» (Guerra
de los Judíos II, 118). Más adelante repite afirmaciones muy parecidas:
«Judas, llamado el galileo..., en tiempos de Quirino había atacado a los judíos
por someterse a los romanos al mismo tiempo que a Dios» (Guerra de los
Judíos II, 433).
La trampa de la pregunta
Con este presupuesto, se advierte que la
pregunta que le hacen a Jesús sobre si es lícito pagar el tributo podía comprometerlo
gravemente ante las autoridades romanas (si decía que no), o ante los sectores
más progresistas y politizados del país (si decía que sí). Además, la pregunta
es especialmente insidiosa, porque no se mueve a nivel de hechos, sino a nivel principios, de licitud o
ilicitud.
La respuesta de Jesús
Jesús, que advierte enseguida la mala
intención, ataca desde el comienzo: «¿Por qué me tentáis, hipócritas?» Pide la
moneda del tributo, devuelve la pregunta y saca la conclusión. Jesús, como sus
contemporáneos, acepta que el ámbito de dominio de un rey es aquel en el que
vale su moneda. Si en Judá se usa el denario, con la imagen del César,
significa que quien manda allí es el César, y hay que darle lo que es suyo.
Estas palabras de Jesús, tan breves, han
sido de enorme trascendencia al elaborar la teoría de las relaciones entre la
Iglesia y el Estado. Y se han prestado también a interpretaciones muy distintas.
Las cosas de Dios
Si analizamos el texto, las palabras: «Dad
al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», no constituyen una evasiva, como
algunos piensan. Van al núcleo del problema. Los fariseos y herodianos han
preguntado si es lícito pagar tributo desde un punto de vista religioso, si
ofende a Dios el que se pague. La respuesta contundente de Jesús es que a Dios le interesan otras cosas más
importantes, y ésas no se las quieren dar.
Teniendo presente el conjunto del
evangelio, «las cosas de Dios», lo que le interesa, es que se escuche a Jesús,
su enviado, que se acepte el
mensaje del Reino, que se adopte una actitud de conversión, que se ponga
término al raquitismo espiritual y religioso, que se sepa acoger a los débiles,
a los menesterosos, a los marginados. Eso no interesa ni preocupa a
fariseos y herodianos, pero es la cuestión principal. Si el evangelio no fuese
tan escueto, podría haber parafraseado la respuesta de Jesús de esta manera:
¿Es lícito poner el sábado por encima del hombre? ¿Es lícito cargar fardos
pesados sobre las espaldas de los hombres y no empujar ni con un dedo? ¿Es
lícito llamar la atención de la gente para que os hagan reverencias y os llamen
maestros? ¿Es lícito impedir a la gente el acceso al Reino de Dios? ¿Es lícito
hacer estúpidas disquisiciones sobre los votos y juramentos? ¿Es lícito dejar
morir de hambre al padre o a la madre por cumplir un voto? ¿Es lícito pagar los
diezmos de la menta y del comino, y olvidar la honradez, la compasión y la
sinceridad? En todo esto es donde
están en juego «las cosas de Dios», no en el pago del tributo al César.
Naturalmente, la comunidad cristiana pudo
sacar de aquí consecuencias prácticas. Frente a la postura intransigente de
los sicarios, defender que no era pecado pagar tributo al César. Y, con una
perspectiva más amplia, fundamentar una teoría sobre la convivencia del
cristiano en la sociedad civil, sin necesidad de buscar por todas partes
enfrentamientos inútiles. Siempre, incluso en las peores circunstancias
políticas, nadie podrá arrebatarle a la iglesia y al cristiano la posibilidad
de dar a Dios lo que es de Dios.
El emperador no siempre es enemigo (1ª
lectura)
En Israel, desde los primeros siglos, hubo
gente fanática y enemiga de conceder el poder político a un hombre mortal. El
único rey debía ser Dios, aunque no quedaba claro cómo ejercía en la práctica
esa realeza. Otros grupos, sin negarle la autoridad suprema a Dios, aceptaban
el gobierno de un rey humano. Pero siempre debía tratarse de un israelita, no
de un extranjero. La novedad del texto de Isaías, una auténtica revolución
teológica para la época, es que Dios, aunque afirma su suprema autoridad («Yo
soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios»), él mismo escoge al rey
persa Ciro, lo lleva de la mano, le pone la insignia y le concede la victoria.
Porque Ciro, al cabo de pocos años, será quien conquiste Babilonia y libere a
los judíos, permitiéndoles volver a su tierra.
Este proceso de esclavitud – liberación –
vuelta a la tierra recuerda al ocurrido siglos antes, cuando el pueblo salió de
Egipto. La gran novedad, escandalosa para muchos judíos, es que ahora el
salvador humano no es un nuevo Moisés sino un emperador pagano.
El texto ha sido elegido para confirmar
con un ejemplo histórico que se puede respetar al emperador, pagar tributo, sin
por ello ofender a Dios.
De mi cosecha:
P. Leonardo
Me interesan más, las
cosas de Dios (por lo menos lo tenemos que tener claro y evidente)
Pero veo que me interesan más las “cosas”
del César…
Y como, a veces, engaño a Dios (regateo,
escuso, retraigo, cierro los ojos, busco tranquilizantes y tranquilizadores…) mucho
más, engaño, robo, reclamo las “cosas del César.El dichoso IVA es mi enemigo…
A Dios le debo el corazón, mi alma, mis
fuerzas…al Estado, los impuestos (procuro que sean justos, voto por la limpieza
y la honradez…pero colaboro)
En caso de duda…Dios. En caso normal, a cada uno lo suyo. Y, a veces, están unidos.
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