"Ventana abierta"
Papa Francisco: La oración se concentra en una palabra: “Abba”, Padre
Por
Redacción (NJ)-
28 de
enero de 2019
Fuente. Zenit-español.org
Continuando las
catequesis sobre el “Padre nuestro”, hoy partimos de la observación de que, en
el Nuevo Testamento, la oración parece querer alcanzar lo esencial, hasta el
punto de concentrarse en una palabra: “Abba“,
Padre.
Hemos escuchado lo que escribe San Pablo en la Carta a los Romanos:
“No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:”¡Abba, Padre!” (8.15).
Y a los Gálatas, el
apóstol dice: “La prueba de que sois hijos es que Dios, ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama:”¡Abba,
Padre!” (Gal 4,6).
Retorna dos veces
la misma invocación, que condensa toda la novedad del Evangelio. Después de
haber conocido a Jesús y de escuchar su predicación, el cristiano ya no
considera a Dios como un tirano a quien temer, no le tiene miedo sino que
siente que su confianza en él florece: puede hablar al Creador llamándolo
“Padre”. La expresión es tan importante para los cristianos que a menudo se ha
mantenido intacta en su forma original: “Abba“.
Es raro que en el
Nuevo Testamento las expresiones arameas no se traduzcan al griego. Debemos
imaginar que en estas palabras arameas, haya quedado “grabada” la misma voz de
Jesús: han respetado el idioma de Jesús. En la primera palabra del “Padre
Nuestro” encontramos inmediatamente la novedad radical de la oración cristiana.
No se trata solo de usar un símbolo –en este caso- la figura del padre,
vinculada con el misterio de Dios; se trata, en cambio, de tener, por así
decirlo, traspasado a nuestro corazón todo el mundo de Jesús.
Si llevamos a
cabo esta operación, podemos rezar con verdad el “Padre nuestro”. Decir “”Abba” es algo mucho más íntimo, más
conmovedor que llamar a Dios “Padre” simplemente. Por eso alguno ha
propuesto que se tradujese esta palabra original aramea Abba con “Papá”. En vez de decir,
“Padre nuestro” , decir “Papá”.
Nosotros seguimos diciendo “Padre nuestro”,
pero con el corazón estamos invitados a decir “Papá”, a tener
una relación con Dios como la de un niño con su papá, que lo llama “papá”. De
hecho, estas expresiones evocan afecto, calidez, algo que nos proyecta en el
contexto de la infancia: la imagen de un niño completamente envuelta en el
abrazo de un padre que siente una infinita ternura por él. Y por eso, queridos
hermanos y hermanas, para rezar bien hay que llegar a tener un corazón de niño.
No un corazón autosuficiente: así no se puede rezar bien. Como un niño en
brazos de su padre, de su papá.
Pero seguramente son los evangelios los que mejor nos introducen en el
sentido de esta palabra. ¿Qué significa esta palabra para Jesús? El “Padre
nuestro” toma significado y color si aprendemos a rezarlo después de haber
leído, por ejemplo, la parábola del padre misericordioso en el capítulo
XV de Lucas (cf. Lc 15, 11-32).
Imaginemos esta oración pronunciada por el hijo pródigo, después de sentir el
abrazo de su padre que lo había esperado durante mucho tiempo, un padre
que no recuerda las palabras ofensivas que él le había dicho, un padre que
ahora hace que entienda, sencillamente, cuánto lo extrañaba. Descubrimos
entonces cómo esas palabras cobran vida, se fortalecen. Y nos preguntamos: ¿es
posible que Tú, oh Dios, conozcas solo amor? ¿Tú no conoces el odio? No, contestaría
Dios, yo conozco solo amor. ¿Dónde está en ti la venganza, la demanda de
justicia, la rabia por tu honor herido? Y Dios contestaría: Yo conozco solo
amor.
El padre de esa
parábola tiene, en su forma de hacer, algo que recuerda mucho el alma de una madre. Son las madres, sobre
todo, las que excusan a sus hijos, las que los cubren, las que no
interrumpen la empatía con ellos, las que los siguen queriendo, incluso cuando
ellos ya no se merezcan nada.
Basta con evocar esta sola expresión, Abba, para
que se desarrolle una oración cristiana. Y San Pablo, en sus cartas, sigue este
mismo camino, y no podría ser de otra manera, porque es el camino que enseñó
Jesús: en esta invocación hay una fuerza que atrae todo el resto de la oración.
Dios te busca, aunque
tú no lo busques. Dios te ama, aunque tú te hayas olvidado de Él. Dios
vislumbra en ti una belleza, aunque pienses que has desperdiciado todos
tus talentos en vano. Dios no es solo un padre, es como una madre que nunca
deja de amar a su criatura. Por otra parte, hay una “gestación” que dura
siempre, mucho más allá de los nueve meses de la física; es una gestación
que genera un circuito infinito de amor.
Para un cristiano, rezar es simplemente decir “Abba“,
decir “papá”, decir “Padre”, pero con la confianza de un niño.
Puede ser que a nosotros también nos suceda que caminemos por sendas
alejadas de Dios, como le pasó al hijo pródigo; o que precipitemos en una
soledad que nos haga sentirnos abandonados en el mundo; o, también, que
nos equivoquemos y estemos paralizados por un sentimiento de
culpabilidad.. En esos momentos difíciles, todavía podemos encontrar la fuerza
para rezar, recomenzando de la palabra “Padre”, pero dicha con el sentimiento tierno de un niño”Abba”, “Papá”.
Él no nos
ocultará su rostro. Acordaos: quizás alguno lleva dentro cosas
difíciles, cosas que no sabe cómo resolver, tanta amargura por haber hecho
esto y esto… Él no nos ocultará su rostro. Él no se encerrará en el
silencio. Tú dile “Padre” y él te contestará. Tú tienes un Padre. “Sí, pero yo
soy un delincuente. ¡Pero tienes un padre que te ama!. Dile, “Padre”, empieza a
rezar así y en el silencio nos dirá que nunca nos ha perdido de vista.
“Pero, padre, yo he hecho esto…”. “No te he perdido nunca de vista, lo he visto
todo”. Pero he estado siempre allí, cerca de ti, fiel a mi amor por ti”. Esa
será la respuesta. Nunca os olvidéis de decir “Padre”. Gracias.
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