"Ventana abierta"
Las cenizas de la
envidia
Perseguir tus sueños y conseguirlos no es nada
fácil porque de pronto surgen otros. Te alimentas de ellos y ya no puedes dejar
de soñar. Te crees invencible al alcanzarlos y siempre te ves capaz de
conseguir otros.
Mis padres, los seres más inteligentes que he
conocido, siempre me dicen que nunca deje de soñar. «Luchar por tus sueños debería ser tu mayor
sueño…» y en ese camino
estoy.
Otras
niñas quieren ser policías, futbolistas, maestras, abogadas o, incluso, nada
pues no lo tienen claro. Pero yo sí: yo quiero ser
atleta.
Recuerdo exactamente, como si fuera ayer, el
inicio de un sueño cumplido. Llegar a casa con mamá del entrenamiento y pedirme
que habláramos los tres antes de hacer las tareas escolares, auguraba algo
importante.
- Todo lo que puedas imaginar, hazlo. Pero,
prométeme una cosa, cielo. En el momento en que dejes de disfrutar, dínoslo
porque ya no valdrá la pena. Tienes que hacerlo por y para ti. Ni por nosotros,
ni por el entrenador, solamente por ti. ¿Nos lo prometes? -Solamente pude
asentir por la seriedad de la conversación que habían iniciado mis padres.
A partir de ese momento nuestras vidas
cambiaron. No solamente la mía, la de mi familia también. Empecé a correr a
nivel profesional en un centro especializado. Tuvimos que adaptarnos a los nuevos
horarios y a las nuevas exigencias. A pesar de todas esas alteraciones de una
vida ya pasada, mis padres siempre me animaron y lo siguen haciendo, aunque nos
hemos tenido que acostumbrar todos al nuevo ritmo.
Ellos no han sido deportistas y les preocupa
que me obsesione con mejorar mi marca, con competir y con ganar. Sufren por si
me puede la presión.
Aunque sí que tengo compañeras de equipo que se
sienten ahogadas, sobre todo por las esperanzas que sus padres depositan en
ellas, lo cual hace que sientan que no están a la altura y lo pasen peor.
Para mí, nada más lejos de la realidad. Ellos
me han enseñado a perseguir y a luchar por todo aquello que me interesa, pero
también a esforzarme, a trabajar y a levantarme si no se cumplen mis
expectativas. Por eso no me preocupa perder, sé que resucitaré (como el Ave Fénix).
No todo ha sido un camino de rosas para llegar
hasta aquí. Soy muy autoexigente y nunca he querido que el deporte baje mi
rendimiento académico, por eso, debo esforzarme, cumplir horarios, ser
constante y llevar mis estudios al día. Para ello, desde pequeña, he tenido que
dejar mi vida social de lado. Cuando el resto de la clase se iba de cumpleaños
o al cine, yo me quedaba entrenando o adelantando las tareas para poder seguir
preparándome.
«Los sueños te
hacen sudar. Nada es gratis», me dice mi padre cada vez que me oye renegar.
En el centro hay un buen ambiente. Hemos hecho
buenas migas, aunque, al principio, por ser la nueva estaba un poco excluida.
Creo que no les gustaba que alguien recién llegada se llevara las alabanzas de
los entrenadores y que además mejorara todas sus marcas.
Me ha costado un poco, pero me siento parte del
equipo y cuentan conmigo. Formo parte del grupo y me gusta. Ahora me siento
bien, feliz. Entreno, me esfuerzo, obtengo mis frutos y además tengo un grupo
de amigas con las que puedo contar. Nos ayudamos y entre todas nos animamos
para seguir en el camino.
- Claudia, cuando termines el entrenamiento
necesito hablar contigo. Que no se te olvide, es importante.
Paro en seco. Nunca había visto así al
entrenador. Parecía excesivamente serio, hasta enfadado. No sé qué ha podido
ocurrir para que quiera hablar conmigo.
- Disculpe, ¿puedo pasar? Me había dicho que
viniera a hablar con usted. ¿Ocurre algo? ¿Es sobre el campeonato?
- No. Siéntate. Voy a ser muy claro contigo,
Claudia. No me lo esperaba de ti, la verdad. De ti, no. He visto de todo en mis
años como entrenador, pero me parece incomprensible en alguien que se esfuerza
tanto por alcanzar sus metas, por superarse cada día. Imagínate cómo me he
quedado cuando me he enterado. A par…
- Perdóneme, entrenador -le interrumpo
porque no entiendo nada. -No sé de qué me está hablando. ¿De qué se ha
enterado?
- No puedes negarlo, mira. - La imagen que me
muestra en su móvil está un poco pixelada, es de baja calidad. - No podrás
negar que eres tú. ¿Eres tú, Claudia? Sí, eres tú. ¿Y que llevas en la boca? ¿Y
en la mano? Es que no me lo puedo creer. Tenías un futuro muy prometedor ante
ti y lo has dejado escapar. Me pinchan y no me sacan sangre. ¡¿Cómo has
podido?! Mañana hay convocada una reunión del consejo para hablar de tu caso.
No pinta bien. ¿No vas a decir nada? Tenía toda la confianza puesta en ti y la
has roto…
- No puedo decir nada,
estoy bloqueada. Soy yo. Sí. Es la foto que nos hicimos una tarde que salimos
todas las chicas del equipo. Estábamos en un ambiente distendido, relajadas,
riéndonos y pasándolo bien. Pero, yo nunca haría… No puede ser.
Sé
que el entrenador sigue hablando, lo veo gesticular. No le oigo. Mi mente va a
otra velocidad. No hay explicación posible.
Me
levanto y me marcho de allí. No puedo respirar. ¿Cómo puede dudar de mí? Sabe
lo importante que es para mí el atletismo, mi propósito de llegar a lo más
alto. ¿Cómo puede pensar que lo echaría a perder?
Sin
saber muy bien cómo, llego a casa. Me duele mucho la cabeza.
- ¿Estás bien?
Traes mala cara. -me dice mi padre. Lo oigo lejano.
- Creo que he
merendado demasiado deprisa para poder empezar a entrenar y no me ha sentado
bien. Me voy a la habitación a dormir, a ver si se me pasa.
Me
rompe el alma mentir a mis padres, pero no quiero que malinterpreten esa imagen
(igual que ha hecho el entrenador). Mañana será otro día. Iré al despacho y le
explicaré mi versión.
Me
cuesta abrir los ojos, pero una luz intermitente me molesta. Es el móvil.
Anoche con el disgusto me quedé dormida sin apagarlo.
«Mira esta, parecía una monja.» «No sabía que te iba el
vicio.» «Ahora, por tu culpa, el entrenador estará enfadado con
todas.» «Por eso haces tan buenas marcas, porque te drogas.» «Vete
del equipo, no quieren borrachas.» «Mala elección, niña.» «No te
quieren, vete.» «Ya nadie confía en ti.» «Los tenías a todos
engañados.»
No puedo seguir leyendo, se me empañan los ojos.
No me lo puedo creer. Tengo ganas de vomitar. Respira hondo, Claudia, respira
hondo. ¿Quién ha creado el grupo? ¿Por qué la toman conmigo? Yo no he hecho
nada.
Cuando
llego a la escuela, lo primero que quiero hacer es aclarar el asunto con el entrenador.
De camino, con mi seguridad por los suelos, me encuentro a mis compañeras del
equipo.
- ¿Por qué no
nos dices a la cara lo que piensas realmente de nosotras? ¿Por qué te escondes
detrás de tu perfil en las redes sociales? Eres una falsa. No queremos a
mentirosas en el equipo -me dice Rebeca con un punto de arrogancia.
- ¿Qué pienso
qué? ¿A la cara? Rebeca, qué estás diciendo. Ni siquiera tengo cuenta en las
redes sociales.
Estoy asombrada. De
repente, en cuestión de unas horas, todo cambia. Esa fuerza que iba siempre
conmigo, la que me ayudaba a superarme, a perseguir mis sueños y a no flaquear…
me ha abandonado. Tengo a todo el equipo en contra. Ni siquiera el entrenador
me cree. Alguien ha debido de suplantar mi identidad, aprovechar para insultar
a mis amigas, retocar la foto y subirla a las redes sociales. ¿Pero quién? ¿Por
qué? Parece de película.
- Claudia, a mi
despacho. Por favor —oigo la voz del entrenador a mi espalda.
Me
quedo petrificada. Repaso las caras de mis compañeras, las que ayer a estas
horas consideraba mis amigas. Sé que muchas de ellas no creen lo que Rebeca
dice, pero siguen a la líder. No quieren ser las siguientes. Agacho la cabeza y
me marcho.
Cuando
entro en el despacho, me llevo una sorpresa.
- Mamá, mamá. Lo
siento mucho -me abrazo a ella. Necesito expulsar toda la tensión acumulada
desde ayer. -Perdóname por no contártelo. Quería solucionarlo yo, pero, se han
ido acumulando muchas cosas en muy poco tiempo. Ya no es divertido, mamá, ya no
vale la pena. Ya no quiero correr.
- A ver, cielo,
el entrenador me ha enseñado la fotografía y está trucada. Tu vida es correr y
esto se solucionará.
- ¿Trucada? ¿Me
crees? Me crees. Gracias, mamá. Te prometo que yo no he hecho nada. Estábamos
todas en el parque y nos hicieron una foto.
- Vayamos por
partes. ¿Quién hizo la foto?
- Pues, déjame
que piense qué móvil se utilizó. Rebeca la pasó al grupo del equipo. Espera y
te la enseño.
¿Por
qué no lo pensé ayer? Tenía la foto original en el móvil y ni se me ocurrió.
- Ve,
entrenador. Alguien ha querido perjudicarme. Ha subido la fotografía para que
me echaran del equipo y ha utilizado un supuesto perfil mío para poner al
equipo en mi contra -me dirijo a él enseñándole la fotografía original en el
móvil.
- Tesoro, sé que
estás decepcionada, disgustada con todo lo que ha sucedido. En tu vida te vas a
encontrar gente que quiera perjudicarte, que no crea en ti o lo hagas demasiado bien y le des miedo. Y que ese miedo, esa envidia, le haga reaccionar de la manera
más cruel posible. Esta vez han utilizado el poder de las redes sociales, la
facilidad de expandir un bulo y de hacer daño. Ahora pondremos medios para que
se retiren todas esas falacias y el entrenador tomará las medidas oportunas.
Así que, tranquila. Lo mismo que te hemos enseñado a levantarte en cada
derrota, se aplica también en las decepciones de la vida. Es el momento de
resucitar de las cenizas, resurgir más fuerte y dispuesta a seguir luchando por
conseguir tus sueños.
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