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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

viernes, 21 de febrero de 2020

5. Abba, Padre. Viernes, 21 - Febrero - 2020

"Ventana abierta"


5. Abba, Padre
Padre Leonardo Molina García. sj


En el Nuevo Testamento, la oración parece querer fi­jarse en lo esencial, hasta concentrarse en una sola palabra: Abba, Padre.

Hemos escuchado lo que escribe san Pablo en la Carta a los Romanos: «No recibísteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibísteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: "¡Abba, Padre!"» (8, 15). 

Y a los Gálatas el apóstol les dice: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hi­jo, que clama: "¡Abba, Padre!"» (Ga 4,6). 
Retorna dos veces la misma invocación, que condensa toda la novedad del Evangelio. 

Después de haber conocido a Jesús y de escuchar su predicación, el cristiano ya no considera a Dios como un tirano al que temer, no le tiene miedo, sino que siente que su confianza en Él florece: puede hablar al Creador llamándolo «Pa­dre». La expresión es tan importante para los cristia­nos, que a menudo se ha mantenido intacta en su for­ma original: Abba.

Es raro que en el Nuevo Testamento las expre­siones arameas no se traduzcan al griego. Debemos imaginar que en estas palabras arameas quedó «gra­bada» la misma voz de Jesús: han respetado el idio­ma de Jesús. 

En la primera palabra del Padrenuestro encontramos inmediatamente la novedad radical de la oración cristiana.
No se trata solo de usar un símbolo -en este caso la figura del padre- vinculado con el misterio de Dios; se trata más bien de tener todo el mundo de Jesús traspasado, por así decir, a nuestro corazón. Si llevamos a cabo esta operación, podemos rezar con verdad el Padrenuestro. 

Decir Abba es algo mucho más intimo y más conmovedor que llamar a Dios «Padre» simplemente. Por eso hay quien ha pro­puesto que se tradujese esta palabra original aramea, Abba, por «Papá». En vez de decir, «Padre nuestro», decir «Papá». 

Nosotros seguimos diciendo «Padre nuestro», pero con el corazón estamos invitados a decir «Papá», a tener una relación con Dios como la de un niño con su papá, que lo llama «papá». De he­cho, estas expresiones evocan afecto, calidez, algo que nos proyecta al entorno de la infancia: la imagen de un niño completamente envuelta en el abrazo de  padre que siente una infinita ternura por él. Y por eso, queridos hermanos y hermanas, para rezar bien hay que conseguir tener un corazón de niño. No un corazón autosuficiente: así no se puede rezar bien. Como un niño en brazos de su padre, de su papá.

Pero seguramente son los Evangelios los que me­jor nos introducen en el sentido de esta palabra . ¿Qué significa esta palabra para Jesús? El Padrenues­tro adquiere significado y color si aprendemos a re­zarlo después de haber leído, por ejemplo, la parábola del padre misericordioso en el capítulo 15 de Lucas (d. Le 15, 11-32). 


Imaginemos esta oración pronunciada por el hijo pródigo después de sentir el abrazo de su padre, que lo había esperado durante mucho tiempo; un padre que no recuerda las pala­bras ofensivas que él le había dicho; un padre que ahora hace que entienda, sencillamente, cuánto lo echaba de menos. 
Descubrimos entonces que esas palabras cobran vida, se fortalecen. Y nos pregunta­mos: ¿es posible que tú, oh Dios, conozcas solo amor? ¿Tú no conoces el odio? 
No, contestaría Dios, yo conozco solo amor. ¿ Dónde está en ti la venganza, la demanda de justicia, la rabia por tu honor herido? y Dios contestaría: Yo conozco solo amor.

El padre de esa parábola tiene, en su forma de hacer, algo que recuerda mucho el alma de una ma­dre. Son las madres sobre todo las que excusan a sus hijos, las que los cubren, las que no cortan la empatía con ellos, las que los siguen queriendo, aun cuan­do ellos ya no se merezcan nada.

Basta con evocar ésta sola expresión, Abba, para que se despliegue una oración cristiana. y san Pa­blo, en sus cartas, sigue este mismo camino. y no podría ser de otra manera, porque es el camino que enseñó Jesús: en esta invocación hay una fuerza que atrae todo el resto de la oración.

Dios te busca aunque tú no lo busques. Dios te ama aunque tú te hayas olvidado de Él. Dios vislum­bra en ti una belleza aunque creas que has desper­diciado todos tus talentos en vano. Dios no es solo un padre; es como una madre que nunca deja de amar a su criatura. 
Por otra parte, hay una «gesta­ción» que dura siempre, mucho más allá de los nue­ve meses de la física; es una gestación que genera un circuito infinito de amor.

Para un cristiano, rezar es simplemente decir Abba, decir «papá», decir «Padre», pero con la confianza de un niño.
Puede que a nosotros también nos suceda que ca­minemos por sendas alejadas de Dios, como le pasó al hijo pródigo; o que nos precipitemos en una so­ledad que nos haga sentirnos abandonados en el mundo; o también, que nos equivoquemos y este­mos paralizados por un sentimiento de culpa... En esos momentos difíciles, aún podemos encontrar la fuerza para rezar volviendo a empezar por la palabra “Padre”, pero pronunciada con el sentimiento tierno de un niño: Abba, «papá». Él no nos ocultará su rostro. 

Acordaos: habrá quien lleve dentro cosas difíci­les,  cosas que no sabe cómo resolver, mucha amar­gura por haber hecho esto o lo otro... Él no nos ocultará su rostro. Él no se encerrará en el silencio. Tú  dile «Padre» y él te contestará. 

Tienes un Padre. «Sí, pero yo soy un delincuente... » ¡Pero tienes un padre que te ama! Dile «Padre», empieza a rezar así: en el silencio nos dirá que nunca nos ha perdido de vista. «Pero, padre, yo he hecho esto... ». «No te he perdido nunca de vista, lo he visto todo. Pero he estado siempre ahí, cerca de ti, fiel a mi amor por ti». Esa será la respuesta. Nunca os olvidéis de decir «Padre».

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