"Ventana abierta"
5. Abba, Padre
Padre Leonardo Molina García. sj
En el Nuevo
Testamento, la oración parece querer fijarse en lo esencial, hasta
concentrarse en una sola palabra: Abba, Padre.
Hemos escuchado
lo que escribe san Pablo en la Carta a los Romanos: «No recibísteis un espíritu
de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibísteis un espíritu de
hijos adoptivos, que nos hace exclamar: "¡Abba, Padre!"» (8, 15).
Y a
los Gálatas el apóstol les dice: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "¡Abba,
Padre!"» (Ga 4,6).
Retorna dos veces la misma invocación, que condensa
toda la novedad del Evangelio.
Después de haber conocido a Jesús y de escuchar
su predicación, el cristiano ya no considera a Dios como un tirano al que
temer, no le tiene miedo, sino que siente que su confianza en Él florece: puede
hablar al Creador llamándolo «Padre». La expresión es tan importante para los
cristianos, que a menudo se ha mantenido intacta en su forma original: Abba.
Es raro que en
el Nuevo Testamento las expresiones arameas no se traduzcan al griego. Debemos
imaginar que en estas palabras arameas quedó «grabada» la misma voz de Jesús:
han respetado el idioma de Jesús.
En la primera palabra del Padrenuestro
encontramos inmediatamente la novedad radical de la oración cristiana.
No se trata solo
de usar un símbolo -en este caso la figura del padre- vinculado con el misterio
de Dios; se trata más bien de tener todo el mundo de Jesús traspasado, por así
decir, a nuestro corazón. Si llevamos a cabo esta operación, podemos rezar con
verdad el Padrenuestro.
Decir Abba es algo mucho más intimo y más conmovedor
que llamar a Dios «Padre» simplemente. Por eso hay quien ha propuesto que se
tradujese esta palabra original aramea, Abba, por «Papá». En vez de decir,
«Padre nuestro», decir «Papá».
Nosotros seguimos diciendo «Padre nuestro», pero
con el corazón estamos invitados a decir «Papá», a tener una relación con Dios
como la de un niño con su papá, que lo llama «papá». De hecho, estas
expresiones evocan afecto, calidez, algo que nos proyecta al entorno de la
infancia: la imagen de un niño completamente envuelta en el abrazo de
padre que siente una infinita ternura por él. Y por eso, queridos hermanos y
hermanas, para rezar bien hay que conseguir tener un corazón de niño. No un
corazón autosuficiente: así no se puede rezar bien. Como un niño en brazos de
su padre, de su papá.
Pero seguramente
son los Evangelios los que mejor nos introducen en el sentido de esta palabra
. ¿Qué significa esta palabra para Jesús? El Padrenuestro adquiere significado
y color si aprendemos a rezarlo después de haber leído, por ejemplo, la
parábola del padre misericordioso en el capítulo 15 de Lucas (d. Le 15, 11-32).
Imaginemos esta oración pronunciada por el hijo pródigo después de sentir el
abrazo de su padre, que lo había esperado durante mucho tiempo; un padre que no
recuerda las palabras ofensivas que él le había dicho; un padre que ahora hace
que entienda, sencillamente, cuánto lo echaba de menos.
Descubrimos entonces
que esas palabras cobran vida, se fortalecen. Y nos preguntamos: ¿es posible
que tú, oh Dios, conozcas solo amor? ¿Tú no conoces el odio?
No, contestaría
Dios, yo conozco solo amor. ¿ Dónde está en ti la venganza, la demanda de
justicia, la rabia por tu honor herido? y Dios contestaría: Yo conozco solo
amor.
El padre de esa
parábola tiene, en su forma de hacer, algo que recuerda mucho el alma de una madre.
Son las madres sobre todo las que excusan a sus hijos, las que los cubren, las
que no cortan la empatía con ellos, las que los siguen queriendo, aun cuando
ellos ya no se merezcan nada.
Basta con evocar
ésta sola expresión, Abba, para que se despliegue una oración cristiana. y san
Pablo, en sus cartas, sigue este mismo camino. y no podría ser de otra manera,
porque es el camino que enseñó Jesús: en esta invocación hay una fuerza que
atrae todo el resto de la oración.
Dios te busca
aunque tú no lo busques. Dios te ama aunque tú te hayas olvidado de Él. Dios
vislumbra en ti una belleza aunque creas que has desperdiciado todos tus
talentos en vano. Dios no es solo un padre; es como una madre que nunca deja de
amar a su criatura.
Por otra parte, hay una «gestación» que dura siempre,
mucho más allá de los nueve meses de la física; es una gestación que genera un
circuito infinito de amor.
Para un
cristiano, rezar es simplemente decir Abba, decir «papá», decir «Padre», pero
con la confianza de un niño.
Puede que a
nosotros también nos suceda que caminemos por sendas alejadas de Dios, como le
pasó al hijo pródigo; o que nos precipitemos en una soledad que nos haga
sentirnos abandonados en el mundo; o también, que nos equivoquemos y estemos
paralizados por un sentimiento de culpa... En esos momentos difíciles, aún
podemos encontrar la fuerza para rezar volviendo a empezar por la palabra
“Padre”, pero pronunciada con el sentimiento tierno de un niño: Abba, «papá».
Él no nos ocultará su rostro.
Acordaos: habrá quien lleve dentro cosas difíciles,
cosas que no sabe cómo resolver, mucha amargura por haber hecho esto o lo otro... Él no nos ocultará su rostro. Él no se encerrará en el silencio. Tú dile «Padre» y él te contestará.
Tienes un Padre. «Sí, pero yo soy un
delincuente... » ¡Pero tienes un padre que te ama! Dile «Padre», empieza a
rezar así: en el silencio nos dirá que nunca nos ha perdido de vista. «Pero,
padre, yo he hecho esto... ». «No te he perdido nunca de vista, lo he visto
todo. Pero he estado siempre ahí, cerca de ti, fiel a mi amor por ti». Esa será
la respuesta. Nunca os olvidéis de decir «Padre».
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