"Ventana abierta"
Mensaje
del Papa Francisco para la Cuaresma de 2020
Redacción ACI Prensa
El Papa en el Vía Crucis
celebrado en el Vaticano en 2019.
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
El Vaticano difundió este lunes 24 de febrero
el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año 2020.
En su mensaje, que lleva por título “En nombre
de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”, inspirado en la Segunda
Carta a los Corintios, el Pontífice invita a escuchar el Misterio Pascual,
aprovechar la invitación de Cristo a la conversión y a entrar en diálogo con
Dios.
“Es saludable contemplar más a fondo el
Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La
experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un ‘cara a
cara’ con el Señor crucificado y resucitado ‘que me amó y se entregó por mí’.
Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan
importante en el tiempo cuaresmal”.
A continuación, el texto completo
del mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2020:
«En nombre de Cristo os pedimos que os
reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)
Queridos hermanos y hermanas:
El Señor nos vuelve a conceder este año un
tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran
Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana
personal y comunitaria.
Debemos volver continuamente a este Misterio,
con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en
nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual
y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.
1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión
La alegría del cristiano brota de la escucha y
de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el
kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan
concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo»
(Exhort. ap. Christus vivit, 117).
Quien cree en este anuncio rechaza la mentira
de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que
en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en
abundancia (cf. Jn 10,10).
En cambio, si preferimos escuchar la voz
persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de
hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la
tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la
experiencia humana personal y colectiva.
Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir
a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la
Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de
Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez.
Y cuando te acerques a confesar tus pecados,
cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su
sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás
renacer, una y otra vez» (n. 123).
La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del
pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y
tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.
2. Urgencia de conversión
Es saludable contemplar más a fondo el Misterio
pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de
la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el
Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un
diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo.
Por eso la oración es tan importante en el
tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al
amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano
reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir
formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que
penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón,
para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos
guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar
finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor
profundidad y disponibilidad.
Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra,
más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos
pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos
nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.
3. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez
más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por
supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de
reconocimiento y sacudir nuestra modorra.
A pesar de la presencia —a veces dramática— del
mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este
espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz
de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros.
En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado
en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer
recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”,
como dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus caritas est, 12). En efecto,
Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
El diálogo que Dios quiere entablar con todo
hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye
a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír
la última novedad» (Hch 17,21).
Este tipo de charlatanería, dictado por una
curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos,
y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de
comunicación.
4. Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo
Poner el Misterio pascual en el centro de la
vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes
en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la
vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de
violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los
bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed
desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.
Hoy sigue siendo importante recordar a los
hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más
necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la
construcción de un mundo más justo.
Compartir con caridad hace al hombre más
humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que
se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá,
considerando las dimensiones estructurales de la economía.
Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26
al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y
change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e
inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la
Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a
la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con
este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.
Invoco la intercesión de la Bienaventurada
Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a
dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio
pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este
modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz
del mundo (cf. Mt 5,13-14).
FRANCISCO
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