"Ventana abierta"
‘Jornada de las monjas
contemplativas’
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos en este domingo la
solemnidad de la Santísima Trinidad. En este día de gozo confesamos nuestra fe
en la Trinidad santa, adoramos su unidad todopoderosa y damos gloria a Dios uno
y trino porque nos permite entrar en la intimidad y riqueza de la vida
trinitaria. Este es el quehacer fundamental de las monjas contemplativas a las
que tenemos muy presentes en este domingo especialmente dedicado a ellas. En
esta jornada, la Iglesia y cada uno de nosotros les devolvemos con nuestra
oración y nuestro afecto lo mucho que debemos a estas hermanas nuestras, que
hacen de su vida una donación de amor, una ofrenda a la Santísima Trinidad y
una plegaria constante por la Iglesia y por todos nosotros.
No hace mucho me encontré con
una joven arquitecta que me manifestó sin disimulo su escasa valoración de la
vida contemplativa. Según ella, carece de sentido la vida de clausura de monjas
contemplativas en un tiempo como el nuestro, en el que hay tanta pobreza, tanto
dolor y sufrimiento. Se preguntaba también qué aporta o qué valor tiene
encerrarse para siempre entre los muros de un monasterio privando a los pobres
del servicio que las religiosas podrían prestarles. En el fondo mi
interlocutora negaba la eficacia de la oración y la ascesis de las monjas
contemplativas para solucionar los numerosos problemas que siguen afligiendo a
la humanidad.
El Papa Benedicto XVI
respondió en una ocasión a quienes así piensan diciendo que las monjas
contemplativas testimonian silenciosamente que Dios es el único apoyo que nunca
se tambalea, la roca inquebrantable de fidelidad y de amor. Afirmó además que
los monasterios son como oasis en medio del desierto o como los pulmones verdes
de una ciudad, que son beneficiosos para todos, incluso para los que no los
visitan o quizá no saben que existen.
Unos años antes, san Juan
Pablo II, en la Exhortación Apostólica Vita Consecrata nos dejó escrito que “los monasterios han sido y
siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de
comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del
espíritu, escuelas de fe y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de
cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena,
en espera de la celestial” (n. 16). En estas escuelas de fe y
de contemplación que son nuestros monasterios, las monjas contemplativas son
maestras y testigos del amor más grande y de la vida en Dios y para Dios, que
todos estamos llamados a vivir y de la que gozaremos definitivamente en el
cielo. Ellas nos enseñan cuáles son los valores permanentes en los que debe
cimentarse nuestra vida, entre los que destaca como supremo valor el
reconocimiento explícito y comprometido del primado de Dios, constantemente
alabado, adorado, servido y amado con toda la mente, con toda el alma y con
todo el corazón (Mt 22,37).
El papa Francisco, por su
parte, ha expresado muchas veces su aprecio a las “hermanas contemplativas”,
haciendo hincapié en que “la Iglesia las necesita” para llevar “la buena
noticia del Evangelio” a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Les ha pedido
también que sean “faros y antorchas” que guían y acompañan el camino de la
humanidad, “centinelas de la aurora” que muestran al mundo a Cristo “camino,
verdad y vida”. Ellas son un “don inestimable e irrenunciable” para la Iglesia.
Efectivamente, las monjas de
clausura contemplan cada día el rostro misericordioso de Jesús en la oración
personal y en la oración comunitaria, en la Eucaristía diaria dignísimamente
celebrada, en el canto solemne y bello de la Liturgia de las Horas, en el
silencio y la soledad. Desde esa contemplación y la vivencia gozosa de la
fraternidad, la mortificación, la gratuidad, la donación, la hospitalidad, el
servicio a los pobres y la alegría, son para la Iglesia un torrente de
misericordia y de energía sobrenatural. Ellas nos gritan con santa Teresa que
sólo Dios basta, y que Cristo es la fuente única de sentido y esperanza, de
gozo y alegría en nuestra vida.
Nuestra Archidiócesis tiene el
privilegio de contar con treinta y tres monasterios de monjas contemplativas,
que constituyen un inapreciable tesoro que, especialmente en este día,
agradecemos al Señor, pues son un torrente de gracias para nuestra Iglesia
particular. Al mismo tiempo que les encomiendo la oración por la santidad de
los sacerdotes, la perseverancia de los seminaristas y las vocaciones
sacerdotales, les aseguro el afecto de toda la Archidiócesis y la oración de
todos para que el Señor les conceda vivir fiel y santamente la hermosa vocación
que les ha regalado en su Iglesia y premie su entrega con muchas, generosas y
santas vocaciones que perpetúen la historia preciosa y brillante de sus
monasterios.
Para las monjas
contemplativas, y para todos los fieles de la Archidiócesis, mi saludo fraterno
y mi bendición. Feliz domingo, feliz día del señor.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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