"Ventana abierta"
Sitio Oficial de la
Pequeña Obra de la Divina Providencia Don Orione - Argentina /
Texto completo de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium del papa
Francisco
Dirigida a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas
consagradas y a los fieles laicos
Ciudad del Vaticano, 26 de noviembre de 2013 (Zenit.org) Francisco Papa | 13012 hits
EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM (LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO) DEL SANTO
PADRE FRANCISCO
A los
obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a los
fieles laicos sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual
1. LA
ALEGRÍA DEL EVANGELIO llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre
nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles
cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa
alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
I. Alegría
que se renueva y se comunica
2. El gran
riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida
interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza
la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los
creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y
se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de
una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la
vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a
cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar
ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la
decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No
hay razón para que alguien piense que esta
invitación
no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el
Señor».1 Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un
pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos
abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado
engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para
renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame
una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él
cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de
perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia.
Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da
ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros
una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor
infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!
4. Los
libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación,
que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se
dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la
alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a
recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya
lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero
para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión, clama con
voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación entera
participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra!
¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su
pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13).
Zacarías,
viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado
en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que
viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (Za 9,9).
(1 PABLO VI,
Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 mayo 1975), 22: AAS 67 (1975), 297).
Pero quizás
la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al
mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar
a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios
está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva
con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17). Es la alegría que
se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a
la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus
posibilidades trátate bien [...] No te prives de pasar un buen día» (Si
14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!
5. El
Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a
la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María
(Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el
seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se
estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su
ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud»
(Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21).
Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté
en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana
bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos:
«Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20).
E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá
quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se
alegraron» (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la
primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los
discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la
persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado,
«siguió gozoso su camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia
por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese
río de alegría?
6. Hay
cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco
que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias
de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre
permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser
infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a
la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco
hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una
secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me
encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha [...] Pero algo traigo a la
memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se
ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad!
[...] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
7. La
tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si
debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría. Esto
suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las
ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría».2 Puedo
decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida
son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También
recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes
compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido
y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor
siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo. No me cansaré de
repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del
Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».3
8. Sólo
gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte
en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que
humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción
evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el
sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
(2 Ibíd., 8:
AAS 67 (1975), 292)
(3 Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 1: AAS 98 (2006), 217?
II. La dulce
y confortadora alegría de evangelizar
9. El bien
siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza
busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda
liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir
con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar
su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El
amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el
Evangelio!» (1 Co 9,16).
10. La
propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida
se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho,
los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y
se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás».4 Cuando la Iglesia
convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el
verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la
entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión».5 Por
consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de
funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría
de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas [...] Y ojalá el
mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados,
impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia
el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de
Cristo».
(4 V
CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de
Aparecida, 360).
(5 Ibíd).
(6 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 80: AAS 68
(1976), 75).
Una eterna
novedad
11. Un
anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no
practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En
realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su
amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre
nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como de
águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es el
«Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb
13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y
fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por «la
profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm
11,33). Decía san Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de
Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre
puede entrar más adentro».7 O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su
venida, ha traído consigo toda novedad».8 Él siempre puede, con su novedad,
renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y
debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo
también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos
encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que
intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio,
brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más
elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En
realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».
12. Si bien
esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como
una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo
que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y el más grande
evangelizador».9 En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de
Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su
Espíritu. La verdadera novedad es la que
(7 Cántico
espiritual, 36, 10).
(8 Adversus haereses, IV, c. 34, n. 1: PG 7, 1083: «Omnem novitatem attulit,
semetipsum afferens»). (9 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8
diciembre 1975), 7: AAS 68 (1976), 9).
Dios mismo
misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que
Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe
manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1
Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos
permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante
que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos
ofrece todo.
13. Tampoco
deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un
olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria
es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en
analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria
cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc
22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria
agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron
el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la
tarde» (Jn 1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera
nube de testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que
incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente:
«Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios» (Hb
13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en
la vida de la fe: «Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron
tu abuela Loide y tu madre Eunice» (2 Tm 1,5). El creyente es fundamentalmente
«memorioso».
III. La
nueva evangelización para la transmisión de la fe
14. En la
escucha del Espíritu, que nos ayuda a reconocer comunitariamente los signos de
los tiempos, del 7 al 28 de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para
la transmisión de la fe cristiana. Allí se recordó que la nueva evangelización
convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos.10 En primer
lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el
fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente
frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su
Palabra y del Pan de vida eterna».11 También se incluyen en este ámbito los
fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, expresándola de
diversas maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral
se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez
mejor y con toda su vida al amor de Dios.
En segundo
lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que no viven las
exigencias del Bautismo»,12 no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya
no experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se
empeña para que vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el
deseo de comprometerse con el Evangelio. Finalmente, remarquemos que la
evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a
quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos
buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en
países de antigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el
Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no
como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría,
señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por
proselitismo sino «por atracción».13
15. Juan
Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud
por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea
primordial de la Iglesia».14 La actividad misionera «representa aún hoy día el
mayor desafío para la Iglesia»15 y «la causa misionera debe ser la primera».16
¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente
reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la
Iglesia.
11 BENEDICTO
XVI, Homilía durante la Santa Misa conclusiva de la XIII Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (28 octubre 2012): AAS 104 (2012), 890.
12 Ibíd.
13 BENEDICTO XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en el Santuario de «La
Aparecida» (13 mayo 2007): AAS 99 (2007), 437.
14 Carta
enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 34: AAS 83 (1991), 280. 15 Ibíd.,
40: AAS 83 (1991), 287.
16 Ibíd., 86: AAS 83 (1991), 333.
- 10 -
En
esta línea, los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos
quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos»17 y que hace falta
pasar «de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente
misionera».18 Esta tarea sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la
Iglesia: «Habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que
por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).
Propuesta y
límites de esta Exhortación
16. Acepté
con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación.19 Al
hacerlo, recojo la riqueza de los trabajos del Sínodo. También he consultado a
diversas personas, y procuro además expresar las preocupaciones que me mueven
en este momento concreto de la obra evangelizadora de la Iglesia. Son
innumerables los temas relacionados con la evangelización en el mundo actual
que podrían desarrollarse aquí. Pero he renunciado a tratar detenidamente esas
múltiples cuestiones que deben ser objeto de estudio y cuidadosa
profundización. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una
palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la
Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados
locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus
territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable
«descentralización».
17. Aquí he
optado por proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la
Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo. Dentro de
ese marco, y en base a la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium,
decidí, entre otros temas, detenerme largamente en las siguientes cuestiones:
a) La
reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza. d)
La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.
17 V
CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de
Aparecida, 548.
18 Ibíd., 370.
19 Cf. Propositio 1.
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18. Me
extendí en esos temas con un desarrollo que quizá podrá pareceros excesivo.
Pero no lo hice con la intención de ofrecer un tratado, sino sólo para mostrar
la importante incidencia práctica de esos asuntos en la tarea actual de la
Iglesia. Todos ellos ayudan a perfilar un determinado estilo evangelizador que
invito a asumir en cualquier actividad que se realice. Y así, de esta manera,
podamos acoger, en medio de nuestro compromiso diario, la exhortación de la
Palabra de Dios: «Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito, ¡alegraos!» (Flp
4,4).
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Capítulo
primero
La transformación misionera de la Iglesia
19. La
evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt
28,19-20). En estos versículos se presenta el momento en el cual el Resucitado
envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de
manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra.
I. Una
Iglesia en salida
20. En la
Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios
quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una
tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te
envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex
3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy,
en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre
nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta
nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el
camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado:
salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio.
21. La
alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es
una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que
regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se
estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación
alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de
admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles
«cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un
signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre
tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar
siempre de nuevo, siempre más allá. El
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Señor dice:
«Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque
para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya
no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el
Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.
22. La
Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio
habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el
agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad
inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas
que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas.
23. La
intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión
«esencialmente se configura como comunión misionera».20 Fiel al modelo del
Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en
todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo.
La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así
se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo
una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El
Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él debía
anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y
pueblo» (Ap 14,6).
Primerear,
involucrarse, acompañar, fructificar y festejar
24. La
Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que
se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan
disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor
tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso,
ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los
excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber
experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva.
¡Atrevámonos un poco
20 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 32:
AAS 81 (1989), 451.
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más a
primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los
pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los
discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad
evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás,
achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la
vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los
evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en
todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas
largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y
evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La
comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la
quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador,
cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas
ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean
imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta
el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de
enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y
renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe
«festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la
evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en
medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se
evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es
celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso
donativo.
II. Pastoral
en conversión
25. No
ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras
épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de
expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero
que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en
el camino de una conversión
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pastoral y
misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple
administración».21 Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un
«estado permanente de misión».22
26. Pablo VI
invitó a ampliar el llamado a la renovación, para expresar con fuerza que no se
dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos
este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: «La Iglesia debe
profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le
es propio [...] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo
deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la
quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)- y el rostro
real que hoy la Iglesia presenta [...] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso
y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que
denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo
del modelo que Cristo nos dejó de sí».23
El Concilio
Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente
reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia
consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación [...] Cristo
llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia
misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad».24
Hay
estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo
evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que
las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu
evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación», cualquier
estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Una
impostergable renovación eclesial
21 V
CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de
Aparecida, 201.
22 Ibíd.,
551.
23 PABLO VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 3: AAS 56 (1964),
611-612.
24 CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.
- 16 -
27. Sueño
con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres,
los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se
convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que
para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión
pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se
vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea
más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante
actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a
quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo II a los Obispos de
Oceanía, «toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como
objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial».25
28. La
parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran
plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la
creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la
única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse
continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus
hijos y de sus hijas».
26 Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del
pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en
un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia
eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento
de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la
adoración y la celebración.
27 A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus
miembros para que sean agentes de evangelización.
28 Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para
seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que
reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía
no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la
gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten
completamente a la misión.
25 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre 2001), 19:
AAS 94 (2002), 390.
26 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre
1988), 26: AAS 81 (1989), 438.
27 Cf. Propositio 26. 28 Cf. Propositio 44.
- 17 -
29. Las
demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades,
movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el
Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Muchas veces
aportan un nuevo fervor evangelizador y una capacidad de diálogo con el mundo
que renuevan a la Iglesia. Pero es muy sano que no pierdan el contacto con esa
realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en
la pastoral orgánica de la Iglesia particular.29 Esta integración evitará que
se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan
en nómadas sin raíces.
30. Cada
Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo,
también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de
la evangelización,30 ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en
un lugar del mundo, y en ella «verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo,
que es Una, Santa, Católica y Apostólica».31 Es la Iglesia encarnada en un
espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por
Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se
expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más
necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio
territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales.32 Procura estar siempre
allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado.33 En orden a que
este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto
también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de
discernimiento, purificación y reforma.
31. El
obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana
siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes
tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará
delante para indicar el camino y cuidar la
29 Cf.
Propositio 26.
30 Cf. Propositio 41.
31 CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de
los Obispos, 11.
32 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en un Congreso con ocasión
del 40 Aniversario del Decreto Ad Gentes (11 marzo 2006): AAS 98 (2006), 337.
33 Cf. Propositio 42.
- 18 -
esperanza
del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía
sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para
ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato
para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica,
abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los
mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico34 y otras
formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a
algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos
participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño
misionero de llegar a todos.
32. Dado que
estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una
conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las
sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más
fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la
evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una
forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial
de su misión, se abra a una situación nueva».35 Hemos avanzado poco en ese
sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal
necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano
II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las
Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin
de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta».36 Pero este deseo no
se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente
un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de
atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad
doctrinal.37 Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de
la Iglesia y su dinámica misionera.
33. La
pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del
«siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y
34 Cf. cc.
460-468; 492-502; 511-514; 536-537.
35 Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995),
95: AAS 87 (1995), 977-978.
36 CONC.
ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
37 Cf. JUAN PABLO II, Motu proprio Apostolos suos (21 mayo 1998): AAS 90
(1998), 641-658.
- 19 -
creativos en
esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin
una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada
a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y
valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo
importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente
con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.
III. Desde
el corazón del Evangelio
34. Si
pretendemos poner todo en clave misionera, esto también vale para el modo de
comunicar el mensaje. En el mundo de hoy, con la velocidad de las
comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios,
el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y
reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De ahí que algunas cuestiones
que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia queden fuera del contexto
que les da sentido. El problema mayor se produce cuando el mensaje que
anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin
dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de
Jesucristo. Entonces conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros
interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden
conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga
sentido, hermosura y atractivo.
35. Una pastoral
en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una
multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se
asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos
sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es
lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más
necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y
verdad, y así se vuelve más contundente y radiante.
- 20 -
36. Todas
las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la
misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más
directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que
resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo
muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay
un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa
su conexión con el fundamento de la fe cristiana».38 Esto vale tanto para los
dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso
para la enseñanza moral.
37. Santo
Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una
jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden.39 Allí lo que
cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6). Las
obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia
interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del
Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor».40 Por ello
explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas
las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya
que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias.
Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener
misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo».41
38. Es importante
sacar las consecuencias pastorales de la enseñanza conciliar, que recoge una
antigua convicción de la Iglesia. Ante todo hay que decir que en el anuncio del
Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la
frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen
en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo de un año litúrgico
habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o
la justicia, se
38 CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 11.
39 Cf. Summa Theologiae I-II, q. 66, art. 4-6.
40 Summa Theologiae I-II, q. 108, art. 1.
41 Summa
Theologiae II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1: «No adoramos a
Dios con sacrificios y dones exteriores por Él mismo, sino por nosotros y por
el prójimo. Él no necesita nuestros sacrificios, pero quiere que se los
ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del prójimo. Por eso, la
misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le
agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo».
- 21 -
produce una
desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes
que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo
sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de
Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios.
39. Así como
la organicidad entre las virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal
cristiano, ninguna verdad es negada. No hay que mutilar la integralidad del
mensaje del Evangelio. Es más, cada verdad se comprende mejor si se la pone en
relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto
todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras. Cuando la
predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de
algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una
ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un
catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al
Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros
mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia
se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de
amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de
la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está
nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se
anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su
frescura y dejará de tener «olor a Evangelio».
IV. La
misión que se encarna en los límites humanos
40. La
Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la
Palabra revelada y en su comprensión de la verdad. La tarea de los exégetas y
de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia».42 De otro modo
también lo hacen las demás ciencias. Refiriéndose a las ciencias sociales, por
ejemplo, Juan Pablo II ha dicho que la Iglesia presta atención a sus aportes
«para sacar indicaciones concretas que le
42 CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina
Revelación, 12.
- 22 -
ayuden a
desempeñar su misión de Magisterio».43 Además, en el seno de la Iglesia hay
innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con
amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y
pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor,
también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el
riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica
defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta
dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y
desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del
Evangelio.44
41. Al mismo
tiempo, los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una
constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un
lenguaje que permita advertir su permanente novedad. Pues en el depósito de la
doctrina cristiana «una cosa es la substancia [...] y otra la manera de
formular su expresión».45 A veces, escuchando un lenguaje completamente
ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y
comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo. Con la
santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en
algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es
verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una formulación, pero no
entregamos la substancia. Ése es el riesgo más grave. Recordemos que «la
expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de
expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje
evangélico en su inmutable significado».46
43 JUAN
PABLO II, Motu proprio Socialium Scientiarum (1 enero 1994): AAS 86 (1994),
209.
44 Santo Tomás de Aquino remarcaba que la multiplicidad y la variedad «proviene
de la intención del primer agente», quien quiso que «lo que faltaba a cada cosa
para representar la bondad divina, fuera suplido por las otras», porque su
bondad «no podría representarse convenientemente por una sola criatura» (Summa
Theologiae I, q. 47, art. 1). Por eso nosotros necesitamos captar la variedad
de las cosas en sus múltiples relaciones (cf. Summa Theologiae I, q. 47, art.
2, ad 1; q. 47, art. 3). Por razones análogas, necesitamos escucharnos unos a
otros y complementarnos en nuestra captación parcial de la realidad y del
Evangelio.
45 JUAN XXIII, Discurso en la solemne apertura del Concilio Vaticano II (11
octubre 1962): AAS 54 (1962), 792: «Est enim aliud ipsum depositum fidei, seu
veritates, quae veneranda doctrina nostra continentur, aliud modus, quo eaedem
enuntiantur».
46 JUAN PABLO II, Carta enc. Ut unum sint (25 mayo 1995), 19: AAS 87 (1995),
933.
- 23 -
42. Esto
tiene una gran incidencia en el anuncio del Evangelio si de verdad tenemos el
propósito de que su belleza pueda ser mejor percibida y acogida por todos. De
cualquier modo, nunca podremos convertir las enseñanzas de la Iglesia en algo
fácilmente comprendido y felizmente valorado por todos. La fe siempre conserva
un aspecto de cruz, alguna oscuridad que no le quita la firmeza de su adhesión.
Hay cosas que sólo se comprenden y valoran desde esa adhesión que es hermana
del amor, más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y
argumentos. Por ello, cabe recordar que todo adoctrinamiento ha de situarse en
la actitud evangelizadora que despierte la adhesión del corazón con la
cercanía, el amor y el testimonio.
43. En su
constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer
costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy
arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la
misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser
bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del
Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay normas o
preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero
que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de
Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo
de Dios «son poquísimos».47 Citando a san Agustín, advertía que los preceptos
añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no
hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una
esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre».48 Esta
advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería
ser uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la
Iglesia y de su predicación que permita realmente llegar a todos.
44. Por otra
parte, tanto los Pastores como todos los fieles que acompañen a sus hermanos en
la fe o en un camino de apertura a Dios, no pueden olvidar lo que con tanta
claridad enseña el Catecismo de la Iglesia católica:
47 Summa Theologiae I-II, q. 107, art. 4. 48 Ibíd.
- 24 -
«La
imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e
incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el
temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o
sociales».49
Por lo
tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con
misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que
se van construyendo día a día.50 A los sacerdotes les recuerdo que el
confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia
del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio
de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes
dificultades. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico
de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y
caídas.
45. Vemos
así que la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de
las circunstancias. Procura siempre comunicar mejor la verdad del Evangelio en
un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que
pueda aportar cuando la perfección no es posible. Un corazón misionero sabe de
esos límites y se hace «débil con los débiles [...] todo para todos» (1 Co
9,22). Nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por
la rigidez autodefensiva. Sabe que él mismo tiene que crecer en la comprensión
del Evangelio y en el discernimiento de los senderos del Espíritu, y entonces no
renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del
camino.
V. Una madre
de corazón abierto.
46. La
Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los
demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin
rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la
ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para
acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre
del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando
regrese, pueda entrar sin dificultad.
49 N. 1735.
50 Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Familiaris consortio (22
noviembre 1981), 34: AAS 74 (1982), 123.
- 25 -
47. La
Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos
concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas
partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se
acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas
cerradas. Pero hay otras puertas que tampoco se deben cerrar. Todos pueden
participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la
comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una
razón cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es
«la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la
vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y
un alimento para los débiles.51 Estas convicciones también tienen consecuencias
pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo
nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero
la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno
con su vida a cuestas.
48. Si la
Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin
excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio,
se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos
ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser
despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué recompensarte» (Lc
14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje
tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del
Evangelio»,52 y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del
Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un
vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.
51 Cf. SAN
AMBROSIO, De Sacramentis, IV, 6, 28: PL 16, 464: «Tengo que recibirle siempre,
para que siempre perdone mis pecados. Si peco continuamente, he de tener
siempre un remedio»; ibíd., IV, 5, 24: PL 16, 463: «El que comió el maná murió;
el que coma de este cuerpo obtendrá el perdón de sus pecados»; SAN CIRILO DE
ALEJANDRÍA, In Joh. Evang. IV, 2: PG 73, 584-585: «Me he examinado y me he
reconocido indigno. A los que así hablan les digo: ¿y cuándo seréis dignos?
¿Cuándo os presentaréis entonces ante Cristo? Y si vuestros pecados os impiden
acercaros y si nunca vais a dejar de caer –¿quién conoce sus delitos?, dice el
salmo–, ¿os quedaréis sin participar de la santificación que vivifica para la
eternidad?».
52 BENEDICTO
XVI, Discurso durante el encuentro con el Episcopado brasileño en la Catedral
de San Pablo, Brasil (11 mayo 2007), 3: AAS 99 (2007), 428.
- 26 -
49.
Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para
toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de
Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a
la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser
el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra
conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el
consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los
contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros
de comer!» (Mc 6,37).
- 27 -
Capítulo
segundo
En la crisis del compromiso comunitario
50. Antes de
hablar acerca de algunas cuestiones fundamentales relacionadas con la acción
evangelizadora, conviene recordar brevemente cuál es el contexto en el cual nos
toca vivir y actuar. Hoy suele hablarse de un «exceso de diagnóstico» que no
siempre está acompañado de propuestas superadoras y realmente aplicables. Por
otra parte, tampoco nos serviría una mirada puramente sociológica, que podría
tener pretensiones de abarcar toda la realidad con su metodología de una manera
supuestamente neutra y aséptica. Lo que quiero ofrecer va más bien en la línea
de un discernimiento evangélico. Es la mirada del discípulo misionero, que se
«alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo».53
51. No es
función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad
contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una «siempre vigilante
capacidad de estudiar los signos de los tiempos».54 Se trata de una
responsabilidad grave, ya que algunas realidades del presente, si no son bien
resueltas, pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de
revertir más adelante. Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del
Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios. Esto implica no
sólo reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo, sino –y
aquí radica lo decisivo– elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo.
Doy por supuestos los diversos análisis que ofrecieron otros documentos del
Magisterio universal, así como los que han propuesto los episcopados regionales
y nacionales. En esta Exhortación sólo pretendo detenerme brevemente, con una
mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o
debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque
afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden
también en los sujetos que participan de un modo más directo en las
instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras.
53 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 10: AAS
84 (1992), 673.
54 PABLO VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 19: AAS 56 (1964),
632.
- 28 -
I. Algunos
desafíos del mundo actual
52. La
humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los
adelantos que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que
contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la
salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar
que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el
día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El
miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso
en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la
falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente.
Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este
cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos,
cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo
científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en
distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del
conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces
anónimo.
No a una
economía de la exclusión
53. Así como
el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la
vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la
inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de
frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos
en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del
juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se
come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la
población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin
salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se
puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que,
además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la
- 29 -
explotación
y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su
misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está
en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los
excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
54. En este
contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que
todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra
provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta
opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza
burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los
mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos
siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o
para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una
globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama
de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas
esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo
que de ninguna manera nos altera.
No a la
nueva idolatría del dinero
55. Una de
las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido
con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y
nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que
en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía
del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de
oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el
fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un
objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a
la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave
- 30 -
carencia de
su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus
necesidades: el consumo.
56. Mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se
quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este
desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los
mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control
de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva
tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e
implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a
los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su
poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una
evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder
y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en
orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio
ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado,
convertidos en regla absoluta.
No a un
dinero que gobierna en lugar de servir
57. Tras
esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética
suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente,
demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una
amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En
definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que
está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas,
Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano
a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La
ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social
más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los
gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la
antigüedad: «No
- 31 -
compartir
con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son
nuestros los bienes que tenemos, sino suyos».55
58. Una
reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud
enérgico por parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a afrontar
este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la
especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa
ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de
recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos.
Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las
finanzas a una ética en favor del ser humano.
No a la
inequidad que genera violencia
59. Hoy en
muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la
exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos
será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y
a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas
de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano
provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona
en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos
policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la
tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción
violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y
económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal
consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a
socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por
más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado
en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y
de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir
del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de
la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz
todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas.
55 SAN JUAN
CRISÓSTOMO, De Lazaro Concio II, 6: PG 48, 992D.
- 32 -
60. Los
mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero
resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente
dañino del tejido social. Así la inequidad genera tarde o temprano una
violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo
sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy
no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar
soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean
culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas
generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los
tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve
todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la
corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos,
empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los
gobernantes.
Algunos
desafíos culturales
61.
Evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que
puedan presentarse.56 A veces éstos se manifiestan en verdaderos ataques a la
libertad religiosa o en nuevas situaciones de persecución a los cristianos, las
cuales en algunos países han alcanzado niveles alarmantes de odio y violencia.
En muchos lugares se trata más bien de una difusa indiferencia relativista,
relacionada con el desencanto y la crisis de las ideologías que se provocó como
reacción contra todo lo que parezca totalitario. Esto no perjudica sólo a la
Iglesia, sino a la vida social en general. Reconozcamos que una cultura, en la
cual cada uno quiere ser el portador de una propia verdad subjetiva, vuelve
difícil que los ciudadanos deseen integrar un proyecto común más allá de los
beneficios y deseos personales.
56 Cf.
Propositio 13.
- 33 -
62. En la
cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo
inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede
el lugar a la apariencia. En muchos países, la globalización ha significado un
acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias
pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas pero éticamente
debilitadas. Así lo han manifestado en distintos Sínodos los Obispos de varios
continentes. Los Obispos africanos, por ejemplo, retomando la Encíclica Sollicitudo
rei socialis, señalaron años atrás que muchas veces se quiere convertir a los
países de África en simples «piezas de un mecanismo y de un engranaje
gigantesco. Esto sucede a menudo en el campo de los medios de comunicación
social, los cuales, al estar dirigidos mayormente por centros de la parte Norte
del mundo, no siempre tienen en la debida consideración las prioridades y los
problemas propios de estos países, ni respetan su fisonomía cultural».57
Igualmente, los Obispos de Asia «subrayaron los influjos que desde el exterior
se ejercen sobre las culturas asiáticas. Están apareciendo nuevas formas de
conducta, que son resultado de una excesiva exposición a los medios de
comunicación social [...] Eso tiene como consecuencia que los aspectos negativos
de las industrias de los medios de comunicación y de entretenimiento ponen en
peligro los valores tradicionales».58
63. La fe
católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación
de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros
que parecen proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es, por una parte, el
resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista
e individualista y, por otra parte, un aprovechamiento de las carencias de la
población que vive en las periferias y zonas empobrecidas, que sobrevive en
medio de grandes dolores humanos y busca soluciones inmediatas para sus
necesidades. Estos movimientos religiosos, que se caracterizan por su sutil
penetración, vienen a llenar, dentro del individualismo imperante, un vacío
dejado por el racionalismo secularista.
57 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre 1995), 52:
AAS 88 (1996), 32-33; ID., Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre
1987), 22: AAS 80 (1988), 539. 58 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal
Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 7: AAS 92 (2000), 458.
- 34 -
Además,
es necesario que reconozcamos que, si parte de nuestro pueblo bautizado no
experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia
de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras
parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los
problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas
partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una
sacramentalización sin otras formas de evangelización.
64. El
proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo
privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una
creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal
y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una
desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la
juventud, tan vulnerable a los cambios. Como bien indican los Obispos de
Estados Unidos de América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de
normas morales objetivas, válidas para todos, «hay quienes presentan esta
enseñanza como injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos.
Tales alegatos suelen provenir de una forma de relativismo moral que está
unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los
individuos. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera
un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual».59
Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de
datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda
superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente,
se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que
ofrezca un camino de maduración en valores.
65. A pesar
de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países
-aun donde el cristianismo es minoría- la Iglesia católica es una institución
creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la
solidaridad y de la preocupación por los más carenciados.
59 UNITED STATES CONFERENCE OF CATHOLIC BISHOPS,
Ministry to Persons with a Homosexual Inclination: Guidelines for Pastoral Care
(2006), 17.
- 35 -
En
repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de
problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida,
los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y
universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos
cuesta mostrar que, cuando planteamos otras cuestiones que despiertan menor
aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas convicciones sobre la
dignidad humana y el bien común.
66. La
familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y
vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se
vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad,
el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y
donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto
como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de
cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero
el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la
emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan
los Obispos franceses, no procede «del sentimiento amoroso, efímero por
definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que
aceptan entrar en una unión de vida total».60
67. El
individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita
el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que
desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral debe mostrar mejor
todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que
sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales. Mientras en el mundo,
especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y
enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al
otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de
ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2). Por otra parte, hoy surgen
muchas formas de asociación para la defensa de derechos y para la consecución
de nobles objetivos. Así se manifiesta una sed de participación de numerosos
ciudadanos que quieren ser constructores del desarrollo social y cultural.
60
CONFÉRENCE DES ÉVÊQUES DE FRANCE. Conseil Famille et Société, Elargir le
mariage aux personnes de même sexe? Ouvrons le débat! (28 septiembre 2012).
- 36 -
Desafíos de
la inculturación de la fe
68. El
substrato cristiano de algunos pueblos –sobre todo occidentales– es una
realidad viva. Allí encontramos, especialmente en los más necesitados, una
reserva moral que guarda valores de auténtico humanismo cristiano. Una mirada
de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu
Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa pensar que no hay
auténticos valores cristianos donde una gran parte de la población ha recibido
el Bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras.
Allí hay que reconocer mucho más que unas «semillas del Verbo», ya que se trata
de una auténtica fe católica con modos propios de expresión y de pertenencia a
la Iglesia. No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura
marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites,
tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates
del secularismo actual. Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe
y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y
creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una
mirada agradecida.
69. Es
imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el
Evangelio. En los países de tradición católica se tratará de acompañar, cuidar
y fortalecer la riqueza que ya existe, y en los países de otras tradiciones
religiosas o profundamente secularizados se tratará de procurar nuevos procesos
de evangelización de la cultura, aunque supongan proyectos a muy largo plazo.
No podemos, sin embargo, desconocer que siempre hay un llamado al crecimiento.
Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el
caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas
debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el
alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía,
creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc.
Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas
y liberarlas.
70. También
es cierto que a veces el acento, más que en el impulso de la piedad cristiana,
se coloca en formas exteriores de tradiciones de ciertos
- 37 -
grupos, o en
supuestas revelaciones privadas que se absolutizan. Hay cierto cristianismo de
devociones, propio de una vivencia individual y sentimental de la fe, que en
realidad no responde a una auténtica «piedad popular». Algunos promueven estas
expresiones sin preocuparse por la promoción social y la formación de los
fieles, y en ciertos casos lo hacen para obtener beneficios económicos o algún
poder sobre los demás. Tampoco podemos ignorar que en las últimas décadas se ha
producido una ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana en el
pueblo católico. Es innegable que muchos se sienten desencantados y dejan de
identificarse con la tradición católica, que son más los padres que no bautizan
a sus hijos y no les enseñan a rezar, y que hay un cierto éxodo hacia otras
comunidades de fe. Algunas causas de esta ruptura son: la falta de espacios de
diálogo familiar, la influencia de los medios de comunicación, el subjetivismo
relativista, el consumismo desenfrenado que alienta el mercado, la falta de
acompañamiento pastoral a los más pobres, la ausencia de una acogida cordial en
nuestras instituciones, y nuestra dificultad para recrear la adhesión mística
de la fe en un escenario religioso plural.
Desafíos de
las culturas urbanas
71. La nueva
Jerusalén, la Ciudad santa (cf. Ap 21,2-4), es el destino hacia donde peregrina
toda la humanidad. Es llamativo que la revelación nos diga que la plenitud de
la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad. Necesitamos reconocer
la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que
descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. La
presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos
realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los
ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de
verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada.
Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero, aunque lo
hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa.
- 38 -
72. En la
ciudad, lo religioso está mediado por diferentes estilos de vida, por
costumbres asociadas a un sentido de lo temporal, de lo territorial y de
las
relaciones, que difiere del estilo de los habitantes rurales. En sus vidas
cotidianas los ciudadanos muchas veces luchan por sobrevivir, y en esas luchas
se esconde un sentido profundo de la existencia que suele entrañar también un
hondo sentido religioso. Necesitamos contemplarlo para lograr un diálogo como
el que el Señor desarrolló con la samaritana, junto al pozo, donde ella buscaba
saciar su sed (cf. Jn 4,7-26).
73. Nuevas
culturas continúan gestándose en estas enormes geografías humanas en las que el
cristiano ya no suele ser promotor o generador de sentido, sino que recibe de
ellas otros lenguajes, símbolos, mensajes y paradigmas que ofrecen nuevas
orientaciones de vida, frecuentemente en contraste con el Evangelio de Jesús.
Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad. El Sínodo ha constatado que
hoy las transformaciones de esas grandes áreas y la cultura que expresan son un
lugar privilegiado de la nueva evangelización.61 Esto requiere imaginar
espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas
y significativas para los habitantes urbanos. Los ambientes rurales, por la
influencia de los medios de comunicación de masas, no están ajenos a estas
transformaciones culturales que también operan cambios significativos en sus
modos de vida.
74. Se
impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios,
con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales. Es
necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar
con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No
hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes
puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas
formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos
sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas
formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de
segregación y de violencia. La Iglesia está llamada a ser servidora de un
difícil diálogo. Por otra parte, aunque hay ciudadanos que consiguen los medios
adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar, son
61 Cf.
Propositio 25.
- 39 -
muchísimos
los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos». La
ciudad produce una suerte de permanente ambivalencia, porque, al mismo tiempo
que ofrece a sus ciudadanos infinitas posibilidades, también aparecen numerosas
dificultades para el pleno desarrollo de la vida de muchos. Esta contradicción
provoca sufrimientos lacerantes. En muchos lugares del mundo, las ciudades son
escenarios de protestas masivas donde miles de habitantes reclaman libertad,
participación, justicia y diversas reivindicaciones que, si no son
adecuadamente interpretadas, no podrán acallarse por la fuerza.
75. No
podemos ignorar que en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de
drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de
ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo,
lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad,
frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza mutua.
Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para
conectar e integrar. La proclamación del Evangelio será una base para restaurar
la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar
en las ciudades vida en abundancia (cf. Jn 10,10). El sentido unitario y
completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para
los males urbanos, aunque debamos advertir que un programa y un estilo uniforme
e inflexible de evangelización no son aptos para esta realidad. Pero vivir a
fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento
testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, mejora al cristiano y
fecunda la ciudad.
II.
Tentaciones de los agentes pastorales
76. Siento
una enorme gratitud por la tarea de todos los que trabajan en la Iglesia. No
quiero detenerme ahora a exponer las actividades de los diversos agentes
pastorales, desde los obispos hasta el más sencillo y desconocido de los
servicios eclesiales. Me gustaría más bien reflexionar acerca de los desafíos que
todos ellos enfrentan en medio de la actual cultura globalizada. Pero tengo que
decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en
el mundo actual es enorme. Nuestro
- 40 -
dolor y
nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los
propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan
a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan
personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la
tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos
abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o
se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la
humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre. Agradezco el hermoso
ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con
alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de
superar el egoísmo para entregarme más.
77. No
obstante, como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por
la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas
posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos.
Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los
agentes pastorales, «lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado
y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las
preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios
evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de
orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y
sociales».62 Al mismo tiempo, quiero llamar la atención sobre algunas
tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales.
Sí al
desafío de una espiritualidad misionera
78. Hoy se
puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas,
una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de
distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como
si no fueran parte de la propia identidad.
62 AZIONE
CATTOLICA ITALIANA, Messaggio della XIV Assemblea Nazionale alla Chiesa ed al
Paese (8 mayo 2011).
- 41 -
Al
mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos
que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los
demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden
advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del
individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males
que se alimentan entre sí.
79. La
cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una
marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un cierto desencanto.
Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una
especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su
identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso,
porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten
identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega.
Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como
todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se
vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado.
80. Se
desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea
de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el
doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que
determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios
no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás
no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran.
Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones
doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a
aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana
que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en
la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!
No a la
acedia egoísta
81. Cuando
más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos
laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea
apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su
tiempo libre.
- 42 -
Hoy se ha vuelto
muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las
parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo
semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo
personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan
imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea
evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de
Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten
a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia
paralizante.
82. El
problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las
actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad
que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de
lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino
tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral
puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos
irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por
no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del
cielo. Otros, por apegarse a algunos proyectos o a sueños de éxitos imaginados
por su vanidad. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una
despersonalización de la pastoral que lleva a prestar más atención a la
organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la «hoja de
ruta» que la ruta misma. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer
dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que
los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna
contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz.
83. Así se
gesta la mayor amenaza, que «es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la
Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad
la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad».63 Se desarrolla la
psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de
museo.
63 J.
RATZINGER, Situación actual de la fe y la teología. Conferencia pronunciada en
el Encuentro de Presidentes de Comisiones Episcopales de América Latina para la
doctrina de la fe, celebrado en Guadalajara, México, 1996, publicada en
L’Osservatore Romano, 1 noviembre 1996. Cf. V CONFERENCIA GENERAL DEL
EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida, 12.
- 43 -
Desilusionados
con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante
tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del
corazón como «el más preciado de los elixires del demonio».64 Llamados a
iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo
generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo
apostólico. Por todo esto me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría
evangelizadora!
No al
pesimismo estéril
84. La
alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22).
Los males de nuestro mundo –y los de la Iglesia– no deberían ser excusas para
reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer.
Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el
Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el
pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar
el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio
de la cizaña. A cincuenta años del Concilio Vaticano II, aunque nos duelan las
miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos ingenuos, el mayor
realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor
generosidad. En ese sentido, podemos volver a escuchar las palabras del beato
Juan XXIII en aquella admirable jornada del 11 de octubre de 1962: «Llegan, a
veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas
que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la
medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina [...]
Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar
siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese
inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a
un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero
más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de
planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades,
aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia».65
64 G.
BERNANOS, Journal d’un curé de campagne, Paris 1974, 135.
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85. Una de
las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia
de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de
vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en
el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la
batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias
fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo
que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se
manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una
cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva
con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la
derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la
cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica.
86. Es
cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual,
fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que
destruyen sus raíces cristianas. Allí «el mundo cristiano se está haciendo
estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en
arena».66 En otros países, la resistencia violenta al cristianismo obliga a los
cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman. Ésta es otra
forma muy dolorosa de desierto. También la propia familia o el propio lugar de
trabajo puede ser ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de
irradiarla. Pero «precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de
este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su
importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a
descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo
contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de
la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa.
65 JUAN
XXIII, Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 octubre
1962), 4, 2-4: AAS 54 (1962), 789.
66 J. H. NEWMAN, Letter of 26 January 1833, en
The Letters and Diaries of John Henry Newman, III, Oxford 1979, 204.
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Y en
el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida,
indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan
viva la esperanza».67 En todo caso, allí estamos llamados a ser
personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se
convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde,
traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos
robar la esperanza!
Sí a las
relaciones nuevas que genera Jesucristo
87. Hoy, que
las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado
desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística
de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de
apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una
verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa
peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se
traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si
pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan
liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien.
Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la
humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos.
88. El ideal
cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente,
el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo
actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o
hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la
dimensión social del Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo
puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones
interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y
sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio
nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con
su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría
que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de
Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la
comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros.
El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.
67 BENEDICTO
XVI, Homilía durante la Santa Misa de apertura del Año de la Fe (11 octubre
2012): AAS 104 (2012), 881.
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89. El
aislamiento, que es una traducción del inmanentismo, puede expresarse en una
falsa autonomía que excluye a Dios, pero puede también encontrar en lo
religioso una forma de consumismo espiritual a la medida de su individualismo
enfermizo. La vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan
a nuestra época son fenómenos ambiguos. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea
el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que
no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin
compromiso con el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que
los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los
convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán
engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios.
90. Las
formas propias de la religiosidad popular son encarnadas, porque han brotado de
la encarnación de la fe cristiana en una cultura popular. Por eso mismo
incluyen una relación personal, no con energías armonizadoras sino con Dios,
Jesucristo, María, un santo. Tienen carne, tienen rostros. Son aptas para
alimentar potencialidades relacionales y no tanto fugas individualistas. En
otros sectores de nuestras sociedades crece el aprecio por diversas formas de
«espiritualidad del bienestar» sin comunidad, por una «teología de la
prosperidad» sin compromisos fraternos o por experiencias subjetivas sin
rostros, que se reducen a una búsqueda interior inmanentista.
91. Un
desafío importante es mostrar que la solución nunca consistirá en escapar de
una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos
comprometa con los otros. Eso es lo que hoy sucede cuando los creyentes
procuran esconderse y quitarse de encima a los demás, y cuando sutilmente
escapan de un lugar a otro o de una tarea a otra, quedándose sin vínculos
profundos y estables: «Imaginatio locorum et mutatio multos fefellit».68 Es un
falso remedio que enferma el corazón, y a veces el cuerpo.
68 TOMÁS DE
KEMPIS, De Imitatione Christi, Liber Primus, IX, 5: «La imaginación y mudanza
de lugares engañó a muchos».
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Hace falta
ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse con
los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como
compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de
aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus
reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado
cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de
optar por la fraternidad.69
92. Allí
está la verdadera sanación, ya que el modo de relacionarnos con los demás que
realmente nos sana en lugar de enfermarnos es una fraternidad mística,
contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe
descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la
convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor
divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno.
Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc
12,32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea
sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar
testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva.70 ¡No nos
dejemos robar la comunidad!
No a la
mundanidad espiritual
93. La
mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e
incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la
gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los
fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros
y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?» (Jn 5,44).
69 Vale el
testimonio de Santa Teresa de Lisieux, en su trato con aquella hermana que le
resultaba particularmente desagradable, donde una experiencia interior tuvo un
impacto decisivo: «Una tarde de invierno estaba yo cumpliendo, como de
costumbre, mi dulce tarea para con la hermana Saint-Pierre. Hacía frío,
anochecía... De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento
musical. Entonces me imaginé un salón muy bien iluminado, todo resplandeciente
de ricos dorados; y en él, señoritas elegantemente vestidas, prodigándose
mutuamente cumplidos y cortesías mundanas. Luego posé la mirada en la pobre
enferma, a quien yo sostenía. En lugar de una melodía, escuchaba de vez en cuando
sus gemidos lastimeros [...] Yo no puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo
único que sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, los cuales
sobrepasaban de tal modo el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que
no podía creer en mi felicidad» (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscrito C, 29
vo-30 ro, en Oeuvres complètes, Paris 1992, 274-275).
70 Cf.
Propositio 8.
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Es un
modo sutil de buscar «sus propios intereses y no los de Cristo Jesús» (Flp
2,21). Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los
estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la
apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece
correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, «sería infinitamente más desastrosa
que cualquiera otra mundanidad simplemente moral».71
94. Esta
mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente
emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el
subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de
razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en
definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de
sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico
de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una
supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo
narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es
analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la
gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni
los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo
antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de
cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.
95. Esta
oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero
con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia». En algunos hay
un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la
Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el
Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida
de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. En
otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por
mostrar
conquistas
sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos
prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización
autorreferencial.
71 H. DE
LUBAC, Méditation sur l’Église, Paris 1968, 231.
- 49 -
También
puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida
social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en
un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y
evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la
Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo
encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale
realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de
Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una
autocomplacencia egocéntrica.
96. En este
contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún
poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples
soldados de un escuadrón que sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes
apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales
derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser
historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada
en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es
«sudor de nuestra frente». En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre
«lo que habría que hacer» –el pecado del «habriaqueísmo»– como maestros
espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra
imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo
fiel.
97. Quien ha
caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los
hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores
ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón
al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de
esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es
una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la
Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de
entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes
espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el
gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados
en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No
nos dejemos robar el Evangelio!
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No a la
guerra entre nosotros
98. Dentro
del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el
barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también
entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar
en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder,
prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una
pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más
que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o
cual grupo que se siente diferente o especial.
99. El mundo
está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso
individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros
en pos del propio bienestar. En diversos países resurgen enfrentamientos y
viejas divisiones que se creían en parte superadas. A los cristianos de todas
las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de
comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan
admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os
acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os
tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al
Padre: «Que sean uno en nosotros [...] para que el mundo crea» (Jn 17,21).
¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos
hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos,
que son de todos.
100. A los
que están heridos por divisiones históricas, les resulta difícil aceptar que
los exhortemos al perdón y la reconciliación, ya que interpretan que ignoramos
su dolor, o que pretendemos hacerles perder la memoria y los ideales. Pero si
ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso
es siempre una luz que atrae.
- 51 -
Por ello me
duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre
personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones,
calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas
a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable
caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?
101. Pidamos
al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley!
¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en
contra de todo! A cada uno de nosotros se dirige la exhortación paulina: «No te
dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y
también: «¡No nos cansemos de hacer el bien!» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías
y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos
digamos al Señor: «Señor yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por
él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso
en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar
el ideal del amor fraterno!
Otros
desafíos eclesiales
102. Los
laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio
está la minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la
identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso
laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran
fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la
fe. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del
Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas
partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades
importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares
para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los
mantiene al margen de las decisiones. Si bien se percibe una mayor
participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se
refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social,
político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin
un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de
la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de los grupos
profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante.
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103. La
Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una
sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más
propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención
femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no
exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten
responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al
acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a
la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una
presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es
necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de
garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral»72 y en los
diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia
como en las estructuras sociales.
104. Las
reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme
convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia
profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente.
El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se
entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero
puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la
potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la
potestad sacerdotal «nos encontramos en el ámbito de la función, no de la
dignidad ni de la santidad».73 El sacerdocio ministerial es uno de los medios
que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del
Bautismo, que es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo
Cabeza –es decir, como fuente capital de la gracia– no implica una exaltación
que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones «no dan lugar
a la superioridad de los unos sobre los otros».
72
PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, 295.
73 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre
1988), 51: AAS 81 (1989), 493.
- 53 -
74 De hecho,
una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del
sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente
que «está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico
de Cristo».75 Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la
potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su
autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para
los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que
esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman
decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia.
105. La
pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido
el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras habituales,
no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y
heridas. A los adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus
inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos
comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los
frutos esperados. La proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos
predominantemente juveniles pueden interpretarse como una acción del Espíritu
que abre caminos nuevos acordes a sus expectativas y búsquedas de
espiritualidad profunda y de un sentido de pertenencia más concreto. Se hace
necesario, sin embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de
conjunto de la Iglesia.76
106. Aunque
no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se creció en dos aspectos: la
conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de
que ellos tengan un protagonismo mayor. Cabe reconocer que, en el contexto
actual de crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los
jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas
formas de militancia y voluntariado.
74
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Inter Insigniores, sobre la
cuestión de la admisión de la mujer al sacerdocio ministerial (15 octubre
1976), VI: AAS 69 (1977) 115, citada en JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal
Christifideles laici (30 diciembre 1988), 51, nota 190: AAS 81 (1989), 493.
75 JUAN
PABLO II, Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto
1988), 27: AAS 80 (1988), 1718. 76 Cf. Propositio 51.
- 54 -
Algunos
participan en la vida de la Iglesia, integran grupos de servicio y diversas
iniciativas misioneras en sus propias diócesis o en otros lugares. ¡Qué bueno
es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a
cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!
107. En
muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor
apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay
vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas.
Aun en parroquias donde los sacerdotes son poco entregados y alegres, es la
vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de
consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa
comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a
sus jóvenes un camino de especial consagración. Por otra parte, a pesar de la
escasez vocacional, hoy se tiene más clara conciencia de la necesidad de una
mejor selección de los candidatos al sacerdocio. No se pueden llenar los
seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan
con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o
bienestar económico.
108. Como ya
dije, no he intentado ofrecer un diagnóstico completo, pero invito a las
comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la
conciencia de sus desafíos propios y cercanos. Espero que, cuando lo hagan,
tengan en cuenta que, cada vez que intentamos leer en la realidad actual los
signos de los tiempos, es conveniente escuchar a los jóvenes y a los ancianos.
Ambos son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la
sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir tontamente los mismos
errores del pasado. Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la
esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos
abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras
y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual. Los desafíos
están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia
y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!
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Capítulo
tercero
El anuncio del Evangelio
110. Después
de tomar en cuenta algunos desafíos de la realidad actual, quiero recordar
ahora la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque «no puede
haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el
Señor», y sin que exista un «primado de la proclamación de Jesucristo en
cualquier actividad de evangelización».77 Recogiendo las inquietudes de los
Obispos asiáticos, Juan Pablo II expresó que, si la Iglesia «debe cumplir su
destino providencial, la evangelización, como predicación alegre, paciente y
progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo, debe ser
vuestra prioridad absoluta».78 Esto vale para todos.
I. Todo el
Pueblo de Dios anuncia el Evangelio
111. La
evangelización es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es
más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo
que peregrina hacia Dios. Es ciertamente un misterio que hunde sus raíces en la
Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo peregrino y
evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión
institucional. Propongo detenernos un poco en esta forma de entender la
Iglesia, que tiene su fundamento último en la libre y gratuita iniciativa de
Dios.
Un pueblo
para todos
112. La
salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones
humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande.
Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí.79 Él envía su Espíritu a nuestros
corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces
de responder con nuestra vida a ese amor. La Iglesia es enviada por Jesucristo
como sacramento de la salvación ofrecida por Dios.
77 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 19: AAS
92 (2000), 478.
78 Ibíd., 2: AAS 92 (2000), 451.
79 Cf. Propositio 4.
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80 Ella, a
través de sus acciones evangelizadoras, colabora como instrumento de la gracia
divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión. Bien lo
expresaba Benedicto XVI al abrir las reflexiones del Sínodo: «Es importante
saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera
viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos
esta iniciativa divina, podremos también ser –con Él y en Él–
evangelizadores».81 El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro
que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización.
113. Esta
salvación, que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos,82
y Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de
todos los tiempos. Ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres
aislados.83 Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus
propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de
relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este
pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia. Jesús no dice a los Apóstoles
que formen un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús dice: «Id y haced que
todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). San Pablo afirma que en el
Pueblo de Dios, en la Iglesia, «no hay ni judío ni griego [...] porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28). Me gustaría decir a aquellos que
se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, a los que son temerosos o a los
indiferentes: ¡El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con
gran respeto y amor!
114. Ser
Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del
Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere
decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a
menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den
esperanza, que den nuevo vigor en el camino.
80 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
81 BENEDICTO XVI, Meditación en la primera Congregación general de la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (8 octubre 2012): AAS 104
(2012), 897.
82 Cf. Propositio 6; CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes,
sobre la Iglesia en el mundo actual, 22
83 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 9.
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La Iglesia
tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda
sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del
Evangelio.
Un pueblo
con muchos rostros
115. Este
Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales
tiene su cultura propia. La noción de cultura es una valiosa herramienta para
entender las diversas expresiones de la vida cristiana que se dan en el Pueblo
de Dios. Se trata del estilo de vida que tiene una sociedad determinada, del
modo propio que tienen sus miembros de relacionarse entre sí, con las demás
criaturas y con Dios. Así entendida, la cultura abarca la totalidad de la vida
de un pueblo.84 Cada pueblo, en su devenir histórico, desarrolla su propia cultura
con legítima autonomía.85 Esto se debe a que la persona humana «por su misma
naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social»,86 y está siempre
referida a la sociedad, donde vive un modo concreto de relacionarse con la
realidad. El ser humano está siempre culturalmente situado: «naturaleza y
cultura se hallan unidas estrechísimamente».87 La gracia supone la cultura, y
el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe.
116. En
estos dos milenios de cristianismo, innumerable cantidad de pueblos han
recibido la gracia de la fe, la han hecho florecer en su vida cotidiana y la
han transmitido según sus modos culturales propios. Cuando una comunidad acoge
el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza
transformadora del Evangelio. De modo que, como podemos ver en la historia de
la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que,
«permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y
a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y
de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado».84 Cf. III CONFERENCIA
GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Puebla,
386-387.
85 CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 36.
86 Ibíd., 25.
87 Ibíd.,
53.
88 JUAN PABLO II, Carta ap. Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), 40: AAS
93 (2001), 294-295.
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88 En los
distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura,
la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra «la belleza de este rostro
pluriforme». 89 En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el
Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la
Revelación y regalándole un nuevo rostro. En la inculturación, la Iglesia
«introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad»,90 porque
«toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la
manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio».91 Así, «la Iglesia,
asumiendo los valores de las diversas culturas, se hace “sponsa ornata
monilibus suis”, “la novia que se adorna con sus joyas” (cf. Is 61,10)».92
117. Bien
entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el
Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros
corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima
Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía
del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el
vínculo de amor entre el Padre y el Hijo.93 Él es quien suscita una múltiple y
diversa riqueza de dones y al mismo tiempo construye una unidad que nunca es
uniformidad sino multiforme armonía que atrae. La evangelización reconoce
gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia. No
haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo
monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado
estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un
pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de
ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de
nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no
es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y
antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio.
89 Ibíd.,
40: AAS 93 (2001), 295.
90 JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 52: AAS
83 (1991), 300. Cf. Exhort. ap. Catechesi Tradendae (16 octubre 1979), 53: AAS
71 (1979), 1321.
91 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre
2001), 16: AAS 94 (2002), 384.
92 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa (14 septiembre
1995), 61: AAS 88 (1996), 39.
93 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 39, art. 8 cons. 2:
«Excluido el Espíritu Santo, que es el nexo de ambos, no se puede entender la
unidad de conexión entre el Padre y el Hijo»; cf. también I, q. 37, art. 1, ad
3.
- 60 -
El mensaje
que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia
caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos
mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.
118. Los
Obispos de Oceanía pidieron que allí la Iglesia «desarrolle una comprensión y
una presentación de la verdad de Cristo que arranque de las tradiciones y
culturas de la región», e instaron «a todos los misioneros a operar en armonía
con los cristianos indígenas para asegurar que la fe y la vida de la Iglesia se
expresen en formas legítimas adecuadas a cada cultura».94 No podemos pretender
que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten
los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la
historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la
comprensión y de la expresión de una cultura.95 Es indiscutible que una sola
cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.
Todos somos
discípulos misioneros
119. En
todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza
santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es
santo por esta unción que lo hace infalible «in credendo». Esto significa que
cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe.
El Espíritu lo guía en la verdad y lo conduce a la salvación.96 Como parte de
su misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota a la totalidad de los fieles
de un instinto de la fe –el sensus fidei– que los ayuda a discernir lo que
viene realmente de Dios. La presencia del Espíritu otorga a los cristianos una
cierta connaturalidad con las realidades divinas y una sabiduría que los
permite captarlas intuitivamente, aunque no tengan el instrumental adecuado
para expresarlas con precisión.
94 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Oceania (22 noviembre 2001), 17:
AAS 94 (2002), 385.
95 Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre
1999), 20: AAS 92 (2000), 480.
96 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 12.
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120. En
virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido
en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera
que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un
agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización
llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea
sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo
protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un
llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la
evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios
que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo,
no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo
cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios
en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que
somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los
primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de
Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41).
La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera,
y muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra de la mujer» (Jn 4,39).
También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, «enseguida se puso
a predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hch 9,20). ¿A qué esperamos
nosotros?
121. Por
supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos
al mismo tiempo una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un
testimonio más claro del Evangelio. En ese sentido, todos tenemos que dejar que
los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos
postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a
Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso,
todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor
salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su
cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón
sabe que no es lo mismo la vida sin Él, entonces eso que has descubierto, eso
que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo
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que
necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa;
al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la
mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano
está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que lo tenga ya
conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera [...] y me lanzo
a lo que está por delante» (Flp 3,12-13).
La fuerza
evangelizadora de la piedad popular
122. Del
mismo modo, podemos pensar que los distintos pueblos en los que ha sido
inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos, agentes de la
evangelización. Esto es así porque cada pueblo es el creador de su cultura y el
protagonista de su historia. La cultura es algo dinámico, que un pueblo recrea
permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un sistema de
actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que ésta debe
reformular frente a sus propios desafíos. El ser humano «es al mismo tiempo
hijo y padre de la cultura a la que pertenece».97 Cuando en un pueblo se ha
inculturado el Evangelio, en su proceso de transmisión cultural también
transmite la fe de maneras siempre nuevas; de aquí la importancia de la
evangelización entendida como inculturación. Cada porción del Pueblo de Dios,
al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de
la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Puede
decirse que «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo».98 Aquí toma
importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera
espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente
desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal.99
123. En la
piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una
cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha
sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Concilio.
97 JUAN
PABLO II, Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998), 71: AAS 91 (1999),
60.
98 III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Puebla, 450; cf. V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO
LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida, 264.
99 Cf. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre
1999), 21: AAS 92 (2000), 483.
- 63 -
Fue Pablo VI
en su Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi quien dio un impulso decisivo
en ese sentido. Allí explica que la piedad popular «refleja una sed de Dios que
solamente los pobres y sencillos pueden conocer»100 y que «hace capaz de
generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la
fe».101 Más cerca de nuestros días, Benedicto XVI, en América Latina, señaló
que se trata de un «precioso tesoro de la Iglesia católica» y que en ella
«aparece el alma de los pueblos latinoamericanos».102
124. En el
Documento de Aparecida se describen las riquezas que el Espíritu Santo
despliega en la piedad popular con su iniciativa gratuita. En ese amado
continente, donde gran cantidad de cristianos expresan su fe a través de la
piedad popular, los Obispos la llaman también «espiritualidad popular» o
«mística popular».103 Se trata de una verdadera «espiritualidad encarnada en la
cultura de los sencillos».104 No está vacía de contenidos, sino que los
descubre y expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón
instrumental, y en el acto de fe se acentúa más el credere in Deum que el
credere Deum.105 Es «una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse
parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros»;106 conlleva la gracia de
la misionariedad, del salir de sí y del peregrinar: «El caminar juntos hacia
los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular,
también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto
evangelizador».107 ¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!
125. Para
entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen
Pastor, que no busca juzgar sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva
que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los
pueblos cristianos, especialmente en sus pobres.
100 N. 48:
AAS 68 (1976), 38.
101 Ibíd.
102 BENEDICTO XVI, Discurso en la Sesión inaugural de la V Conferencia
general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13 mayo 2007), 1: AAS 99
(2007), 446-447.
103 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Aparecida, 262.
104 Ibíd., 263.
105 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q. 2, art. 2.
106 V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE,
Documento de Aparecida, 264.
107 Ibíd.
- 64 -
Pienso en la
fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo que se aferran a un
rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga
de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para
pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo
crucificado. Quien ama al santo Pueblo fiel de Dios no puede ver estas acciones
sólo como una búsqueda natural de la divinidad. Son la manifestación de una
vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en
nuestros corazones (cf. Rm 5,5).
126. En la
piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza
activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la
obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla
para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada.
Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien
sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención,
particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.
Persona a
persona
127. Hoy que
la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de
predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el
Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a
los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de
una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un
hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el
amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle,
en la plaza, en el trabajo, en un camino.
128. En esta
predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo
personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus
esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el
corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra,
sea con la lectura de algún versículo o de un modo
- 65 -
narrativo,
pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se
hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su
amistad. Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de
quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y
tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa,
otras veces a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de
la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia
concreta. Si parece prudente y se dan las condiciones, es bueno que este
encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que se conecte con
las inquietudes que la persona ha manifestado. Así, percibirá mejor que ha sido
escuchada e interpretada, que su situación queda en la presencia de Dios, y
reconocerá que la Palabra de Dios realmente le habla a su propia existencia.
129. No hay
que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas
fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido
absolutamente invariable. Se transmite de formas tan diversas que sería
imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus
innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo. Por consiguiente, si el
Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya no se comunica sólo a través del
anuncio persona a persona. Esto debe hacernos pensar que, en aquellos países
donde el cristianismo es minoría, además de alentar a cada bautizado a anunciar
el Evangelio, las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al
menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es
que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la
cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque
estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si
dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar
de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance
alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra
cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la
Iglesia.
Carismas al
servicio de la comunión evangelizadora
- 66 -
130. El
Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos
carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia.108 No son un patrimonio
cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del
Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es
Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de
la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse
armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos.
Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras
sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en
que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial
será su ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve
auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser
un modelo para la paz en el mundo.
131. Las
diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el
Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y
convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La
diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo;
sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al
mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que
pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en
nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos
nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos,
terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la
misión de la Iglesia.
Cultura,
pensamiento y educación.
132. El
anuncio a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales,
científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las
ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la
108 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 12.
- 67 -
credibilidad,
una original apologética109 que ayude a crear las disposiciones para que el
Evangelio sea escuchado por todos. Cuando algunas categorías de la razón y de
las ciencias son acogidas en el anuncio del mensaje, esas mismas categorías se
convierten en instrumentos de evangelización; es el agua convertida en vino. Es
aquello que, asumido, no sólo es redimido sino que se vuelve instrumento del
Espíritu para iluminar y renovar el mundo.
133. Ya que
no basta la preocupación del evangelizador por llegar a cada persona, y el
Evangelio también se anuncia a las culturas en su conjunto, la teología –no
sólo la teología pastoral– en diálogo con otras ciencias y experiencias
humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del
Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios.110 La
Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los
teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo
con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a
cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es
necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora
de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de
escritorio.
134. Las
Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño
evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas,
que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del
Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura,
aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar
nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados.111
II. La
homilía.
135.
Consideremos ahora la predicación dentro de la liturgia, que requiere una seria
evaluación de parte de los Pastores. Me detendré
109 Cf.
Propositio 17. 110 Cf. Propositio 30. 111 Cf. Propositio 27.
- 68 -
particularmente,
y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su preparación, porque son
muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no
podemos hacer oídos sordos. La homilía es la piedra de toque para evaluar la
cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho,
sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos
ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar.
Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz
experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente
constante de renovación y de crecimiento.
136.
Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de
que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él
despliega su poder a través de la palabra humana. San Pablo habla con fuerza
sobre la necesidad de predicar, porque el Señor ha querido llegar a los demás
también mediante nuestra palabra (cf. Rm 10,14-17). Con la palabra, nuestro
Señor se ganó el corazón de la gente. Venían a escucharlo de todas partes (cf.
Mc 1,45). Se quedaban maravillados bebiendo sus enseñanzas (cf. Mc 6,2).
Sentían que les hablaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,27). Con la
palabra, los Apóstoles, a los que instituyó «para que estuvieran con él, y para
enviarlos a predicar» (Mc 3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a todos los
pueblos (cf. Mc 16,15.20).
El contexto
litúrgico
137. Cabe
recordar ahora que «la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo
en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación
y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son
proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las
exigencias de la alianza».112 Hay una valoración especial de la homilía que
proviene de su contexto eucarístico, que supera a toda catequesis por ser el
momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión
sacramental. La homilía es un
112 JUAN
PABLO II, Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 41: AAS 90 (1998), 738-739.
- 69 -
retomar ese
diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo. El que predica debe
reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el
deseo de Dios, y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no
pudo dar fruto.
138. La
homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los
recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración.
Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de
una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse
a una charla o una clase. El predicador puede ser capaz de mantener el interés
de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve más importante que
la celebración de la fe. Si la homilía se prolongara demasiado, afectaría dos
características de la celebración litúrgica: la armonía entre sus partes y el
ritmo. Cuando la predicación se realiza dentro del contexto de la liturgia, se
incorpora como parte de la ofrenda que se entrega al Padre y como mediación de
la gracia que Cristo derrama en la celebración. Este mismo contexto exige que la
predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con
Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. Esto reclama que la palabra del
predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el
ministro.
La conversación
de la madre.
139. Dijimos
que el Pueblo de Dios, por la constante acción del Espíritu en él, se
evangeliza continuamente a sí mismo. ¿Qué implica esta convicción para el
predicador? Nos recuerda que la Iglesia es madre y predica al pueblo como una
madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le
enseñe será para bien porque se sabe amado. Además, la buena madre sabe
reconocer todo lo que Dios ha sembrado en su hijo, escucha sus inquietudes y
aprende de él. El espíritu de amor que reina en una familia guía tanto a la
madre como al hijo en sus diálogos, donde se enseña y aprende, se corrige y se
valora lo bueno; así también ocurre en la homilía. El Espíritu, que inspiró los
Evangelios y que actúa en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay que
escuchar la fe del pueblo y cómo hay que predicar en cada Eucaristía. La
prédica cristiana, por
- 70 -
tanto,
encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber
lo que tiene que decir y para encontrar el modo como tiene que decirlo. Así
como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también
en la fe nos gusta que se nos hable en clave de «cultura materna», en clave de
dialecto materno (cf. 2 M 7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor.
Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso.
140. Este
ámbito materno-eclesial en el que se desarrolla el diálogo del Señor con su
pueblo debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del
predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus
frases, la alegría de sus gestos. Aun las veces que la homilía resulte algo
aburrida, si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será
fecunda, así como los aburridos consejos de una madre dan fruto con el tiempo
en el corazón de los hijos.
141. Uno se
admira de los recursos que tenía el Señor para dialogar con su pueblo, para
revelar su misterio a todos, para cautivar a gente común con enseñanzas tan
elevadas y de tanta exigencia. Creo que el secreto se esconde en esa mirada de
Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: «No temas, pequeño
rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino» (Lc 12,32);
Jesús predica con ese espíritu. Bendice lleno de gozo en el Espíritu al Padre
que le atrae a los pequeños: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, se las
has revelado a pequeños» (Lc 10,21). El Señor se complace de verdad en dialogar
con su pueblo y al predicador le toca hacerle sentir este gusto del Señor a su
gente.
Palabras que
hacen arder los corazones.
142. Un
diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto
de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por
medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las
personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo. La predicación puramente
moralista o adoctrinadora, y también la que se
- 71 -
convierte en
una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en
la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental: «La fe viene de
la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10,17). En la
homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de
verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la
belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del
bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante de
las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible
del amor que se le comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero
don antes que exigencia.
143. El
desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o
valores sueltos. Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia
entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que
hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón. El predicador tiene la
hermosísima y difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y
los de su pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza
entre ambos y estrecha el vínculo de la caridad. Durante el tiempo que dura la
homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él.
El Señor y su pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios.
Pero en la homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los
sentimientos, de manera tal que después cada uno elija por dónde sigue su
conversación. La palabra es esencialmente mediadora y requiere no sólo de los
dos que dialogan sino de un predicador que la represente como tal, convencido
de que «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y
a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4,5).
144. Hablar
de corazón implica tenerlo no sólo ardiente, sino iluminado por la integridad
de la Revelación y por el camino que esa Palabra ha recorrido en el corazón de
la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a lo largo de su historia. La identidad
cristiana, que es ese abrazo bautismal que nos dio de pequeños el Padre, nos
hace anhelar, como hijos pródigos –y predilectos en María–, el otro abrazo, el
del Padre misericordioso que nos espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo
se sienta como en medio de estos dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del
que predica el Evangelio.
- 72 -
III. La
preparación de la predicación
145. La
preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene
dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad
pastoral. Con mucho cariño quiero detenerme a proponer un camino de preparación
de la homilía. Son indicaciones que para algunos podrán parecer obvias, pero
considero conveniente sugerirlas para recordar la necesidad de dedicar un
tiempo de calidad a este precioso ministerio. Algunos párrocos suelen plantear
que esto no es posible debido a la multitud de tareas que deben realizar; sin
embargo, me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un
tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse
menos tiempo a otras tareas también importantes. La confianza en el Espíritu
Santo que actúa en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y
creativa. Implica ofrecerse como instrumento (cf. Rm 12,1), con todas las
propias capacidades, para que puedan ser utilizadas por Dios. Un predicador que
no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones
que ha recibido.
El culto a
la verdad.
146. El
primer paso, después de invocar al Espíritu Santo, es prestar toda la atención
al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación. Cuando uno se
detiene a tratar de comprender cuál es el mensaje de un texto, ejercita el
«culto a la verdad».113 Es la humildad del corazón que reconoce que la Palabra
siempre nos trasciende, que no somos «ni los dueños, ni los árbitros, sino los
depositarios, los heraldos, los servidores».114 Esa actitud de humilde y
asombrada veneración de la Palabra se expresa deteniéndose a estudiarla con
sumo cuidado y con un santo temor de manipularla. Para poder interpretar un
texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y darle tiempo,
interés y dedicación gratuita. Hay que dejar de lado cualquier preocupación que
nos
113 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 78: AAS 68 (1976), 71.
114 Ibíd.
- 73 -
domine para
entrar en otro ámbito de serena atención. No vale la pena dedicarse a leer un
texto bíblico si uno quiere obtener resultados rápidos, fáciles o inmediatos.
Por eso, la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un
tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y aquí se
trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede
detenerse todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9).
147. Ante
todo conviene estar seguros de comprender adecuadamente el significado de las
palabras que leemos. Quiero insistir en algo que parece evidente pero que no
siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o
tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora. Por más
que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua,
eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el
escritor sagrado. Son conocidos los diversos recursos que ofrece el análisis
literario: prestar atención a las palabras que se repiten o se destacan,
reconocer la estructura y el dinamismo propio de un texto, considerar el lugar
que ocupan los personajes, etc. Pero la tarea no apunta a entender todos los
pequeños detalles de un texto, lo más importante es descubrir cuál es el
mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad. Si el predicador
no realiza este esfuerzo, es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni
orden; su discurso será sólo una suma de diversas ideas desarticuladas que no
terminarán de movilizar a los demás. El mensaje central es aquello que el autor
en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una
idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue
escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue
escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito
para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas
opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea
misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias.
148. Es
verdad que, para entender adecuadamente el sentido del mensaje central de un
texto, es necesario ponerlo en conexión con la enseñanza de
- 74 -
toda la
Biblia, transmitida por la Iglesia. Éste es un principio importante de la
interpretación bíblica, que tiene en cuenta que el Espíritu Santo no inspiró
sólo una parte, sino la Biblia entera, y que en algunas cuestiones el pueblo ha
crecido en su comprensión de la voluntad de Dios a partir de la experiencia
vivida. Así se evitan interpretaciones equivocadas o parciales, que nieguen
otras enseñanzas de las mismas Escrituras. Pero esto no significa debilitar el
acento propio y específico del texto que corresponde predicar. Uno de los
defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder
transmitir la fuerza propia del texto que se ha proclamado.
La
personalización de la Palabra.
149. El
predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la
Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es
también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y
orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y
engendre dentro de sí una mentalidad nueva».115 Nos hace bien renovar cada día,
cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros
mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que «en
particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el
anuncio de la Palabra».116 Como dice san Pablo, «predicamos no buscando agradar
a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4). Si está
vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que
predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de
la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Las lecturas del domingo
resonarán con todo su esplendor en el corazón del pueblo si primero resonaron
así en el corazón del Pastor.
150. Jesús
se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás,
que enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella: «Atan
cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de
115 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 26: AAS
84 (1992), 698.
116 Ibíd., 25: AAS 84 (1992), 696.
- 75 -
los demás,
mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo» (Mt 23,4). El
Apóstol Santiago exhortaba: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos
míos, sabiendo que tendremos un juicio más severo» (3,1). Quien quiera
predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a
hacerla carne en su existencia concreta. De esta manera, la predicación consistirá
en esa actividad tan intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo que uno ha
contemplado».117 Por todo esto, antes de preparar concretamente lo que uno va a
decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra
que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz, que como una
espada, «penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y
médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12). Esto
tiene un valor pastoral. También en esta época la gente prefiere escuchar a los
testigos: «tiene sed de autenticidad [...] Exige a los evangelizadores que le
hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo
estuvieran viendo».118
151. No se
nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento,
que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no
bajemos los brazos. Lo indispensable es que el predicador tenga la seguridad de
que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha salvado, de que su amor tiene siempre
la última palabra. Ante tanta belleza, muchas veces sentirá que su vida no le
da gloria plenamente y deseará sinceramente responder mejor a un amor tan
grande. Pero si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si
no deja que toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo
movilice, si no dedica un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí será un
falso profeta, un estafador o un charlatán vacío. En todo caso, desde el
reconocimiento de su pobreza y con el deseo de comprometerse más, siempre podrá
entregar a Jesucristo, diciendo como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que
tengo te lo doy» (Hch 3,6). El Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y
creativos, que se dejan penetrar por su Palabra antes de transmitirla; su
mensaje debe pasar realmente a través del predicador, pero no sólo por su
razón, sino tomando posesión de todo su ser. El Espíritu Santo, que inspiró
117 SANTO
TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q. 188, art. 6.
118 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 76: AAS 68
(1976), 68.
- 76 -
la Palabra,
es quien «hoy, igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada
evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las
palabras que por sí solo no podría hallar».119
La lectura
espiritual
152. Hay una
forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de
dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina».
Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para
permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta lectura orante de la Biblia no
está separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje
central del texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir
qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida. La lectura espiritual de un
texto debe partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará
decir a ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus
propias decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y trasladar esa
confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo
Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).
153. En la
presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por
ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida
con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?»,
o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por
qué me atrae?». Cuando uno intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones.
Una de ellas es simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra
tentación muy común es comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para
evitar aplicarlo a la propia vida. También sucede que uno comienza a buscar
excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto. Otras veces
pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no estamos
todavía en condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a perder el gozo
en su encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que nadie es más paciente
119 Ibíd.,
75: AAS 68 (1976), 65.
- 77 -
que el Padre
Dios, que nadie comprende y espera como Él. Invita siempre a dar un paso más,
pero no exige una respuesta plena si todavía no hemos recorrido el camino que
la hace posible. Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia
existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos
a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.
Un oído en
el pueblo.
154. El
predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que
los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra
y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre «las
aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de
considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano»,
prestando atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y
respondiendo a las cuestiones que plantea».120 Se trata de conectar el mensaje
del texto bíblico con una situación humana, con algo que ellos viven, con una
experiencia que necesite la luz de la Palabra. Esta preocupación no responde a
una actitud oportunista o diplomática, sino que es profundamente religiosa y
pastoral. En el fondo es una «sensibilidad espiritual para leer en los
acontecimientos el mensaje de Dios»121 y esto es mucho más que encontrar algo
interesante para decir. Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea
decir en una determinada circunstancia».122 Entonces, la preparación de la
predicación se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se
intenta reconocer –a la luz del Espíritu– «una llamada que Dios hace oír en una
situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al
creyente».123
155. En esta
búsqueda es posible acudir simplemente a alguna experiencia humana frecuente,
como la alegría de un reencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la
compasión por el dolor ajeno, la inseguridad ante el
120 Ibíd.,
63: AAS 68 (1976), 53.
121 Ibíd., 43: AAS 68 (1976), 33.
122 Ibíd.
123 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992),
10: AAS 84 (1992), 672.
- 78 -
futuro, la
preocupación por un ser querido, etc.; pero hace falta ampliar la sensibilidad
para reconocer lo que tenga que ver realmente con la vida de ellos. Recordemos
que nunca hay que responder preguntas que nadie se hace; tampoco conviene
ofrecer crónicas de la actualidad para despertar interés: para eso ya están los
programas televisivos. En todo caso, es posible partir de algún hecho para que
la Palabra pueda resonar con fuerza en su invitación a la conversión, a la
adoración, a actitudes concretas de fraternidad y de servicio, etc., porque a
veces algunas personas disfrutan escuchando comentarios sobre la realidad en la
predicación, pero no por ello se dejan interpelar personalmente.
Recursos
pedagógicos.
156. Algunos
creen que pueden ser buenos predicadores por saber lo que tienen que decir,
pero descuidan el cómo, la forma concreta de desarrollar una predicación. Se
quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han
empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el mensaje. Recordemos que
«la evidente importancia del contenido no debe hacer olvidar la importancia de
los métodos y medios de la evangelización».124 La preocupación por la forma de
predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor
de Dios, entregándonos con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a
la misión que Él nos confía; pero también es un ejercicio exquisito de amor al
prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad. En la
Biblia, por ejemplo, encontramos la recomendación de preparar la predicación en
orden a asegurar una extensión adecuada: «Resume tu discurso. Di mucho en pocas
palabras» (Si 32,8).
157. Sólo
para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer
una predicación y volverla más atractiva. Uno de los esfuerzos más necesarios
es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes.
A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere
explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar sólo al entendimiento; las
imágenes, en cambio, ayudan a valorar
124 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 40: AAS 68 (1976), 31.
- 79 -
y aceptar el
mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se
sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida. Una
imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir,
despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una
buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un
sentimiento, una imagen».
158. Ya
decía Pablo VI que los fieles «esperan mucho de esta predicación y sacan fruto
de ella con tal que sea sencilla, clara, directa, acomodada».125 La sencillez
tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden
los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío. Frecuentemente
sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en
determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las
personas que los escuchan. Hay palabras propias de la teología o de la
catequesis, cuyo sentido no es comprensible para la mayoría de los cristianos.
El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y
pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente. Si uno
quiere adaptarse al lenguaje de los demás para poder llegar a ellos con la
Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita compartir la vida de la gente y
prestarle una gustosa atención. La sencillez y la claridad son dos cosas
diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco
clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica,
o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria
es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una
conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente
al predicador y captar la lógica de lo que les dice.
159. Otra
característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer
sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo
negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para
no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento. Además, una
predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja
encerrados en la negatividad. ¡Qué
125 Ibíd.,
43: AAS 68 (1976), 33.
- 80 -
bueno que
sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos
los recursos que hacen más atractiva la predicación!
IV. Una
evangelización para la profundización del kerygma.
160. El
envío misionero del Señor incluye el llamado al crecimiento de la fe cuando
indica: «enseñándoles a observar todo lo que os he mandado» (Mt 28,20). Así
queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de formación
y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento, que implica
tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella.
Cada ser humano necesita más y más de Cristo, y la evangelización no debería
consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir plenamente:
«Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20).
161. No
sería correcto interpretar este llamado al crecimiento exclusiva o
prioritariamente como una formación doctrinal. Se trata de «observar» lo que el
Señor nos ha indicado, como respuesta a su amor, donde se destaca, junto con
todas las virtudes, aquel mandamiento nuevo que es el primero, el más grande,
el que mejor nos identifica como discípulos: «Éste es mi mandamiento, que os
améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). Es evidente que cuando los
autores del Nuevo Testamento quieren reducir a una última síntesis, a lo más
esencial, el mensaje moral cristiano, nos presentan la exigencia ineludible del
amor al prójimo: «Quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley [...] De modo que amar
es cumplir la ley entera» (Rm 13,8.10). Así san Pablo, para quien el precepto
del amor no sólo resume la ley sino que constituye su corazón y razón de ser:
«Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo» (Ga 5,14). Y presenta a sus comunidades la vida cristiana como
un camino de crecimiento en el amor: «Que el Señor os haga progresar y
sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos» (1 Ts
3,12). También Santiago exhorta a los cristianos a cumplir «la ley real según
la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (2,8), para no fallar en
ningún precepto.
- 81 -
162. Por
otra parte, este camino de respuesta y de crecimiento está siempre precedido
por el don, porque lo antecede aquel otro pedido del Señor: «bautizándolos en
el nombre...» (Mt 28,19). La filiación que el Padre regala gratuitamente y la
iniciativa del don de su gracia (cf. Ef 2,8-9; 1 Co 4,7) son la condición de
posibilidad de esta santificación constante que agrada a Dios y le da gloria.
Se trata de dejarse transformar en Cristo por una progresiva vida «según el
Espíritu» (Rm 8,5).
Una
catequesis kerygmática y mistagógica.
163. La
educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento. Ya contamos
con varios textos magisteriales y subsidios sobre la catequesis ofrecidos por
la Santa Sede y por diversos episcopados. Recuerdo la Exhortación apostólica
Catechesi Tradendae (1979), el Directorio general para la catequesis (1997) y
otros documentos cuyo contenido actual no es necesario repetir aquí. Quisiera
detenerme sólo en algunas consideraciones que me parece conveniente destacar.
164. Hemos
redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer
anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y
de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego
del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo,
que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia
infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el
primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está
vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte».
Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está
al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo
superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio
principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese
que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la
catequesis, en todas sus etapas y momentos.126 Por ello también «el sacerdote,
como la
126 Cf.
Propositio 9.
- 82 -
Iglesia,
debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser
evangelizado».127
165. No hay
que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una
formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más
seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante
todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y
mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite
comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la
catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo
corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del
anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico
de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y
que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad,
y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas
doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador
ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al
diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
166. Otra
característica de la catequesis, que se ha desarrollado en las últimas décadas,
es la de una iniciación mistagógica,128 que significa básicamente dos cosas: la
necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la
comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación
cristiana. Muchos manuales y planificaciones todavía no se han dejado
interpelar por la necesidad de una renovación mistagógica, que podría tomar
formas muy diversas de acuerdo con el discernimiento de cada comunidad
educativa. El encuentro catequístico es un anuncio de la Palabra y está
centrado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación y una
atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio
proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona
en un camino comunitario de escucha y de respuesta.
127 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 26: AAS
84 (1992), 698.
128 Cf. Propositio 38.
- 83 -
167. Es
bueno que toda catequesis preste una especial atención al «camino de la
belleza» (via pulchritudinis).129 Anunciar a Cristo significa mostrar que creer
en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz
de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de
las pruebas. En esta línea, todas las expresiones de verdadera belleza pueden
ser reconocidas como un sendero que ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. No
se trata de fomentar un relativismo estético,130 que pueda oscurecer el lazo
inseparable entre verdad, bondad y belleza, sino de recuperar la estima de la
belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer en él la
verdad y la bondad del Resucitado. Si, como dice san Agustín, nosotros no
amamos sino lo que es bello,131 el Hijo hecho hombre, revelación de la infinita
belleza, es sumamente amable, y nos atrae hacia sí con lazos de amor. Entonces
se vuelve necesario que la formación en la via pulchritudinis esté inserta en
la transmisión de la fe. Es deseable que cada Iglesia particular aliente el uso
de las artes en su tarea evangelizadora, en continuidad con la riqueza del
pasado, pero también en la vastedad de sus múltiples expresiones actuales, en
orden a transmitir la fe en un nuevo «lenguaje parabólico».132 Hay que
atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne
para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se
valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no
convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los
evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros.
168. En lo
que se refiere a la propuesta moral de la catequesis, que invita a crecer en
fidelidad al estilo de vida del Evangelio, conviene manifestar siempre el bien
deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo
cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden
oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros
jueces que se ufanan en detectar todo peligro o
129 Cf. Propositio
20.
130 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Inter mirifica, sobre los medios de
comunicación social, 6.
131 Cf. De musica, VI, XIII, 38: PL 32, 1183-1184; Confes., IV, XIII, 20: PL
32, 701.
132 BENEDICTO XVI, Discurso en ocasión de la proyección del documental «Arte y
fe – via pulchritudinis» (25 octubre 2012): L’Osservatore Romano (27 octubre
2012), 7.
- 84 -
desviación,
es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras,
custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio.
El
acompañamiento personal de los procesos de crecimiento.
169. En una
civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por
los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad
malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y
detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros
ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de
la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que
iniciar a sus hermanos – sacerdotes, religiosos y laicos– en este «arte del
acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante
la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el
ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión
pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
170. Aunque
suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en
quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando
caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente
huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser
peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos
sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería contraproducente si se
convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las personas
en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
171. Más que
nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de
acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad
de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre
todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el
rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo
primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible
la proximidad, sin la
- 85 -
cual no
existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el
gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de
espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden
encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal
cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de
desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida. Pero siempre con
la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba santo Tomás de Aquino: que
alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien alguna de
las virtudes «a causa de algunas inclinaciones contrarias» que persisten.133 Es
decir, la organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente «in
habitu», aunque los condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos
hábitos virtuosos. De ahí que haga falta «una pedagogía que lleve a las
personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio».134 Para llegar a
un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones
verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa
paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: «El tiempo es el mensajero de Dios».
172. El
acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida
en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El
Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del
reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin
emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc
6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la
pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar
la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La
propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total
sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y
compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar
su confianza, su apertura y su disposición para crecer.
133 Summa Theologiae I-II q. 65, art. 3, ad 2: «propter aliquas
dispositiones contrarias».
134 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 20: AAS
92 (2000), 481.
- 86 -
173. El
auténtico acompañamiento espiritual siempre se inicia y se lleva adelante en el
ámbito del servicio a la misión evangelizadora. La relación de Pablo con
Timoteo y Tito es ejemplo de este acompañamiento y formación en medio de la
acción apostólica. Al mismo tiempo que les confía la misión de quedarse en cada
ciudad para «terminar de organizarlo todo» (Tt 1,5; cf. 1 Tm 1,3-5), les da
criterios para la vida personal y para la acción pastoral. Esto se distingue
claramente de todo tipo de acompañamiento intimista, de autorrealización
aislada. Los discípulos misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
En torno a
la Palabra de Dios.
174. No sólo
la homilía debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está
fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las
Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta
formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si
no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios
«sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial».135 La Palabra de Dios
escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza
interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio
evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja contraposición
entre Palabra y Sacramento. La Palabra proclamada, viva y eficaz, prepara la
recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra alcanza su máxima
eficacia.
175. El
estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los
creyentes.136 Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la
catequesis y todos los esfuerzos por transmitir la fe.137 La evangelización
requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis,
parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y
perseverante de la Biblia, así como promover su lectura
135
BENEDICTO XVI, Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010), 1:
AAS 102 (2010), 682.
136 Cf. Propositio 11.
137 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina
Revelación, 21-22.
- 87 -
orante personal
y comunitaria.138 Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que
Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran
desconocido sino que se ha mostrado».139 Acojamos el sublime tesoro de la
Palabra revelada.
138 Cf.
BENEDICTO XVI, Exhort. ap. postsinodal Verbum Domini (30 septiembre 2010),
86-87: AAS 102 (2010), 757-760.
139 BENEDICTO XVI, Discurso durante la primera Congregación general del Sínodo
de los Obispos (8 octubre 2012): AAS 104 (2012), 896.
- 88 -
Capítulo
cuarto
La dimensión social de la evangelización.
176.
Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. Pero «ninguna
definición parcial o fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica
que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e
incluso mutilarla».140 Ahora quisiera compartir mis inquietudes acerca de la
dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no
está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el
sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora.
I. Las
repercusiones comunitarias y sociales del kerygma.
177. El
kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del
Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido
del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la
caridad.
Confesión de
la fe y compromiso social.
178.
Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir
que «con ello le confiere una dignidad infinita».141 Confesar que el Hijo de
Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido
elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros
nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a
todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo,
no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales
entre los hombres».142 Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica
reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos
sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de
140 PABLO
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 17: AAS 68 (1976), 17.
141 JUAN PABLO II, Mensaje a los discapacitados, Ángelus (16 noviembre1980):
Insegnamenti 3/2 (1980), 1232.
142 PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, 52.
- 89 -
una mente
divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más
complejos e impenetrables».143 La evangelización procura cooperar también con
esa acción liberadora del Espíritu. El misterio mismo de la Trinidad nos
recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no
podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio
reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción
humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción
evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por
Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la
persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y
cuidar el bien de los demás.
179. Esta
inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo
amor fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras que conviene
considerar y meditar detenidamente para extraer de ellos todas sus
consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo
repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que tenga una real
incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades. ¡Qué peligroso y qué
dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la cautivación,
el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia! La
Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la
Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos con
los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida con que midáis, se
os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados;
no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os
dará [...] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que
expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el
hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma
moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento
espiritual
143 JUAN
PABLO II, Catequesis (24 abril 1991): Insegnamenti 14/1 (1991), 853.
- 90 -
en respuesta
a la donación absolutamente gratuita de Dios. Por eso mismo «el servicio de la
caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y
expresión irrenunciable de su propia esencia».144 Así como la Iglesia es
misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la
caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.
El Reino que
nos reclama.
180. Leyendo
las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo
la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería
entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos
individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una
serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La
propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina
en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social
será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos.
Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar
consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y
su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de
Jesús es instaurar el Reino de su Padre; Él pide a sus discípulos: «¡Proclamad
que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7).
181. El
Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo y nos recuerda aquel
principio de discernimiento que Pablo VI proponía con relación al verdadero
desarrollo: «Todos los hombres y todo el hombre».145 Sabemos que «la
evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación
recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la
vida concreta, personal y social del hombre».146 Se trata del criterio de
universalidad, propio de la dinámica del Evangelio, ya que el Padre desea que
todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en «recapitular
todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo
144
BENEDICTO XVI, Motu proprio Intima Ecclesiae natura (11 noviembre 2012): AAS
104 (2012), 996.
145 Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
146 PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), 29: AAS 68
(1976), 25.
- 91 -
un solo
jefe, que es Cristo» (Ef 1,10). El mandato es: «Id por todo el mundo, anunciad
la Buena Noticia a toda la creación» (Mc 16,15), porque «toda la creación
espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Toda la
creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera
que «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una
destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la
existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos
los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño»147. La verdadera
esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia.
La enseñanza
de la Iglesia sobre cuestiones sociales.
182. Las
enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores
o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar
ser concretos –sin pretender entrar en detalles– para que los grandes
principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a
nadie. Hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que «puedan incidir
eficazmente también en las complejas situaciones actuales».148 Los Pastores, acogiendo
los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre
todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea
evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no
se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está
sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la
felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la
plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1
Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión
cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y
a la obtención del bien común».149
183. Por
consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a
147 V
CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de
Aparecida, 380.
148 PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, 9.
149 JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in America (22 enero 1999),
27: AAS 91 (1999), 762.
- 92 -
la intimidad
secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional,
sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin
opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién
pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís
y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe
–que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de
cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro
paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y
amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus
anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa
común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del
Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe
quedarse al margen en la lucha por la justicia».150 Todos los cristianos,
también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un
mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es
ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese
sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de
Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo
en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el
ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico».151
184. No es
el momento para desarrollar aquí todas las graves cuestiones sociales que
afectan al mundo actual, algunas de las cuales comenté en el capítulo segundo.
Éste no es un documento social, y para reflexionar acerca de esos diversos
temas tenemos un instrumento muy adecuado en el Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, cuyo uso y estudio recomiendo vivamente. Además, ni el Papa ni
la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en
la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir
aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan diversas,
nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución
con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión.
150
BENEDICTO XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98
(2006), 239-240. 151 PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia, 12.
- 93 -
Incumbe a
las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su
país».152
185. A
continuación procuraré concentrarme en dos grandes cuestiones que me parecen
fundamentales en este momento de la historia. Las desarrollaré con bastante
amplitud porque considero que determinarán el futuro de la humanidad. Se trata,
en primer lugar, de la inclusión social de los pobres y, luego, de la paz y el
diálogo social.
II. La
inclusión social de los pobres.
186. De
nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos,
brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la
sociedad.
Unidos a
Dios escuchamos un clamor.
187. Cada
cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la
liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse
plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para
escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. Basta recorrer las Escrituras para descubrir
cómo el Padre bueno quiere escuchar el clamor de los pobres: «He visto la
aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores y
conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo [...] Ahora pues, ve, yo te
envío...» (Ex 3,7-8.10), y se muestra solícito con sus necesidades: «Entonces
los israelitas clamaron al Señor y Él les suscitó un libertador» (Jc 3,15).
Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios
para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su
proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con
un pecado» (Dt 15,9). Y la falta de solidaridad en sus necesidades afecta
directamente a nuestra relación con Dios: «Si te maldice lleno de amargura, su
Creador escuchará su imprecación» (Si 4,6). Vuelve siempre la vieja pregunta:
«Si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano
152 Carta
ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 4: AAS 63 (1971), 403.
- 94 -
que está
necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de
Dios?» (1 Jn 3,17). Recordemos también con cuánta contundencia el Apóstol
Santiago retomaba la figura del clamor de los oprimidos: «El salario de los
obreros que segaron vuestros campos, y que no habéis pagado, está gritando. Y
los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos»
(5,4).
188. La
Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la
misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se
trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el
Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la
justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas».153 En este marco se
comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc
6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas
estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los
pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las
miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco
desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos
esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en
términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de
los bienes por parte de algunos.
189. La
solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de
la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a
la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para
cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual
la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le
corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen
carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven
posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y
actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan
corruptas, pesadas e ineficaces.
153
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius (6
agosto 1984), XI, 1: AAS 76 (1984), 903.
- 95 -
190. A veces
se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de
la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del
hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos».154 Lamentablemente,
aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una
defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los
pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay
que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la
humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos
o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad.
Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus
derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los
demás».155 Para hablar adecuadamente de nuestros derechos necesitamos ampliar
más la mirada y abrir los oídos al clamor de otros pueblos o de otras regiones
del propio país. Necesitamos crecer en una solidaridad que «debe permitir a
todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino»,156 así
como «cada hombre está llamado a desarrollarse».157
191. En cada
lugar y circunstancia, los cristianos, alentados por sus Pastores, están
llamados a escuchar el clamor de los pobres, como tan bien expresaron los
Obispos de Brasil: «Deseamos asumir, cada día, las alegrías y esperanzas, las
angustias y tristezas del pueblo brasileño, especialmente de las poblaciones de
las periferias urbanas y de las zonas rurales –sin tierra, sin techo, sin pan,
sin salud– lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus
clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que
existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución
de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada
del desperdicio».158
154
PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, 157. 155 PABLO VI, Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 23:
AAS 63 (1971), 418. 156 PABLO VI, Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo
1967), 65: AAS 59 (1967), 289. 157 Ibíd., 15: AAS 59 (1967), 265.
158
CONFERÊNCIA NACIONAL DOS BISPOS DO BRASIL, Documento Exigências evangélicas e
éticas de superação da miséria e da fome (abril 2002), Introducción, 2.
- 96 -
192. Pero
queremos más todavía, nuestro sueño vuela más alto. No hablamos sólo de
asegurar a todos la comida, o un «decoroso sustento», sino de que tengan
«prosperidad sin exceptuar bien alguno».159 Esto implica educación, acceso al
cuidado de la salud y especialmente trabajo, porque en el trabajo libre,
creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la
dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás
bienes que están destinados al uso común.
Fidelidad al
Evangelio para no correr en vano.
193. El
imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando
se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas
de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la
vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los misericordiosos, porque
obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol Santiago enseña que la
misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino:
«Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de
libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia;
pero la misericordia triunfa en el juicio» (2,12-13). En este texto, Santiago
se muestra como heredero de lo más rico de la espiritualidad judía del
postexilio, que atribuía a la misericordia un especial valor salvífico: «Rompe
tus pecados con obras de justicia, y tus iniquidades con misericordia para con
los pobres, para que tu ventura sea larga» (Dn 4,24). En esta misma línea, la
literatura sapiencial habla de la limosna como ejercicio concreto de la
misericordia con los necesitados: «La limosna libra de la muerte y purifica de
todo pecado» (Tb 12,9). Más gráficamente aún lo expresa el Eclesiástico: «Como
el agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados» (3,30). La
misma síntesis aparece recogida en el Nuevo Testamento: «Tened ardiente caridad
unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud de los pecados» (1 Pe
4,8). Esta verdad penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la
Iglesia y ejerció una resistencia profética contracultural ante el
individualismo hedonista pagano. Recordemos sólo un ejemplo: «Así como, en
peligro de incendio,
159 JUAN
XXIII, Carta enc. Mater et Magistra (15 mayo 1961), 3: AAS 53 (1961), 402.
- 97 -
correríamos
a buscar agua para apagarlo [...] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera
la llama del pecado, y por eso nos turbamos, una vez que se nos ofrezca la
ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera
una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio».160
194. Es un
mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna
hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia
sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo,
sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué complicar lo
que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto
con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale
sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia
al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la
misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del
otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan
claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también
por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque «a los
defensores de «la ortodoxia» se dirige a veces el reproche de pasividad, de
indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia
intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen».161
195. Cuando
san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir «si corría o
había corrido en vano» (Ga 2,2), el criterio clave de autenticidad que le
indicaron fue que no se olvidara de los pobres (cf. Ga 2,10). Este gran
criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo
de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto
presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. La
belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por
nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los
últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha.
160 SAN
AGUSTÍN, De Catechizandis Rudibus, I, XIV, 22: PL 40, 327.
161 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius (6
agosto 1984), XI, 18: AAS 76 (1984), 907-908.
- 98 -
196. A veces
somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos
extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que
ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a
todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización
social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta
donación y la formación de esa solidaridad interhumana».162
El lugar
privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios.
197. El
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él
mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está
signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una
humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran
imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los
hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la
ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7);
creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse
el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de
desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los
pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza,
les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros,
los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se
identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia
hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).
198. Para la
Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural,
sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera
misericordia».163 Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe
de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos
162 JUAN
PABLO II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 41: AAS 83 (1991),
844-845.
163 JUAN PABLO II, Homilía durante la Misa para la evangelización de los
pueblos en Santo Domingo (11 octubre 1984), 5: AAS 77 (1985), 358.
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sentimientos
de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los
pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la
caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la
Iglesia».164 Esta opción –enseñaba Benedicto XVI– «está implícita en la fe
cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para
enriquecernos con su pobreza».165 Por eso quiero una Iglesia pobre para los
pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus
fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que
todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una
invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el
centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en
ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a
escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios
quiere comunicarnos a través de ellos.
199. Nuestro
compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y
asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante
todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo».166 Esta
atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a
partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al
pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de
vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al
otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su
apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que
le dé algo gratis».167 El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto
valor»,168 y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier
ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de
intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial
podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto
hará posible que «los pobres, en cada comunidad
164 JUAN
PABLO II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 42: AAS 80
(1988), 572.
165 Discurso en la Sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe (13 mayo 2007), 3: AAS 99 (2007), 450.
166 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae II-II, q. 27, art. 2.
167 Ibíd., I-II, q. 110, art. 1.
168 Ibíd., I-II, q. 26, art. 3
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cristiana,
se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz
presentación de la Buena Nueva del Reino?».169 Sin la opción preferencial por
los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre
el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la
actual sociedad de la comunicación nos somete cada día».170
200. Puesto
que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero
expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta
de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial
apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad,
su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de
un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por
los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada
y prioritaria.
201. Nadie
debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida
implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en
ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si
bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles
laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda
actividad humana sea transformada por el Evangelio,171 nadie puede sentirse
exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La
conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por
la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son
requeridos a todos».172 Temo que también estas palabras sólo sean objeto de
algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío
en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que
busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta.
169 JUAN
PABLO II, Carta ap. Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), 50: AAS 93 (2001),
303.
170 Ibíd.
171 Cf. Propositio 45.
172 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis nuntius (6
agosto 1984), XI, 18: AAS 76 (1984), 908.
- 101 -
Economía y
distribución del ingreso.
202. La
necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar,
no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la
sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y
que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden
ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras
no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la
autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando
las causas estructurales de la inequidad,173 no se resolverán los problemas del
mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males
sociales.
203. La
dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían
estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices
agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni
programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto
molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable
de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes,
molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable
de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un
compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven
objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante
estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La
vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar
por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al
bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos
los bienes de este mundo.
204. Ya no
podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El
crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone,
requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente
orientados a una mejor
173 Esto
implica «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía
mundial»: BENEDICTO XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático (8 enero 2007): AAS 99
(2007), 73.
- 102 -
distribución
del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de
los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un
populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que
son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad
reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos.
205. ¡Pido a
Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico
diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la
apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una
altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque
busca el bien común.174 Tenemos que convencernos de que la caridad «no es sólo
el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el
pequeño grupo, sino también de las macro- relaciones, como las relaciones
sociales, económicas y políticas».175 ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos
a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es
imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y
amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y
cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para
que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la
trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que
ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común
social.
206. La
economía, como la misma palabra indica, debería ser el arte de alcanzar una
adecuada administración de la casa común, que es el mundo entero. Todo acto
económico de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el
todo; por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad
común. De hecho, cada vez se vuelve más difícil encontrar soluciones locales
para las enormes contradicciones globales, por lo cual la política local se satura
de problemas a resolver. Si realmente queremos alcanzar una sana economía
mundial, hace falta en
174 Cf.
COMMISSION SOCIALE DES ÉVÊQUES DE FRANCE, Declaración Réhabiliter la politique
(17 febrero 1999); PÍO XI, Mensaje, 18 diciembre 1927.
175 BENEDICTO XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101
(2009), 642.
- 103 -
estos
momentos de la historia un modo más eficiente de interacción que, dejando a
salvo la soberanía de las naciones, asegure el bienestar económico de todos los
países y no sólo de unos pocos.
207.
Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir
tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los
pobres vivan con dignidad y para incluir a todos, también correrá el riesgo de
la disolución, aunque hable de temas sociales o critique a los gobiernos.
Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con
prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos.
208. Si
alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto
y con la mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o
ideología política. Mi palabra no es la de un enemigo ni la de un opositor.
Sólo me interesa procurar que aquellos que están esclavizados por una
mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas
cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más
noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra.
Cuidar la
fragilidad.
209. Jesús,
el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica
especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos
los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero
en el vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido invertir
para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida.
210. Es
indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y
fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso
aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo,
los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos
cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío
particular por ser Pastor de una
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Iglesia sin
fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una
generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local
sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades
que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen
de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades
que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan,
relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!
211. Siempre
me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata
de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos:
«¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está
ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de
prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que
trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los
distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras
ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las
manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.
212.
Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato
y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de
defender sus derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos
constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y
el cuidado de la fragilidad de sus familias.
213. Entre
esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los
niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy
se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se
quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda
impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la
Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo
ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida
por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano.
Supone la
- 105 -
convicción
de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y
en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para
resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos
sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían
sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola
razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida
humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad
personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como
ofensa al Creador del hombre».176
214.
Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro
mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia
cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al
respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones».
No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana.
Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las
mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les
presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente
cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o
en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas
situaciones de tanto dolor?
215. Hay
otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los
intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la
creación. Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las
demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan
estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como
una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie
como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de
destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras
generaciones.177 En
176 JUAN
PABLO II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 37:
AAS 81 (1989), 461.
177 Cf. Propositio 56.
- 106 -
este
sentido, hago propio el bello y profético lamento que hace varios años
expresaron los Obispos de Filipinas: «Una increíble variedad de insectos vivían
en el bosque y estaban ocupados con todo tipo de tareas [...] Los pájaros
volaban por el aire, sus plumas brillantes y sus diferentes cantos añadían
color y melodía al verde de los bosques [...] Dios quiso esta tierra para
nosotros, sus criaturas especiales, pero no para que pudiéramos destruirla y
convertirla en un páramo [...] Después de una sola noche de lluvia, mira hacia
los ríos de marrón chocolate de tu localidad, y recuerda que se llevan la
sangre viva de la tierra hacia el mar [...] ¿Cómo van a poder nadar los peces
en alcantarillas como el río Pasig y tantos otros ríos que hemos contaminado?
¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos
despojados de vida y de color?».178
216.
Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los
cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en
que vivimos.
III. El bien
común y la paz social.
217. Hemos
hablado mucho sobre la alegría y sobre el amor, pero la Palabra de Dios
menciona también el fruto de la paz (cf. Ga 5,22).
218. La paz
social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de
violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería
una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización
social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que
gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin
sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones
sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión
social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el
pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una
minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por
encima de la
178 CATHOLIC BISHOPS CONFERENCE OF THE PHILIPPINES, Carta pastoral What is
Happening to our Beautiful Land? (29 enero 1988).
- 107 -
tranquilidad
de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se
ven afectados, es necesaria una voz profética.
219. La paz
tampoco «se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre
precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de
un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los
hombres».179 En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo
integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos
conflictos y de variadas formas de violencia.
220. En cada
nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas
configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como
masa arrastrada por las fuerzas dominantes. Recordemos que «el ser ciudadano
fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación
moral».180 Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso
constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo
lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta
desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía.
221. Para
avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay
cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad
social. Brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia,
los cuales constituyen «el primer y fundamental parámetro de referencia para la
interpretación y la valoración de los fenómenos sociales».181 A la luz de
ellos, quiero proponer ahora estos cuatro principios que orientan
específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un
pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común. Lo hago con la
convicción de que su aplicación puede ser un genuino camino hacia la paz dentro
de cada nación y en el mundo entero.
El tiempo es
superior al espacio
179 PABLO
VI, Carta enc. Populorum Progressio (26 marzo 1967), 76: AAS 59 (1967),
294-295.
180 UNITED STATES CONFERENCE OF CATHOLIC BISHOPS, Carta pastoral Forming
Consciences for Faithful Citizenship (2007), 13.
181
PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia, 161.
- 108 -
222. Hay una
tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad
de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El «tiempo»,
ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del
horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en
un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del
momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al
futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para
avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.
223. Este
principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados
inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o
los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación
a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. Uno
de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste
en privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos.
Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el
presente, para intentar tomar posesión de todos los espacios de poder y
autoafirmación. Es cristalizar los procesos y pretender detenerlos. Darle prioridad
al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo
rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en
constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las
acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras
personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes
acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y
tenacidad.
224. A veces
me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente por
generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados
inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no
construyen la plenitud humana. La historia los juzgará quizás con aquel
criterio que enunciaba Romano Guardini: «El único patrón para valorar con
acierto una época es preguntar hasta qué punto se desarrolla en ella y alcanza
una auténtica razón de ser
- 109 -
la plenitud
de la existencia humana, de acuerdo con el carácter peculiar y las
posibilidades de dicha época».182
225. Este
criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener
presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo. El Señor
mismo en su vida mortal dio a entender muchas veces a sus discípulos que había
cosas que no podían comprender todavía y que era necesario esperar al Espíritu
Santo (cf. Jn 16,12-13). La parábola del trigo y la cizaña (cf. Mt 13,24-30)
grafica un aspecto importante de la evangelización que consiste en mostrar cómo
el enemigo puede ocupar el espacio del Reino y causar daño con la cizaña, pero
es vencido por la bondad del trigo que se manifiesta con el tiempo.
La unidad
prevalece sobre el conflicto.
226. El
conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si
quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la
realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura
conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
227. Ante el
conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara,
se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera
en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las
instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se
vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse
ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo
en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt
5,9).
228. De este
modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo
pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la
superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso
hace falta postular un principio que es
182 Das Ende
der Neuzeit, Würzburg 91965, 41-42.
- 110 -
indispensable
para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La
solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así
en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos,
las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra
nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el
otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.
229. Este
criterio evangélico nos recuerda que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y
tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y
sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz.
Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con
el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones
entre los discípulos. La paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a
su conflictividad permanente «haciendo la paz mediante la sangre de su cruz»
(Col 1,20). Pero si vamos al fondo de estos textos bíblicos, tenemos que llegar
a descubrir que el primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta
pacificación en las diferencias es la propia interioridad, la propia vida
siempre amenazada por la dispersión dialéctica.183 Con corazones rotos en miles
de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social.
230. El
anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la
unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto
en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta
entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie
de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada», como bien
enseñaron los Obispos del Congo: «La diversidad de nuestras etnias es una
riqueza [...] Sólo con la unidad, con la conversión de los corazones y con la
reconciliación podremos hacer avanzar nuestro país».184
183 Cf. I.
QUILES, S.I., Filosofía de la educación personalista, Buenos Aires 1981, 46-53.
184 COMITÉ PERMANENT DE LA CONFÉRENCE EPISCOPALE NATIONALE DU CONGO, Message
sur la situation sécuritaire dans le pays (5 diciembre 2012), 11.
- 111 -
La realidad
es más importante que la idea.
231. Existe
también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente
es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante,
evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en
el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que
postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone
evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los
totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos
más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin
bondad, los intelectualismos sin sabiduría.
232. La idea
–las elaboraciones conceptuales– está en función de la captación, la
comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad
origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o
definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el
razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa.
De otro modo, se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la
cosmética.185 Hay políticos –e incluso dirigentes religiosos– que se preguntan
por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan
lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura
idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la
sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente.
233. La
realidad es superior a la idea. Este criterio hace a la encarnación de la
Palabra y a su puesta en práctica: «En esto conoceréis el Espíritu de Dios:
todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne es de Dios» (1 Jn
4,2). El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando
encarnarse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar
la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros
santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger
la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin
185 Cf.
PLATÓN, Gorgias, 465.
- 112 -
pretender
elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos
inventar el Evangelio. Por otro lado, este criterio nos impulsa a poner en
práctica la Palabra, a realizar obras de justicia y caridad en las que esa Palabra
sea fecunda. No poner en práctica, no llevar a la realidad la Palabra, es
edificar sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos y
gnosticismos que no dan fruto, que esterilizan su dinamismo.
El todo es
superior a la parte.
234. Entre
la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta
prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo
tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies
sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos
extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y
globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos
artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos
programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños
localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse
interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de
sus límites.
235. El todo
es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no
hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre
hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a
todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir
las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don
de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más
amplia. Del mismo modo, una persona que conserva su peculiaridad personal y no
esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad, no se anula
sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo. No es ni la
esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza.
236. El
modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es
equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El
- 113 -
modelo es el
poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él
conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política
procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres
con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aun las personas
que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no
debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal,
conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una
sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.
237. A los
cristianos, este principio nos habla también de la totalidad o integridad del
Evangelio que la Iglesia nos transmite y nos envía a predicar. Su riqueza plena
incorpora a los académicos y a los obreros, a los empresarios y a los artistas,
a todos. La mística popular acoge a su modo el Evangelio entero, y lo encarna
en expresiones de oración, de fraternidad, de justicia, de lucha y de fiesta.
La Buena Noticia es la alegría de un Padre que no quiere que se pierda ninguno
de sus pequeñitos. Así brota la alegría en el Buen Pastor que encuentra la
oveja perdida y la reintegra a su rebaño. El Evangelio es levadura que fermenta
toda la masa y ciudad que brilla en lo alto del monte iluminando a todos los
pueblos. El Evangelio tiene un criterio de totalidad que le es inherente: no
termina de ser Buena Noticia hasta que no es anunciado a todos, hasta que no
fecunda y sana todas las dimensiones del hombre, y hasta que no integra a todos
los hombres en la mesa del Reino. El todo es superior a la parte.
IV. El
diálogo social como contribución a la paz.
238. La
evangelización también implica un camino de diálogo. Para la Iglesia, en este
tiempo hay particularmente tres campos de diálogo en los cuales debe estar
presente, para cumplir un servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano
y procurar el bien común: el diálogo con los Estados, con la sociedad –que
incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias– y con otros creyentes
que no forman parte de la Iglesia católica.
- 114 -
En todos los
casos «la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe»,186 aporta su
experiencia de dos mil años y conserva siempre en la memoria las vidas y
sufrimientos de los seres humanos. Esto va más allá de la razón humana, pero
también tiene un significado que puede enriquecer a los que no creen e invita a
la razón a ampliar sus perspectivas.
239. La
Iglesia proclama «el evangelio de la paz» (Ef 6,15) y está abierta a la
colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar
este bien universal tan grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en
persona (cf. Ef 2,14), la nueva evangelización anima a todo bautizado a ser
instrumento de pacificación y testimonio creíble de una vida reconciliada.187
Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como
forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de
la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor
principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es
una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de
unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se
apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos,
de un pacto social y cultural.
240. Al
Estado compete el cuidado y la promoción del bien común de la sociedad.188
Sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad, y con un gran
esfuerzo de diálogo político y creación de consensos, desempeña un papel
fundamental, que no puede ser delegado, en la búsqueda del desarrollo integral
de todos. Este papel, en las circunstancias actuales, exige una profunda
humildad social.
241. En el
diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para
todas las cuestiones particulares. Pero junto con las diversas fuerzas
sociales, acompaña las propuestas que mejor respondan a la dignidad de la
persona humana y al bien común. Al hacerlo, siempre propone con claridad los
valores fundamentales de la existencia humana,
186
BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (21 diciembre 2012): AAS 105 (2013),
51.
187 Cf. Propositio 14.
188 Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 1910; PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y
PAZ», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 168.
- 115 -
para
transmitir convicciones que luego puedan traducirse en acciones políticas.
El diálogo
entre la fe, la razón y las ciencias.
242. El
diálogo entre ciencia y fe también es parte de la acción evangelizadora que
pacifica.189 El cientismo y el positivismo se rehúsan a «admitir como válidas
las formas de conocimiento diversas de las propias de las ciencias
positivas».190 La Iglesia propone otro camino, que exige una síntesis entre un
uso responsable de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros
saberes como la filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano
hasta el misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana. La fe
no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque
«la luz de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios»,191 y no pueden
contradecirse entre sí. La evangelización está atenta a los avances científicos
para iluminarlos con la luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar
que respeten siempre la centralidad y el valor supremo de la persona humana en
todas las fases de su existencia. Toda la sociedad puede verse enriquecida
gracias a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y amplía las
posibilidades de la razón. También éste es un camino de armonía y de
pacificación.
243. La
Iglesia no pretende detener el admirable progreso de las ciencias. Al
contrario, se alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme potencial que
Dios ha dado a la mente humana. Cuando el desarrollo de las ciencias,
manteniéndose con rigor académico en el campo de su objeto específico, vuelve
evidente una determinada conclusión que la razón no puede negar, la fe no la
contradice. Los creyentes tampoco pueden pretender que una opinión científica
que les agrada, y que ni siquiera ha sido suficientemente comprobada, adquiera
el peso de un dogma de fe. Pero, en ocasiones, algunos científicos van más allá
del objeto formal de su disciplina y se extralimitan con afirmaciones o
conclusiones que exceden el campo de la propia ciencia. En ese caso, no es la
razón lo que se propone, sino una
189 Cf.
Propositio 54.
190 JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998), 88: AAS 91
(1999), 74.
191 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra Gentiles, I, VII; cf. JUAN PABLO II,
Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998), 43: AAS 91 (1999), 39.
- 116 -
determinada
ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero.
El diálogo
ecuménico.
244. El
empeño ecuménico responde a la oración del Señor Jesús que pide «que todos sean
uno» (Jn 17,21). La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los
cristianos superaran sus divisiones y la Iglesia realizara «la plenitud de
catolicidad que le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella
ciertamente por el Bautismo, están, sin embargo, separados de su plena
comunión».192 Tenemos que recordar siempre que somos peregrinos, y peregrinamos
juntos. Para eso hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos,
sin desconfianzas, y mirar ante todo lo que buscamos: la paz en el rostro del
único Dios. Confiarse al otro es algo artesanal, la paz es artesanal. Jesús nos
dijo: «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt 5,9). En este empeño, también
entre nosotros, se cumple la antigua profecía: «De sus espadas forjarán arados»
(Is 2,4).
245. Bajo
esta luz, el ecumenismo es un aporte a la unidad de la familia humana. La
presencia en el Sínodo del Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé
I, y del Arzobispo de Canterbury, Su Gracia Rowan Douglas Williams, fue un
verdadero don de Dios y un precioso testimonio cristiano.193
246. Dada la
gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en
Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los
misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y
burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos
concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la
jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes
de anuncio, de servicio y de testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido
el anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el
empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja
192 CONC.
ECUM. VAT. II, Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 4. 193 Cf.
Propositio 52.
- 117 -
de ser mera
diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de
la evangelización. Los signos de división entre los cristianos en países que ya
están destrozados por la violencia agregan más motivos de conflicto por parte
de quienes deberíamos ser un atractivo fermento de paz. ¡Son tantas y tan
valiosas las cosas que nos unen! Y si realmente creemos en la libre y generosa
acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros! No se trata
sólo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de
recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para
nosotros. Sólo para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos,
los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de
la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad. A través de
un intercambio de dones, el Espíritu puede llevarnos cada vez más a la verdad y
al bien.
Las
relaciones con el Judaísmo.
247. Una
mirada muy especial se dirige al pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha
sido revocada, porque «los dones y el llamado de Dios son irrevocables» (Rm
11,29). La Iglesia, que comparte con el Judaísmo una parte importante de las
Sagradas Escrituras, considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz
sagrada de la propia identidad cristiana (cf. Rm 11,16-18). Los cristianos no
podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los
judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero
Dios (cf. 1 Ts 1,9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la
historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada.
248. El
diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los
discípulos de Jesús. El afecto que se ha desarrollado nos lleva a lamentar
sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son
objeto, particularmente aquellas que involucran o involucraron a cristianos.
249. Dios
sigue obrando en el pueblo de la Antigua Alianza y provoca tesoros de sabiduría
que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por
- 118 -
eso, la
Iglesia también se enriquece cuando recoge los valores del Judaísmo. Si bien
algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo, y la Iglesia
no puede dejar de anunciar a Jesús como Señor y Mesías, existe una rica
complementación que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebrea y
ayudarnos mutuamente a desentrañar las riquezas de la Palabra, así como
compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la justicia y
el desarrollo de los pueblos.
El diálogo
interreligioso.
250. Una
actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con
los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos
y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes. Este
diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y
por lo tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades
religiosas. Este diálogo es, en primer lugar, una conversación sobre la vida
humana o simplemente, como proponen los Obispos de la India, «estar abiertos a
ellos, compartiendo sus alegrías y penas».194 Así aprendemos a aceptar a los
otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse. De esta forma,
podremos asumir juntos el deber de servir a la justicia y la paz, que deberá
convertirse en un criterio básico de todo intercambio. Un diálogo en el que se
busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente
pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. Los
esfuerzos en torno a un tema específico pueden convertirse en un proceso en el
que, a través de la escucha del otro, ambas partes encuentren purificación y
enriquecimiento. Por lo tanto, estos esfuerzos también pueden tener el
significado del amor a la verdad.
251. En este
dialogo, siempre amable y cordial, nunca se debe descuidar el vínculo esencial
entre diálogo y anuncio, que lleva a la Iglesia a mantener y a intensificar las
relaciones con los no cristianos.195 Un sincretismo conciliador sería en el
fondo un totalitarismo de quienes pretenden
194 INDIAN BISHOPS’ CONFERENCE, Declaración final de la XXX Asamblea: The
Role of the Church for a Better India (8 marzo 2012), 8.9.
195 Cf.
Propositio 53.
- 119 -
conciliar
prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños. La
verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más
hondas, con una identidad clara y gozosa, pero «abierto a comprender las del
otro» y «sabiendo que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno».196 No
nos sirve una apertura diplomática, que dice que sí a todo para evitar
problemas, porque sería un modo de engañar al otro y de negarle el bien que uno
ha recibido como un don para compartir generosamente. La evangelización y el
diálogo interreligioso, lejos de oponerse, se sostienen y se alimentan
recíprocamente.197
252. En esta
época adquiere gran importancia la relación con los creyentes del Islam, hoy
particularmente presentes en muchos países de tradición cristiana donde pueden
celebrar libremente su culto y vivir integrados en la sociedad. Nunca hay que
olvidar que ellos, «confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con
nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día
final».198 Los escritos sagrados del Islam conservan parte de las enseñanzas
cristianas; Jesucristo y María son objeto de profunda veneración y es admirable
ver cómo jóvenes y ancianos, mujeres y varones del Islam son capaces de dedicar
tiempo diariamente a la oración y de participar fielmente de sus ritos
religiosos. Al mismo tiempo, muchos de ellos tienen una profunda convicción de
que la propia vida, en su totalidad, es de Dios y para Él. También reconocen la
necesidad de responderle con un compromiso ético y con la misericordia hacia
los más pobres.
253. Para
sostener el diálogo con el Islam es indispensable la adecuada formación de los
interlocutores, no sólo para que estén sólida y gozosamente radicados en su
propia identidad, sino para que sean capaces de reconocer los valores de los
demás, de comprender las inquietudes que subyacen a sus reclamos y de sacar a
luz las convicciones comunes. Los cristianos deberíamos acoger con afecto y
respeto a los inmigrantes del Islam que llegan a nuestros países, del mismo
modo que esperamos y
196 JUAN
PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 56: AAS 83 (1991),
304.
197 Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia Romana (21 dicembre 2012): AAS 105
(2013), 51; CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad
misionera de la Iglesia, 9; Catecismo de la Iglesia católica, 856.
198 CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 16.
- 120 -
rogamos ser
acogidos y respetados en los países de tradición islámica. ¡Ruego, imploro
humildemente a esos países que den libertad a los cristianos para poder celebrar
su culto y vivir su fe, teniendo en cuenta la libertad que los creyentes del
Islam gozan en los países occidentales! Frente a episodios de fundamentalismo
violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam
debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y
una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia.
254. Los no
cristianos, por la gratuita iniciativa divina, y fieles a su conciencia, pueden
vivir «justificados mediante la gracia de Dios»,199 y así «asociados al
misterio pascual de Jesucristo».200 Pero, debido a la dimensión sacramental de
la gracia santificante, la acción divina en ellos tiende a producir signos,
ritos, expresiones sagradas que a su vez acercan a otros a una experiencia
comunitaria de camino hacia Dios.201 No tienen el sentido y la eficacia de los
Sacramentos instituidos por Cristo, pero pueden ser cauces que el mismo
Espíritu suscite para liberar a los no cristianos del inmanentismo ateo o de
experiencias religiosas meramente individuales. El mismo Espíritu suscita en
todas partes diversas formas de sabiduría práctica que ayudan a sobrellevar las
penurias de la existencia y a vivir con más paz y armonía. Los cristianos
también podemos aprovechar esa riqueza consolidada a lo largo de los siglos,
que puede ayudarnos a vivir mejor nuestras propias convicciones.
El diálogo
social en un contexto de libertad religiosa.
255. Los
Padres sinodales recordaron la importancia del respeto a la libertad religiosa,
considerada como un derecho humano fundamental.202 Incluye «la libertad de
elegir la religión que se estima verdadera y de manifestar públicamente la
propia creencia».203 Un sano pluralismo, que de verdad respete a los diferentes
y los valore como tales, no implica una
199 COMISIÓN
TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El cristianismo y las religiones (1996), 72. 200 Ibíd.
201 Cf. ibíd., 81-87.
202 Cf. Propositio 16.
203
BENEDICTO XVI, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Medio Oriente (14 septiembre
2012), 26: AAS 104 (2012), 762.
- 121 -
privatización
de las religiones, con la pretensión de reducirlas al silencio y la oscuridad
de la conciencia de cada uno, o a la marginalidad del recinto cerrado de los
templos, sinagogas o mezquitas. Se trataría, en definitiva, de una nueva forma
de discriminación y de autoritarismo. El debido respeto a las minorías de
agnósticos o no creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie
las convicciones de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones
religiosas. Eso a la larga fomentaría más el resentimiento que la tolerancia y
la paz.
256. A la
hora de preguntarse por la incidencia pública de la religión, hay que
distinguir diversas formas de vivirla. Tanto los intelectuales como las notas
periodísticas frecuentemente caen en groseras y poco académicas
generalizaciones cuando hablan de los defectos de las religiones y muchas veces
no son capaces de distinguir que no todos los creyentes –ni todas las
autoridades religiosas– son iguales. Algunos políticos aprovechan esta confusión
para justificar acciones discriminatorias. Otras veces se desprecian los
escritos que han surgido en el ámbito de una convicción creyente, olvidando que
los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las
épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes,
estimula el pensamiento, amplía la mente y la sensibilidad. Son despreciados
por la cortedad de vista de los racionalismos. ¿Es razonable y culto relegarlos
a la oscuridad, sólo por haber surgido en el contexto de una creencia
religiosa? Incluyen principios profundamente humanistas que tienen un valor
racional aunque estén teñidos por símbolos y doctrinas religiosas.
257. Los
creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de
alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la
belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios. Los
percibimos como preciosos aliados en el empeño por la defensa de la dignidad
humana, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en
la custodia de lo creado. Un espacio peculiar es el de los llamados nuevos
Areópagos, como el «Atrio de los Gentiles», donde «creyentes y no creyentes
pueden dialogar sobre los temas fundamentales de la ética, del arte y de la
ciencia, y sobre la
- 122 -
búsqueda de
la trascendencia».204 Éste también es un camino de paz para nuestro mundo
herido.
258. A
partir de algunos temas sociales, importantes en orden al futuro de la
humanidad, procuré explicitar una vez más la ineludible dimensión social del
anuncio del Evangelio, para alentar a todos los cristianos a manifestarla
siempre en sus palabras, actitudes y acciones.
204
Propositio 55.
- 123 -
Capítulo
quinto Evangelizadores con Espíritu.
259.
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin
temor a la acción del Espíritu Santo. En Pentecostés, el Espíritu hace salir de
sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de
Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo,
además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia
(parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente.
Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el
riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere
evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre
todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios.
260. En este
último capítulo no ofreceré una síntesis de la espiritualidad cristiana, ni
desarrollaré grandes temas como la oración, la adoración eucarística o la
celebración de la fe, sobre los cuales tenemos ya valiosos textos magisteriales
y célebres escritos de grandes autores. No pretendo reemplazar ni superar tanta
riqueza. Simplemente propondré algunas reflexiones acerca del espíritu de la
nueva evangelización.
261. Cuando
se dice que algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores
que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y
comunitaria. Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de
tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se
sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo
quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más
fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida
contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los
corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu
es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia
evangelizadora. Antes de proponeros algunas motivaciones y sugerencias
espirituales, invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a
renovar, a sacudir, a
- 124 -
impulsar a
la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los
pueblos.
I.
Motivaciones para un renovado impulso misionero.
262.
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan.
Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas
místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis
sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Esas
propuestas parciales y desintegradoras sólo llegan a grupos reducidos y no
tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace
falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso
y a la actividad.205 Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante
con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se
vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el
fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y
me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales
los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las
adoraciones perpetuas de la Eucaristía. Al mismo tiempo, «se debe rechazar la
tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver
con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación».206 Existe
el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar
la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a
los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad.
263. Es sano
acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la
historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en
el anuncio y capaces de una gran resistencia activa. Hay quienes se consuelan
diciendo que hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las
circunstancias del Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio,
ni a la lucha por la justicia, ni a la
205 Cf.
Propositio 36.
206 JUAN PABLO II, Carta ap. Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), 52: AAS 93
(2001), 304.
- 125 -
defensa de
la dignidad humana. En todos los momentos de la historia están presentes la
debilidad humana, la búsqueda enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en
definitiva, la concupiscencia que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un
ropaje o con otro; viene del límite humano más que de las circunstancias. Entonces,
no digamos que hoy es más difícil; es distinto. Pero aprendamos de los santos
que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época. Para
ello, os propongo que nos detengamos a recuperar algunas motivaciones que nos
ayuden a imitarlos hoy.207
El encuentro
personal con el amor de Jesús que nos salva.
264. La
primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa
experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero
¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de
mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo,
necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos.
Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón
frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón
abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que
descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando estabas
debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¡Qué dulce es estar frente a un
crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus
ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y
nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en
definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn 1,3). La
mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con
amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de
esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para
eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada
día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida
nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás.
207 Cf. V.
M. FERNÁNDEZ, «Espiritualidad para la esperanza activa». Acto de apertura del I
Congreso Nacional de Doctrina social de la Iglesia, Rosario (Argentina), 2011:
UCActualidad 142 (2011), 16.
- 126 -
265. Toda la
vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su
generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es
precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se
convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo
reconozcan: «Lo que vosotros adoráis sin conocer es lo que os vengo a anunciar»
(Hch 17,23). A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el
Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque
todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con
Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza
el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las
búsquedas más hondas de los corazones: «El misionero está convencido de que
existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una
espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el
hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte. El
entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a esta
esperanza».208
El
entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de
vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede
manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser
humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda
porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza
infinita sólo se cura con un infinito amor.
266. Pero
esa convicción se sostiene con la propia experiencia, constantemente renovada,
de gustar su amistad y su mensaje. No se puede perseverar en una evangelización
fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo
mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él
que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra,
no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder
hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que
hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve
mucho más
208 JUAN
PABLO II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 45: AAS 83 (1991),
292.
- 127 -
plena y que
con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El
verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con
él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él
en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el
corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de
estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que
no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie.
267. Unidos
a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que
buscamos es la gloria del Padre, vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria
de su gracia» (Ef 1,6). Si queremos entregarnos a fondo y con constancia,
tenemos que ir más allá de cualquier otra motivación. Éste es el móvil
definitivo, el más profundo, el más grande, la razón y el sentido final de todo
lo demás. Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su
existencia. Él es el Hijo eternamente feliz con todo su ser «hacia el seno del
Padre» (Jn 1,18). Si somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho:
«La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15,8). Más
allá de que nos convenga o no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de
los límites pequeños de nuestros deseos, nuestra comprensión y nuestras
motivaciones, evangelizamos para la mayor gloria del Padre que nos ama.
El gusto
espiritual de ser pueblo.
268. La
Palabra de Dios también nos invita a reconocer que somos pueblo: «Vosotros, que
en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios» (1 Pe 2,10). Para
ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual
de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es
fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo
tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado,
reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si
no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se
dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que
Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su
pueblo amado.
- 128 -
Nos toma de
en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no
se entiende sin esta pertenencia.
269. Jesús
mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el
corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos! Si hablaba con
alguien, miraba sus ojos con una profunda atención amorosa: «Jesús lo miró con
cariño» (Mc 10,21). Lo vemos accesible cuando se acerca al ciego del camino
(cf. Mc 10,46-52), y cuando come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2,16), sin
importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11,19). Lo vemos
disponible cuando deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7,36-50)
o cuando recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-15). La entrega de Jesús en la
cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia.
Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad,
compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material
y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están
alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de
un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un
peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y
nos otorga identidad.
270. A veces
sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de
las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que
toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos
cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia
del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto
con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.
Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos
la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.
271. Es
verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de
nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos
advierte muy claramente: «Hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16), y «en lo
posible y en cuanto de vosotros dependa, en
- 129 -
paz con
todos los hombres» (Rm 12,18). También se nos exhorta a tratar de vencer «el
mal con el bien» (Rm 12,21), sin cansarnos «de hacer el bien» (Ga 6,9) y sin
pretender aparecer como superiores, sino «considerando a los demás como
superiores a uno mismo» (Flp 2,3). De hecho, los Apóstoles del Señor gozaban de
«la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47; 4,21.33; 5,13). Queda claro que
Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y
mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral
entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras,
directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza
interpelante. Vivámoslas «sine glossa», sin comentarios. De ese modo, experimentaremos
el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de
encender el fuego en el corazón del mundo.
272. El amor
a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios
hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn
2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn
4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte
también en ciegos ante Dios»,209 y que el amor es en el fondo la única luz que
«ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y
actuar».210 Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y
de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos
del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos
capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los
ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios.
Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos
dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el
corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para
reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales
limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser
un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero
alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad
de los
209
BENEDICTO XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 16: AAS 98
(2006), 230. 210 Ibíd., 39: AAS 98 (2006), 250.
- 130 -
otros. Esa
apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que
en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se
esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la
comodidad. Eso no es más que un lento suicidio.
273. La
misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me
puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que
yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en
esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo
como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar,
sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el
político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los
demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por
otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o
defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo.
274. Para
compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer
también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico,
por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las
satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él
la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de
la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su
preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada
uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por
ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la
entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud
cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!
La acción
misteriosa del Resucitado y de su Espíritu.
275. En el
capítulo segundo reflexionábamos sobre esa falta de espiritualidad profunda que
se traduce en el pesimismo, el fatalismo, la desconfianza. Algunas personas no
se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para
ellos es inútil esforzarse. Piensan así:
- 131 -
«¿Para qué
me voy a privar de mis comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado
importante?». Con esa actitud se vuelve imposible ser misioneros. Tal actitud
es precisamente una excusa maligna para quedarse encerrados en la comodidad, la
flojera, la tristeza insatisfecha, el vacío egoísta. Se trata de una actitud
autodestructiva porque «el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida,
condenada a la insignificancia, se volvería insoportable».211 Si pensamos que
las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el
pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive. De
otro modo, «si Cristo no resucitó, nuestra predicación está vacía» (1 Co
15,14). El Evangelio nos relata que cuando los primeros discípulos salieron a
predicar, «el Señor colaboraba con ellos y confirmaba la Palabra» (Mc 16,20).
Eso también sucede hoy. Se nos invita a descubrirlo, a vivirlo. Cristo
resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos
faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda.
276. Su
resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado
el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer
los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces
parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y
crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad
siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En
un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas
cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse.
Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de
las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de
nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que
parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador
es un instrumento de ese dinamismo.
277. También
aparecen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fracaso, las
pequeñeces humanas que tanto duelen. Todos sabemos por experiencia que a veces
una tarea no brinda las satisfacciones que
211 II
ASAMBLEA ESPECIAL PARA EUROPA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Mensaje final, 1: L
́Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (29 octubre 1999), 10.
- 132 -
desearíamos,
los frutos son reducidos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de
cansarse. Sin embargo, no es lo mismo cuando uno, por cansancio, baja
momentáneamente los brazos que cuando los baja definitivamente dominado por un
descontento crónico, por una acedia que le seca el alma. Puede suceder que el
corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en un
carrerismo sediento de reconocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces,
uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección. Así, el Evangelio,
que es el mensaje más hermoso que tiene este mundo, queda sepultado debajo de
muchas excusas.
278. La fe
es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es
capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal
con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso
en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los
fieles» (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya
está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas
maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran
árbol (cf. Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa
(cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (cf. Mt
13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez,
lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes
gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la
resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque
Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la
esperanza viva!
279. Como no
siempre vemos esos brotes, nos hace falta una certeza interior y es la
convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en
medio de aparentes fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de
barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber
con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será
fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable,
no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin
pretender
- 133 -
saber cómo,
ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus
trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones
sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde
ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da
vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra
tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un
proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un
espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es
algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra
entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca
iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere;
nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo
sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura
de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos
adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros
esfuerzos como a Él le parezca.
280. Para
mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu
Santo, porque Él «viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26). Pero esa
confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo
constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misionero.
Es verdad que esta confianza en lo invisible puede producirnos cierto vértigo:
es como sumergirse en un mar donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo
lo experimenté tantas veces. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse
llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir
que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera.
Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama
ser misteriosamente fecundos!
La fuerza
misionera de la intercesión.
281. Hay una
forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y
nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión. Miremos por un
momento el interior de un gran evangelizador
- 134 -
como san
Pablo, para percibir cómo era su oración. Esa oración estaba llena de seres
humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros
[...] porque os llevo dentro de mi corazón» (Flp 1,4.7). Así descubrimos que
interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación
que deja fuera a los demás es un engaño.
282. Esta
actitud se convierte también en agradecimiento a Dios por los demás: «Ante
todo, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos vosotros» (Rm
1,8). Es un agradecimiento constante: «Doy gracias a Dios sin cesar por todos
vosotros a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús»
(1 Co 1,4); «Doy gracias a mi Dios todas las veces que me acuerdo de vosotros»
(Flp 1,3). No es una mirada incrédula, negativa y desesperanzada, sino una
mirada espiritual, de profunda fe, que reconoce lo que Dios mismo hace en
ellos. Al mismo tiempo, es la gratitud que brota de un corazón verdaderamente
atento a los demás. De esa forma, cuando un evangelizador sale de la oración,
el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia
aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás.
283. Los
grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores. La intercesión
es como «levadura» en el seno de la Trinidad. Es un adentrarnos en el Padre y
descubrir nuevas dimensiones que iluminan las situaciones concretas y las
cambian. Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión,
pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con
nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con
mayor nitidez en el pueblo.
II. María,
la Madre de la evangelización.
284. Con el
Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los
discípulos para invocarlo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera
que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y
sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización.
El regalo de
Jesús a su pueblo
- 135 -
285. En la
cruz, cuando Cristo sufría en su carne el dramático encuentro entre el pecado
del mundo y la misericordia divina, pudo ver a sus pies la consoladora
presencia de la Madre y del amigo. En ese crucial instante, antes de dar por
consumada la obra que el Padre le había encargado, Jesús le dijo a María:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego le dijo al amigo amado: «Ahí tienes a tu
madre» (Jn 19,26-27). Estas palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan
primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una
fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión
salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de
hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la
cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos
lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en
esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que
falte a su Iglesia el icono femenino. Ella, que lo engendró con tanta fe,
también acompaña «al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de
Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17). La íntima conexión entre
María, la Iglesia y cada fiel, en cuanto que, de diversas maneras, engendran a
Cristo, ha sido bellamente expresada por el beato Isaac de Stella: «En las
Escrituras divinamente inspiradas, lo que se entiende en general de la Iglesia,
virgen y madre, se entiende en particular de la Virgen María [...] También se
puede decir que cada alma fiel es esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo,
hija y hermana, virgen y madre fecunda [...] Cristo permaneció nueve meses en
el seno de María; permanecerá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia hasta la
consumación de los siglos; y en el conocimiento y en el amor del alma fiel por
los siglos de los siglos».212
286. María
es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos
pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se
estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el
vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que
comprende todas las penas. Como
212 ISAAC DE
STELLA, Sermo 51: PL 194, 1863.1865.
- 136 -
madre de
todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta
que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para
acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno.
Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y
derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas
advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las
historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte
de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus
hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción
maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los
santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos
que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí
encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de
la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal
y les dice al oído: «No se turbe tu corazón [...] ¿No estoy yo aquí, que soy tu
Madre?».213
La Estrella
de la nueva evangelización.
287. A la
Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación
a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial.
Ella es la mujer de fe, que vive y camina en la fe,214 y «su excepcional
peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la
Iglesia».215 Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe,
hacia un destino de servicio y fecundidad. Nosotros hoy fijamos en ella la
mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación, y para
que los nuevos discípulos se conviertan en agentes evangelizadores.216 En esta
peregrinación evangelizadora no faltan las etapas de aridez, ocultamiento, y
hasta cierta fatiga, como la que vivió María en los años de Nazaret, mientras
Jesús crecía: «Éste es el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable
nueva. No es difícil notar en este inicio una particular fatiga del corazón,
unida a una especie de “noche
213 Nican Mopohua, 118-119.
214 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, cap. VIII, 52-69. 215
JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 6: AAS 79 (1987),
366. 216 Cf. Propositio 58.
- 137 -
de la fe”
–usando una expresión de san Juan de la Cruz–, como un “velo” a través del cual
hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio. Pues de
este modo María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio
de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe».217
288. Hay un
estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez
que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del
cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los
débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse
importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque
«derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc
1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es
también la que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su
corazón» (Lc 2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en
los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles.
Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida
cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret,
y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para
auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura,
de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo
eclesial para la evangelización. Le rogamos que con su oración maternal nos
ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para
todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el
Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza
y de firmísima esperanza: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Con María
avanzamos confiados hacia esta promesa, y le decimos:
Virgen y
Madre María,
tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno, ayúdanos a
decir nuestro «sí»
217 JUAN
PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo 1987), 17: AAS 79 (1987), 381.
ante la
urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de
la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección, recogiste a los discípulos
en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos
ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos
el don de la
belleza que no se apaga.
Tú, Virgen
de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella
nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de
la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe
ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del
Evangelio viviente,
- 138 -
- 139 -
manantial de
alegría para los pequeños, ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.
Dado en
Roma, junto a San Pedro, en la clausura del Año de la fe, el 24 de noviembre,
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del año 2013, primero de mi
Pontificado.
[[Franciscus
PP.]]
INDICE
I. Alegría
que se renueva y se comunica [2-8]
II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar [9-13]
Una eterna
novedad [11-13]
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe [14-18]
Propuesta y
límites de esta Exhortación [16-18] Capítulo primero
La
transformación misionera de la Iglesia
I. Una
Iglesia en salida [20-24]
Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24]
II. Pastoral
en conversión [25-33]
Una impostergable renovación eclesial [27-33]
III. Desde
el corazón del Evangelio [34-39]
IV. La misión que se encarna en los límites humanos [40-45] V. Una madre de
corazón abierto [46-49]
Capítulo
segundo
En la crisis del compromiso comunitario
I. Algunos
desafíos del mundo actual [52-75]
No a una economía
de la exclusión [53-54]
No a la nueva idolatría del dinero [55-56]
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58] No a la inequidad que
genera violencia [59-60] Algunos desafíos culturales [61-67]
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70]
Desafíos de las culturas urbanas [71-75]
II.
Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]
- 140 -
- 141 -
Sí al
desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
No a la acedia egoísta [81-83]
No al pesimismo estéril [84-86]
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92] No a la mundanidad
espiritual [93-97]
No a la
guerra entre nosotros [98-101] Otros desafíos eclesiales [102-109]
Capítulo
tercero
El anuncio del Evangelio
I. Todo el
Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]
Un pueblo
para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126] Persona a persona
[127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131] Cultura, pensamiento
y educación [132-134]
II. La
homilía [135-144]
El contexto
litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]
III. La
preparación de la predicación [145-159]
El culto a
la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151] La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]
IV. Una
evangelización para la profundización del kerygma [160-175]
Una
catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173] En torno a
la Palabra de Dios [174-175]
Capítulo
cuarto
La dimensión social de la evangelización
I. Las
repercusiones comunitarias y sociales del kerygma [177-185]
- 142 -
Confesión de
la fe y compromiso social [178-179]
El Reino que nos reclama [180-181]
La ensezanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]
II. La
inclusión social de los pobres [186-216]
Unidos a
Dios escuchamos un clamor [187-192]
Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196]
El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios [197-201] Economía y
distribución del ingreso [202-208]
Cuidar la fragilidad [209-216]
III. El bien
común y la paz social [217-237]
El tiempo es
superior al espacio [222-225]
La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
La realidad es más importante que la idea [231-233] El todo es superior a la
parte [234-237]
IV. El
diálogo social como contribución a la paz [238-258]
El diálogo
entre la fe, la razón y las ciencias [242-243] El diálogo ecuménico [244-246]
Las relaciones con el Judaísmo [247-249]
El diálogo interreligioso [250-254]
El diálogo
social en un contexto de libertad religiosa [255-258] Capítulo quinto
Evangelizadores
con Espíritu
I.
Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283]
El encuentro
personal con el amor de Jesús que nos salva [264-267] El gusto espiritual de
ser pueblo [268-274]
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu [275-280]
La fuerza misionera de la intercesión [281-283]
II. María,
la Madre de la evangelización [284-288]
El regalo de
Jesús a su pueblo [285-286]
La Estrella de la nueva evangelización [287-288]
(26 de
noviembre de 2013) © Innovative Media Inc.
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