Hoy quiero compartir con vosotros una pequeña historia que he leído y me ha encantado.
Trata sobre nuestras vivencias, porque… ¿realmente vivimos lo que celebramos? Muchas veces hacemos celebraciones muy bien preparadas, muy bien decoradas, hasta diría… muy bien cantadas, pero… vividas?
Después se ofreció a que le pidieran alguna pieza extra. Un tímido fraile preguntó al actor si conocía el salmo 22.
El actor respondió: "Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo con una condición; que después lo recite usted".
El fraile se sintió un poco incómodo, pero accedió.
El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta: "El Señor es mi Pastor, nada me falta…" Al final, los huéspedes aplaudieron vivamente.
Llegó el turno al fraile, que se levantó y, tras un momento de silencio y cerrando los ojos, recitó lentamente las mismas palabras del Salmo. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sólo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro.
El actor se mantuvo en silencio unos instantes, después se levantó y dijo: "Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche: yo conocía el Salmo, pero este hombre conoce al Pastor".
Y nosotros…, ¿conocemos el Salmo o al Pastor? A mí el cuentecillo me ha hecho pensar en la cantidad de veces que, en las celebraciones en las que participo, me conformo con conocer el Salmo, la canción, la respuesta…. y me olvido de tomar un momento de silencio, cerrar los ojos y buscar al Pastor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario