"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
YO OS HE AMADO CON EL AMOR DEL PADRE
9 Como el Padre me
amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.
10 Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor.
11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. (Jn. 15, 9-11)
Jesús nos habla, a través de
la Palabra de San Juan, del amor de Dios. Es decir, de la
esencia de Dios, porque “Dios es Amor”.
Su Nombre es Amor. Así se lo reveló Dios a
Moisés, cuando pasó ante él, en el monte Sinaí: “Dios
misericordioso y clemente... rico en amor y fidelidad, que mantiene
su amor por todas las generaciones”... Si mantiene su Amor
perpetuamente, es que, este Amor es eterno, es
decir, no tiene principio y tampoco tendrá fin.
Cuando el Padre ama al Hijo y el Hijo
al Padre, se crea en esta acción, un movimiento Único que
se llama Espíritu Santo. Y, Éste es una Persona
Divina que completa la Trinidad Santísima, con el Padre y el Hijo. Los Tres
son Dios. Y, siendo Tres Personas, no son tres
dioses, sino Tres Personas distintas e iguales en su naturaleza
y dignidad.
Así, el que ama al Hijo, ama
igualmente al Padre y al Espíritu Santo. Los Tres merecen nuestra igual
adoración y alabanza. ¡Este Misterio que
resulta a nuestra inteligencia complicado e inexplicable a nuestra
fe, le es tan dulce y amoroso como lo más bello nunca oído
y contemplado! Y, ante él, el ojo de la fe se hace agudo y
puro y se goza con lo que este ojo le
presenta. Y, no sólo se lo muestra, sino que se nos
ofrece todo entero para que lo amemos... Y, ¡ah maravilla, porque
nosotros lo amamos, con el mismo Amor con que Ellos se aman
recíprocamente, es decir, el Espíritu Santo entra en nuestro corazón,
por su omnímodo poder y ¡nos arrastra a esta aventura divina del amor en la
Trinidad! ¿Qué hemos hecho nosotros, pobres criaturas, para que
Dios quisiera unirse a nosotros en este abrazo feliz y que
no acabará? Sabemos, que nada hemos hecho y lo tenemos cada vez
más claro, cuanto más nos introducimos en estos Misterios.
San Juan, el Evangelista, era un
hombre pequeño y frágil como nosotros, pero nos ha dado a conocer el
amor de Dios en Jesús. Este, un hombre de carne igualmente como
nosotros, menos en el pecado; pero “en quien habita la
plenitud de la divinidad”, se ha dignado, a través del velo de
su carne, llevarnos en Sí mismo, a la Gloria donde
ahora está sentado a la derecha de Dios. Antes de
la Encarnación del Verbo, en el Cielo, sólo habitaba
la divinidad, pero después que Jesús fue colgado en la cruz, fue
sepultado y ha resucitado, nuestra humanidad está ya en todos los
hombres, ofrecida por este Hombre Jesús, en el Cielo,
y en sus dos naturalezas, la humana y la divina.
Los hombres, anteriores a la existencia de
Jesús en nuestra tierra, no conocieron estas dádivas
del Padre que entregó al Hijo por amor nuestro. ¡Somos
unos privilegiados! ¡Aunque Dios también ha rescatado de la muerte
y del pecado a aquellos que, en su vida, practicaron
el bien y la verdad! Y, es que “para Dios, nada es
imposible”. ¡Él ha vencido a la muerte y al
pecado, nuestros irreconciliables enemigos, en todo hombre de recto
corazón!
¡Sólo nos pide el Señor Jesús, como
si nos lo suplicara de rodillas, que “permanezcamos en Él”, ¡cumpliendo
sus mandamientos! Previamente, nos dio ejemplo: “lo mismo
que Yo, he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en
su Amor”.
¡Oh Señor, danos tu Espíritu Santo que nos haga estar en estas arcanas moradas, donde sólo habita la Gloria de Dios! ¡No te frene, para venir a habitarnos, nuestra torpeza y el pecado que, una y otra vez luchamos por apartarlo de nuestra vida! ¡Ámanos siempre con el amor del Padre y todo nos irá bien! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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