"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
HIJOS DE LA SABIDURÍA O DE LA NECEDAD
31 « ¿Con quién, pues, compararé a los
hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen?
32 Se parecen
a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros
diciendo: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos
entonando endechas, y no habéis llorado."
33 «
Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y
decís: "Demonio tiene."
34
Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Ahí tenéis un
comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores."
35 Y la
Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos.» (Lc. 7, 31-35)
Somos, o hijos de la sabiduría o hijos de la necedad. No
hay término medio. Si acogemos aquello que el Señor nos ha revelado y
entregado con amor, entonces, nuestro corazón se adhiere a Dios y la
sabiduría nos va invadiendo, haciéndonos comprender el plan de Dios sobre
la humanidad. Él, es el Señor de la historia. Y, aunque creamos que
son los hombres los que rigen los destinos de los pueblos, nos engañamos
en nuestras apreciaciones que, son falsas. Hay un
solo Señor y Éste, está en el Cielo, allí donde el
hombre, por muy sabio que sea, no puede llegar.
Por su bondad, Él, se ha inclinado sobre la
tierra y ha enviado a los profetas y por fin a su Hijo. A veces,
pensamos que es demasiado bonito el que Dios, el Dios de
los Dioses, se fije en los hombres, y, lo que, es
más, en cada uno de ellos en particular. Y, es que tenemos una
idea de un Dios lejano, allá en su cielo y muy lejos de los apuros de la
vida de los hombres. Pero Dios, el Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, en quien creemos los cristianos, sabemos que está muy
cerca de nosotros. Y, porque es bueno, desea solo amar y
bendecir a los que creen y confían en Él.
Jesús, que vivió en un momento de la historia, se
queja de su generación descreída e idolatra de su “yo”. Pero en cada
tiempo, se da este reproche de Jesús a nuestra
generación veleidosa y que no busca ni ama la Verdad ni la Sabiduría.
Cuando llegó a su pueblo el profeta Juan Bautista que,
estaba anunciado por los profetas anteriores a él, predicó la conversión
al Señor para prepararle cuando Él llegara (¡y estaba ya entre
ellos!), un pueblo bien dispuesto. Pero los judíos, no querían creer
los anuncios de Juan porque estaban muy lejos de querer cambiar de
vida. Y, así justificaban su mal obrar diciendo entre ellos y a la
gente sencilla: “tiene un demonio”. Y, ¿quién quiere seguir y
escuchar a un endemoniado?: ¡nadie!
Pero, llegó el Hijo del Hombre, el anunciado por
Juan que, se comporta como un hombre cualquiera. Que, no ayunaba en
el desierto como Juan, sino que come y bebe con los
pecadores. Pues, a éste, tampoco desean escucharlo pues con
sus palabras les denuncia su mala vida y tampoco con Él, quieren convertirse
y le llaman “borracho y comilón”, para acallar su conciencia.
¡Oh Señor, qué lejos estamos de la sabiduría, cuando justificamos nuestros pecados! Y, sabemos que “todos hemos pecado”. El ser humilde ante esta verdad, nos hará confesar nuestros delitos ante el que es Santo. Así, quedaremos justificados gratuitamente, por el Hijo de Dios que, ha venido a perdonar y a salvar lo que estaba perdido. ¿No acogeremos esta oferta de salud y felicidad? El Señor que, es Justo, nos ama y “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, a ver cara a cara, un día, a Dios en Su Reino. ¡Queremos que escuches nuestra plegaria Jesús Santo! ¡Qué así sea! ¡Amén!
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