"Ventana abierta"
ÁNGELUS
VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA MADRE DE DIOS
Biblioteca virtual miguel de Cervantes
Escondida en la ladera de una montaña y limitado su horizonte, extiéndese la población de Nazareth, que aún hoy permanece casi en el mismo estado que en los tiempos en que la habitó María en el de su infancia y más tarde durante su místico desposorio con José, vio transcurrir los treinta primeros años de la vida de Jesús escuchando sus primeras predicaciones. Rodeada de hermosas huertas en que los frutales confunden sus ramas con los retorcidos nopales y se abren en cenicienta estrella los agaves o piteras, perfumada por sus aromáticas flores y embellecida hoy, a más de la blancura de sus casas por las moles de sus modernos templos, la ciudad de Nazareth, la ciudad en que vivieron María, José y Jesús, continua tan bella por sus recuerdos de la Sagrada Familia, como por los encantos naturales de sus valles y montañas, como también por su cielo tan puro, azul y hermoso, cual la mirada de María que lo embelleció con su presencia, y enaltecieron sus campos con sus pies la Madre y su divino Hijo.
He aquí cómo describe a Nazareth y su comarca un ilustre viajero, y cuyas palabras copiamos:
Nazareth fue la ciudad por el Salvador elegida para pasar los treinta primeros años de su existencia en la tierra, y de ahí la incomparable aureola que a los ojos del cristiano la rodea, y la atracción que ejerce en el gran número de peregrinos que anualmente se postran en el Santuario de la Anunciación.
Nazareth, dominando sosegado valle desde suave pendiente, álzase en sitio por todo extremo agradable. Nazareth en hebreo significa la ciudad de las flores y de las rosas. La ciudad de María en el centro de la feraz Galilea, ocupa un pedazo de tierra embellecido con todas las gracias de la naturaleza; de lejos muéstrase rodeada de una cerca de verdor, y en esto consisten sus murallas; las casas son blancas, limpias y de buena construcción. El santuario católico domina el paisaje, lo mismo que la iglesia de los armenios, construida sobre los cimientos de la antigua Sinagoga. No hay lugar en el mundo, y así debía ser, en que sea tan popular como en Nazareth el nombre de María. Los peregrinos hallan en la ciudad fraternal acogida, y a cada instante oyen resonar en sus oídos el dulcísimo nombre. Las mujeres todas de Nazareth dicen ser parientas de la Virgen Madre de Jesús, y al celebrar su hermosura, dicen ser deudoras de esta gracia a la sangre de su pura parienta que corre por sus venas; son tan modestas las mujeres católicas, tan devotas y virtuosas, que de no ser primas de María, hacen en verdad méritos para llegar a serlo.
Lamartine, el sentido poeta, en su viaje a Galilea, escribe inspirándose en aquellos sentimientos de piedad cristiana y de poesía, lo siguiente:
También a mí al subir las últimas cuestas que de Nazareth me separaban, parecíame que iba a ver y contemplar en su misterioso origen la religión vasta y fecunda que desde hace dos mil años, brotando en los montes de Galilea, ha tomado por lecho el universo y saciado con sus aguas puras y vivificadoras a tan gran número de generaciones. Aquí en la concavidad de esta roca que ahora piso, estuvo el manantial; la colina cuyas últimas pendientes subo, llevó en su seno la salvación, la vida, la luz y la esperanza del mundo; allí a pocos pasos del lugar en que ahora estoy, el hombre modelo quiso tomar carne y mostrarse entre los hijos de Adán para apartarlos con sus palabras y sus ejemplos del océano de corrupciones y de errores en que iba a sumergirse el humano linaje.
De considerar el hecho únicamente como filósofo, veíame en el punto de partida del acontecimiento de mayor trascendencia que ha transformado jamás al universo político y moral, acontecimiento cuya percusión imprime al mundo intelectual un resto de movimiento y vida. Aquí apareció entre obscuridad, ignorancia y miseria el más justo, el más sabio, el más virtuoso de los hombres todos...
A estos pensamientos me entregaba cuando distinguí a mis pies, en lo más hondo de una vega, las casitas blancas de Nazareth, con gracia agrupadas en el valle y sus laderas. Su iglesia griega, el elevado alminar de la mezquita de los turcos y los prolongados y anchos muros del convento de los Padres Latinos, se destacaban sobre todo lo demás; varias calles, formadas por casas más reducidas, pero de oriental y elegante forma, estaban diseminadas alrededor de aquellos más imponentes edificios y rebosaban de movimiento y vida. Por todo el valle, comunicando amenidad y belleza al paisaje, se alzaban aquí y allí, sin orden y como al azar, grupos de espinosos nopales, higueras despojadas de sus hojas otoñales y granados de sutil y amarillento follaje: eran como silvestres flores alrededor de un altar campesino. Dios sabe lo que en aquel momento pasó en mi corazón: únicamente puedo decir que por espontáneo y, si vale expresarse así, involuntario movimiento, me encontré de rodillas y con la frente inclinada al suelo.
Nazareth, en árabe Nasarah o Nasirah, recibió este nombre, según San Jerónimo, de la voz hebrea Neser, que dice significa retoño; pero de esta modesta ciudad tan pequeña, ni hace mención de ella el Antiguo Testamento, ni Flavio Josefo en sus obras. Silencio que da a entender su escasa importancia y que tan sólo conquista nombre y fama desde que adquiere el insigne honor y privilegiada suerte de ser la ciudad reservada por los decretos de Dios para servir de morada en el mundo a su Hijo, al Salvador, de María y de la Santa Familia, puesto que en aquel hermoso valle de Galilea se pasaron los treinta primeros años de su ignorada existencia.
Perteneció en los
tiempos antiguos a la división de Galilea y atribuida a la tribu de Zabulón,
situada en los lindes con la de Isachar. La reputación de que gozaban los
pobres habitantes de Nazareth no era la más envidiable, pues cuando el Apóstol
San Felipe anunció a Nathanel haber hallado al Mesías anunciado por Moisés y
los Profetas en la persona de Jesús de Nazareth, contestóle aquél: En Nazareth
puede haber cosa buena? Así es que el nombre de Nazareno, que por escarnio
dieron los judíos a Jesús, pasó a los discípulos y aun hoy los árabes designan
a los cristianos con el nombre de Nasara.
La época del engrandecimiento de Nazareth
comienza con Constantino, después del triunfo de la Iglesia. Eusebio y San
Jerónimo hablan ya de la pequeña ciudad en que vivió y se educó el Salvador y
de la feliz aldea en que fue anunciada su Encarnación. De esta época datan las
primeras peregrinaciones, y en principios del siglo VII existen ya en ella dos
iglesias. Pocos años después la conquista de los fanáticos musulmanes llegó
hasta Nazareth y puso en peligro a los cristianos. Transcurrido un siglo,
sabemos por San Willibrode, que los cristianos tenían que pagar a los
mahometanos a peso de oro la conservación de sus templos, empeñados los
conquistadores en demolerlos. Afortunadamente aquello no llegó a realizarse,
pero la persecución y el temor a los conquistadores hizo perder mucha
importancia a Nazareth, tanto que en el año 970, cuando el emperador griego Zimiscos
la reconquista, era una pobre y mísera aldea. Fue reconstruida la ciudad,
mejorados los templos, de los que luego hablaremos, y en poder de los cruzados
continuó, volviendo nuevamente las peregrinaciones, y Tancredo, su príncipe,
miró con singular cariño a la ciudad de la Sagrada Familia. Trasladóse a ella
la Sede Metropolitana de Seythópolis en 1 de mayo de 1187, dos meses antes de
la funesta y terrible jornada del lago de Tiberiades para las armas cristianas.
Afdal, el hijo de Saladino, se presentó con siete mil caballos en las
inmediaciones de Nazareth. Armáronse los cristianos y con ciento treinta
caballeros del Temple y del Hospital, que de la llanura de Esdralón habían
acudido en auxilio de la Santa Ciudad, salieron al encuentro del enemigo y la batalla
se dio en un pueblecillo que la historia de aquellas guerras denomina El-Mahed.
El combate fue terrible, muriendo en él Santiago de Maillé, mariscal del
Temple, que fue sepultado en la iglesia de la Anunciación. No se atrevió el
mahometano a avanzar después de aquel combate y emprendió la retirada,
salvándose por breve tiempo Nazareth. Poco después del desastre del lago
Tiberiades caía nuevamente la ciudad en poder de los sarracenos. Once años
después, en 1263, el sultán Bibars invadió la Palestina, y a la embajada que le
enviaron los latinos solicitando la paz, contestó asolando la comarca, y
regresando a Nazareth arrojó y asesinó a los cristianos, dando fuego a los
templos.
Pero llega el año 1271, y apodéranse nuevamente
los cristianos de Nazareth, pasando a cuchillo a sus dominadores y levantando
nuevamente la cruz; pero su dominación no había de ser larga, pues rendida
Tolemaida en 1291 y abandonada Palestina por los Cruzados, Nazareth quedó como
olvidado por los peligros que se corrían para llegar hasta él.
Un viajero alemán escribe en 1449 que había
pasado la noche en la capilla subterránea, y sólo un sacerdote y dos cristianos
había encontrado en la ciudad; la hermosa iglesia que sobre aquélla se
levantaba, había sido arruinada.
Pero llega el año 1620, y el emir Fakhur-Eddin
abre las puertas a los cristianos, entregando la cripta de la Anunciación a los
Padres de San Francisco, comenzando una nueva era de tranquilidad; y por
último, en 1799, Napoleón I estuvo en ella la noche que precedió a la gloriosa
batalla del Thabor. Después de la retirada del ejército francés, Djezar quiso
pasar a cuchillo a la población cristiana, pero las amenazas del almirante
inglés impidieron el bárbaro propósito, aunque los cristianos sufrieron
agresiones continuas. Las matanzas de los cristianos en Damasco en el año 1860,
hicieron temer a los de Nazareth por sus vidas, pero Akil-Agha, jefe de los
beduinos, los defendió y amparó noblemente.
Tales han sido las vicisitudes porque ha pasado
la ciudad de María, la ciudad de las flores que sirvió de hogar a la Santa
Familia de José el carpintero durante treinta años.
El aspecto exterior contemplado desde la peña
por la que los de Nazareth quisieron despeñar al Señor, o desde la iglesia
latina, no puede ser más hermoso su conjunto, pero todo este encanto se
desvanece al penetrar en sus calles en cuesta, el aspecto de mezquindad de sus
blanqueadas casas desagrada, y el polvo que llena sus calles junto con las
inmundicias, hacen repulsivo el interior de aquella tan poética ciudad
contemplada desde las afueras. Lo cálido y ardiente del clima hace que las
casas todas tengan sus habitaciones subterráneas, que son sumamente frescas en
aquel clima y verano, como cálidas durante la estación del invierno. Tenga en
cuenta el lector esta disposición común a todas las casas de Nazareth, para
cuando nos ocupemos de la que habitaron José, María y su divino Hijo. Para
cuando describamos aquélla, hablaremos del templo que sobre la gruta de la
Anunciación se levanta hoy.
De una manera breve y rápida hemos dado a conocer las dolorosas vicisitudes por que durante siglos ha pasado Nazareth para llegar hasta hoy en un periodo de calma y tranquilidad que permite al peregrino llegar a ella con seguridad y sin temores por su vida. Esbozado el cuadro que presenta la ciudad de las rosas, la que encerró a la rosa más pura y estimada del Eterno, a María, y en la que se verificó el más grande de los santos misterios de nuestra religión, en la que pasaron los primeros años de la vida de Jesús, escuchó sus primeras predicaciones y comenzó a conquistar la enemiga del infierno concitando contra Él las turbas ignorantes y rencorosas, pasemos a decir algo en cuanto la tradición y la historia nos enseñan de los primeros años de la vida de María, y de su vida en la casa de sus padres Joaquín y Ana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario