"Ventana abierta"
TESTIMONIO DE NARCISO YEPES
Web católico de Javier Olivares
Quien no perdía la ocasión de dar testimonio de su fe fue el gran guitarrista clásico español Narciso Yepes (1927-1997). En el libro "El día que cambié mi vida", Francisco Fernández-Carvajal, recoge una entrevista de Pilar Urbano, en la que el magistral guitarrista confesaba:
-Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro; sea en un auditórium palaciego, o en un monasterio, o... tocando sólo para el Papa, como hice una vez en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me sorprende..., ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He dicho "casi siempre" porque hay veces en que, por mi culpa,'en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo, sí.
-Y... ¿a Dios le gusta su música?, preguntaba la entrevistadora.
-¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.
Y añade el autor del libro citado: «Qué gran cosa sería que, si alguna vez preguntáramos al Señor si le gusta nuestro trabajo, pudiéramos oír esta dichosa respuesta: ¡Me encanta! ¡A Dios le encanta mi trabajo! Eso debemos pretender. Hacer una pequeña obra de arte de lo que tenemos entre manos. Una obra de arte que guste a Dios y, por tanto, a los demás».
Hay un método seguro para ayudar a descubrir y mantener esa presencia de Dios que todo lo transforma: practicar Ejercicios Espirituales en completo retiro. Es un respiro de tres, cuatro, cinco... días para ejercitarse en el arte de amar, y reemprender con más alegría y fortaleza el quehacer de cada día. No lo deje para un mañana indefinido.
Texto tomado de la REVISTA Ave María, Misioneros de Cristo Rey Noviembre de 2004.
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