"Ventana abierta"
ÁNGELUS
Significado de las Invocaciones y Títulos Marianos
VASO HONORABLE
Vaso digno de honor. El honor es la expresión o testimonio exterior que se da a una persona por sus virtudes o por su dignidad. Expresión o testimonio que se rinde con palabras o con hechos. Llamar a María, Vaso Honorable equivale a testimoniar su dignidad y sus virtudes.
Acerca de las virtudes, dignidad y excelencia de Ella, se ha dicho suficientemente en las Invocaciones anteriores. Aquí para honrar y glorificar a la excelsa Madre de Dios, consideraremos cuánto quiso honrarla el mismo Dios.
Retrocediendo en el camino de los siglos y aún más allá de los días solemnes de la creación, detengámonos mentalmente en la eternidad. Dios infinitamente feliz en sí mismo, ve presentes en el fulgor de su omnisciencia (=conocimiento de todas las cosas reales y posibles. Atributo exclusivo de Dios), a todos los seres que tendrán vida por su poder Creador. En su Presencia está todo lo que experimentarán las criaturas que El vivificará con su soplo inmortal ... los seres humanos que vivirán en un contraste de luces y sombras: las sombras de la culpa con las que se irán manchando y las luces de la gracia con las cuales SU Misericordia Divina los irá revistiendo.
Y en esta luz de liberación que el mismo Dios va a extender sobre la humanidad caída, resplandece ante sus divinos ojos el esplendor de todos los esplendores, la epopeya de LA REDENCIÓN, y recibiendo luz y a su vez reflejándola como estrella de primera magnitud UNA MUJER María. Que será la MADRE DE DIOS. Para darlo a la humanidad y redimirla del pecado. En estos esplendores de gracia y de belleza, Ella es adoptada desde toda la eternidad, por el Padre como Hija escogida por el Espíritu Santo como Esposa, elegida por el eterno y Divino Hijo como MADRE; Hija, Esposa y Madre respectivamente de las Augustas Personas de la Santísima Trinidad, que la harán digna por la inagotable generosidad de Ellas; y así María de una realeza sin nombre, de una pureza sin medida, de una santidad sin igual, después de la de Dios, avanza triunfadora del mal, hacia el Trono del Altísimo y es saludada por el Padre: ¡Llena de gracia!, por el Hijo: ¡El Señor es contigo!, por el Espíritu Santo: ¡Bendita eres entre todas las mujeres!
Así es saludada y bendecida por Dios Padre, por Dios Hijo, por Dios Espíritu Santo, por los ángeles, por los pecadores y también por todas las criaturas.
Esta admirable elección y exaltación de María le abrió los tesoros inagotables de las gracias, de los dones y de los privilegios, con los que Dios quiso ensalzarla y honrarla: la Inmaculada Concepción, la Purísima Virginidad unida a la Divina Maternidad, la Asunción en cuerpo y alma al cielo, la gloria triunfal que la coronó Reina del Cielo y de la tierra.
Hay más todavía: quiso Dios mismo el consentimiento de la Virgen María para cumplir el decreto o Misterio establecido desde toda la eternidad y esperar que Ella consintiera libremente y así depender de alguna manera de María ... y habiéndose hecho Hombre, quiso durante treinta años obedecerla y estarle sometido.
No faltan quienes, mostrando un falso celo de la Gloria de Dios y de
Jesucristo, censuran el honor que nosotros los católicos rendimos a la Madre
Amorosa. Pero por más que la honremos, no podemos honrarla tanto como la
Santísima Trinidad y Jesucristo, así que no erramos puesto que seguimos el
ejemplo del mismo Dios y las enseñanzas y decretos de la Santa Iglesia.
El honor que se tributa a la Madre redunda ciertamente en el Hijo, en el honor de Quien la hizo tan hermosa.
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