"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DECIMOCTAVA SEMANA DEL T.O. (2)
“Tomando los cinco panes y los dos peces, alzó
la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los
discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”.
La lectura evangélica para hoy lunes de la
decimoctava semana de tiempo ordinario (Mt 14,13-21) nos presenta el pasaje de
la “primera multiplicación de los panes”. Un milagro producto de la gratuidad,
del amor. Nos dice la Escritura que al enterarse Jesús de la muerte de Juan el
Bautista, se retiró a un lugar tranquilo y apartado, como solía hacer cuando
quería hablar con el Padre (orar).
Esa multitud anónima que le seguía se enteró y
acudieron a Él. Al ver el gentío, a Jesús “le dio lástima”. La versión de
Marcos nos dice que Jesús sintió lástima de la multitud porque andaban “como
ovejas sin pastor” (Mc 6,34) y se sentó a enseñarles muchas cosas. Mateo nos
añade que curó a los enfermos; el prototipo del Buen Pastor que cuida de sus
ovejas (Cfr. Jn 10).
Lo cierto es que al caer la tarde los
discípulos le sugirieron a Jesús que despidiera la gente para que cada cual
resolviera sus necesidades de alimento. La reacción de Jesús no se hizo
esperar: “Dadles vosotros de comer”.
Mandó que le trajeran los cinco panes y dos
peces que tenían e hizo que la gente se sentara en la yerba. Entonces, “tomando
los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se
los dieron a la gente”.
Como siempre, Jesús, con sus gestos, nos está
mostrando el camino a seguir. No se limitó a compadecerse, sentir lástima. Pasó
de compadecerse a compartir. Compartió todo lo que tenía: su Palabra, su
Persona, y su Pan. Y en ese compartir todo se multiplicó. Ese milagro lo vemos
a diario en los que practican la verdadera caridad; no dar lo que sobra, sino
lo que tenemos; mucho o poco.
Vemos también en esta perícopa evangélica una
prefiguración de la celebración Eucarística, en la cual nos alimentamos primero
con la Palabra de Dios para luego participar del Banquete Eucarístico. Es lo
que la Iglesia, sucesora de los apóstoles sigue haciendo hoy. Y todo producto
del Amor de Dios, que quiso permanecer con nosotros bajo las especies
eucarísticas.
La Eucaristía, el verdadero pan, el único capaz
de saciar nuestra hambre de Dios, el que nos alimenta para la vida eterna. “Sus
padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que
desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera” (Jn 6,49-50).
Hoy, pidamos al Señor por los ministros de Su
Iglesia, para continúen pastoreando Su rebaño, y alimentándolos con el Pan de
Su Palabra y el Pan de la Eucaristía.
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