"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL T.O. (C)
“Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos”.
La primera lectura que nos ofrece la liturgia
para este vigesimosegundo domingo del tiempo ordinario está tomada del libro
del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29). Este libro se conoce también como
Sirácides, o Ben Sirac y es uno de los llamados “deuterocanónicos” que no están
incluidos en el canon Palestinense del Antiguo Testamento. Por eso tampoco lo
encontraremos en la Biblia protestante. Y es una lástima, porque este es un
libro cuya finalidad es orientar la vida en armonía con la ley y, sobre todo,
recalcar la importancia de la moral y la religión como bases para la mejor
educación integral del hombre.
Así, por ejemplo, el pasaje de hoy nos ofrece
un sabio consejo relacionado con la importancia de proceder con humildad en
todas las instancias de nuestras vidas: “Hijo mío, en tus asuntos procede con
humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las
grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la
misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”. Años más tarde,
Jesús recogerá esa sabiduría en su oración: “Yo te bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”
(Mt 11,25-26).
De igual modo, Jesús nos pediría que le
siguiéramos en el camino de la humildad, que es producto del amor y se traduce
en el servicio al prójimo: “aprendan de mí, porque soy manso y humilde de
corazón” (Mt 11,29). Mas no se limitó a decirlo, sino que nos dio el mayor
ejemplo de humildad al lavar los pies de sus discípulos (Jn 13,1-15).
Siguiendo la misma línea, en el evangelio que
nos ofrece la liturgia para hoy (Lc 14,1.7-14) Jesús advierte a los fariseos
que es preferible ocupar los últimos lugares (últimos en términos de
importancia) antes que los primeros, pues nos corremos el riesgo de que llegue
otro “de más categoría” que nosotros y nos pidan que le cedamos nuestro puesto.
Por el contrario, es preferible ocupar los últimos puestos y que el anfitrión
nos diga “Amigo, sube más arriba”. Uno de los defectos de los fariseos
precisamente era el deseo de figurar. Por eso Jesús recalca: “todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Jesús se refiere
por supuesto a la humildad de corazón, pone su énfasis en la conversión
interior, no en lo exterior. El día del juicio seremos juzgados, no por los
honores y puestos que obtuvimos, sino por cuánto servimos a otros, cuánto
amamos.
A renglón seguido Jesús cambia su enfoque de
los invitados a su anfitrión. Para ello usa la figura del “banquete”, que en
términos bíblicos se refiere al Reino de los cielos: Cuando des un banquete,
invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden
pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. Esa invitación a los
marginados a sentarse a nuestra mesa implica solidarizarse, hacerse uno con ellos.
Así, en el día final cuando ellos, por quienes Jesús siempre mostró preferencia
sean llamados a entrar en el Reino, el Padre nos dirá a nosotros también:
“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue
preparado desde el comienzo del mundo” (Mt 25,34).
No olviden visitar la Casa del Padre; Él les espera…
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