"Ventana abierta"
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA DECIMOCTAVA SEMANA DEL T.O.
“Yo seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo”. Continúa retumbando esa frase de Yahvé Dios; pero esta
vez precedida de un componente que le brinda hasta cierto dramatismo: “Meteré
mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones…”
En la primera lectura de hoy (Jr 31,31-34) Dios se está refiriendo a una
Nueva Alianza, diferente de la Alianza del Sinaí, que va a establecer con su
pueblo. Aquella estaba escrita en unas tablas de piedra y basada en unas normas
de conducta impuestas. Ahora va ser diferente. Ya no tendrán que aprender ni
enseñar la ley, “porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande”.
¿Y cómo va Dios a “meter su ley en nuestro pecho”, a “grabarla en nuestros
corazones”? La clave tal vez la encontramos unos versículos antes en el mismo
libro de Jeremías: “Con amor eterno te amé,…” (Jr 31,3). Va a escribir esa Ley
de la Nueva y Eterna Alianza con el único lenguaje que conoce el corazón: el
lenguaje del amor. Dios ha derramado su Amor infinito sobre nosotros, nos ama
con pasión, con ese amor eterno que no conoce de tiempo ni de límites. Y cuando
nos abrimos a ese Amor, y sentimos esa llama que quema nuestro corazón, no
tenemos otra alternativa que corresponder. Y cuando eso ocurre nos encontramos
“sembrados” en las Bienaventuranzas. Descubrimos que no hay otro camino que no
sea el amor, ese amor que nos hace capaces de dar la vida por nuestros amigos
(Jn 15,13). Ya la Ley se hará innecesaria, porque al amar con el mismo Amor que
Dios nos ama, cumplimos con todos sus preceptos. Por eso ya no tendremos que
“aprender ni enseñar la ley”; porque la tendremos “grabada en nuestros
corazones”.
El Evangelio de hoy (Mt 16,13-23) nos presenta la “profesión de fe” de
Pedro y el primer anuncio de la Pasión. El pasaje comienza con Jesús
preguntando a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?”. A lo que los discípulos respondieron: “Unos que Juan Bautista, otros
que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Entonces Jesús les
preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro replicó: “Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Esa profesión de fe suscita el primado petrino: “¡Dichoso tú, Simón, hijo
de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi
Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré
las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en
el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Habiendo delegado su autoridad a Pedro, procedió a hacer el primer anuncio de su Pasión, diciendo a sus discípulos que “tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
Hoy, pidamos el don de un corazón dócil al Espíritu, para que Su Ley quede grabada en nuestros corazones, y podamos hacer profesión de fe reconociendo a Jesús como nuestro Señor y Salvador.
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