de que entres en mi casa,
tú que cuentas
con los frágiles.
No soy digno
de desatar tus sandalias,
pero tú me calzas
las botas del reino
y me envías a ser
buena noticia.
No soy digno
de servir en tu mesa
y tú me sientas a ella
para darme el pan,
la paz y la palabra.
No soy digno
de llamarme profeta,
y tú me das una voz
para cantar tu evangelio.
tan distante, tan a medias,
tan herido de tibieza,
bastará para sanarme.
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