"Ventana abierta"
San Vicente De Paúl
aciprensa
San Vicente de Paúl fue un sacerdote francés.
Es una de las figuras más representativas del catolicismo en la Francia
del siglo XVII. Fue fundador de la Congregación de la Misión, también llamada
de Misioneros Paúles, Lazaristas o Vicentinos (1625) y, junto a Luisa de
Marillac, de las Hijas de la Caridad (1633). Fue nombrado Limosnero Real por
Luis XIII, función en la cual abogó por mejoras en las condiciones de los
campesinos y aldeanos.
Realizó una labor caritativa notable, sobre todo durante la guerra de la
Fronda, una de cuyas consecuencias fue el incremento de menesterosos en su
país.
Biografía de San Vicente de Paúl
Nació en Aquitania el
año 1581. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax que
está a 5 kilómetros de Pouy. Dax es una ciudad próspera, de amplias calles y
bellas mansiones. Vicente toma gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural;
se siente con vergüenza sus orígenes y de su mismo padre. "Siendo un
muchacho, cuando mi padre me llevaba a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y
reconocerle como padre, porque iba mal trajeado y era un poco cojo".
"Recuerdo que en una ocasión, en el colegio donde estudiaba me avisaron
que había venido a verme mi padre, que era un pobre campesino. Yo me negué a
salir a verle".
Después de cuatro años de estudios en Dax, marcha a la gran ciudad de
Toulose. Su padre acaba de morir en 1598, mientras Vicente tenía 17 años, ha
recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su padre le deja parte de la
herencia para pagar sus estudios, pero él rechaza esta ayuda; prefiere
valérselas por sí mismo.
Para subsistir, enseña humanidades en el colegio de Buñet y sigue a la vez
con sus estudios de Teología. En 1598 recibe el subdiaconado y el diaconado, y
el 23 de Septiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, es ordenado sacerdote por el
anciano obispo de Périgueux. "Si yo hubiera sabido, como lo he sabido
después, lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de aceptarlo,
habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado
tan temible," escribirá más tarde.
El obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero hay otro candidato. Vicente
renuncia, prefiere proseguir con sus estudios y apuntar más alto: aspira a ser
obispo.
Estudios y Doctorado
En 1604 obtiene el
doctorado en Teología. Se dirige a Burdeos. Acude a Marsella a un viaje
bastante interesado. Una anciana dama de Toulose le ha dejado una herencia de
400 escudos, pero la anciana tiene a un deudor, a quien Vicente persigue hasta
Marsella, donde consigue recuperar 300 escudos, para regresar a continuación a
Toulose por Narbona.
En Marsella Vicente embarca para Narbona. Se va en barco, el cual es
atacado por los turcos y Vicente cae prisionero. Los años 1605-1607 son en
realidad muy misteriosos. Se cuenta que vendido como esclavo en Túnez, estuvo
sucesivamente al servicio de cuatro distintos señores: un pescador, un médico,
el sobrino de éste y, por último, un cristiano renegado. Por fin, convirtió a
su amo, se escapó llegando a Avignon y desde allí a Roma. Luego fue a París
hacia el 1608.
En 1609, poco después de su llegada a París, Vicente encontró a Pierre de
Bérulle, sin duda en el hospital de la Caridad, adonde ambos iban a visitar
enfermos. Bérulle tenía una doble vocación: la cura de las almas y la fundación
de un grupo de sacerdotes espirituales. El clero salía en un estado lamentable
de las guerras de religión; los decretos del Concilio de Trento referentes a la
formación de los sacerdotes no se cumplen (de lo contrario, Vicente no habría
sido ordenado a los 19 años, ya que el Concilio exigía 25 años de edad mínima
para la ordenación sacerdotal) Eran muchos los obispos que vivían como grandes
señores, alejados de sus diócesis.
Se está abriendo paso un nuevo movimiento. En Italia, Felipe Neri ha
fundado la congregación sacerdotal del Oratorio, que al igual que los oblatos
fundados en Milán por Carlos Borromeo, desea vivir un sacerdocio fervoroso.
Bérulle trata de convencer a Francisco de Sales para que funde el Oratorio en
Francia, el cual rechaza la oferta. Entonces éste, a instancias del Arzobispo
de París, Henri de Gondi, fundará en 1611 el Oratorio de París, "una
congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en contra del
lujo; se hiciera el voto de no pretender beneficio o dignidad alguna, en contra
de la ambición, y se viviera igualmente el voto de dedicarse a las funciones
eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad.
Párroco de Clichy
Bérulle deseaba que
Vicente ingresara en el Oratorio, pero Vicente por diferentes razones no
acepta, en cambio acepta la proposición de reemplazar en su puesto a un
sacerdote que desea ingresar en el Oratorio; y de ese modo, en mayo de 1612,
Vicente toma posesión de la parroquia de "Clichy la Garenne", a una
legua de París. Se trata de una parroquia de 600 habitantes, de carácter
semi-rural (habitada sobre todo por hortelanos donde Vicente se encuentra a
gusto Allí enseña el catecismo, repara el mobiliario de la Iglesia. Hace doce
años que es sacerdote y es la primera vez que ejerce un ministerio sacerdotal.
Bérulle que sigue soñando con grandes cosas para Vicente, hace que lo
nombren preceptor de la ilustre familia de Gondi, Phillipe de Gondi, sobrino
del Arzobispo de París. Vicente llega allí en Septiembre de 1613: "Me
aleje con pena de mi pequeña iglesia de Clichy", escribe a un amigo.
Ya tenemos a Vicente provisto de un excelente "reducto". Da
algunos cursos y lecciones a los niños y lleva una vida palaciega en
Montmirail, en Joigny, en París, en Folleville... Ya podía darse por contento.
Sin embargo no era feliz. Durante los numerosos viajes de Gondi, vuelve a
entrar en contacto con los campesinos y con las pobres gentes que viven en los
dominios de la noble familia. Y se da cuenta de que el Evangelio exige la
caridad radical.
A comienzos de 1617, visita Vicente a un moribundo en Gannes, en el
distrito del Oise, cerca del palacio de los Gondi; aquel hombre, que tenía fama
de ser un hombre de bien, reveló a Vicente unos pecados que jamás se había
atrevido a confesar a su párroco, tanto por vergüenza como por amor propio. El
moribundo que experimentaba una extrema soledad moral, que padecía la noche, el
frío y la imposibilidad de hablar con Dios; era un hombre cerca de la muerte
sin haber encontrado una mirada sacerdotal lo bastante dulce y lo bastante
humana para poder salirse de sí mismo y atreverse a creer en la ternura de
Dios. He ahí la vocación de Vicente: la ternura. Su corazón ha sido tocado.
Quería ir a los campos más remotos a expresar a todos los que se sienten
perdidos que existe un Dios de ternura que no les ha olvidado. Quiere ser
testimonio de ese amor divino. Estar presente con la ternura de Dios.
Vicente queda impresionado y el 25 de enero predicó en Folleville, cerca
de Amiens, proponiendo a todos los fieles de Folleville la idea de que vayan
allá algunos sacerdotes ante quienes puedan hacer una confesión general de toda
su vida. Este sermón que fue el origen de la "Congregación de la
Misión", instituida para dar misiones populares y trabajar en la formación
del clero de Francia y en otros países. A los sacerdotes y hermanos de la
Congregación de la Misión se les conoce en Francia como "Lazaristas"
por su casa madre, San Lázaro.
En agosto de ese mismo año 1617, en Chatillón-les-Domes, San Vicente se
encuentra con la miseria material de los campesinos. San Vicente relata los
hechos: "Mientras me revestía para celebrar la santa Misa, vinieron a
decirme... que en una casa apartada de todas las demás, como a un cuarto de
legua, estaban todos enfermos, hasta el punto de que no había una sola persona
que pudiera atender a las demás, las cuales se hallaban en un estado de
necesidad indescriptible. Esto me ocasionó una tremenda impresión." A la
llamada de Vicente acuden todos los feligreses en ayuda de esa familia. Pero,
para Vicente, este movimiento espontáneo no es bastante, porque corre el
peligro de no tener continuidad: "Una enorme caridad, sí; pero mal organizada".
Fundación de las hijas de la Caridad
Vicente pone manos a
la obra y muy pronto, el 23 de agosto, lee ante unas cuantas mujeres cuyo
corazón se ha visto afectado igual que el suyo por aquella miseria, un texto
que constituye todo un programa de ayuda a los enfermos. Dicho texto servirá de
modelo, en adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las
"Confréries de Charité" (Hermandades de Caridad). Las Cofradías se
multiplicaron; hoy en algunos países se les llama "equipos de San Vicente".
La Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años más
tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac.
Vicente no quiere permanecer por más tiempo con los Gondi y así se lo hace
saber a Bérulle en mayo de 1617. Se traslada el 1 de agosto de aquel mismo año
a una pequeña parroquia entre Lyon y Ginebra, en la región de Bresse:
Chatillon-des-Dombes, donde ejerce como párroco.
Los Gondi, y con ellos Bérulle, desean que Vicente se reintegre a su
puesto y resuma sus funciones de capellán y preceptor. Le llaman a París.
Vicente llega a casa de los Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año
decisivo en el que ha encontrado su camino, el camino de la compasión y la
ternura para con quienes se hallan sumidos en el abandono. Utilizando su puesto
como base de operaciones, empieza a establecer sus pequeñas asociaciones de
caridad.
En noviembre de 1618 se encuentra en París Francisco de Sales. El Obispo
de Annecy, que tiene ya cincuenta y un años, ha publicado dos años antes su
Tratado del Amor de Dios. Francisco de Sales es célebre por la inmensa dulzura
en sus discusiones con los protestantes y por su bondad para con los pobres y
enfermos a quienes les daba todo, incluso lo que no era suyo y lo tomaba
prestado. En 1610, el Obispo de Sales funda la Visitación, congregación
religiosa femenina y desea que se consagren al cuidado de los enfermos. Las
primeras Visitandinas se ocupan de los enfermos de Annecy.
A su llegada a París, Francisco de Sales es objeto de una entusiasta
acogida; con su palabra evangélica y sencilla, conoce a la Madre Angélica
Arnauld, a Bérulle y a Vicente, que queda impresionado por su dulzura:
"Tan suave era su bondad, que las personas favorecidas por sus
conversaciones la sentían cuando ésta penetraba dulcemente en sus corazones. Yo
mismo he soñado tales delicias".
No es posible entender el entusiasmo que despierta Francisco de Sales en
París y en todas partes si no se tiene en cuenta la situación de Europa en
estos comienzos del siglo XVII. Las poblaciones no han dejado de verse
afligidas por grandes males, lo cual ha provocado en ellas un enorme trauma; la
angustia y la desesperación se generalizan, y la Iglesia señala con el dedo los
diversos chivos expiatorios: los turcos, las brujas, los judíos, los
herejes...; e insiste además continuamente en ese otro peligro, distinto del
que aflige al cuerpo: el peligro de perder el alma. Francisco de Sales,
rebosante de bondad, es un mensaje que, para liberar; los temores, no apela al
iluminismo ni a remedios vanos, sino al realismo y al sentido común del hombre;
para los hombres de comienños del siglo XVII se trata de una inmensa
convocatoria a la esperanza. Este mensaje y su eficañ puesta en práctica
muestran al hombre que la verdadera bondad humana procede de Dios y que, a la
veñ, la bondad de Dios es muy superior a toda bondad humana: ahí radica el
secreto de la vida de Vicente y de Francisco. Su Dios es un Dios de ternura y
de bondad; y al haberlo experimentado así, desean expresarlo por medio de su
propia vida. Francisco de Sales será para Vicente un punto de referencia
constante. Por su parte, Francisco de Sales, que ha reconocido en Vicente, le
pide que se haga cargo de la capellanía de las Visitandinas de París y de la
dirección espiritual de Juana de Chantal.
En 1619, Vicente es
nombrado capellán general de las Galeras, de las que es responsable el señor de
Gondi. Los galeotes son entonces los más pobres de entre los pobres. Vicente
les visita primero en las mazmorras de La Conciergerie (antigua prisión de París),
encuentra allí a hombres dominados por el odio y la desesperación; y pide y
obtiene de M. de Gondi que se les conceda un trato más humano. El capellán
general de las Galeras baja después a Marsella, donde los galeotes son más
numerosos, y se presenta "de incógnito" en el lugar en que están
encerrados; aquello le impresiona terriblemente: es "el espectáculo más
triste que se puede imaginar", "una verdadera imagen del
infierno". "Herido, pues, por un sentimiento de compasión hacia
aquellos miserables forzados, me impuse a mí mismo la obligación de consolarles
y asistirles lo mejor que pudiera". Pero Vicente no se limita sólo a
buenas palabras, sino que pasa a la acción y se ocupa de mejorar en lo que
puede las estructuras, como de costumbre. En el viaje que en 1623 realiza a
Burdeos, donde se halla una flotilla de galeras se da a conocer como sacerdote
a los galeotes; les dice, "os encontráis en la más absoluta indigencia; os
creéis abandonados y rechazados por todos. Pero vuestro Padre de los Cielos os
ama y os bendice".
Desde Burdeos, Vicente se dirige a su aldea natal, en las Landas. Los
suyos habrían deseado obtener algún provecho de Vicente. Este les dice que no
esperen nada de él: "porque aun cuando poseyera cofres llenos de oro y
plata, no les daría nada, porque todo cuanto posee un eclesiástico se lo debe a
Dios y a los pobres".
Vicente experimenta su profunda conversión en el momento en que se inicia
en Europa una larga serie de conflictos. La guerra de los Treinta Años, que
comienza en 1618, es la conclusión lógica de una enorme crisis acaecida en
Europa, había tenido origen en la oposición entre católicos y protestantes
dentro del imperio germánico. La crisis ideológica del cristianismo que había
dado lugar a dos reformas antagónicas (la de Lutero y Calvino por un lado, y la
del Concilio de Trento por otro) hay que verla dentro del contexto general de
la crisis del siglo XVI.
La doctrina elaborada en el Concilio de Trento, en contraste a la tesis
protestante, rehabilitaba la naturaleza humana y llevaba, de un modo lógico, a
insistir en los sacramentos. Por otra parte el Concilio pedía a los sacerdotes
que predicasen el Evangelio. La aplicación de los decretos del Concilio
requería tiempo, y puede observarse cómo Vicente se referirá constantemente a ellos
y se esforzará para que sean puestos en práctica.
Misioneros para la guerra
Se suceden guerras,
se triplican los impuestos y los pobres siempre son los perdedores. La miseria
es espantosa. Un sacerdote de la Misión que acaba de llegar a Champagne escribe
a Vicente: "No hay lengua que pueda decir, ni pluma capaz de expresar, ni
oído que se atreva a escuchar lo que hemos contemplado desde los primeros días
de nuestra estancia en estas tierras... Todas las iglesias y los más santos
misterios han sido profanados; los ornamentos saqueados; las pilas bautismales
destrozadas; los sacerdotes asesinados, torturados u obligados a huir; las
viviendas demolidas; las cosechas robadas; las tierras están sin labrar ni
sembrar; el hambre y la mortandad son casi absolutas; los cadáveres se hallan
sin sepultar y, en su mayor parte, sirven de pasto a los lobos. Los pobres que
sobreviven a esta ruina se ven obligados a recoger por los campos los granos de
trigo o de avena semipodridos. El pan que consiguen fabricar es como barro y la
vida que llevan es tan insana que más parece una muerte viviente. Casi todos
están enfermos, ocultos en miserables chozas o en cuevas a las que uno no sabe
cómo llegar, la mayor parte tumbados en el suelo desnudos o sobre paja podrida,
sin más ropa que unos miserables harapos. Sus rostros ennegrecidos y
desfigurados, más parecen rostros de fantasmas que de hombres".
Vicente envía allá doce de sus sacerdotes para organizar la ayuda. No
había más que un modo de poner fin a la miseria de las poblaciones: la paz. Y
Vicente no lo duda un momento: se atreve a enfrentarse a Richelieu y pedirle
enérgicamente que ponga término a tan enormes conflictos.
El camino de Vicente son los pobres, tanto espiritual como materialmente.
"La Iglesia de Cristo no puede abandonar a los pobres. Ahora bien, hay
diez mil sacerdotes en París, mientras que en el campo los pobres se pierden en
medio de una espantosa ignorancia". Vicente quiere sacerdotes para la
"misión", para ser enviados a las zonas rurales.
La congregación puede fundarse el 17 de abril de 1625. La Congregación es
reconocida un año más tarde por el Arzobispo de París; los primeros misioneros
firman su acta de asociación el 4 de septiembre de 1626. Pero es entonces
cuando comienzan las dificultades. El señor Gondi, influenciado por Bérulle,
pretende retirar el dinero que ha entregado para la fundación. Saint-Cyran
consigue disuadirle. A pesar de todo, Roma, igualmente a instancias de Bérulle,
se niega dos veces a dar su aprobación a la Congregación de la Misión. Habrá
que esperar ocho largos años -hasta 1633- para conseguir dicha aprobación.
En julio de 1628 el obispo de Beauvais pide a Vicente que acuda allí en
septiembre a dar un retiro a los futuros sacerdotes. Es precisamente en esta
tarea de formación de futuros sacerdotes en lo que piensa el Arzobispo de París
cuando, en 1631, ofrece a Vicente un conjunto de edificios mucho más
importantes que el "College des Bons-Enfants": la antigua leprosería
de Saint-Lañare (que dará a los sacerdotes de la Misión el nombre de Lañaristas).
Lo que desea el arzobispo es que Vicente contribuya a la reforma del sacerdocio
y sirva a la formación de los futuros sacerdotes. En el siglo XVII hay dos
tipos de reformadores del clero, Vicente prefiere ante todo la formación por la
práctica, sobre el terreno, según el método más experimental. Lo que a él le
preocupa es la situación concreta de los sacerdotes.
Saint-Lañare viene a ser, más concretamente, un centro de encuentros. Cada
martes se reúnen allí los sacerdotes, que se dedican a orar, a reflexionar y a
escuchar a Vicente en sus famosas "conferencias de los martes"; entre
el auditorio se hallan veintidós futuros obispos, que de este modo reciben su
formación de los evangélicos labios de Vicente de Paúl.
De 1630 a 1650 Francia atraviesa una época de guerras desastrosas para el
pueblo sencillo. Vicente mira de frente las desgracias de su época, se niega a
cerrar los ojos y lucha contra la miseria a brazo partido. Esta miseria impide
a los hombres vivir como seres humanos. Si tomamos las cosas más elementales de
la existencia, el nacimiento, por ejemplo, vemos que cada una de siete mujeres
moría después del parto. Las que no se morían pasaban por el momento más grave,
el período post-parto: las fiebres y los problemas de infección. Por otra parte
un hecho que se repite constantemente: "Una gran cantidad de huérfanos que
tiene que ser dejados a cargo de los que sobreviven, y que son adoptados
durante un tiempo por la comunidad de la aldea o barrio, hasta que el padre
contrae nuevo matrimonio.
La espiritualidad de
Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas. Podemos ver la
expresión de esta espiritualidad en una conferencia que da el 19 de septiembre
de 1649 a las Hijas de la Caridad, donde concreta y analiza "los dos
amores": el amor afectivo y el amor eficaz. El primero es "la ternura
hacia las cosas que se ama", "la ternura del amor". Este amor,
dirá más tarde, hace que uno se vuelva hacia Cristo "tierna y afectuosamente,
como un niño que no puede separarse de su madre y grita "¡mamá!",
cuando la ve alejarse" (notemos que Vicente habla aquí de Cristo como una
madre).
Pero este amor efectivo es para él el más pequeño de los dos, es el amor
de los comienzos; y compara los dos amores con dos hijos de un mismo padre;
pero resulta que el amor efectivo "es el hijo pequeño al que el padre
acaricia, con quien se entretiene jugando y cuyos balbuceos le encanta
oír"; pero el amor eficaz, es mucho mayor; es un hombre de veinticinco o
treinta años, dueño de su voluntad, que va adonde le place y regresa cuando
quiere, pero que a pesar de ello, se ocupa de los asuntos familiares".
Vicente insiste mucho en este segundo amor y en el "quehacer"
que conlleva: "Si hay alguna dificultad, es el hijo quien la soporta; si
el padre es labrador, el hijo cuidará de que estén en orden las tierras y
arrimará el hombro". En este segundo amor apenas se siente que se es amado
y se ama: "Parece como si el padre no sintiera por el hijo ninguna ternura
y no le amará". Sin embargo -afirma Vicente-. a este hijo mayor el padre
"le ama más que al pequeño". Y añade Vicente: "Hay entre
vosotras algunas que no sienten a Dios en absoluto, que jamás le han sentido,
que no saben lo que es sentir gusto en la oración, que no tienen la menor
devoción, o al menos así lo creen... Hacen lo que hacen las demás, y lo hacen
con un mayor que es tanto más fuerte cuanto menos lo sienten. Este es el amor
eficaz que no deja de actuar, aun cuando no se deje ver".
Vicente quiere que se pase al amor eficaz, porque teme la nostalgia propia
de las resoluciones demasiado generales y de las efusiones afectivas; a
propósito de las resoluciones, puestas incluso por escrito por una determinada
dama, escribe a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecen
"buenas", pero que le "parecerían aún mejores si (la tal dama)
descendiera un poco más a lo concreto", porque lo importante para él son
los actos, mientras que "lo demás no es sino producto del espíritu, que
habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de
una virtud, se deleita con el pensamiento de ser virtuosos"; es preciso,
pues, llegar a los "actos" porque, de lo contrario, se queda uno en
la "imaginación".
Para Vicente, la oración es lo primero; era muy práctico pero esa práctica
se fundamentaba en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida
interior de oración.
Vicente encuentra en su camino a los jansenistas. Jansenio había comenzado
a escribir su Augustinus en 1628; Roma lo condena en 1641; pero Vicente, antes
incluso de esta condena, ya había tomado postura contra el jansenismo.
En lugar de ponerse en tensión y tratar de que Dios se adapte a unos
determinados moldes para el alma, Vicente, en oposición a los jansenistas, no
dejará de proponer abandonarse tranquilamente a Dios. La gracia tiene sus
momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos muy mucho de
anticiparnos a ella.
Vicente era enemigo de la actividad compulsiva. Si dio mucho fruto es
porque utilizaba muy bien el tiempo guiado y movidas sus velas por la fuerza
del Espíritu Santo. A partir de 1645 dicta o redacta personalmente unas diez
cartas por día -tiene dos secretarios-, sigue de cerca la actividad de todas
las casas de caridad y de todos los sacerdotes de la Misión; afluyen las
vocaciones y se abren nuevas casas en Génova, Turín y Roma. En 1646 se funda
una casa en Argel (donde estallará la peste en 1647) y se pide a la
congregación que acuda a Marruecos; aquel mismo año se envían sacerdotes a
Irlanda y Escocia. En 1648 va un grupo de misioneros a Madagascar. En 1651
parte un grupo para Polonia. En 1660, justamente antes de su muerte, Vicente
concibe un proyecto de misiones en América y en China.
Entre 1650 y 1660 son particularmente tres regiones de Francia las que
perciben mayor ayuda: la Ile-de-France, la Champagne y la Picardie cuyas
provincias han sido saqueadas y devastadas por los soldados. A partir de 1652,
las consecuencias de la guerra afectan a todas las familias de Francia. Pero
Vicente prosigue su actividad sin descanso, entregando siempre toda su persona.
Lo único que exigía a los suyos era bondad, constancia y dulzura.
El 18 de abril de
1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe unas largas consideraciones
sobre la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la
Misión.
En julio de 1660 se ve obligado a guardar cama. Toda su vida había sido
una persona fuerte y robusta; el típico campesino de pequeña estatura - medía 1
metro y 62 centímetros-, poseía una enorme resistencia, como si estuviera hecho
de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se teme por su vida, pero sale
bien, aunque se le prohíbe montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y
tenía que caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío vuelve a
abrir las llagas de sus piernas y poco a poco, se ve forzado a permanecer
inmóvil. Se queda en Saint-Lañare, en medio de los pobres.
Su corazón y su espíritu se mantienen totalmente despiertos, pero en
septiembre las piernas vuelven a supurar y el estómago no admite ya el menor
alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la capilla, donde asiste a
Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se
le administra la extremaunción; a la una de la mañana bendice por última vez a
los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados
y a todos los pobres. Está sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así
es como muere el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la
mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres.
Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.
San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres.
"Monsieur Vincent", como se le llamaba, estimulaba y guiaba la
actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió misioneros a Italia,
Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego
fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes
y seglares y, en nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.
Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737. Su
fiesta se celebra el 27 de septiembre. En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue
exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un
doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, incluyendo al
Superior General, Fr. Bonnet.
"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó.
Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18
dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la
sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores
testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por
medios naturales.
Oración a San Vicente de Paúl
¡Oh glorioso San
Vicente, celeste Patrón de todas las asociaciones de caridad y padre de todos
los desgraciados, que durante vuestra vida jamás abandonasteis a ninguno de
cuantos acudieron a Vos! Mirad la multitud de males que pesan sobre nosotros, y
venid en nuestra ayuda; alcanzad del Señor socorro a los pobres, alivio a los
enfermos, consuelo a los afligidos, protección a los desamparados, caridad a
los ricos, conversión a los pecadores, celo a los sacerdotes, paz a la Iglesia,
tranquilidad a las naciones, y a todos la salvación. Sí, experimenten todos los
efectos de vuestra tierna compasión, y así, por vos socorridos en las miserias
de esta vida, nos reunamos con vos en el cielo, donde no habrá ni tristeza, ni
lágrimas, ni dolor, sino gozo, dicha, tranquilidad y beatitud eterna.
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