"Ventana abierta"
LA VENTAJA DE ROBARLE
A DIOS
FE adulta, 18 09 19 José Luis Sicre
Domingo 25 Ciclo C
Jesús cerró el periódico y miró al grupo:
‒ Voy a contaros una historia. Un partido político tenía un administrador
que aprovechaba las donaciones para aumentar su cuenta personal en Suiza.
Enterado de que sospechaban de su gestión, se dijo: “Me van a echar del
partido, incluso es posible que me denuncien. En la oposición no me darán
trabajo, los bancos tampoco. ¿Qué puedo hacer? Iré anotando en una libreta
todos los datos que puedan inculpar a los jefes del partido, amenazaré con
publicarlos en la prensa, y ante el miedo de que se conozcan me dejarán tranquilo.
Luego me iré a una isla del Caribe a disfrutar el resto de mi vida.
Se les quedó mirando y les preguntó.
‒ ¿Qué os parece ese administrador?
‒ Que es un…
Pedro se cortó a tiempo, pero era claro lo que seguía.
‒ Depende del partido al que robase ‒ comentó irónico Bartolomé.
‒ Eso lo hacen casi todos ‒ opinó Tomás.
‒ ¿Alguien está a favor del administrador?
Ninguno parecía de acuerdo y Jesús continuó.
‒ Voy a contaros ahora otra historia, pero esta vez de un terrateniente.
Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba
sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de
ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El
administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi
amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza.
Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración,
encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a uno a los
deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste
respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo: "Aquí está tu
recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: "Y tú,
¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo:
"Aquí está tu recibo, escribe ochenta.
Jesús hizo una pausa
y les preguntó:
‒ ¿Sabéis cuál fue la reacción del terrateniente?
‒ Lo denunció para que lo metieran en la cárcel. Los ricos son unos…
‒ Te equivocas, Felipe. Alabó lo astuto que había sido.
Felipe lo miró incrédulo.
‒ ¿Y a ti te parece bien?
‒ Me parece estupendamente. Es un ejemplo para todos.
Pedro se rascó la cabeza y comentó escéptico.
‒ ¿Quieres que nos dediquemos a robar?
‒ Quiero que os dediquéis a utilizar el dinero con astucia. ¿Por qué hizo
el administrador esas trampas? ¿Qué pretendía?
‒ Encontrar trabajo cuando lo echaran ‒ sugirió Sara.
‒ Algo parecido ‒ respondió Jesús‒. Cuando os conté la historia usé una
expresión distinta: lo que quiere es que alguien le reciba en su casa. ¿Os dais
cuenta de por dónde voy?
‒ No.
Jesús suspiró hondo. No acababa de acostumbrarse a la poca inteligencia de
sus discípulos.
‒ Vosotros sois como el administrador. Más pronto o más tarde, tendréis
que dar cuenta de cómo habéis administrado el dinero.
‒ El dinero, no. Nuestro dinero ‒ se atrevió a corregir Leví.
‒ Vuestro dinero, no. El dinero de Dios. Todo lo que tenemos es de Dios, y
nos lo confía para que lo administremos. Podemos derrocharlo alegremente, y nos
pedirá cuentas por ello. Y podemos darlo a otros, como el administrador del
terrateniente, y nos ganaremos amigos que nos paguen un viaje al Caribe.
‒ El Caribe es el cielo, ¿verdad? ‒ bromeó María.
‒ Efectivamente. Y para pagar ese viaje no se puede ahorrar. Al contrario,
hay que gastarse el dinero entregándolo al que lo necesita.
‒ Yo prefiero pagarme el viaje por mi cuenta.
‒ Imposible. Son otros los que tienen que pagar por ti.
‒ Lo que yo no entiendo ‒cortó Felipe‒ es eso de que el dinero no es mío.
La panadería le costó a mi padre muchos años de trabajo y sacrificio.
‒ La panadería de tu padre, la furgoneta de Judas, todo, son cosas
pequeñas, sin valor. Lo verdaderamente valioso es disfrutar de una habitación
en el hotel del Caribe. Pero si
no administras bien los bienes que te encomiendan en esta vida, no se fiarán de
ti, y no te permitirán entrar en el hotel.
Pedro se acarició la barba.
‒ Muy complicado todo eso, maestro.
‒ ¿Es que no lo entiendes, o que no quieres entenderlo?
La ironía de la parábola
La segunda de las dos parábolas anteriores, que reproduce literalmente el
texto del evangelio de Lucas, escandaliza a mucha gente porque Jesús termina
alabando al administrador sinvergüenza. Pero las dificultades para entenderla
parten de otros presupuestos en los que se basa Jesús, y que van en contra de
nuestra forma de ver:
1. Nosotros no somos propietarios sino administradores. Todo lo que
poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad
personal sino algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente.
2. Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son
nada en comparación con el bien supremo de “ser recibido en las moradas
eternas” (el hotel del Caribe).
3. Para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital
recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.
La ironía de la parábola radica en decirnos: cuando das dinero al que lo
necesita, tú crees que estás desprendiéndote de algo que es tuyo. En realidad,
le estás robando a Dios su dinero para ganarte un amigo que interceda por ti en
el momento decisivo.
La idolatría del dinero
El evangelio de este domingo termina con unas palabras muy famosas: Ningún
siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al
otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis
servir a Dios y al dinero.
Jesús no parte de la experiencia del pluriempleo, donde a una persona le
puede ir bien en dos empresas distintas, sino de la experiencia del que sirve a
dos amos con pretensiones y actitudes radicalmente opuestas. Es imposible
encontrarse a gusto con los dos. Y eso es lo que ocurre entre Dios y el dinero.
Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la
idolatría y defensa del primer mandamiento ("no tendrás otros dioses
frente a mí"). El AT es en gran parte una condena de los dioses paganos y
de los ídolos, que aparecían como rivales del único Dios verdadero. Al
principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios eran los
dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.).
Pero los profetas
les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse en cualquier
terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un
dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno
de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del
dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar
cayendo en la idolatría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al
dinero se le da culto de tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato, para tener
más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de Dios, del
prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera lectura, tomada
del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no hace daño directo
al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus necesidades. El ejemplo
clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder
la fe en la Providencia.
Unos casos de injusticia directa: Amós 8, 4-7
Amós, profeta judío del siglo VIII a.C. criticó duramente las injusticias
sociales de su época. Aquí condena a los comerciantes que explotan a la gente
más humilde. Les acusa de tres cosas:
1) Aborrecen las fiestas religiosas (el sábado, equivalente a nuestro
domingo, y la luna nueva, cada 28 días) porque les impiden abrir sus tiendas y
comerciar. Es un ejemplo claro de que “no se puede servir a Dios y al dinero”.
2) Recurren a trampas para enriquecerse: disminuyen la medida (el kilo de
800 gr), aumentan el precio (el paso de la peseta al euro fue un ejemplo que
pasará a la historia) y falsean la balanza.
3) El comercio humano, reflejado en la compra de esclavos, que se pueden
conseguir a un precio ridículo, “por un par de sandalias”. Hoy se dan casos de
auténtica esclavitud (como los chinos traídos para trabajar a escondidas en
fábricas de sus compatriotas) y casos de esclavitud encubierta (invernaderos de
Almería; salarios de miseria aprovechando la coyuntura económica, etc.).
SERVIR A DIOS ES
SIEMPRE IDOLATRÍA
Fe adulta,18 09 19 Fray Marcos
Lc 16,1-13
Comienza indicando que la parábola va dirigida a los discípulos; pero al
final dice: “estaban oyendo esto los fariseos que son amantes del dinero”. Esta
frase nos indica la falta de precisión a la hora de determinar los
destinatarios de esta parábola y la del rico Epulón, que leeremos el domingo
que viene. Debemos tener en cuenta que a las primeras comunidades cristianas
solo pertenecieron pobres.
Solamente a principios del s. II se empezaron a
incorporar personas importantes de la sociedad. Si los evangelios se hubieran
escrito en esa época se hubiera matizado más.
Jesús hablaba para que le entendiera la gente sencilla. Hay explicaciones
demasiado rebuscadas. Por ejemplo: Que el administrador, cambiando los recibos,
no defrauda al amo, sino que renuncia a su propia comisión. No parece verosímil
que el administrador se embolsara el 50% de los recibos de su señor. Otra
explicación demasiado alambicada es que el administrador hizo lo que tenía que
hacer, es decir, ceder sus bienes a los que no pueden pagar su deuda. Por eso
es alabado el administrador. En este caso perderían sentido las últimas
palabras del relato.
Seguramente Lc ya modifica el relato original, añadiendo el adjetivo de
“injusto”, tanto para el administrador, como para el dinero. Este añadido
dificulta la interpretación de la parábola. En primer lugar porque no se
entiende que se alabe al administrador injusto. En segundo lugar porque podemos
devaluar el mensaje al pensar que se trata de desautorizar solo la riqueza
conseguida injustamente. La riqueza injusta se descalifica por sí misma, no es
el tema de la parábola. En el relato, se trata de la riqueza que, aunque sea
“justa”, puede convertirse en dios.
Debemos evitar toda demagogia. Pero no podemos ignorar el mensaje
evangélico. En este tema, ni siquiera la teoría está muy clara. Hoy, menos que
nunca, podemos responder con recetas a las exigencias del evangelio. Cada uno
tiene que encontrar la manera de actuar con sagacidad para conseguir el mayor
beneficio, no para su falso yo sino para su verdadero ser. Si somos sinceros,
descubriremos que en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y
demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y
nos servimos de Dios.
“Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de la
luz”. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a imitar la
injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y
prontitud con que actúa. Él fue sagaz, porque supo aprovecharse materialmente
de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios para aprovecharnos en el
orden espiritual. Hoy la diferencia no está entre los hijos del mundo y los
hijos de la luz sino en la manera que todos los cristianos tenemos de tratar
los asuntos mundanos y los asuntos religiosos.
No podéis servir a Dios y al dinero. No está bien traducido. El texto
griego dice mamwna. Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se trata,
pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la
incompatibilidad entre dos dioses. Servir al dinero significaría que toda mi
existencia está orientada a los bienes materiales. Sería tener como objetivo
buscar por encima de todo el placer sensorial y las seguridades que
proporcionan las riquezas. Significaría que he puesto en el centro de mi vida
el falso yo y buscar la potenciación y seguridades de ese yo.
Podemos dar un paso más. A Dios no le servimos para nada. Si algo dejó
claro Jesús fue que Dios no quiere siervos sino personas libres. No se trata de
doblegarse con sumisión externa a lo que mande desde fuera un señor poderoso.
Se trata de ser fiel al creador, respondiendo a las exigencias de mi ser.
Servir a un dios externo, que puede premiarme o castigarme, es idolatría y, en
el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún “dios”. Al
verdadero Dios solo se le puede servir sirviendo al hombre. Aquí está la
originalidad del mensaje cristiano.
Es curioso que ni siquiera cuestionemos que lo que es legal puede no ser
justo. El dinero es injusto, no solo por la manera de conseguirlo, sino por la
manera de gastarlo. Las leyes que rigen la economía están hechas por los ricos
para defender sus intereses. No pueden ser consideradas justas por parte de
aquellos que están excluidos de los beneficios del progreso. Unas leyes
económicas que potencian la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos,
mientras grandes sectores de la población viven en la miseria, no podemos
considerarla justa.
Lo que nos dice el evangelio es una cosa obvia. Nuestra vida no puede
tener dos fines últimos, solo podemos tener un “fin último”. Todos los demás
objetivos tienen que ser penúltimos, es decir, orientados al último (haceros
amigos con el dinero injusto). No se trata de rechazar esos fines intermedios,
sino de orientarlos todos a la última meta. La meta debe ser “Dios”. Entre
comillas por lo que decíamos más arriba. La meta es la plenitud, que para el
hombre solo puede estar en lo trascendente, en lo divino que hay en él.
“Ganaros amigos con el dinero injusto”. Es una invitación a poner todo lo
que tenemos al servicio de lo que vale de veras. Utilizamos con sabiduría el
dinero injusto cuando compartimos con el que pasa necesidad. Lo empleamos
sagazmente, pero en contra nuestra, cuando acumulamos riquezas a costa de los
demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos
simples administradores. Hace poco tiempo oí a De
Lapierre decir: Lo único que se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se
pierde.
El tema de las riquezas, planteado desde la pura renuncia, no tiene
solución. La programación lleva siempre a posturas artificiales que no puede
cambiar mi actitud fundamental. Si de verdad quieres ser rico no te afanes en
aumentar tus bienes sino en disminuir tus necesidades. Con demasiada frecuencia
compramos el dinero demasiado caro. Esto quiere decir que no seguimos el
consejo del evangelio que nos invita a ser sagaces. Descubre que lo que ya
tienes es tu mayor riqueza.
Meditación-contemplación
No podéis servir al Dios de Jesús y al dios dinero Jesús no dice que no
“debéis”, sino que no “podéis”... Lo que “tenemos” debemos subordinarlo a lo
que “somos”. Si he descubierto el “tesoro” escondido en lo hondo de mi ser, el
resto quedará iluminado por su brillo.
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