Día 9 de junio del 2013
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P. Federico Almenara Ramírez
1. El entierro del hijo de una madre viuda.
Un entierro siempre sobrecoge un poco. La muerte «llama la atención» de los vivos en todas partes.
A diferencia de otros milagros en los que Jesús es solicitado para que intervenga, aquí Jesús toma la iniciativa. Nadie le pide actuar. Nada pide a la madre ni a los que la acompañan para levantar del silencio al joven que llevan a enterrar. Se dirige directamente a él: «¡Levántate!». Y todos vieron el milagro y la visita de Dios a su pueblo aplacando el dolor de una madre viuda. Hay milagros que son explicables sólo por «la entrañable misericordia de nuestro Dios». Nada de extrañar.
Posiblemente en la historia de nuestra vida personal contamos con episodios similares en los que la «misericordia» nos ha movido a hacer algo fuera de lo normal y a recrear la alegría de alguien ... Ciertamente no serán milagros como el de Jesús, pero sí hechos significativos. Cuando al corazón no le ponemos freno, la misericordia actúa y la sonrisa renace.
Muchas veces nos decimos: «¡Qué pena! ¡He dejado pasar la ocasión de hacer una obra buena! ¡Cómo no me decidiría a echar una mano a tal persona!».
El gesto de ternura de Jesús da la impresión de ser enteramente espontáneo; Jesús ve la necesidad y la situación de la viuda y actúa; no pide referencias previas, no se le mueve el corazón hacia la compasión por la importancia de la persona (pues ni se menciona el nombre de la madre viuda). Sencillamente se deja llevar por el sentimiento de misericordia.
Quizá son estos los gestos que más revelan lo que llevamos dentro.
Hoy disimulamos mucho el sufrimiento.
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