Tus labios como un cáliz donde anida
la sed; tus ojos rotos, tus ojeras,
cárdenas por la luz que predijeras
te había de abrir la rosa de la vida.
Rosa que abrió el dolor, tu faz transida
que la sangre surcando va en hileras,
tus treinta y tres doradas primaveras
se han asomado al labio de la herida.
Oh Cristo mi Señor, yo te venero,
las espinas perforan tu alba frente
y apuñalan tu cuerpo rudas penas.
Floración de la vida en el madero,
embriaga Tú mi amor intensamente
con la sangre que brota de tus venas.
Si el peso de mi sangre estremecida
me amarga el hondo mar de mi lamento,
si silba furibundo con el viento
el bosque de mi sangre en esta herida,
si se me agita insana, incontenida,
esta pasión que sobre el alma siento
y crece en el naufragio del tormento
en que amenaza sumergir mi vida,
recurro a Ti, Señor en tu cruz clavado,
levanto el corazón que hasta Ti llega,
cólmalo de tu amor, ya que amor eres.
Y así contigo habré experimentado
que es el amor lo que expresó tu entrega,
esa serenidad con la que mueres.
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El dolor me estremece y me horroriza;
Oh Señor, eres duro y exigente,
tu Evangelio es feroz espada ardiente
que hiere y saja, abrasa y pulveriza.
Pero sé que el amor es el que iza
sobre el dolor humano su valiente
intrepidez para vencer urgente
este miedo que humilla y esclaviza.
Y así quiero seguirte hasta la muerte,
para imitarte a Ti en la cruz clavado
entregando al amor la vida entera.
Y ya, vencido este egoísmo inerte,
surgir a un mundo en paz, resucitado
y amando como Tú y a tu manera.
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