"Ventana abierta"
Una madre como Dios manda
- Trabajas demasiado, Abba.
Y el Abba Dios le respondió:
- ¿Es que no te has leído todas las condiciones que debe reunir este encargo?
- ¿Seis pares de manos?
- No son las manos el problema -agregó el Abba Dios- sino los tres pares de ojos.
- ¿Y eso para el modelo normal?, preguntó el ángel.
- Uno para ver a través de la puerta cerrada siempre que pregunte:
- Vale más que te vayas a la cama, Abba, y mañana será otro día…
- No puedo, y además ya me falta poco.
- Me parece demasiado delicado -comentó con un suspiro.
- Pero es muy resistente -aseguró Dios emocionado-.
- ¿Podrá pensar?
- ¡Claro! Y razonar, y sobre todo comprender y perdonar.
Por último, el ángel se inclinó y pasó una mano por la mejilla de una de aquellas madres.
- ¡Tiene una fuga!
- No es una fuga, es una lágrima.
- ¿Y para qué sirve?
- Para expresar gozo, aflicción, desengaño, soledad y orgullo.
- Eres un genio, Abba -dijo el ángel-.
Y Dios, con un cierto aire de tristeza, susurró:
Lo malo es que nunca tendrá descanso
“No hemos conocido el rostro de la virgen María [...]
Por tanto, se puede decir, salva la integridad de nuestra fe: “quizá tenía tales o cuales facciones.
Sin embargo, nadie puede decir sin que sufra quebranto la fe cristiana: “quizá de la Virgen nació Cristo”.”
Contemplemos los aspectos de esta maternidad, la más intensa y compleja relación que vivirá la madre de Jesús.
María aceptó ser madre.
En la Anunciación responde:
“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
Así concibió antes en su mente que en su vientre.
No sólo fue mujer sino que aceptó serlo, no estuvo en guerra con su condición femenina.
No sabemos si se sintió del todo a gusto con ese destino; pero de sus palabras de consentimiento al anuncio del ángel podemos deducir que aceptaba ser mujer, que estaba reconciliada al menos con algunas de las posibilidades, misiones y cargas que implica esa condición.
Si María no se hubiera ‘perdonado’ su realidad de mujer, si no hubiera estado hondamente reconciliada con ella; más: si no la hubiera reconocido como una primera verdad y una primera gracia de las que podía sentirse gozosa; si no se hubiera dado a sí misma en cuanto mujer un sí lo bastante a fondo, difícilmente le habría dado el sí a la llamada de Dios.
El don y misión que es la gracia nos invita a encontrarnos con los dones y misiones de nuestra naturaleza.
Si no acepto la vida, ¿cómo podré hacerla fecunda ante Dios?
Si no acepto los mimbres de que estoy hecho, ¿qué tesoro podrá depositar Él en mí?
María aceptó la vida, y aceptó su verdad de mujer; así pudo Jesús ser fruto de su vientre.
Ella nos dice:
“acéptate, acepta tu condición“.
Algunos cristianos del siglo II se escandalizaban de que el Hijo de Dios tuviera cuerpo humano, hubiera nacido de mujer, hubiera muerto en la cruz; escamoteaban esta verdad diciendo que su cuerpo era sólo aparente.
Para otros estaba formado de una sustancia celeste. Se le negaba un cuerpo real y terreno idéntico al nuestro y recibido de una mujer de estirpe humana.
Uno de aquellos grupos sostenía que Jesús “pasó a través de María como agua por una acequia”, o que fue como “luz que pasa por una grieta”.
En el siglo XX, el escritor y poeta Martín Descalzo pone en labios de María, cuando todavía está encinta, estos versos:
“Yo acariciaba mi seno para tocarle;
/ porque Él estaba allí /
al tiempo que en todas partes. /
Cuando yo respiraba, respiraba Él; /
cuando yo bebía /
bebía también /
el autor del aire, /
del agua y la sed. /
Cuando yo me alimento, /
Dios de mi vida, /
¿sos-tengo yo tu sangre, /
o tú la mía?”
Bien saben las madres que no todo acaba cuando se ha dado a luz. Esto es un final, pero también un comienzo, el de la crianza, la larga crianza de un bebé, que necesita leche y ternura, pan y palabras; la crianza de ese vino nuevo del tiempo final de la historia, ese vino nuevo que es Cristo en persona
(cf Jn 2,1-10).
El niño no necesita que le enseñen a llorar, pero sí a sonreír; tampoco a chillar, y sí a hablar.
Con esta labor de crianza, María le hace la vida posible a su hijo y lo saca adelante.
La esposa de José interviene en la formación humana de Jesús de múltiples maneras: con el contacto físico y con las llamadas, estímulos y advertencias expresas que le hace; con los gestos y las miradas; con los ritos religiosos reservados a ella en el sábado; con la irradiación que mana de su presencia y actitudes, de la expresión de sus sentimientos, de sus conductas de cada día.
Sin negar a José la especial misión que correspondía al padre en la educación religiosa del niño, podemos afirmar que también María inicia a Jesús en el rezo del ‘Shema’, la oración que los judíos piadosos recitaban tres veces al día; y le enseña a observar las leyes de pureza ritual (en particular, el respeto cuidadoso de las normas sobre los alimentos prescritos, permitidos y prohibidos), a guardar el sábado, asistir a la sinagoga, conocer la Ley.
Glicofilusa es una palabra compuesta que significa “la que besa dulcemente [al Niño]“.
La mejilla de María y la del Niño se tocan suavemente.
El Niño está sostenido por el brazo derecho de María y mira a la Madre; y María nos mira a nosotros y, con la mano izquierda, nos muestra al Niño: ella es siempre la que muestra a Jesús, el fruto de su vientre.
Escribía este poeta francés:
“Cálida ley de los hombres: /
de las uvas hacen vino, /
del carbón hacen el fuego, /
de los besos hacen hombres. /
Una ley vetusta y nueva /
que se va perfeccionando /
desde el corazón del niño /
hasta la razón suprema“.
Llamamos a María “Madre de Dios”. Esta expresión no figura en el Nuevo Testamento, aunque sí alguna que puede ser equivalente; por ejemplo, Isabel la llama “la madre de mi Señor“.
Desde finales del siglo tercero se la invoca como “Madre de Dios”, y así la proclaman distintos Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente.
Será el Concilio de Éfeso, el año 431, el que la declare solemnemente Madre de Dios.
Era una forma apropiada para mostrar que Jesús no es sólo un hombre con el que está unida más o menos estrechamente la divinidad.
No; Jesús es hombre, pero de él confesamos que es Dios.
En Jesús no hay dos personas, sino una sola persona.
¿De quién es madre María?
No meramente de una naturaleza, no simplemente de la humanidad de Jesús, sino sencillamente de Jesús, el Hijo de Dios vivo.
Eso es pura mitología.
Pero María es madre del Hijo de Dios según su naturaleza y condición humanas.
Y como en él sólo hay una persona, la persona del Hijo de Dios, podemos decir:
María es madre de Dios.
“Para no ser Dios apenas /
el Verbo quiso de mí /
la carne que hace al hombre. /
Y yo le dije que sí /
para no ser niña apenas. /
Para no ser hombre apenas, /
el Verbo quiso de mí /
la carne que hace la muerte. /
Y yo le dije que sí /
para no ser madre apenas. /
Y para ser vida eterna /
el Verbo quiso de mí /
la carne que resucita. /
Y yo le dije que sí /
para no ser tiempo apenas“
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