"Ventana abierta"
EN BUSCA DE LA MEJOR MEDICINA
José Luis Sicre Díaz
La muñeca rusa
En los evangelios, los relatos de milagros
son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su
contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las
muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se
cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo
e interés al conjunto.
La medicina tradicional: imposición de
manos
El comienzo parece normal: un padre
preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su
convencimiento de que Jesús puede curarla con sólo ponerle la mano encima. En
nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que
lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y
el curandero ejerce su poder mediante el contacto físico. Jesús cura a la
suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos
enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25),
a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de
nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el
poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado
en las citas, habrá visto que casi todas son del evangelio de Marcos. Parece
que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la
impresión de un poder mágico.
Una nueva receta: tocar el manto
Si Jairo está convencido de que la
imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de
sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. El relato acentúa la
gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los
médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le
basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera
en él; en su manto. ¿Fe o
desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los
relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también
estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»
La verdadera medicina: la fe
La mujer se cura al punto. Pero el relato
toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y
quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los
discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta
temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco
ortodoxa, que a Mateo por poco le dio un infarto y suprimió toda esa parte en
su evangelio: Jesús sabe perfectamente lo que ha pasado.)
El lector termina poniéndose en contra de
Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo?
Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija
de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le
suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.
Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no
pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle
el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.»
Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy
distinta: «Hija, tu fe te ha curado.»
Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi
herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron
con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»
Una medicina que, además de curar,
resucita
La acción vuelve a su origen, pero de
forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le
recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta».
Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.
La gente es lista, no se deja engañar por
Jesús
Cuando yo era joven, me indignaba leer que
la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida.
Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la
gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido,
presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy
bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle
final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la
resurrección.
Resurrecciones en esta vida y fe en la vida
futura
La resurrección de la hija de Jairo
(contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos,
pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta
Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que
estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es
cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta
extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no
ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.
A los evangelistas no les preocupaba, como
a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que
contaban. Lo importante no es que
Jesús resucitara a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino
que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la
vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.
La victoria sobre Satanás (1ª lectura)
La 1ª lectura, tomada del libro de la
Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, sino que entró en
el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto
de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de
Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una
lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que
introdujo la muerte en el mundo por envidia.
Una llamada a la solidaridad en tiempos de
migración (2ª lectura).
Aunque no tenga relación con el evangelio,
el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de
personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida,
comida, vestido, trabajo…
Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente
a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo
del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de
generosidad de nuestro Señor Jesucristo.
P. Leonardo
1. Me parece estupendo Sicre en su explicación.
2. Siempre me ayuda a centrarme en lo
esencial del evangelio: la fe en Jesús da vida a toda situación por desesperada
que parezca.
3. Me recuerda mucho la religiosidad popular,
con peregrinaciones, velas, estampas, besamanos…detrás de cada
persona que se pone en fila veo un poquito de fe (o un mucho) despreciada
a veces por los iluminados de turno. Jesús nunca despreció a nadie que
acudía, más o menos ortodoxamente a Él. Solamente encuentro que “perdió los
nervios” con los hipócritas, los falsos, los aprovechados, los
manipuladores en nombre de Dios, para sus prestigios o dineros… A todos
los demás, los acoge, sin preguntar antes: una mujer sencilla y un jefe de
sinagoga (me imagino culto) angustiado.
4. La gente se reía, pero Jesús veía el corazón y la fe de los
necesitados.
5. Termino: en un grupo que celebrábamos
eucaristía, el coro y la comunidad cantaba con entusiasmo: talitha kumi. ¡Niña,
levántate! Cuando bautizaban los antiguos hacían esta fórmula conservada en el original hebreo. La niña, el
creyente, parece muerto, pero Jesús le dice: ¡levántate!
6. Recuerdo que cada confesión que hago, recibo estas palabras de Jesús: ¡levántate! Y ante la sorpresa propia y de los demás… ¡caminamos en la fe!!
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