"Ventana abierta"
LOS MALABARISTAS DEL SEMÁFORO
Web católico de Javier
Aquel día me desperté con mucha pereza y
renegando. Con esfuerzo, pude deshacerme de las mantas. Me dirigí al baño
arrastrando los pies mientras maldecía el tener que levantarme de la cama sin
poder quedarme en ella todo el día.
Desayuné con los ojos tan cerrados como mi
mente. Tal pereza me dominaba, que por no meter el pan en la tostadora, preferí
comerlo frío y beber la leche directamente de la botella. ¿Por qué tener que
trabajar? ¡Esa sí era una verdadera maldición!
Salí de mi casa en dirección a la oficina en mi
vehículo con asientos de piel y calefacción, observando en el camino el
pavimento humedecido por la lluvia, mientras refunfuñaba porque estaba
lloviendo, igual que lo hacía cuando había sol, nubes, viento, gente...
El semáforo se puso en rojo y, de pronto, como
un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto.
Por curiosidad, abrí más mis ojos somnolientos y pude descubrir que era un
joven montado en un pequeño carro de madera. Aquel chico no tenía piernas y le
faltaba un brazo. Sin embargo, con su mano izquierda lograba conducir el
pequeño vehículo y manejar con maestría un conjunto de pelotas con las que
hacía juegos malabares.
Las ventanillas de los automóviles se abrían
para darle una moneda al malabarista, el cual mostraba un pequeño letrero sobre
el pecho. Cuando se acercó a mi auto pude leerlo:
"Gracias por ayudarme a sostener a mi
hermano paralítico". Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí
pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un
atril que sostenía un lienzo, en el cual estaba pintando algo con un pincel que
manejaba con su boca.
El malabarista, al ver el asombro de mi cara,
me dijo:
- ¿Verdad que mi hermano es un artista? Por eso
escribió esa frase sobre el respaldo de su silla.
Entonces leí la frase que decía: -
"Gracias Señor por los dones que nos das. Contigo no nos falta nada".
Recibí un fuerte golpe en mi interior mientras
este hombre se retiraba. Y así como el semáforo de la calle pasó del color rojo
al verde, mi "semáforo" interior también cambió desde aquel día:
Nunca más me volví a dejar paralizar por la luz roja de la pereza, ni volví a
renegar por lo que no aceptaba. Ahora trato de mantener la luz verde y realizar
mis trabajos y actividades con renovada energía.
Ante aquellos jóvenes de la calle, aquel día
descubrí que yo era el paralítico. Desde aquel mismo día, nunca he dejado de
agradecer. Ahora no tengo todo lo que quiero, pero le doy gracias a Dios por lo
que tengo. El salario apenas me alcanza para pagar las cuentas, pero gracias a
Dios que por lo menos tengo un trabajo para ganar el sustento. Los problemas se
me han venido multiplicando como si fueran mágicos, pero gracias a Dios tengo
paciencia y fortaleza para- sobrellevarlos.
Los años han ido pasando rápidamente, mi piel
está un poco arrugada y mis cabellos se están poniendo blancos, pero le doy
gracias a Dios por la alegría que siento de vivir, por los conflictos que pude
resolver, por los problemas que pude superar, por la enfermedad que pude
soportar, por el odio que se transformó en amor, por la soledad que pude
sobrellevar. Cada día lo bendigo por haberme enseñado a decir:
"Gracias Señor por los dones que me das. Contigo no me falta nada".
Si quieres agradecer alguna cosa al Señor en este momento, te sugiero que accedas a la oración eucarística en vivo en:
htpps://webcatolicodejavier.org/adoracioneucarísticaonline.html
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