"Ventana abierta"
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo VI del tiempo pascual la llamada Pascua del Enfermo, jornada muy apta para hacer visible la cercanía de la comunidad cristiana a nuestros hermanos enfermos, y para alentar a todos a practicar la primera de las obras de misericordia corporales: visitar y cuidar a los enfermos. Saludo con mucho afecto a quienes vivís la experiencia del sufrimiento, unidos a la carne de Cristo sufriente. Saludo también a los profesionales de la medicina, a los que agradezco su dedicación, su estudio constante y su competencia profesional; a los familiares de los enfermos, especialmente de los crónicos o de larga duración, sobre todo si los cuidáis en vuestras casas. Saludo además a los voluntarios que trabajan en la pastoral de la salud en la Archidiócesis y en las parroquias, a los capellanes y párrocos. A todos os invito a dar gracias por la preciosa vocación que el Señor os ha concedido de acompañar y servir a los enfermos, un aspecto esencial en la vida de la Iglesia, cuya misión incluye el servicio a los últimos, a los que sufren, a los excluidos y marginados.
Efectivamente, el cuidado de los enfermos es algo que pertenece a la
columna vertebral del Evangelio y a la mejor tradición cristiana. La Iglesia
siempre ha vivido la solicitud por los enfermos imitando a su Maestro, a quien
los Santos Padres califican como el Médico divino y el Buen Samaritano de la humanidad. Jesús, en
efecto, al mismo tiempo que anuncia el Evangelio del Reino de Dios, acompaña su
predicación con signos y prodigios en favor de quienes son prisioneros de todo
tipo de enfermedades y dolencias. El Señor trata a los enfermos con infinita
ternura, pues las personas a las que la salud ha abandonado, lo mismo que las
sufren una grave discapacidad, conservan íntegra su dignidad, nunca son simples
objetos y merecen todo nuestro respeto y cariño.
Muchos cristianos, hombres y mujeres, como fruto de su fe recia y
consecuente, se brindan a estar junto a los enfermos que tienen necesidad de
una asistencia continuada para asearse, para vestirse y para alimentarse. Este
servicio, cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado,
pues es relativamente fácil servir a un enfermo por unas horas o unos días,
pero es más difícil cuidar de una persona durante meses o durante años, incluso
cuando ella ya no es capaz de agradecerlo. No cabe duda de que éste es un
sorprendente camino de santificación personal, en el que se experimenta de un
modo extraordinario la ayuda del Señor, como muchos hemos podido comprobar a lo
largo de nuestra vida. Por otra parte, constituye una fuente prodigiosa de
energía sobrenatural para la Iglesia, si quien está junto al enfermo ofrece al
Señor su entrega por tantas intenciones preciosas que todos llevamos en el
corazón.
El tiempo que pasamos junto al enfermo es un tiempo santo porque nos hace
parecernos a Aquel que «no
ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28),
a Aquel que nos dijo también: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
A veces acuciados por las prisas, por el frenesí del hacer y del producir, nos
olvidamos del valor de la gratuidad, de ocuparnos del otro, de hacernos cargo
de él, y especialmente del valor singular del tiempo empleado junto a la
cabecera del enfermo.
En el fondo olvidamos aquella palabra del Señor, que dice: «lo que hicisteis con uno de
estos mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Dios quiera que en nuestra Archidiócesis seamos muchos los que comprendamos el
valor que tiene dedicar nuestro tiempo al servicio y al acompañamiento, con
frecuencia silencioso, de nuestros hermanos enfermos que, gracias a ello, se
sienten más amados y consolados.
Esta tarea que corresponde a todo buen cristiano, la realizan de forma
eminente los voluntarios de los equipos de pastoral de la salud, que llevan el
consuelo de Dios, el amor y el afecto de la comunidad parroquial a los
enfermos. Les felicito y agradezco su compromiso, lo mismo que al Delegado
Diocesano de Pastoral de la Salud y a los capellanes de hospitales. Pido al
Señor que les conceda fortaleza para cumplir su hermosísimo quehacer. A todos
les invito a mirar a la Santísima Virgen, Salud de los enfermos. Ella es para todos
nosotros garante de la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su
voluntad. Ella alienta a todos los entregados a esa pastoral preciosa a que
siempre encuentren en la fe, alimentada por la Palabra y los Sacramentos, la
fuerza para amar a Dios y a los hermanos que viven la experiencia de la
enfermedad.
Para todos ellos, para el personal sanitario y para quienes cuidan en sus casas con infinito amor a sus seres queridos enfermos, mi afecto fraterno y mi bendición.
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