"Ventana abierta"
25 – Mayo - 2018
Nuestro amor por María
Muchísimas cosas
hermosas se pueden decir de nuestra Madre del Cielo, empezando por reconocerla
como la criatura más extraordinaria que jamás creó Dios. Ella ha sido colocada
sólo por debajo de La Santísima Trinidad, por encima de ángeles y hombres. Por
algo es Ella la Reina del Cielo y de la Tierra, Reina de los ángeles, Reina del
Purgatorio, Reina nuestra. ¡Madre de Dios mismo! ¿Acaso se puede pensar a una
persona como nosotros teniendo el privilegio de ser elegida como Madre de Aquel
que ha creado el universo y todo lo que allí habita?
¡Ella es también nuestra
Madre, como nos la dio el mismo Jesús al pie de la Cruz aquel Viernes por la
tarde en Jerusalén! Y nosotros, inspirados por el Espíritu Santo, Aquel de quien
nuestra Madre está llena, la amamos y la buscamos como Puerta del Cielo, como
Escalera Santa que nos eleva hasta los portales de la Casa con muchas
habitaciones que Dios Padre nos prepara en el Reino prometido.
Pero porque somos
débiles y reconocemos nuestra necesidad, también vemos en Ella a nuestra
Abogada, la que nos defenderá ante el Justo Juez cuando nos toque el día de
rendir cuentas. Jesús, el Rey del Universo, será quien decida nuestro destino
aquel día, ante las acusaciones del maligno y del testimonio de nuestra propia
vida rodeados de pecado. María, nuestra Abogada, será quien tenga la misión de
convencer a Jesús de que tenemos los méritos necesarios para alcanzar la Vida
Eterna. Y Ella tiene, en ese rol de Abogada, la capacidad de cambiar la opinión
de Jesús, el Juez.
Sí, mis hermanos, María como
nuestra Abogada puede modificar la Voluntad de Dios mismo por medio de sus
argumentaciones de Madre enamorada de sus hijos. Pero la pregunta que nos
debemos hacer es, ¿Cómo es que Nuestra Madre Celestial es capaz de hacer que el
mismo Dios modifique Su opinión, y cambie Su Voluntad respecto de una decisión
que afecta nuestra vida?
Para responder esta pregunta
debemos transportarnos a ese maravilloso momento en que Jesús, en los inicios
de Su vida pública, transforma el agua en vino ante la solicitud de Su Madre.
Está claro en el texto Evangélico que Jesús, en un inicio, no tenía intención
de intervenir, e incluso Su reacción ante el pedido no es exactamente la de
alguien que dice “por supuesto Madre, ya lo estaba por hacer de todos modos”.
Sin embargo Ella, sin perder tiempo en argumentaciones, solicita a los
sirvientes que se limiten a hacer lo que Jesús les diga. Jesús, puestas así las
cosas, se dirige a las ánforas con agua, y hace el milagro que ya todos
conocemos, allá en Caná de Galilea.
¿Cómo es la relación entre
esta pequeña mujer y el mismo Dios, que con pedido semejante arranca del Cielo
un milagro orientado simplemente a no producir una incomodidad o un mal momento
en la boda de un pariente? Lo primero que debemos comprender es el toque
maternal de este milagro. No es la curación de un ciego, ni la liberación de un
poseso. Es una ayuda doméstica para que la unión matrimonial que inicia una
nueva familia no se vea afectada por infortunio alguno. ¿Comprendes el toque
materno y del todo humano de este milagro? Las bodas de Caná pueden definirse
como el milagro mariano por excelencia, porque Dios lo realiza por intercesión
de María, la Niña de Nazaret Madre del mismísimo Verbo Encarnado. Un milagro pensado
por una Madre preocupada hasta en los más mínimos detalles que hacen a la vida
de sus hijos.
Y es justamente aquí donde
debemos detenernos para analizar la forma particular que tiene María para
interceder ante Dios con los pedidos que nosotros le hacemos. Jesús, el
Hombre-Dios, tiene dos naturalezas bien diferenciadas, pero indisolublemente
unidas por otra parte. El es Hombre, y también es Dios. De tal modo que por un
momento debemos concentrarnos en Su lado humano, Su Naturaleza humana que lo
hace persona como nosotros salvo en el hecho de que El nunca pecó. Y pensemos
en la relación que nosotros, como personas, tenemos con nuestra mamá terrenal.
Nuestra mamá terrenal
ha sido quien más se ha preocupado de nosotros desde que nacimos, desde que
tenemos memoria. Ella nos cuida, nos protege y muchas veces nos sobreprotege.
Ella no duerme por las noches cuando nos amenaza un problema, un dolor o una
necesidad. Pero por sobre todas las cosas, Ella sabe cómo pedirnos algo.
Porque, como bien sabemos, ¿quién se atreve a decirle que no al pedido de
nuestra mamá? Ella nos mira a los ojos, nos abraza y nos besa, y nos pide cosas
que sabemos son por nuestro bien, aunque no queramos hacerlas. Nos incomoda,
pero al fin de cuentas sabemos que es mamá, que ella va a estar siempre
haciéndonos esos planteos, esos pedidos para evitar que arriesguemos nuestra
salud, nuestra vida, o nuestro futuro.
Jesús, ayer, hoy y siempre,
sigue siendo aquel Joven de Galilea sujeto a una relación con Su Madre,
exactamente igual a la de todos nosotros con nuestra mamá. Jesús Hombre no
puede decirle que no a los pedidos de Su Mamá, como te ocurriría a ti o a mi
frente a los pedidos de nuestra propia mamá. La diferencia, es que Jesús es
también Dios, además del Joven Hijo de aquella hermosa mujer de Nazaret.
Cuando María le pide algo a
Jesús, Él, en Su naturaleza humana ve a esta Mujer como Su Mamá terrenal que le
hace pedidos irresistibles, transportándolo nuevamente a recuerdos de Su
infancia en Nazaret. Y como Hombre, no puede decir que no a los pedidos de Su
Mamá, como le ocurrió aquel día en Caná de Galilea. Jesús, Resucitado y
Glorificado, aún sigue siendo aquel Joven educado y formado por esta Madre
ejemplar. Nosotros tendemos a verlo distante allá en el Cielo, pero la verdad
es que Él sigue siendo también tan cercano y similar a nosotros como cuando
caminaba por la tierra.
Pero Jesús es también Dios,
por lo que los pedidos de Su amorosa Madre llegan de inmediato a la Santísima
Trinidad. Y allí es donde ocurre la maravilla: Jesús les comunica los pedidos
de Su Mamá al Espíritu Santo y a Su Padre Creador. Y ocurre que ninguno de
Ellos se resiste a los pedidos de María, porque es que de los Tres surgió ese
enamoramiento de la fidelidad, pureza y perfección en todas las virtudes
humanas posibles que Ella demostró durante su vida, que hizo que juntos como
Trinidad decidieran hacerla Reina de todo lo Creado.
Los Tres se derriten por
Ella, porque encuentran a María como la más maravillosa evidencia de la
perfección en el Amor, del poder del Amor. ¡No existen palabras para expresar
el amor que María despierta en la Santísima Trinidad, en Dios Uno y Trino!
Puestas así las cosas, mi
amigo, lo único que tenemos que hacer es orar fervorosamente a nuestra Madre
Celestial, para convencerla de que eleve a Su Hijo nuestros pedidos. Ella nos
escuchará, y decidirá cuáles ruegos son dignos de semejante tratamiento
excepcional. Pero sepamos de antemano que cuando la convencemos, Jesús responde
igual que aquel día en la boda en Caná de Galilea.
Nosotros, mientras tanto,
sigamos el consejo que Ella nos da, igual que lo hizo en Caná: “Sólo hagan lo
que Jesús les diga”.
Autor: www.reinadelcielo.org
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