"Ventana abierta"
¡Dios paga mucho más que los hombres!
"¡Dios
paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un lugar mucho más bello de aquel
que nos dan los hombres! El lugar que nos da Dios está cercano a su corazón y
su recompensa es la vida eterna", dijo el Santo Padre, este domingo, desde la
ventana del Palacio Apostólico, en sus palabras previas al rezo del Ángelus. A
los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, el pontífice les
habló sobre la humildad y la hospitalidad, dos virtudes propias del cristiano
que tienen como recompensa la Vida Eterna.
Francisco
comentó el Evangelio, en el que se
observa "a Jesús en la casa de uno de los jefes de los fariseos, donde ve cómo
los invitados al almuerzo se afanaban por elegir los primeros puestos".
"La
historia enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad, la ostentación son
las causas de muchos males", destacó el Papa y explicó que "Jesús nos hace
entender la necesidad de elegir el último puesto, de buscar la pequeñez y el
‘ocultarse’. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad,
entonces Dios nos exalta, si inclina hacia nosotros para elevarnos a sí".
A
este respecto, recordó que "¡Dios paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un
puesto mucho más hermoso que el que nos dan los hombres! El puesto que nos da
Dios está cerca de su corazón y su recompensa es la vida eterna".
El
Santo Padre también habló de la hospitalidad que describe Jesús en la segunda
parábola del Evangelio. "Se
trata de elegir la gratuidad en lugar del cálculo oportuno que busca obtener
una recompensa", explicó.
"Los
pobres, los sencillos, aquellos que no cuentan no podrán nunca devolver una
invitación a la mesa del banquete. Así Jesús demuestra su preferencia por los
pobres y los excluidos, que son los privilegiados del Reino de Dios, y lanza el
mensaje fundamental del Evangelio que es servir al prójimo por amor de Dios".
Francisco ventana Ángelus
Palabras del papa Francisco
"¡Queridos hermanos y hermanas, buenos
días!
El episodio del Evangelio de hoy nos
muestra a Jesús en la casa de uno de los jefes de los fariseos, concentrado en
observar cómo los invitados a almorzar se esforzaban por elegir los primeros
lugares. Es una escena que hemos visto muchas veces: buscar el mejor lugar
incluso ‘con los codos’.
Al ver esta escena, él narra dos breves
parábolas con las cuales ofrece dos indicaciones: una se refiere al lugar, la
otra se refiere a la recompensa.
La primera semejanza está ambientada en
un banquete nupcial. Jesús dice: "Cuando te invitan a un banquete de bodas, no
te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada
otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los
dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’
Con esta recomendación Jesús no quiere
dar normas de comportamiento social, sino una lección sobre el valor de la
humildad. La historia nos enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad, la
ostentación son las causas de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad
que tenemos de elegir los últimos lugares, o sea, buscar la pequeñez y el
ocultamiento: la humildad.
Cuando nos ponemos ante Dios en esta
dimensión de humildad, entonces Dios nos exalta, se inclina hacia nosotros para
elevarnos hacia él; "Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se
humilla será ensalzado" (v. 11).
Las palabras de Jesús subrayan actitudes
completamente diferentes y opuestas: la actitud de quien se elige su propio
sitio y la actitud de quien se lo deja asignar por Dios y espera de Él la
recompensa.
No lo olvidemos: ¡Dios paga mucho más
que los hombres! ¡Él nos da un lugar mucho más bello de aquel que nos dan los
hombres! El lugar que nos da Dios está cercano a su corazón y su recompensa es
la vida eterna. "¡Serás bienaventurado – dice Jesús, recibirás tu recompensa en
la resurrección de los justos".
Es lo que se describe en la segunda
parábola, en la que Jesús indica la actitud de desinterés que debe caracterizar
la hospitalidad, y dice: "Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los
lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen
cómo retribuirte!".
Se trata de elegir la gratuidad en vez
del cálculo oportunista que trata de obtener una recompensa, que busca el
interés y que busca enriquecerse mucho más.
En efecto, los pobres, los sencillos,
los que no cuentan, jamás podrán retribuir una invitación a comer. Así Jesús
demuestra su preferencia por los pobres y los excluidos, que son los
privilegiados del Reino de Dios y transmite el mensaje fundamental del
Evangelio que es servir al prójimo por amor a Dios.
Hoy Jesús se vuelve la voz de quien no
tiene voz y dirige a cada uno de nosotros un llamamiento afligido a abrir el
corazón y a hacer nuestros los sufrimientos y las angustias de los pobres, de
los hambrientos, de los marginados, de los prófugos, de los derrotados por la
vida, de cuantos son descartados por la sociedad y por la prepotencia de los
más fuertes. Y estos descartados representan, en realidad, la mayor parte de la
población.
En este momento, pienso con gratitud a
los comedores donde tantos voluntarios ofrecen su servicio, dando de comer a
personas solas, en dificultad, sin trabajo o sin casa.
Estos comedores y otras obras de
misericordia –como visitar a los enfermos y a los encarcelados– son palestras
de caridad que difunden la cultura de la gratuidad, porque cuantos trabajan en
ellas están movidos por el amor de Dios y son iluminados por la sabiduría del
Evangelio. De este modo el servicio a los hermanos se convierte en testimonio
de amor, que hace creíble y visible el amor de Cristo.
Pidamos a la Virgen María que nos
conduzca cada día por el camino de la humildad. Ella ha sido humilde toda su
vida, que nos haga capaces de gestos gratuitos de acogida y de solidaridad
hacia los marginados, para llegar a ser dignos de la recompensa divina".
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