"Ventana abierta"
Día 34º. DE CUARESMA
Web católico de Javier
ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA
Señor mío, Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte.
PEDIRTE la gracia de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese sacrificio.
Y AGRADECERTE con obras lo mucho que me amas: ¡Tuyo soy, para ti nací! ¿qué quieres, Señor, de mí?
Dolor de los pecados porque pensaba en ti. "¡Qué dolor de muelas! No puedo estudiar, ni leer, ni jugar, y ni siquiera puedo dormir ", se quejaba desconsoladamente. Alguna vez habrás tenido dolor fuerte de algo, ¡qué pesadilla!
Pues bien, el dolor de los pecados NO es así. Para perdonarnos en la confesión
Dios nos pide dolor, y este dolor consiste en tres cosas: 1) reconocer que se
ha pecado voluntariamente; 2) desear no haberlo hecho; 3) querer no volver a
hacerlo y, para ello, poner los medios oportunos.
Es bueno que fomentes y busques el dolor de ¡os pecados. Cristo, como Hombre
que era, padeció todos los sufrimientos de su Pasión hace muchos siglos. Pero
como Dios es eterno, no tiene tiempo: no hay para Él un antes y un después.
Todo está presente ahora delante de Él. Es igual el año 580 que el 1990 o el
3150.
Y en el año 33, cuando cargó con la cruz, y le atravesaron sus manos y pies con clavos, etc., tenía presente en su cabeza divina todo lo que yo -y cualquier otro hombre- hacemos ahora y en cualquier otro momento de la historia. Por eso en el año 33 PENSABA EN TI, Y TÚ ESTABAS PRESENTE EN LA PASIÓN.
Dame, Señor, dolor de mis pecados. Dolor de amor. Lo que yo hago te afecta. Tú
pensabas en mí en tu pasión. Y cada día, en cada misa, renuevas tu pasión. Y la
renuevas pensando en mí. Gracias, y auméntame el dolor de mis pecados.
Coméntale a Dios con tus palabras algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.
ORACIÓN FINAL
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en la Cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Texto del Padre José Pedro Manglano Castellary
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