"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
Domingo 5º Tiempo Ordinario Ciclo B.
José Luis Sicre
Fe adulta
El evangelio del domingo pasado contaba el
asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus
inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio
de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días
siguientes.
Curación de la suegra de Pedro (Mc
1,29-31)
Quien lee este relato de Marcos no presta
atención al hecho de que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se
recuerda que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en
sábado, el detalle adquiere mucha importancia. Para Jesús, como él mismo dirá más tarde, la persona está por encima de la ley, aunque sea la ley más santa.
Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34)
Al ponerse el sol termina el descanso sabático.
La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante
Jesús a todos los enfermos y endemoniados. No se dice cuánto tiempo dedicó a
curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el
Mediterráneo, la noche no cae de repente.
El relato supone que Jesús realiza las
curaciones sin ningún esfuerzo ni
uso de la magia. Es interesante compararlo con lo que cuenta Plutarco a
propósito del rey Pirro, rey de Epiro (+ 272 a.C.): “Se creía que Pirro curaba
las enfermedades del bazo sacrificando un gallo blanco, haciendo dormir a los
enfermos de espaldas y apretándoles suavemente esa víscera con el pie derecho.
(…) Se dice que el dedo gordo de su pie tenía una virtud divina, hasta el punto
de que, después de su muerte, una vez quemado enteramente su cuerpo, se observó
que aquel dedo no había sufrido las llamas y que estaba intacto” (Plutarco,
Vida de Pirro)
En este contexto dice Marcos, casi de
pasada, que Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no
les permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado
del domingo pasado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm
Wrede en 1901 como «el secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa
desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a
poco, escuchándolo y viéndolo actuar.
Jesús y sus colaboradores siguen
proclamando el Reino (1,35-39)
La conducta de Jesús trae a la mente las
palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo!». Estamos al comienzo del evangelio, y
Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración,
el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar
adelante su misión.
Esta misión no se caracteriza por elegir
lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y
escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había
hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los
cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios.
El demonio de la depresión (Job 7,1-4.6-7)
La primera lectura, tomada del libro de
Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job
pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de
que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una profunda depresión. No le
encuentra sentido a la vida, la ve como una carga insoportable, una noche que
no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución le vendrá por un duro
enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí mismo, a abrir la
ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta terminar reconociendo
humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo de lo que le ocurre.
Relacionando esta lectura con el
evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a
él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti
mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los
corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3).
«Alabad al Señor, que sana los corazones
destrozados (Sal 146,1)
En las diversas y numerosas curaciones que
ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las gracias a Jesús. Ni
la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al ponerse el sol, ni los
enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin esperar recompensa.
Por eso es bueno que el Salmo nos invite a alabar al Señor, reconociendo
todo el bien que nos ha hecho. Este himno recoge motivos muy diversos para
alabar a Dios: empieza por la reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los
deportados, pero no pierde de vista a cada individuo, vendando las heridas de
los que tienen el corazón destrozado y sosteniendo a los humildes.
P. Leonardo
1. Se dice que uno está exento del cumplimiento del
domingo (sábat judío) porque “me duele la espalda, me queda lejos, por una
reunión de familia, no los iba a dejar solos, ya he superado la edad de
obligación, porque no tenía ganas, o, es que ya voy entre semana, etc.
Explicaciones razonables, pero
2. Sin embargo, muy otro es el criterio de
Jesús: sólo se salta el sabat, cuando hay un conflicto plenamente humano, fuertemente humano, no excusas
poco razonables al amor de Dios que decimos “es
lo más importante”
3. Jesús expulsa demonios. Nosotros también
los anidamos dentro: depresiones, angustias, desconciertos, cobardías, miedos,
egoísmos, orgullos, rencores anidados, ambiciones injustas…
4. Ojalá acudamos a él, para que los expulse,
los aleje, les ponga límites y nos haga
cuerdos, y agradecidos.
5. Y que no acudamos a él, como si fuera un curandero o que se ponga al servicio de nuestros oscuros intereses. Entonces, vamos descaminados, erramos. Nuestros demonios suelen ser más bien psíquicos, de nuestro interior.
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