"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
EN EL MONTE ALTO, JESÚS, SE TRANSFIGURÓ
2 Seis días después,
toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos,
aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos,
3 y sus vestidos se volvieron
resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería
capaz de blanquearlos de ese modo.
4 Se les aparecieron
Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.
5 Toma la palabra
Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres
tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»;
6 - pues no sabía qué responder
ya que estaban atemorizados -.
7 Entonces se formó
una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es
mi Hijo amado, escuchadle.»
8 Y de pronto, mirando
en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
9 Y cuando bajaban del
monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos.
10 Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.» (Mc. 9, 2-10)
Leer y meditar el Misterio de
la Transfiguración de Jesús es entrar en la hondura de la divinidad de
Dios. Y, “Dios es santo”, y, acercarnos a
su Humanidad es percibir que nuestra naturaleza humana está dañada
por el pecado y la ignorancia. Y esta realidad la sabemos por el exceso de luz
divina. Si decimos algo ante esta manifestación de Jesús, serán
palabras sin mucho sentido, porque no hay lenguaje adaptado ante
este hablar de Dios. Mejor que Pedro, guardaremos silencio y adoraremos a
Dios que, así ha querido rebelarnos algo de su esencia
divina: “Dios es Luz, sin tiniebla alguna”.
Pero Él no nos quiere elementos
pasivos, sino que nos reclama el oído para “escuchar al Hijo de
Dios, su Amado, su Predilecto”. De aquí que, en su
Palabra revelada en la Sagrada Escritura, esté del todo dicho lo que el
Señor quiere que creamos para parecernos algo a Él y salvarnos
por “un contagio”. Este no es otra cosa que: hacernos Santos por los
destellos de su gracia sobre nuestras pobres personas.
¡Oh, si Jesús con su misericordia infinita, quisiera purificarnos la vista y el oído para ser de alguna manera unos de sus íntimos! Pedro, Santiago y Juan eran tan torpes como nosotros, sin embargo, Dios, por su beneficencia inmensa, “¡los arrastró al Monte Alto” donde los envolvió “la Nube” de la presencia divina! ¿Dónde estaban sus méritos, pues ninguno tenía? Pero, estos tres Apóstoles, fueron elegidos gratuitamente para afirmar: “lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros, en esa unión que tenemos con Jesucristo”.
Por tanto, peguémonos a ellos y a la
Palabra de Dios que nos transmitieron fielmente de labios de Jesús. Pensemos en
esta verdad: yo no soy el referente de mi vida porque yo no me he creado y no
he elegido el momento de llegar a la existencia que
tengo. Y, menos, ser depositario del germen de la fe que se me
dio en el bautismo. Todos, dones inmerecidos de Dios, que se ha
complacido en entregarme con tanto amor.
Lo mío es la acción de gracias continua y la
alabanza a Dios, mi Señor. ¡Gocemos con su Salvación y
tratemos de estar pendientes de toda la gracia de que quiere rodear mi
vida! ¡Qué un día podamos orar con el corazón: “¡Proclama mi
alma la grandeza del Señor, porque ha hecho obras grandes por mí!”. La
Virgen María me enseñará a decir estas palabras desde su experiencia
de Bienaventurada.
¡Qué así se haga en mí, desde la luz divina de la Transfiguración! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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