"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
PEDRO, ENTRE DIOS Y SATANÁS
Feadulta
Domingo 21. Ciclo A
El evangelio de este domingo y el del siguiente forman un díptico indisoluble. En el de hoy, Pedro recibe una revelación de Dios y una misión. En el siguiente, se convierte en portavoz de Satanás. De este modo, Mateo deja claro que lo importante es la misión recibida, no la santidad del receptor. El evangelio de este domingo se divide en tres partes: 1) lo que piensa la gente a propósito de Jesús; 2) lo que afirma Pedro; 3) las promesas de Jesús a Pedro.
1. Lo que piensa la gente
Camino de Cesarea de Felipe, muy al norte
de Israel, Jesús formula a sus discípulos una pregunta bastante ambigua:
«¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?» La expresión aramea bar
enosh podemos traducirla con minúscula o con mayúscula.
Con minúscula, «hijo del hombre», significa «este hombre», «yo», y es frecuente en boca de Jesús
para referirse a sí mismo. Por ejemplo: «Las zorras tienen madrigueras, las
aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre [este hombre] no
tiene dónde recostar la cabeza» (Mt 8,20); «El hijo del hombre [este hombre, yo] tiene autoridad en
la tierra para perdonar los pecados» (Mt 9,6), etc.
Con mayúscula, «Hijo del Hombre», hace pensar en un salvador futuro, extraordinario. «Os
aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de
que venga el Hijo del Hombre» (Mt 10,23); «El Hijo del Hombre enviará a
sus ángeles para que recojan de su reino todos los escándalos y los
malhechores» (Mt 13,41); «El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su
Padre y acompañado de sus ángeles» (Mt 16,27).
La gente que escuchaba a
Jesús podía sentirse desconcertada. Cuando usaba la expresión «el
hijo del hombre», ¿hablaba de sí mismo, de un salvador futuro o de un gran
personaje religioso? Por eso no extrañan las respuestas que recogen los
discípulos. Para unos, el Hijo del Hombre es Juan Bautista; para otros, de
mayor formación teológica, Elías, porque está profetizado que volverá al final
de los tiempos; para otros, no sabemos por qué motivo, Jeremías o alguno de los
grandes profetas. Lo común a todas las respuestas es que ninguna identifica al Hijo del Hombre con
Jesús, y todas lo identifican con un profeta, pero un profeta muerto, bien
hace nueve siglos (Elías) o recientemente (Juan Bautista). Es obvio que Jesús
no se explicaba en este caso con suficiente claridad o era intencionadamente
ambiguo.
2. Lo que afirma Pedro: «Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Estamos tan acostumbrados a escuchar la
respuesta de Pedro que nos parece normal. Sin embargo, de normal no tiene nada.
Los grupos que esperaban al Mesías lo concebían como un personaje
extraordinario, que traería una situación maravillosa desde el punto de vista
político (liberación de los romanos), económico (prosperidad), social
(justicia) y religioso (plena entrega del pueblo a Dios). Jesús es un
galileo mal vestido, sin residencia fija, que vive de limosna, acompañado de un
grupo de pescadores, campesinos, un recaudador de impuestos y diversas mujeres.
Para confesarlo como Mesías hace falta estar loco o tener una inspiración divina.
3. Las promesas de
Jesús a Pedro
Esta tercera parte, exclusiva de Mateo
(falta en los evangelios de Marcos y Lucas) contiene unas palabras de
Jesús a Pedro.
Comienzan con una bendición, que subraya
la importancia del título de Mesías que Pedro acaba de conceder a Jesús. El discípulo no es un hereje ni un loco,
sus palabras son fruto de una revelación del Padre. Nos vienen a la memoria
lo dicho en 11,25-30: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y aquel a quien el
Padre se lo quiere revelar».
Basándose en esta revelación, no en los
méritos de Pedro, Jesús le comunica tres
promesas: 1) sobre él, esta roca, edificará su Iglesia; 2) le dará las
llaves del Reino de Dios; 3) como consecuencia de lo anterior, lo que él decida
en la tierra será refrendado en el cielo.
Las afirmaciones más sorprendentes son la
primera y la tercera. En el AT, la «roca» es Dios. En el NT, la imagen se
aplica a Jesús. Que el mismo Jesús diga que la roca es Pedro supone algo
inimaginable, que difícilmente podrían haber inventado los cristianos
posteriores. (La escapatoria de quienes afirman que Jesús, al pronunciar las
palabras «y sobre esta piedra edificaré mi iglesia» se refiere a él mismo, no a
Pedro, es poco seria).
La segunda afirmación («te daré las llaves
del Reino de Dios») se entiende recordando la promesa de Is 22,22 al mayordomo
de palacio Eliaquín, tema de la primera lectura de hoy: «Colgaré de su hombro
la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él
cierre nadie lo abrirá». Se concede al personaje una autoridad absoluta en su
campo de actividad. Curiosamente, el texto de Mateo cambia de imagen, y no
habla luego de abrir y cerrar, sino de atar y desatar. Pero la idea de fondo es
la misma.
El texto contiene otra afirmación importantísima: la
intención de Jesús de formar una nueva comunidad, que se mantendrá eternamente.
Todo lo que se dice a Pedro está en función de esta idea.
¿Por qué pone de relieve Mateo este papel
de Pedro? ¿Desea indicar cómo concibe Jesús a su comunidad? ¿O pretende algo
práctico? Ambas ideas no se excluyen, y la teología católica ha insistido
básicamente en la primera: Jesús, consciente de que su comunidad
necesita un responsable último, encomienda esta misión a Pedro y a sus
sucesores.
Es posible que haya también de fondo una
idea más práctica, relacionada con el papel de Pedro en la iglesia primitiva.
Uno de los mayores conflictos que se plantearon desde el primer momento fue el
de la aceptación o rechazo de los paganos en la comunidad, y las condiciones
requeridas para ello. Los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de estos
problemas. En su solución desempeñó un papel capital Pedro, enfrentándose a la
postura de otros grupos cristianos conservadores (Hechos 10-11; 15). En aquella
época, en la que Pedro no era «el Papa», ni gozaba de la «infalibilidad
pontificia», las palabras de Mateo suponen un espaldarazo a su postura en favor
de los paganos. «Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que
desates en la tierra quedará desatado en el cielo». Es Pedro el que ha recibido
la máxima autoridad y el que tiene la decisión última.
Apéndice 1. El papel de Pedro en la
iglesia primitiva
Un detalle común a las más diversas
tradiciones del Nuevo Testamento es la importancia que se concede a Pedro. El
dato más antiguo y valioso, desde el punto de vista histórico, lo ofrece Pablo
en su carta a los Gálatas, donde escribe que tres años después de su conversión
subió a Jerusalén «a conocer a Cefas [Pedro] y me quedé quince días con él»
(Gálatas 1,18). Este simple detalle demuestra la importancia excepcional de
Pedro. Y catorce años más tarde, cuando se plantea el problema de la
predicación del evangelio a los paganos, escribe Pablo: «reconocieron que me
habían confiado anunciar la buena noticia a los paganos, igual que Pedro a los
judíos; pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos, me asistía
a mí en el mío con los paganos» (Gálatas 2,7).
Esta primacía de Pedro queda reflejada en
diversos episodios de los distintos evangelios. Basta recordar el triple
encargo («apacienta mis corderos», «apacientas mis ovejas», «apacientas mis
ovejas») en el evangelio de Juan (21,15-17), equivalente a lo que acabamos de
leer en Mateo.
Lo mismo ocurre en los Hechos de los
Apóstoles. Después de la ascensión, es Pedro quien toma la palabra y propone
elegir un sustituto de Judas. El día de Pentecostés, es Pedro quien se dirige a
todos los presentes. Su autoridad será decisiva para la aceptación de los
paganos en la iglesia (Hechos 10-11). Este episodio capital es el mejor ejemplo
práctico de la promesa: «lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo».
Apéndice 2. Mateo: ¿falsario o teólogo?
Lo anterior ayuda a responder una pregunta
elemental desde el punto de vista histórico: si las promesas de Jesús a Pedro
sólo se encuentran en el evangelio de Mateo, ¿no serán un invento del
evangelista? Así piensan muchos autores.
Pero el término «invento» se presta a
confusión, como si todo lo que se cuenta fuera mentira. Los escritores antiguos
tenían un concepto de verdad histórica muy distinto del nuestro, como he
intentado demostrar en mi libro Satán contra los evangelistas. Para
nosotros, la verdad debe ir envuelta en la verdad. Todo, lo que se cuenta y la
forma de contarlo, debe ser cierto (esto en teoría, porque infinitos libros de
historia se presentan como verdaderos, aunque mienten en lo que cuentan y en la
forma de contarlo). Para los antiguos, la verdad se podía envolver en un ropaje
de ficción.
La verdad, testimoniada por autores tan
distintos como Pablo, Juan, Lucas, Marcos, es que Pedro ocupaba un puesto de
especial responsabilidad en la iglesia primitiva, y que ese encargo se lo había
hecho el mismo Dios, como reconocen Pablo y Juan. Lo único que hace Mateo es envolver
esa verdad en unas palabras distintas, quizá inventadas por él, para dejar claro que la primacía de Pedro
no es cuestión de inteligencia, ni de osadía, se debe a una decisión de Jesús.
Y para corroborar que no son los méritos de Pedro, añade el episodio que
leeremos el próximo domingo.
De mi cosecha:
P. Leonardo. S.J.
1. Después de observar a Jesús (curiosidad,
atención, ¡me interesa!, no comprendo, me admiro, me quedo boquiabierto, etc,
aquellos muchachos decidieron aventurarse en seguir a Jesús, este maravilloso
ser que parece solucionaría mis problemas y mis ideales más nobles como persona
y como ciudadano del mundo en el que ellos vivieron (y yo…)
2. Después de la sorpresa de encontrarse con este hombre, no acabo de aclarar
mis ideas: ¿maravilloso, tiene poderes sorprendentes ,“sabe” a Dios, a lo
razonable, a lo limpio, a lo valiente, a lo que yo debería ser ( y no lo
soy…por cierto…)
3. Y Él me pregunta cada día, en este
momento: “y yo ¿quién soy para ti? No
ayer ni mañana hoy mismo. Tu opinión es muy comprometedora, ha sido y puede ser
muy importante.
4. Es fácil contestar teóricamente que eres
Dios, profeta, hombre bueno, maestro de vida… Muy bien. Pero la pregunta está
directamente dirigida para mí.
5. Dios mío revélame (y que llegue
desde los sentimientos más profundos) que tú eres mi Dios, mi salvador, mi
maestro de vida. El Salvador, sí, el que quita los pecados de este mundo… Etc.
Pero desde lo más profundo clamo a ti Señor.
6. En mí, veo miseria, pobreza… pero como
Pedro, “Tu sabes que te amo”. Tu respuesta es que “a pesar de todo, yo te
envío… sigo confiando en ti.
Nota: los problemas teológicos y
eclesiales, los solventa perfectamente Sicre. Por eso yo me sitúo en el desconcierto
de los primeros encuentros de los seguidores de Jesús al comienzo de sus vidas.
Y cómo, poco a poco, cada día, vamos descubriendo esta maravillosa gracia de Dios de ir viendo cada día a Jesús. Conocerlo, amarlo…y seguirle. Es proceso, es una aventura y una gran alegría. ¡Ven y lo verás!, maestro ¿dónde vives?
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