"Ventana abierta"
Sermón de las Siete Palabras 2019
PUBLICADO: 19 ABRIL 2019
Texto íntegro del Sermón de las
Siete Palabras
Sermón de las Siete Palabras
Emmo. y Rvdmo. Sr. D Carlos Osoro
Sierra
Cardenal Arzobispo de Madrid
Valladolid, Viernes Santo de 2019
1. “PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO
SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23, 34)
Momento orante: Contempla algo inaudito: colgado en una cruz,
clavado, con profundas heridas,
sin poderse separar de ese madero anclado en la tierra, como adorno le han
puesto en la cabeza una corona de espinas que lo atormenta, manos y pies
doloridos y ensangrentados. Y quienes le han clavado en la cruz, al pie de
ella, riéndose y mofándose, convencidos de que tienen toda la razón, creen que
cumplen con la justicia y con los mandatos de Dios. Ellos con risas, burlas,
mentiras.
Y Jesús diciendo con fuerza y convencimiento: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. ¡Eres incomprensible, Señor! Amas, a quienes te dan la muerte y te matan, los pones en manos del Padre y pides para ellos perdón y misericordia. No estamos acostumbrados, Señor.
Tiempo de reflexión y mensaje:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”. Esas palabras tienen tres ejes que deben estar en la vida de quienes
formamos esta humanidad, "perdón", "reconciliación" y
"misericordia".
Esos que tan bellamente formula nuestro Señor
en la oración que salió de sus labios, el Padrenuestro.
Es verdad que no todos los hombres son
creyentes y los que son de otros credos no conocen a Jesucristo, pero estas
categorías existenciales son necesarias e imprescindibles si deseamos y
queremos tener salidas los humanos para vivir y dejar vivir.
Los cristianos no podemos hablar de ellas con
conceptos abstractos, sino formularlos a través de la contemplación de la
Persona misma de Jesucristo. Para nosotros la belleza del perdón, de la
reconciliación y de la misericordia, tiene un rostro, no son ideas,
contemplamos lo que significan y contienen en la persona de Jesucristo.
Aquí y
ahora ante la imagen de Jesús crucificado entendemos mejor lo que quieren decir. Y es esto lo que
quisiera entregaros hoy y en estos momentos que vive el mundo, donde acontecen
tantos enfrentamientos por razones diversas. Ojalá sepa decirlo con la belleza
que tienen estas palabras en la Persona de Jesucristo.
Es imposible saber el contenido que tienen si
no descubrimos que para un discípulo de Cristo el “progreso” en el “perdón”, la
“reconciliación” y la “misericordia” significan lo que significó para Él: “abajarse”, entrar por el camino de la
humildad para que sobresalga, se vea y se manifieste el “amor de Dios”.
1. La belleza del “perdón”: El mundo puede hacerse cada vez más humano si introducimos el rostro del perdón tan esencial en el Evangelio. El
perdón tiene que manifestar que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado.
Si eliminamos el perdón de
este mundo lo convertimos en un mundo de una
justicia fría e irrespetuosa, en cuyo nombre cada uno reivindicaría lo que considera propio respecto a los demás e
invocaría egoísmos adormecidos en el hombre. La liberación y la salvación que nos regala Jesucristo, alcanza a la persona
humana entera, en su dimensión física y espiritual. Y van
siempre unidos dos gestos: la curación y el perdón. No existe curación verdadera sin perdón. El perdón siempre
rehabilita. Y el perdón más grande es el que Dios mismo nos entrega, y nos está pidiendo que lo otorguemos siempre también.
2. La belleza de la reconciliación: Nuestro mundo necesita personas que engendren la reconciliación en las relaciones de los hombres con la
medida que nos da Jesucristo. ¿Es utopía? No. Es posible y así lo hicieron y lo siguen haciendo muchos cristianos en
muchas partes de este mundo.
En la
revelación que Jesucristo nos va haciendo del Reino mediante sus palabras y sus
obras, nos manifiesta que, por una parte, el
Reino que Él trae está destinado a todos los hombres, pues todos están llamados a ser sus miembros. Pero es cierto que
en sus manifestaciones y encuentros se subrayan cómo se acercó con especial interés a aquellos que estaban al
margen de la sociedad cuando anunciaba la
Buena Noticia. Quería tratar a todos como iguales y como amigos, haciéndoles
vivir una experiencia de liberación y
reconciliación: sentirse amados por Dios y reconciliados por Él. ¡Qué hondura alcanza la reconciliación entendida como
verdadera solidaridad! No hay reconciliación sin solidaridad.
La solidaridad nos ayuda a ver al otro, ya sea persona, pueblo
o nación, no como un instrumento cualquiera para
explotar, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante al que hago partícipe del banquete de la vida al que
todos los hombres estamos invitados. La reconciliación trae paz y desarrollo y es un signo distintivo de los
discípulos de Cristo, pues, como Él, estamos y vivimos para reconciliar. El otro debe ser amado con el mismo
amor que ama el Señor.
3. La belleza de la “misericordia”: El rostro de la misericordia es Jesucristo, Él revela la misericordia de Dios que es fuente de alegría, de
serenidad y de paz. ¡Qué profundidad alcanza para vernos los humanos, el contemplar cómo Dios viene a nuestro encuentro! Para
manifestar Dios su omnipotencia a los hombres, usa la
misericordia. ¡Qué grande es Dios para los hombres! Manda a su Hijo al mundo para revelar y decir a los hombres
que “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16). Una misericordia que se hizo visible y tangible en Jesucristo y que el Señor
desea que se siga haciendo visible a
través de todos los que somos sus discípulos.
Como muy bien nos decía el Papa
Francisco, “la misericordia es la viga maestra
que sostiene la vida de la Iglesia [...], la credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y
compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia” (Misericordiae vultus 10). Siempre me impresionaron aquellas palabras del Papa san Juan Pablo II cuando nos dice: “el hombre no
puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida privada de sentido si no se le revela
el amor, si no se encuentra con el amor, si
no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10a).
Y el amor de Dios tiene un nombre,
misericordia y un rostro, Jesucristo.
2. “YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO”
(Lc 23,43)
Momento orante: Señor, estás agonizando, con unos dolores tremendos; nosotros, concentrados en nosotros mismos y Tú pensando en los
demás. Tu corazón siempre tiene sitio para el sufrimiento de los demás. Sabes que vas a morir y Tú estás preocupándote
por un criminal atormentado. No tiene comparación su
vida que transcurrió haciendo el mal, con la tuya, que ha pasado haciendo el bien.
Y ahora, al final, cuando el
abandono de Dios te ahoga, tú abogas y hablas de Paraíso. Tú, Señor, siempre abogas por los perdidos y los haces
partícipes de tu sueño para que todos los
hombres a los que quieres estén contigo en tu Reino para siempre.
Tiempo de reflexión y mensaje: Esta expresión del Señor, “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”, nos está invitando
permanentemente a conocer más y más a Jesucristo, a vivir con coherencia la fe con un estilo de vida que exprese
y manifieste la bondad y el amor de Dios.
Expresemos la
misericordia de Dios, ofrezcamos signos concretos de la cercanía de Dios a los hombres. Es una cercanía que lleva la alegría al
corazón, a la vida personal y colectiva de todas las personas. Recuperemos para todos los hombres esta
alegría que nos entrega la cercanía de Dios.
Esta caricia de Dios que lleva alegría siempre al corazón de quien la percibe,
se esconde siempre en pequeñas cosas y alcanza su
cumplimiento siempre con espíritu de servicio. A mí, siempre me ha impresionado la vida de san Pablo, el apóstol que
llevó la caricia de Dios a los gentiles. Su vida y sus obras son un cántico que se puede resumir en esta
palabra: alegría, gaudete. Y me pregunto, ¿cómo es posible que un hombre con una vida atormentada, llena
de persecuciones, de hambre, de sufrimientos
diversos, en su historia personal, siempre está presente la alegría, gaudete? No encuentro otra explicación más que la
experiencia tan honda que él tiene del Señor, el grado de ocupación que el Señor tiene de la vida de san Pablo. Su conversión
tiene una explicación clave: el Señor está en él, “no soy yo es Cristo quien vive en mí”. Aquel que me ama hasta dar su vida
por mí y por todos los hombres, está cerca de mí. Y lo
está, en todas las situaciones; por eso, en la profundidad del corazón reina una alegría que es más grande que todos los
sufrimientos.
Llevar la
caricia de Dios a todos los hombres, es decir, llevar el Evangelio, la Buena
Noticia, es la gran tarea que tenemos los discípulos
de Jesucristo. Que en todos los lugares donde viven los hombres puedan
experimentar la alegría de Jesucristo. ¿Puede haber una tarea y una misión más hermosa que esta? ¿Hay algo más grande y más
estimulante que llevar el agua que quita la sed que todo ser humano tiene en lo más profundo de su
corazón? ¡Qué bien nos lo explica el salmo 41, cuando nos dice: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te
busca a ti, Dios mío”!
Anunciar y
testimoniar nuestra alegría es el núcleo de nuestra misión. Pero esto pide de
nosotros una conversión en la raíz de nuestra
vida. ¡Qué maravilla! ¡Qué oportunidad nos regala el Señor hoy cuando tenemos la gracia de escuchar con fuerza para
nosotros estas palabras: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Es la más sublime promesa. Ni más ni menos
que ser colaboradores de la alegría cristiana!
Cuando
nuestro mundo está triste y es negativo es porque olvida el retrato verdadero del hombre que tan maravillosamente ha
revelado Jesucristo con su vida. Esa es la versión verdadera de un Dios que nos ama y que nos indica los
senderos por donde tenemos que caminar.
Si apostamos
por servir, vivir y hacer vivir, tendremos siempre la palabra oportuna en la
boca, hablaremos verdad, aconsejaremos
desde quien es Consejero y Maestro y decidiremos con los modos y maneras que quien decidió crear amorosamente todo lo
que existe.
Habrá verdadera
conversión, si llevamos la caricia de Dios a todos los hombres. Esta caricia, previamente experimentada por nosotros, cambia y educa
los corazones, nos hace sensibles a las cosas de Dios, que son las que necesita el hombre. “Yo te aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso”.
1. Dar respuesta de amor en todas las situaciones que
vivamos. Sabemos que ha sido Dios quien nos ha amado primero. Esto nos lleva a descubrir que el amor no
es solamente un mandato, es la respuesta a quien nos
ha amado, a quien nos ha dado el don del amor cuando Él vino a nuestro encuentro. No damos de lo nuestro, damos de
lo que se nos ha regalado como don para hacer la tarea.
2. Realizar una entrega personal de toda nuestra
vida. Si el amor engloba nuestra existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido
también el tiempo, nuestra vida se convierte en éxtasis, pero no en el sentido de arrobamiento momentáneo, sino como
camino permanente, saliendo del yo cerrado a la entrega
de sí. Es no guardar la vida, sino perderla para recobrarla.
3. Vencer la violencia que se instaura en este mundo
con amor: ¡Qué fuerza tiene contemplar la cruz para descubrir como vence Jesús la violencia! No lo hace
al modo humano; vence con un amor capaz de llevarlo hasta
la muerte. La violencia no opone otra violencia más fuerte, se opone el amor hasta el fin. Este modo humilde de
vencer de Dios, solo con su amor, pone un límite a la violencia.
4. Reconciliar a los hombres, sabiendo que el amor es
más fuerte que el odio. En la Eucaristía
celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, en la Eucaristía se nos
muestra que Dios es más fuerte que todos los poderes
oscuros y tenebrosos de la historia. Como nos dice san Pablo, Cristo derribó el muro del odio para reconciliar a los
hombres entre sí.
5. Salir convencidos de que es posible el amor. Todo ser humano siente el deseo de amar y de ser amado, pero no sirve cualquier amor. Hay que descubrir que el
futuro y la esperanza de la humanidad está
en el amor verdadero, fiel y fuerte, que produce paz y alegría, que nos une a
los hombres. Este amor, siendo de Dios,
tiene un rostro humano y lo encontramos en Jesucristo.
6. El ser humano es mendigo de amor, tiene sed de
amor. Ya san Juan Pablo II nos decía que “el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un
ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no
se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él
plenamente” (RH 10).
7. Amar como Jesús, es el corazón de la vida
cristiana. Convertirnos al amor es pasar de la amargura a la dulzura, de la tristeza a la alegría.
Y esto se hace viviendo con Dios y para Dios. Y así podremos responder con nuestra vida a la pregunta ¿quién es mi prójimo?
describiendo en nosotros la parábola del buen
samaritano que termina diciendo: “ve y haz tu lo mismo”.
Examinemos
desde estas siete perspectivas, esas palabras de Jesús: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”, así estaremos
disponiendo la vida para llevar la caricia de Dios a los hombres.
3. “MUJER, AHÍ TIENES A TÚ HIJO. HIJO, AHÍ TIENES A TÚ
MADRE”
(Jn 19, 26)
Momento orante: Gracias Señor, pues ahora que necesitas que tu Santísima Madre, Ella, que prestó la vida para que Dios tuviese rostro
humano, Ella, que te ha acompañado en todos los momentos de tu vida, Tú quieres que se una a todos los hombres y,
precisamente ahora, nos la das como Madre y te
desprendes de Ella. Amas a tu Madre que te sirvió en todos los momentos de la vida, en la alegría y en el dolor. Es a Ella a quien
nos quieres entregar. Gracias, Señor. La acogemos como el regalo más grande. Ella nos recuerda aquellas palabras que Tú
dijiste un día: “Mi madre y mis hermanos y
hermanas son los que cumplen la voluntad del Padre que está en los cielos”. Nos das el regalo entrañable de quien supo decir a Dios
con todas las consecuencias “fiat”. Ella junto a
la cruz era toda la Iglesia.
Tiempo de reflexión y mensaje: María fue la primera morada de Dios. A través de Ella, Dios se hizo conocido para nosotros, tomó rostro
humano y nos enseñó que en Él “todo se hace nuevo”. Todo es nuevo. ¡Qué fuerza transformadora tiene el ver con los ojos
de Dios toda la realidad!
Contemplad a
María. Fijad en Ella la mirada. Acoged a María como el regalo más grande que se
hizo a los hombres de parte de Dios.
¿Quién es esta mujer que cambió la historia, esa mujer a la que el Señor nos da como Madre? ¿Quién es nuestra Madre? Os acerco
tres retratos de nuestra Madre que tanto llenaron la vida de Jesús: 1) El retrato de su “sí” a Dios; 2) El
retrato de su salida aprisa a los caminos por dónde van los hombres y 3) El retrato de su primer encuentro
fuera de su casa, en el camino, después de haber dicho “sí”.
1. El retrato de su “sí” a Dios”. Con su “sí” logra que a esta historia entre la Belleza. La Belleza es Dios mismo. Es revelada por Jesucristo que
nos dice quien es Dios y quien es el hombre.
Es la Belleza
que nos dice que solamente el ser humano se realiza plenamente y realiza a los
demás en la entrega de sí mismo. Es la
Belleza que se manifiesta en María que realiza una entrega incondicional a Dios, no en beneficio propio sino para
dar vida a los demás.
María es el ser humano que hizo posible que la “Belleza” verdadera tuviese rostro en esta tierra.
Y puso y prestó su vida para esta misión.
Ella nos muestra a los hombres y mujeres que hacer un mundo distinto no es un
sueño irrealizable; es posible. Pero, como
Ella mismo dice, solo es posible para Dios. Por ello, hay que abrirse a la vida, a todas las realidades de la vida.
Es imposible experimentar y entregar la Belleza si convertimos nuestra vida en una plaza en la que nos
juntamos por grupos y decimos cada uno “yo soy bueno y esos otros son malos”. Es imposible cuando me encierro en el
edificio de mi ideología por muy bonito que me resulte. La
Belleza llega cuando hay corazones abiertos que trascienden, mentes abiertas que ven desde las atalayas más altas.
Si pensamos diferente, ¿por qué no nos vamos a hablar? ¿Por qué nos vamos a tirar piedras? ¿Por qué no darnos la mano
para hacer el bien?
Con el “sí” de María entró en este mundo
Dios mismo tomando rostro humano, que nos manifestó dónde se puede ver en plenitud y dónde está la dignidad
de toda persona humana, que no es otra que ser imagen de Dios, una imagen que nadie puede romper o estropear. Todo
hay que ponerlo al servicio del hombre y todos nos
tenemos que poner al servicio de la persona.
2. El retrato de su salida al camino. Después que María dijo a Dios “sí”, salió inmediatamente al camino. Nos dice el Evangelio que atravesó una región
montañosa, es decir, no exenta de dificultades. En nuestro
Plan Diocesano de Evangelización, “Comunión y misión en el anuncio de la alegría del Evangelio”, invité a todos
los cristianos a salir.
Tenemos que salir con obras y palabras. Hay que decir a la gente que nos
encontremos por el camino, lo mismo que hizo María nada más recibir la noticia de que iba ser Madre de
Dios, que iba a dar rostro humano a Dios. Ella salió, pero salió a servir. Salgamos corriendo como María a prestar un
servicio a los demás. ¡Cuántos niños necesitan
experimentar que no quieren cosas, quieren cariño, amor, entrega a sus vidas,
que les revelen y hagan crecer en todas las
dimensiones que tiene la vida, en la que está también la trascendente! ¡A cuántos jóvenes hay que hacerles ver
que no sean viejos, que sueñen, que Cristo vive, que no quita libertad; al contrario, la da y hace libres; que Cristo
no es una idea más de las muchas que hay! ¡Hay que hablar a
los jóvenes con la Vida misma de Cristo! ¡Cristo cambia la vida!
¡Cristo cambia
nuestras relaciones! ¡Cristo elimina egoísmos! ¡Cristo da juventud porque
cambia el corazón y solamente lo pone en la
dirección del prójimo! Y lo hace metiendo en nuestra vida su amor y su misericordia. Un amor que no mata al otro,
sino que le da Vida y horizontes, salidas reales para que llegue a tener lo que todo ser humano debe tener: el respeto
absoluto a todos los derechos fundamentales que
le corresponden. Cristo crea la cultura del encuentro.
3. El retrato de su primer encuentro después de haber
dicho “sí”. Es muy importante tomar conciencia de lo que representa aquél gozoso encuentro de María con
su prima Isabel. Es un encuentro que transparenta la
alegría de la fe y que impregna todo de la alegría de la fe. Cuando se acoge a Dios en nuestras vidas, formula y da una
manera de vivir, que tiene metas, dirección y resonancias. Lo perciben aquellos con quienes nos encontramos. Incluso el
niño que aún no había nacido y estaba en el vientre de
Isabel, “saltó de gozo”, percibió con fuerza la presencia de Dios en María. Por otra parte, Isabel siente esa alegría de la
presencia de Dios y lo manifiesta con aquellas palabras: “dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá”.
María salió, caminó, se desinstaló,
no se centró en Ella, se transformó en servidora de todos por amor a su Hijo.
Alegría y servicio al prójimo van unidos.
Salir de nuestros planteamientos para entrar en los de Dios y acogerlos es lo que nos hace ver este retrato de
María.
Como Santa María también nosotros caminemos,
edifiquemos y confesemos. El Señor nos da
a su Madre como Madre nuestra, para que Ella nos enseñe a caminar, edificar y confesar. Como el Papa Francisco dijo por otros
motivos, María ha sido el ser humano que supo con su vida “comunicar esperanza y confianza”.
Aprendamos con Santa María, nuestra Madre a caminar,
edificar y confesar:
1. Caminar como Santa María. No te pongas en el camino de la vida sin llevar noticias que construyen, dan vida, horizontes, formulan y
construyen caminos de fraternidad, de unidad.
Deseamos ser un
pueblo, una familia única. ¿Qué llevamos en el camino y para el camino? ¿Nos detenemos a dialogar con todos los hombres? ¿Somos
capaces de formular con hechos la cultura del encuentro? Hay que saber decir a la Virgen que queremos ser un solo pueblo;
no queremos estar peleados y divididos, deseamos ser
familia; no hablamos de revanchas, deseamos cuidar unos de otros; necesitamos vivir como hermanos y por eso
eliminar la envidia, la discordia, la violencia. Es necesario recuperar la memoria de cómo se vive como
hermanos.
2. Edificar como Santa María: Se edifica escuchando a Dios, siguiendo la orientación que Él nos da con su Palabra. María es maestra en el arte
de escuchar. Sepamos detenernos a escuchar al otro, detenernos en su vida, en su corazón, no pasar de largo, no
interesarnos por su vida y sus situaciones.
¿Tenemos miedo a escuchar? ¡Cuántas cosas cambiarían si escuchásemos! Así se
edifica sobre roca, sobre la realidad y no
sobre arena. Dejemos que el otro entre en nuestra vida. Que sepamos sentir lo que tienen los demás en su corazón.
¡Cuánto cambiaría nuestro mundo!
3. Confesar como Santa María: Se es testigo del Señor cuando se le confiesa con nuestra vida. Cuando convencidos como María sabemos que
tenemos que vivir con las palabras que salieron de la boca de la Virgen María, “haced lo que Él os diga”. La alegría llega
a la vida de cada uno de nosotros y a todos los hombres
cuando hay coherencia y somos capaces de mantener la esperanza, sabiendo y teniendo la certeza de que el Señor siempre
camina a nuestro lado y que no hay ni un instante en que nos abandona. Nunca apaguemos el corazón a esta confianza,
seamos luz de esperanza como María. Comuniquemos
esta luz. Dejémonos siempre sorprender por Dios, también cuando llegan las dificultades, ya que Él siempre nos
sorprende con su amor.
4. “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”
(Mt 27, 36)
Momento orante: De una manera clara y rápida, se acerca la muerte. Es un momento que vive el Señor, donde el fondo del abismo, la
profundidad de la angustia, es evidente. Esas palabras que pronuncia, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”, evidencian la desnudez en la que se encuentra, la impotencia, la desolación que desgarra su vida, el
abandono que lacera la existencia, el vacío del corazón
donde todo está abrasándolo, las ganas del lloro ante esa soledad de un corazón que se ha consumido en amar a todos y que
ahora en este instante se hace invocación a Dios, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Tiempo de reflexión y mensaje: Recuerdo que pocos días antes de marchar al encuentro de jóvenes que hace años tuvimos en Cracovia, escribía
estas palabras a los jóvenes de Madrid: muchos jóvenes ya hace días que iniciasteis la peregrinación hacia
Cracovia. Algunos ya habéis llegado. Todos
los que vamos a vivir este encuentro con el Papa Francisco, deseamos vivir con
el deseo del Señor: “Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt
5, 7).
Necesariamente tengo que recordaros aquel 17 de marzo de 2013 cuando el Papa
Francisco celebraba su primera Misa con el
pueblo de Roma tras su elección y nos habló diciéndonos: “El mensaje de Jesús es la misericordia. Para mí, lo digo
desde la humildad, es el mensaje más contundente del Señor”. ¿Por qué? ¿Os dais cuenta del mundo en el que
vivimos? ¿Percibís la fuerza que tiene en
nosotros el consagrarnos a trazar fronteras, a regularizar vidas de personas
imponiendo siempre requisitos previos que
sobrecargan el vivir cotidiano y lo hacen fatigoso, porque entre otras cosas nos disponen a permanecer siempre en juicio
sobre los otros, a condenar, pero no a inclinarnos ante las miserias de la humanidad? ¿Qué nos dice
Jesucristo? No hagáis eso entre vosotros ni con los que os rodean, inclinaros ante todo el que os encontréis por el camino.
Tened el atrevimiento de comenzar la época nueva inaugurada
por Jesucristo, lo viejo ha pasado, ha comenzado algo nuevo.
Imitemos al Dios que se hizo hombre para decirnos
quien es Dios y quienes somos los hombres: Dios no perdona con decretos, sino con caricias, va más allá de la ley,
acaricia las heridas de nuestros pecados para sanarlos. Dejémonos sanar por Dios y salgamos con la gracia y
la fuerza que el Señor nos da a cambiar este mundo”. Este
Dios es el que nos dice ahora “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Se acerca la muerte que representa
el fondo del abismo, la inimaginable profundidad de la angustia. Y todo lo que vives Señor, se hace en tu vida
una invocación a Dios.
¿Qué es la
misericordia? Siempre la he comprendido desde la fidelidad de Dios a todos los hombres. En mi vida siempre vienen a la memoria y a lo
más hondo de mi ser, aquellas palabras del apóstol San Pablo cuando dice así: “Si somos infieles, Él permanece fiel,
pues no puede renegar de sí mismo”. ¡Qué palabras tan
revolucionarias! Tú y yo podemos renegar de Dios, darle la espalda, no querer saber nada de Él, podemos pecar contra Él, pero
Dios no puede renegar de sí mismo, Él permanece fiel, siempre fiel, en todas las circunstancias. Por eso, ¿quién
cuando se habla de este Dios que se nos
revela en Jesucristo puede quedar indiferente? Con toda nuestra miseria y
pecado, con todas nuestras vergüenzas, Él fiel
siempre, no se cansa, espera, anima, alienta, siempre levanta, nunca hunde, nunca te tira en cara nada.
En esta
humanidad que tiene profundas heridas y que no sabe como curarlas, dado que no son solamente enfermedades sociales, heridas por la
pobreza o la exclusión, y el descarte, sino por tantas esclavitudes nuevas, donde el relativismo hiere profundamente a la
persona, pues todo parece lo mismo y todo parece igual.
Precisamente ahora es cuando esta humanidad tiene una necesidad imperiosa de misericordia. ¿Sabéis cuál es la
fragilidad más grande y la que más abunda? Atrevámonos a ser diseñadores y protagonistas de la época de la
misericordia:
1. Pasando de querer construir una convivencia entre
los hombres sin principios a construirla con principios: esos que nos regala Jesucristo y que nos dice “no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados;
perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará” (cfr. Lc 6, 37-38). Nos hacen caer en la cuenta de que el retrato del ser humano
es "ser imagen y semejanza de Dios" y la
expresión máxima de esa semejanza e imagen se manifiesta en la misericordia.
2. Pasar de una economía que no tiene moral, porque
margina a la persona y solamente ve cuentas y ganancias, a una economía que
sirve a quien es imagen y semejanza de Dios: cuando invocamos y decimos “Señor ven en mi auxilio”, nunca olvidemos que
la economía es para que el ser humano sea cada
día más y mejor imagen de Dios.
3. Pasar de buscar un bienestar sin trabajo, a costa
de lo que sea, a cumplir el deseo del Señor sobre el hombre, ganar el
pan con el sudor de tu frente. “Trabajarás” es cumplir el derecho
que Dios mismo le ha otorgado al hombre: contar con un trabajo digno. Que nuestras manos estrechen las manos
de los que no tienen cumplido este derecho, que busquemos fórmulas para que todos los seres humanos puedan
realizarse mediante un trabajo decente y estable y que coopera en la obra creadora del Señor.
4. Pasar de una educación que busca hacer hombres
fieles y sin carácter, a una educación que hace hombres con
valores y con carácter: hacer verdad lo
que nos dice el Señor en el Evangelio, "me ha enviado
a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de
gracia del Señor". Hombres y mujeres sin cadenas, libres, sin yugos, que compartan el pan con los demás,
que alberguen a quien está sin casa, que curan, que nunca abandonan a sus semejantes. Su versión de vida es la que Dios
mismo les ha dado y por ello, no prescinden de nadie, son
para todos y de todos.
5. Pasar de una ciencia sin humanidad a una ciencia
que se pone totalmente al servicio de la persona: Se trata de no sucumbir a la idolatría de la exaltación del paradigma tecnocrático dominante (cfr. LS 101), unilateral y
ayuno de ética. Dejar lo que pertenece al reino de los medios y de los instrumentos en su lugar, y
defender el primado de los fines y el orden de los valores, sin olvidar el fin último que es un Dios que
regala la alegría de quien pensó en todo antes de llamarlo a la existencia.
6. Pasar de buscar el placer sin conciencia a costa de
lo que sea, a buscar el gozo con conciencia: esa que Dios nos ha dado a todos los hombres y que constituye un sagrario
para nosotros. Rectamente formada, es la
auténtica voz de Dios en nuestro interior. A ella hemos de ser fieles sabiendo que es fuente de responsabilidad y
liberación.
7. Pasar de un culto sin sacrificio alguno, a un culto
en el que es nuestra persona la que se ofrece enteramente: este es el culto agradable a Dios, no el que nos lleva a guardarnos la vida, sino a exponernos en todo lo que somos y
tenemos. La muestra exacta de lo que es el ser humano como imagen de Dios nos la ha revelado Jesucristo. Demos esta imagen
y que este sea nuestro culto: dar, ofrecer,
regalar, nunca retener.
Vivamos con el arma más necesaria: Vivir con el amor
mismo de Dios: El corazón de todo hombre es mendigo
de amor, tiene sed de amor. Como nos decía el Papa San Juan Pablo II, “el hombre no puede vivir sin
amor”.
Comenzamos a ser lo que tenemos que ser para los demás cuando nos encontramos con una Persona que nos da nuevos
horizontes, nuevas capacidades para entendernos a
nosotros mismos y para entendernos entre nosotros, que nos aporta una orientación definitiva. Os invito a vivir estas
bienaventuranzas para tener el arma que nos capacita para hacer visible ya en este mundo la presencia del Reino:
1.
Bienaventurados cuando permaneciendo envueltos en el amor de Jesucristo,
dejamos de falsificar la única arma capaz de
hacer posible la convivencia entre los hombres, que se traduce en la cultura del encuentro.
2.
Bienaventurados cuando acogemos y dejamos que nuestra vida sea ocupada por el
amor de Jesucristo que se traduce en
vivir en la alegría de Cristo.
3.
Bienaventurados si hacemos visible cada día, amar incondicionalmente a quien encontremos en el camino, con el mismo amor de
Jesucristo.
4.
Bienaventurados si, impulsados por el amor de Jesucristo, damos la vida para
que otros la tengan en abundancia.
5.
Bienaventurados por la amistad que nos ha regalado el Señor: sois mis amigos si
hacéis lo que yo os mando.
6.
Bienaventurados por la gran comunicación que el Señor tiene con nosotros: nos
dice todo lo que sabe de Dios y del
hombre.
7.
Bienaventurados porque el Señor nos ha llamado a formar parte de su Pueblo,
dándonos como arma el amor mismo de
Jesucristo.
8. Bienaventurados
si, habiendo acogido el amor de Dios, lo traducimos en obras que dan frutos que permanecen.
5. “¡TENGO SED!” (Jn19 , 28)
Momento orante: Señor, eres obediente hasta la muerte y muerte en cruz. Sabes mirar mucho más allá incluso de la agonía. Cuando estás
diciendo ¡“tengo sed”! estás viviendo un momento de tu vida singular: oscuridad grande y una conciencia que va poco a poco
debilitándose. Tú con esas palabras, ¡“tengo sed”! no te
refieres a la sed que surge de un cuerpo desangrado y cubierto de heridas que te abrasan, expuestas al sol de la tierra
en que te clavaron en la cruz.
Tú tienes sed de cumplir la voluntad del Padre.
Tienes sed que todos los hombres se salven y
conozcan el verdadero camino, la verdad y la vida.
Tú, a
pesar de todo lo que estás sufriendo, intentas hacer coincidir todos los detalles de tu vida con esa imagen eternamente
presente en la mente del Padre.
Te dieron una misión a cumplir y la llevaste enteramente a cabo.
Señor, haznos oír otra
vez esas palabras para que alcancen
nuestro corazón: “tengo sed”. En el Salmo 21 se dice de ti: “Mi paladar está
seco lo mismo que una teja, y mi lengua pegada a
mi garganta”.
Y en el Salmo 69: “En mi sed me han abrevado con vinagre”. ¡Qué salvación nos entregas! Sucumbes para
salvarnos, mueres para que vivamos. Por eso, nos dices: “si alguno tiene sed, que venga a mí, porque de mi seno correrán
ríos de agua viva” (Jn 7, 37).
Tiempo de reflexión y mensaje: Hay unas palabras de San Juan Pablo II que escribió en el inicio de su pontificado y a las que luego me
referiré, que a mí siempre me resultan sugerentes, sobre todo en este Viernes Santo. Deseo que sea una
meditación que nos ayude a realizar esa conversión que nos pide el Señor para poder realizar el trabajo de la
misión que como Iglesia de Jesucristo
tenemos que hacer. Nosotros también hemos de clamar con las mismas palabras del
Señor:
“¡Tengo sed!”
Recordemos el grito del ciego de Jericó para que lo atendiese el Señor.
Ese es
el grito que todo ser humano, consciente o
inconscientemente, da en su vida, pues tiene necesidad de la cercanía de Dios, aunque muchas veces ni sepa quién
es, ni tenga noticia de Él. Pero tenemos anhelo de infinito y sentimos la nostalgia de Alguien que nos quiera
incondicionalmente. Por eso, el ciego grita y grita y no para hasta que Dios no se acerque a su vida y pueda
experimente su amor.
El ser humano no puede
vivir sin el amor más grande. Y eso solamente lo puede regalar Dios. Se trata
de aquella cercanía de Jesús que le
dijo al ciego, "¿qué quieres que haga por ti?". Eso es lo que
necesita todo ser humano.
La compasión
que pide el ciego de Jericó es que Jesús tenga pasión por su persona, lo acoja, le dé su gracia y su amor, le dé su luz, le quite la
oscuridad en la que vive, le dé su aliento, le de fundamentos. Esto es lo que necesita todo ser humano. Por eso, aquella
propuesta de Jesús a los discípulos de "id y anunciad el
Evangelio", es u imperativo para la Iglesia.
Convencidos de la necesidad de nuestra misión, hemos iniciado el camino
cuaresmal, que lo es de conversión, de seguimiento del Señor Jesús, de encuentro con Él y de esperanza. El Señor
nos ha llamado para una misión fundamental; sin ella el ser
humano no puede vivir. Nos ha dicho “seréis mis testigos”.
Hemos de estar
disponibles para esta tarea. Se trata de que Jesucristo que es Amor, dona al
hombre la plena familiaridad con la verdad
y nos invita a vivir continuamente en ella. Es una verdad que es su misma Vida, que conforma al hombre y nos invita a
vivir continuamente en ella. Fuera de esa verdad, que es el mismo Jesucristo, estamos perdidos y tenemos necesidad de
gritar “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.
1. Vive en amor a la Verdad y al Amor: El Amor y la Verdad son como dos caras de ese don inmenso que viene de Dios y que tienen un rostro que se ha revelado en
Jesucristo. Conocemos la Verdad y el Amor en Jesucristo.
Sabemos que el hombre no puede vivir sin amor. Por eso proponemos la persona de Jesucristo, pues la caridad
en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección,
es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo
de cada persona y de toda la humanidad.
2. Vive en el compromiso que engendra el Amor y la
Verdad: El Amor tiene su origen en Dios y siempre mueve a la persona a comprometerse con valentía en
construir su vida y la de los demás dando
rostro a Jesucristo. Solamente haremos verdad “seréis mis testigos”, si es que
vivimos en el amor. ¡Qué belleza tiene el
corazón de la vida cristiana que es el Amor! Quizá la respuesta más adecuada para la pregunta que hizo el Señor al ciego
de nacimiento, “¿qué quieres que haga por ti?” sea ir recorriendo lo que el Señor dice en la parábola del Buen Samaritano,
pregunta el interlocutor a Jesús “¿quién es mi prójimo?” Y el
Señor responde invirtiendo la pregunta, mostrando con el relato del buen samaritano, cómo cada uno debemos
convertirnos en prójimos del otro: “vete y haz tú lo mismo”.
3. Vive en medio de las dificultades que surgen para
estar en la Verdad y el Amor: Recuerdas aquellas palabras del Evangelio del ciego de nacimiento, “Los que
iban delante lo regañaban para que se callara, pero
él gritaba más fuerte, ¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Pero como hizo Jesucristo, con su ayuda, su gracia y
su amor, derriba los muros que impiden el encuentro con Dios. Esas dificultades, que impiden el encuentro con Dios y
que descubramos la grandeza de nuestra vida, vienen de
dentro y de fuera. Es verdad que están nuestros pecados que también nos impiden ver quiénes somos y comportarnos
como tales, pero, como al ciego de Jericó, también le sobrevienen dificultades de fuera, “los que iban delante lo
regañaban para que se callara”, el encuentro
con Jesucristo se lo impedían desde fuera. Es urgente, como nos dice el Señor
en el evangelio, “ser sus testigos”. El
hombre tiene sed y hambre de Dios.
“¡Tengo sed!” es el grito de todos los hombres, pero
que en estos momentos de la historia tiene un eco especial en la humanidad: Otro mundo es posible. Dios quiere transformar el
mundo con nuestra conversión. No sólo dice muy claro el Evangelio: “convertíos y creed en el Evangelio”.
“Convertíos”, en griego “metanoia”, significa “cambiar de
forma de pensar”, de forma de vivir, el modo de mirar las cosas. “¡Tengo sed!” Se trata de lograr una visión nueva, que
en hebreo significa, “cambiar de dirección”. Otro mundo es posible. Para hacer
posible ese sueño de Dios en medio de esta historia, sabiendo que Él siempre
está de nuestra parte, son necesarios
discípulos que comiencen a vivir desde tres convencimientos:
1. Salida misionera: Haciendo una comunidad misionera, que sale donde están y viven los hombres. De alguna manera, tiene que ser esa comunidad
que al estilo de Jonás escucha a Dios que le dice: “levántate y vete a Nínive… predícale el mensaje que te digo... Se
levantó Jonás y fue a Nínive”. Para nosotros los
discípulos del Señor, Nínive es nuestro mundo, nuestra historia, la realidad que están viviendo los hombres. Esto es
precisamente lo que vivió Jesús y nos enseño: “se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios convertíos y creed en el
Evangelio”.
2. Convencidos de que otro mundo es posible: Predicando con obras y palabras aquello que nos dice el apóstol San Pablo “la representación de este mundo se
termina” y es que ha comenzado otra nueva con Jesucristo.
Por eso, regalar en este mundo la misericordia, el amor, la reconciliación, la paz, la verdad, la curación que
Dios en Jesucristo dona a los hombres es lo que hace posible otro mundo nuevo.
3. Anunciando a Jesucristo y llamando a
seguirle: Por tanto, una comunidad cristiana de testigos que con sus palabras y obras acercan
visiblemente, con la gracia y el amor del Señor, el Reino de Dios y convocan a los hombres con sus vidas que
pronuncian de palabra y obra en nombre de Cristo: “venid conmigo”. Con la seguridad de que esto es lo que convoca,
pues así lo hacían los primeros cristianos que lograban
nuevos discípulos por seducción.
6. “TODO ESTÁ CUMPLIDO” (Jn 19, 30)
Momento orante: Es el fin de tu vida. Todo pasa. Tu honor, tus esperanzas humanas, todas las luchas e ilusiones que viviste entre nosotros,
todo ha pasado, es el final. Y ahora todo se vacía, la vida va desapareciendo. Surge inmensa la impotencia.
Pero, Señor, tu vida es cumplimiento, has cumplido hasta el fin la voluntad del Padre. ¡Qué inmensidad alcanza una
vida que acaba con fidelidad y con amor! Es la gran
apoteosis, porque tu final es solo aparente y tu declinar es propiamente tu victoria: hiciste de la muerte, vida;
del olvido de ti y de tu propia negación, conquista; del inmenso dolor vivido y padecido, gracia; de un
final trágico y doloroso, aparentemente un fracaso, la plenitud: “Todo está cumplido”.
Tiempo de reflexión ymensaje: Me agrada hablar e insistir una vez y otra vez en la “cultura del encuentro”, pero en este Viernes Santo y ante esas
últimas palabras de Jesús, “todo está cumplido”, quisiera proponeros “lugares” que se conviertan en verdaderas
“escuelas de la cultura del encuentro”.
En
esas palabras que salen de labios de Jesús, hay un deseo tremendo de haber
realizado todo porque los hombres se
encontraran con Dios y descubrieran la verdad del hombre. Tenemos que aprender a construir esta cultura que es mucho más
que una expresión que suena bien en principio para muchos y que para otros levanta suspicacias y dudas. Pero
quiero invitaros a todos a que entremos en
la profundidad de lo que es, pues tiene que convertirse en tarea y trabajo de
todos; para mí como Obispo deseo
convertirla en ese potencial que nos permite acercarnos a lo que el Papa San Pablo VI quiso decir cuando en la Encíclica
Ecclesiam suam en el año 1964 nos hablaba de “diálogo de la salvación” y de que “la Iglesia es coloquio”.
Hemos de tomar
muy en serio lo que el Señor nos invitaba a hacer y a vivir
poco antes de su ascensión a los cielos. Nos dijo con toda claridad: “id por el mundo y anunciad el Evangelio”.
Escuchando esas palabras de Jesús, “todo está
cumplido”, os propongo que entréis en esa escuela que yo llamo de la cultura del encuentro. No hay que pagar ninguna
matrícula, no hay que asistir a ningún lugar especial,
simplemente os invito a cursar tres asignaturas de libre configuración por cada cual. Estas son:
1. Entra en conversación sobre temas que son de
fundamento: Yo te propongo estos tres: 1) ¿Cómo te afecta el vacío espiritual?; 2) ¿Das importancia en tu
vida a la familia en la estructura y crecimiento del ser humano?; 3) ¿Cómo cultivas la dimensión trascendente,
tu adhesión a Dios? Y ten presentes esas palabras de
Jesús: “todo está cumplido”.
1.1. ¿Cómo te afecta el vacío espiritual? Ese vacío que puede engendrar una cultura cuando en ella se da amnesia cultural, agnosticismo intelectual, anemia
ética o asfixia religiosa. ¿Cómo ha de recorrer la Iglesia el camino por el que va con sus contemporáneos en
esta situación? ¿Qué debe hacer? ¿Qué humanismo verdadero
debe prestar? Sinceramente la cultura del encuentro debe llevarnos a algo tan sencillo que es vivir como hizo
Jesús: viendo, mirando, escuchando, estando con las personas, parándose con ellas. No vale decir ¡qué pena!, nuestro
encuentro debe llevarnos a hacer lo que hizo Jesús, acercarse, tocar y dar vida. Hay que mostrar y ser
rostro de Jesucristo. Es la gran respuesta, la única que existe para este drama como es el vacío espiritual
del ser humano. Los cristianos hoy hemos de tener coraje
y valentía, pues existen dos tentaciones graves: disolvernos en medio del mundo, olvidando que somos “sal de la tierra
y luz del mundo” o también construir unas enormes murallas para vivir sin meternos de lleno en el mundo que es la
misión que nos ha dado el Señor: “id al mundo entero y
anunciad el Evangelio”. ¿Cómo hacer hoy este camino? Tenemos que anunciar a Jesucristo como la novedad más grande y
nuestra más propia misión. Hay que ser testigos del Señor, hombres y mujeres de experiencia de encuentro con Él. Esta es la
gran noticia que se tieneque conocer. Y hemos de hacerlo con, en y desde la
Iglesia que fundó el Señor.
1.2. ¿Das importancia en tu vida a la familia? La vives como esa comunidad de amor que tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor.
1.3. ¿Cómo cultivas la dimensión trascendente, tu
adhesión a Dios, a Jesucristo a la Iglesia? Te hago esta pregunta: ¿Qué puedes comprender tú y tus hijos sin la
religión? ¿Sería completa e integral su experiencia
humana?
2. Haz silencio para oír lo que importa: Haz silencio en tu vida y en tu corazón. Busca espacios y lugares donde puedas escuchar esas grandes
preguntas que en lo más hondo de tu vida siente todo ser humano. Ante la belleza del paisaje que admiras, sentado en
tu casa o en cualquier lugar sin ruidos que a ti te ayude a
hacer silencio, hazte estas o parecidas preguntas, ¿qué hago con mi vida? ¿Hacia dónde camino? ¿Soy feliz? ¿Tiene
dirección mi vida y qué busco para ponerla? A estas preguntas solamente se puede responder desde un profundo silencio.
3. Practica el diálogo con Dios, ora y escucha la
Palabra de Dios: El ser humano no puede vivir plenamente la vida sin entrar en la órbita
y en el horizonte que le hace ser y vivir según lo que es, hijo de Dios y por ello hermano de los hombres. Y entrar en este
diálogo con Dios es algo muy sencillo. Lo hemos aprendido a
hacer en la oración del Padrenuestro que salió de labios de Jesús y que Él quiso entregar a los discípulos, cuando le
preguntaban por qué él vivía así. La primera necesidad del ser humano es saber que no está solo y que además es querido
tal y como es. Decir Padrenuestro, es entrar en una forma
de asumir la vida que le da densidad y fundamento. No es cualquier cosa decir y saber vivir en la experiencia
de que Dios me quiere y me ama. Pero ello me está exigiendo salir de mí mismo y dejarme de ocupar de todas esas cosas
que me entretienen y que no me dejan ser lo que soy, hijo y
hermano. Esta es la escuela en la que se
aprende a construir la “cultura del encuentro”. “Todo está cumplido”
1. Concéntrate en lo esencial para realizar la misión:
la oración: Mira cómo Dios te mira y te trata en todo lo que te constituye como persona. ¡Qué amor nos
tiene! ¡Qué misericordia nos muestra! Todos los grandes
santos a través de su vida nos muestran que orar es dejarse mirar por Dios y mirarlo a Él y conversar con Él como un
amigo lo hace con otro, se trata de una relación de amistad sincera. Pero diría que tiene unos condicionantes: su
misericordia. La misericordia es la manera que Dios tiene de mirar al hombre y de tratar con él en todo lo que
le constituye.
2. Concentrarse en lo esencial para realizar la
misión: la fe: Es un don que nos ha regalado el Señor, como todo don, lo puedo acoger y hacer crecer o dejarlo
aparcado. Nunca olvidemos que la fe siempre conserva
en algo un aspecto de cruz, oscuridades que nunca restan firmeza a la adhesión. Hemos de saber vivir y que hay
cosas que solamente se comprenden y valoran desde una adhesión que es hermana del amor. Un corazón misionero conoce
esos límites, pero nunca se cierra y repliega en sus
seguridades; deja todo y se adhiere a Jesucristo; corre por el mundo desde una vinculación sincera, fuerte, llena de amor a quien
sabe que es el Camino, la Verdad y la Vida.
3. Concentrarse en lo esencial para realizar la
misión: el testimonio: Es cierto que
en todos los que hemos recibido la
nueva vida del Señor por el Bautismo, actúa la fuerza santificadora del Espíritu. Éste nos impulsa a evangelizar, a ser
testigos fuertes del Señor. La presencia de un testigo de Jesús se advierte rápidamente. No habla de sí mismo, todo él
habla de Cristo. Concéntrate en lo esencial: ora,
crece en la fe, se testigo, “todo está cumplido”.
7. “PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU” (Lc
23,46)
Momento orante: Señor, ¿quién te arrastra? ¿Qué te arrastra? ¿La nada? ¿El destino ciego? Tú Señor has mostrado que nada de eso. Es el Padre, es
Dios quien te arrastra uniendo sabiduría y amor. Y así te dejas llevar. Y lo haces por todos los hombres. Tú lo sabes
bien: son las manos del Padre a las que te agarras. Por eso,
con una fuerza extraordinaria dices: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Devuelves todo a quien te lo
ha dado todo. Y lo haces sin reservas. Te confías plenamente a Él. Sabes que las manos del Padre son seguras, cuidan
de verdad y sostienen la vida. Señor acógeme en tu amor,
enséñame a confiar siempre en Dios, a poner la vida en manos de Él.
Tiempo de reflexión y mensaje: En la alegría de ser instrumentos de la misericordia de Dios. Cuando consagraba en el año 2002 el Santuario de
la Divina Misericordia, dijo a todos los hombres San Juan Pablo II: “es preciso encender la chispa de la gracia de Dios.
Es preciso transmitir al mundo este fuego de la
misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad” (Cracovia, 17-VIII-2002). Algunos descubrimientos necesarios:
1. Descubrid lo que es esencial para vivir: la desertización espiritual, las ciudades y los modos de vida que se desean construir sin Dios elimina
la alegría, someten al ser humano a tener un experiencia de desierto, de vacío, de lo que es el valor esencial para
vivir. Todo ello trae una inmensa sed manifestada de formas muy diferentes. En este encuentro mundial, estoy
seguro que el Papa Francisco, nos va ayudar a ser
personas-cántaros, es decir, personas que estamos llamadas a dar de beber a los demás.
2. Mantened con fuerza la convicción de los derechos
humanos, en la construcción de esta historia: ¡qué maravilla volcarnos en esa misericordia de Dios que reconoce que todo
ser humano es imagen y semejanza suya!
Un ser humano es siempre sagrado e inviolable en cualquier situación y cada etapa de su desarrollo, es un fin en
sí mismo y nunca un medio para resolver cualquier situación.
3. Sed revolucionarios, id contracorriente: revelaos ante una cultura de lo provisional que cree que somos incapaces de amar y ser felices desde
el fondo de nuestro ser y a hacer felices a los demás. En un mundo donde todo aparece como relativo, donde se predica que
lo importante es disfrutar el momento y no
comprometerse con las personas y con opciones definitivas, sed revolucionarios. En esto debéis de ser revolucionarios,
pero no de pandereta, sino entregando la misericordia, que es la manera de ser de Dios que se nos ha revelado en
Jesucristo, nos pide amar incondicionalmente, comprometernos
hasta la muerte por todos y muy especialmente por los más débiles e indefensos.
4. Sed artesanos del futuro y profetas de la bondad de
Dios: y ello con los valores de la belleza, de la bondad y de la verdad. Para esto hay
que ser valientes para hacer cosas grandes y no caer en la mediocridad. Os lo aseguro, a través de toda mi vida, desde mis
inicios de sacerdote y también como educador, he comprobado
que en el corazón de un joven existen tres deseos innatos:
1) cuando
hacéis música, teatro, pintura, cantáis, en el fondo está el deseo de la
belleza; 2) cuando ayudáis a los demás y no os importa
gastar el tiempo en realizar trabajos sociales que construyen y facilitan la vida de los otros, manifestáis el deseo
de bondad; 3) cuando descubres que no tenéis la verdad, sino que tenéis sed de
verdad, entonces manifiestas el deseo de verdad. Estos deseos crean futuro y envuelven y contagian bondad.
5. Sed testigos y defensores de la cultura de la
vida: aprended esto en la “cátedra del buen samaritano”. ¿Cómo es esa cátedra? Salid a los
caminos, transitad por donde van los hombres. A todos los que encontréis heridos, acercaos, agachaos a él, miradlos,
recogedlos, curadlos, prestad todo lo que
tenéis y llevadlos a que se curen, nunca os desentendáis de ellos.
6. Convocados a vivir el tiempo de la
misericordia: tratar con misericordia a todos, pues esta nueva época ha dejado muchos heridos y la Iglesia
como Jesucristo tiene que salir a curar, como el Señor, la Iglesia no se cansa de perdonar a todos. Y no hay que esperar,
hay que buscar a todos. En estas palabras: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”, veo tantas y tantas personas que han encontrado una manera de vivir, que
no puedo por menos de recordar algunas. Cuando pienso en la conversión de San Pablo, estoy viendo a tanta gente que
después de muchas vicisitudes en la vida, incluso enfrentados
con Jesucristo y con la Iglesia, por circunstancias diversas, vuelven al Señor y al seno de la Iglesia. ¡Qué
admiración produce como en momentos muy especiales y singulares se encuentran de tal manera con la
persona de Jesucristo que tienen la misma experiencia del apóstol Pablo! El Señor de modos diferentes les
dice: “¿por qué me persigues?” Y responden como el apóstol Pablo, “¿quién eres, Señor?” o lo que es lo mismo ¿qué
quieres de mí?, ¿qué me pides?, ¿qué deseas? Como San Pablo,
la respuesta es inmediata. La dificultad muchas veces está en los que rodeamos a esas personas que reciben y
responden a esa llamada del Señor.
Tenemos la misma tentación que aquellos cristianos y los mismos Apóstoles en el primer
momento de la Iglesia, la de la sospecha y difamación, el
no creer en la conversión, en esa capacidad que tiene nuestro Señor de “hacerlo todo nuevo”. Surgen sospechas y miedos,
que en el fondo es no creer en la fuerza y el poder del Señor para cambiar la vida y el corazón de los hombres. Muy a
menudo la tentación es, con aires de defender la fe, seguir
en la difamación que niega la capacidad de cambiar la vida del ser humano que tiene Jesucristo.
¿Creemos en la versión
nueva que da Jesucristo a los hombres cuando nos ponemos en sus manos? ¿Creemos en el Señor que deposita su confianza en
nosotros cuando nos ponemos a vivir desde Él, por Él, y
en Él?
En la Bula del
Jubileo de la Misericordia del Papa Francisco, nos acerca palabras cargadas de significado del Papa San Juan XXIII, que pronunció en la
apertura del Concilio para indicar el camino que debemos seguir: “en nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar
la medicina de la misericordia y no empuñar las armas
de la severidad… La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad
católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos
separados de ella”. El Papa San Pablo VI en
la conclusión del concilio decía: “queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad… La
antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del concilio” (Misericordiae Vultus, 4). Y es
que la omnipotencia de Dios se manifiesta
precisamente en su misericordia. No es fácil en muchas ocasiones perdona. Sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en
nuestras manos para alcanzar la paz del corazón y apartar de nuestra vida la venganza, el rencor, la rabia y toda clase de
violencia que muchas veces con aires de defensa de la pureza y de la verdad, nos
hacen permanecer en el enojamiento y no nos permiten vivir esa bienaventuranza que nos dice así: “dichosos los
misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5, 7).
Como nos dice el Papa Francisco, “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”.
El salmo 138,
es el canto de la confianza, nos manifiesta como Dios está siempre con nosotros, no nos abandona ni siquiera en las noches
más oscuras de nuestra vida, está presente incluso en los momentos más difíciles. No nos abandona ni en la última
noche, ni en la última soledad cuando ya nadie puede
acompañarnos. Los cristianos sabemos que no estamos solos, es más, Dios mismo ha mandado a su hijo Jesucristo a vivir
entre nosotros. Nunca estamos solos, Él nos quiere y nos cuida, la bondad de Dios está siempre con nosotros. El salmo
139 es una muestra de lo que somos para Dios: “Señor, tú me
sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos, distingue
es mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares...Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba
y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se
desvía, guíame por el camino eterno” (cfr. Sal 39). ¡Ved la fuerza que tienen las palabras y sus gestos de
Jesús! “Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc
6, 30).
Cabe suponer que le contaron la vida,
aspiraciones, respuestas que habían tenido por parte de los hombres y qué les habían enseñado. Lo cierto es, que delante de
ellos el Señor dijo que tenía lástima de los hombres, pues nadie los cuidaba, estaban sin pastor. Él se
presentó como el verdadero y el buen pastor. Tiene tal fuerza esta llamada para todos los cristianos y
por supuesto para quienes el Señor ha querido regalarnos su misión, que se convierte en una llamada a toda la Iglesia
para salir al mundo y anunciar a todos los
hombres a Jesucristo. Es apasionante en este momento de la historia, a pesar de
las dificultades que podamos tener,
hombres y mujeres, jóvenes o adultos, niños o ancianos, asumiendo la tarea de abrir al ser humano a la gran fiesta del
Evangelio, que es la fiesta de la verdadera alegría.
Mostrar a la
persona de Jesucristo con obras y palabras, tiene consecuencias personales y
sociales impresionantes y hacer posible que
esa luz, sea donde la persona experimenta la misericordia y el amor, la ternura y la cercanía de Dios, es el modo más
certero enseñar a vivir para los demás.
Es una tarea a
la que os invito a todos los que me estáis escuchando. Entremos en diálogo abierto con todo ser humano. Propongamos la acogida
del Evangelio, haciéndolo de tal manera y con tal estilo evangélico, que quienes nos escuchen experimenten, que
Jesucristo ilumina a cada persona, que le hace ver el valor
que tiene ella y quienes la rodean, que su vida comienza a tener una fuerza tal, que queda invadida por la novedad y frescura
de quien nos valora, custodia, pone en el centro de todo al hombre y nos lanza a construir un mundo en el que
descubrimos que para mantener todo al
servicio del hombre, tenemos necesidad de la presencia de Dios. ¿Por qué tiene
lástima de nosotros? Porque desconocer a Dios,
es desconocer la verdad del hombre.
Cuando no
hacemos de nuestra vida y de la del otro don, aparecen unas constantes destructivas. ¿Qué significan estas palabras:
diferencia, superioridad, conquista, exclusión? Estas palabras muestran la gracia que ha sido para la
humanidad la entrada de Dios en esta historia, haciéndose Hombre cómo nosotros. Expresan cuatro etapas de la humanidad, en
las que la ausencia de Dios en la vida del hombre plasma situaciones de
descarte.
1) La primera etapa del ser humano en esta historia, se comprendió como alguien miembro de una especie que se
distinguía de otras, por ciertas propiedades que él poseía en
exclusiva. Muchos mitos en las diversas culturas, tratan de explicar en qué se distingue el hombre de los
animales. Estaba abierto a dioses que él se iba creando a su medida.
2) La segunda etapa es de superioridad,
el ser humano aparece como mejor que las otras especies que viven con él, le aproximan más a lo divino. En esta etapa, aparece
una novedad muy grande, tanto el judaísmo como el
cristianismo, nos hablan de esa superioridad del hombre pero como resultado de una elección por parte de Dios mismo, es
una elección graciosa. De tal modo que la preeminencia del hombre no se apoya en propiedades de su naturaleza, sino
en la encarnación de Dios, Dios se hace Hombre. Esto es
lo que confiere la dignidad al hombre.
3) La tercera etapa es de conquista, el ser humano debe dominar a otros seres y
plegarse a sus fines, de tal modo que realiza su superioridad convirtiéndose en dueño de la naturaleza, que le lleva a
caer en la tentación y a veces a la realidad
de adueñarse también del otro. 4) La cuarta etapa es la de la exclusión,
es decir, el hombre es el ser más alto, nadie
puede estar por encima de él. De tal manera que intenta eliminar a Dios. Es precisamente en esta etapa en la que se forja
la palabra humanismo. Pero, ¿hay verdadero humanismo cuando se excluye a Dios? Hay que superar esta etapa y comenzar
la quinta: Dios es necesario.
El proyecto de
eliminar a Dios ha fracasado, el hombre se está dando cuenta que prescindir de Dios es una amenaza a la existencia del hombre. La
eliminación y el olvido de Dios, crea un “abismo” en el interior del hombre. Produce una “ruptura” en su existencia
que le hace no sentirse dichoso. El “abismo” y la “ruptura”,
el ser humano no lo resiste, percibe de modos diferentes que esto provoca su enfermedad. Esa que es no saber quién
soy. Cuando a Dios se le retira, retornan otros dioses y esto no es nada bueno para el hombre. Tengamos la osadía
y la lucidez de hacer una ecología integral, una verdadera
ecología humana y social, en la que Dios es necesario, pues el ambiente natural, social, político y económico está en
estrecha relación. El progreso integral hay que buscarlo siempre, pero para ello hay que salir a anunciar a quien hace
posible que nunca olvidemos a nadie,
Jesucristo.
Defendamos los
derechos del hombre con hechos. Dejémonos alcanzar por lo sentimientos de Cristo que se nos revelan en sus palabras y leamos
la realidad, viendo donde no se respetan los derechos del hombre. Lo resumo en tres tareas: 1) Intervenir; 2)
Protagonizar; 3) Servir la alegría del Evangelio.
1. Intervenir: Ante realidades
que contemplamos, viendo y escuchando como Dios quiere que estemos presentes en ellas de un modo pro-activo,
es decir, interviniendo para que cambien, percibimos como el Señor desea contar con nosotros, cuando dice: “¿a quién
mandaré?”. Palabras que escuchadas en lo más profundo
del corazón, hacen que cada uno de nosotros, deseemos responder: “aquí estoy, mándame”. Y es que el Señor
quiere y desea que aspiremos a la universalidad, con el corazón que puso en nosotros. Él desea darnos un impulso utópico,
ese que el Papa Francisco en tantas ocasiones ha rehabilitado
mostrando el valor movilizador de la utopía. Es cierto, podemos hacer de esta tierra una gran familia. ¿Utopía? No. Es
verdad que no podemos olvidar los límites, tenemos grandes límites que no se pueden suplir con voluntarismos, pero
siempre encontramos una parte valiosa de nosotros que nos
sirve a nosotros y puede servir siempre a los demás. Movilicemos esa parte valiosa.
2. Protagonizar: ¡Qué belleza adquiere nuestra vida, cuando nos sentimos fundados y salvados en Jesucristo y remitidos siempre a los
demás, a todos los hombres! Entremos en la lógica del Evangelio que es muy clara, quizá la vemos con mucha más fuerza, cuando
escuchamos a Jesús en aquella parábola en la que nos
dice: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto”. Es la lógica en la que
hemos de entrar para cambiar nuestro mundo.
Y es que no
vale vivir para uno mismo, no vale buscar salvarse uno, hay que entrar en otra
dinámica según Jesucristo, hay que perder la
vida, hay que darla como Jesús, es un perderse, que significa ganar, hay que hacerlo por los otros como Jesús.
El amor
cristiano, nuestra identidad, es escuela de solidaridad, es cadena que nos une unos con los otros, cuando hay amor. Nadie sobra y nadie es
extranjero. Es como cuando dos personas se abrazan, no se distingue el que ayuda del que es ayudado, cuando se
abrazan es uno…el protagonista es el abrazo.
3. Servir la alegría del Evangelio: El Señor se acerca a nosotros, desea mostrar su cercanía a todos los hombres que habitan este mundo, quieren
escuchar palabras en las que vean que esa liberación en la que desea vivir todo ser humano, Él la ofrece, no sólo con
palabras sino con obras, pues el cambia el corazón de quien
se acerca a Él y lo deja entrar en su vida. El Señor quiere entrar en tu vida, desea hablar a través tuyo a los hombres
con obras y palabras. Desea hacerlo hoy, porque nosotros creemos que todos los hombres son hermanos, “creemos en la
igualdad y en la dignidad de las personas”. Deja entrar al
Señor en tu vida, verás el cambio: aceptarás el desafío de encontrarte con otros diferentes, de dar de lo tuyo a otros, de
hacer partícipe de lo que tiene a otro, pero también de recibir del otro lo que él te pude dar. Hemos de
ser valientes para hacernos consanguíneos con otros. La Iglesia sabe hacerlo, pues entroncada y fundada en Jesucristo,
sabe de la salvación que Él nos da. Estamos
en las mejores manos: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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