"Ventana abierta"
¿Se apareció Jesús
resucitado a su Madre?
El Teólogo responde.
Cuestiones sobre la Fe
Católica
Pregunta:
Estimado Padre: Cada
vez que llega el tiempo pascual y escucho los relatos de las apariciones de
Jesucristo resucitado me llama la atención que no se haga referencia a ninguna
aparición a la Virgen Santísima. Entiendo, si no me equivoco, que no aparece en
los Evangelios. ¿Cómo puede entenderse que Nuestro Señor no se haya aparecido a
su madre?
Respuesta:
P. Miguel A. Fuentes, IVE
Efectivamente, los Evangelios no relatan ninguna aparición de
Jesucristo a María Santísima, pero la omisión de tal referencia no indica que
dicho acontecimiento no haya tenido lugar. Por el contrario, una antiquísima
tradición conmemora dicha aparición como la primera de las
apariciones de Cristo. El arte ha dejado plasmado esto en los inmortales versos
del poeta cristiano Sedulio, quien en el siglo V, sostenía que Cristo se
manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En
efecto, dice el poeta, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso
en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección,
para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado,
ella anticipa el “resplandor” de la Iglesia 1.
Haciéndose eco de esta tradición, San Ignacio, en la Cuarta
Semana de sus Ejercicios Espirituales, sugiere la meditación de este paso con
las siguientes palabras: “Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque
no se diga en la Escritura, se tiene por dicho, en decir que apareció a tantos
otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito:
‘¿También vosotros estáis sin entendimiento?’”.
“Se tiene por dicho” para quien tenga una sana psicología a
la hora de leer los textos revelados. Sin embargo, esto no nos exime de buscar
los motivos de esta sugestiva “omisión”. ¿Por qué razón los evangelistas no
refieren esta aparición? Podemos conjeturar varios argumentos 2.
Ante todo, por la finalidad de los relatos de la
resurrección. Todos los relatos son apologéticos; tienen como finalidad mostrar
la veracidad de este acontecimiento central de nuestra fe (1Co 15,14: Si
Cristo no resucitó, vana es nuestra fe). Por eso dice el libro de
los Hechos que la primerísima predicación se encomendó a testigos
escogidos por Dios(Hch 10,41), es decir, a los Apóstoles, los
cuales con gran
poder (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del
Señor Jesús. Y cuando los Apóstoles se reunieron a elegir el reemplazante de
Judas Iscariote, Pedro puso como cualidad esencial de los candidatos el ser
capaces de dar testimonio personal y experimental de la verdad de la resurrección
de Cristo: Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con
nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a
partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos
sea constituido testigo con nosotros de su resurrección (Hch
1,21-22). Los relatos de las apariciones consignados en los Evangelios son,
pues, relatos de la resurrección hechos por testigos fidedignos. En este sentido puede
pensarse que “si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de
Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que
negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio
demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe” 3. ¡El relato de
la propia madre de Jesús podía ser juzgado como testimonio de quien es parte
comprometida!
En segundo lugar, porque los Evangelios no intentan ser
exhaustivos en sus relatos. De hecho, dejan de lado apariciones de Jesús mucho
más espectaculares que las que encontramos en el texto transmitido. Así, por
ejemplo, no se hace ninguna narración de la aparición que sólo mencionará más
adelante San Pablo a más de quinientos hermanos a la vez (1Co
15,6). Del mismo modo, la aparición a Pedro (¡privilegiadísima!) sólo es
mencionada al pasar (Lc 24,34: se ha aparecido a Simón).
Asimismo, nos inclina a pensar que Jesús se ha aparecido a su
madre, ¡y en primer lugar!, la extraña ausencia de María Santísima entre el
grupo de mujeres que se dirige al sepulcro para dar los últimos cuidados al
cuerpo muerto del Señor (cf. Mc 16,1; Mt 28,1). ¿Por qué sólo parece estar
ausente quien más motivo tenía para cumplir esos últimos gestos de piedad con
el cadáver del hijo amado? Esto sólo es comprensible si se piensa que María no
fue al sepulcro porque sabía que su Hijo no estaba allí. Más todavía si
se tiene en cuenta que, por la misteriosa voluntad de Dios y probablemente en
premio de su fidelidad en el Calvario, las mujeres serán las primeras
encargadas de anunciar el misterio de la Resurrección; ¡pero la más fiel de
esas mujeres —y la causa de que las demás tuviesen el valor de estar junto a la
Cruz— fue su Madre! ¿Cómo ese anuncio no iba a comenzar por Ella?
Finalmente, esta aparición es postulada por un motivo
teológico: la singular asociación de María Santísima a los misterios de su
Hijo. La asociación única y especialísima de María a los misterios de la
Encarnación, del Nacimiento y sobre todo de la Pasión y Muerte (Jan 19,25: junto a
la cruz Jesús, estaba María su madre) exige que también en este
misterio central de la Resurrección Ella ocupe un lugar privilegiado. La más
cercana en la encarnación, la más cercana en el nacimiento, la más cercana en
su muerte, ¿no iba a ser la más cercana en su resurrección?
“No sale tan hermoso el lucero de la mañana —dice fray Luis
de Granada—, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de
gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo
resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la
gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera
hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos
de dolor, verlas hechas fuentes de amor, al que vio penar entre ladrones, verle
acompañado de ángeles y santos, al que la encomendaba desde la cruz al
discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el
rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos.
Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida
de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede
hablar” 4.
Por eso decía Juan Pablo II: “Los evangelios no nos hablan de
una aparición de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de
manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una
experiencia privilegiada de su resurrección”5.
P. Miguel A. Fuentes, IVE
1 Cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s.
2 Véase sobre esto la Catequesis de Juan Pablo II, María y la Resurrección de Cristo, 21 mayo de 1997.
3 Juan Pablo II, ibidem, 1.
4 Fray Luis de Granada, Libro de la oración y meditación, 26, 4, 16.
5 Juan Pablo II, Discurso en el santuario de Nª Sª de la Alborada, Guayaquil, 31 de enero de 1985.
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