La Pascua y la Sabiduría de un Niño
Contribuido
por Ruben Quesada
Jeremy nació con un cuerpo deforme y una
mente lenta. A la edad de 12 años estaba todavía en segundo de primaria y
no daba señales de poder adelantar. Su maestra, Doris Miller, a menudo se
exasperaba con él pues con frecuencia se retorcía en su asiento
y lanzaba gruñidos. Otras veces hablaba de manera clara y
precisa, como si un rayo de luz penetrase en la oscuridad de su cerebro. La
mayor parte del tiempo, sin embargo, Jeremy le causaba irritación.
Un día la
maestra llamó a los padres de Jeremy y les pidió que fueran
a verla para una tutoría. Cuando los Forrester entraron en la clase vacía,
Doris les dijo:
- "Lo que realmente necesita Jeremy es una escuela especial.
No es bueno para él estar con niños menores que no tienen problemas de
aprendizaje. Hay una diferencia de cinco años entre su edad y la de los
otros en su aula."
La Sra. Forrester sacó un pañuelo y lloró
quedamente, mientras su marido hablaba:
- "Srta. Miller, no hay escuelas de
ese tipo en las cercanías. Sería un terrible golpe para Jeremy si
tuviésemos que sacarlo de esta escuela. Sabemos que realmente le gusta estar
aquí." Doris permaneció sentada un largo rato después de que se hubiesen
marchado, mirando fijamente la nieve a través de la ventana. Su frialdad
parecía filtrarse hasta su alma. Quería simpatizar con los Forrester. Después
de todo, su único hijo tenía una enfermedad terminal. Pero no era justo
mantenerlo en su clase. Ella tenía otros 18 niños a los que dar clase y Jeremy
era una distracción para ellos. Además, él nunca aprendería a leer y escribir,
así que ¿para qué perder más tiempo intentándolo? Mientras ponderaba la
situación, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella.
- "Aquí estoy,
protestando, cuando mis problemas no son nada comparados con esa pobre
familia", pensó. "Por favor, Señor, ayúdame a ser más paciente con
Jeremy."
Desde ese día, intentó ignorar los ruidos de Jeremy y sus miradas vacías. Un
día, Jeremy se dirigió hasta su mesa, arrastrando tras de sí su pierna mala:
- "Te quiero, Srta. Miller", exclamó lo bastante fuerte para que la
clase entera lo escuchase.
Los otros estudiantes soltaron
risitas entrecortadas y Doris enrojeció. Balbuceó: -
- "¿Co-cómo? Muchas gracias Jeremy. A-ahora vuelve a tu sitio, por
favor".
Llegó la primavera, y los niños hablaban animadamente de la llegada de la
Pascua. Doris les contó la historia de Jesús, y para enfatizar la idea del
nacimiento a una nueva vida, dio a cada uno de los niños un gran huevo de
plástico.
- "Ahora quiero que os lo llevéis a casa y que lo traigáis de
vuelta mañana con algo dentro que signifique una nueva vida ¿Lo habéis
entendido?".
- "Sí, Srta. Miller", respondieron los niños con
entusiasmo, todos excepto Jeremy. Él la escuchó dando muestras de estar
comprendiendo lo que decía. Sus ojos no dejaron de estar fijos en el
rostro de la maestra. Incluso ni hizo sus ruidos habituales. ¿Había entendido
el chico lo que ella había explicado sobre la muerte y resurrección de Jesús?
¿Había entendido la tarea asignada? Tal vez debiera llamar a sus padres y
explicarles a ellos el proyecto.
Esa tarde, el fregadero de la cocina de Doris se atascó. Llamó al
plomero y esperó durante una hora a que viniera. Después tuvo que
ir al mercado para hacer sus compras, planchar una blusa y preparar un
examen de vocabulario para el día siguiente. Olvidó por completo llamar a los
padres de Jeremy.
A la mañana siguiente, 19 niños llegaron a la escuela, riendo y hablando
mientras dejaban sus huevos en la gran cesta de mimbre sobre la mesa de la
Srta. Miller. Tras acabar su lección de matemáticas, llegó el momento de abrir
los huevos.
En el primer huevo, Doris encontró una flor.
- "Oh, sí. Una flor
es ciertamente un signo de nueva vida. Cuando las plantas brotan sus
flores, sabemos que ha llegado la primavera".
Una pequeña en la primera
fila agitó su brazo.
- "Ese es mi huevo, Srta. Miller". El siguiente
huevo contenía una mariposa de plástico que parecía muy real. Doris la mantuvo
en alto:
- "Una oruga cambia y se transforma en una bonita mariposa. Sí,
también es nueva vida".
La pequeña Judy sonrió orgullosa y dijo,
"Srta. Miller, ese es mío". En el siguiente, Doris encontró una roca
con musgo. Explicó que ese musgo también significaba vida que crece aun en
una piedra.
Billy alzó la voz desde el fondo de la clase: "Mi papá me
ayudó", dijo sonriente. Entonces Doris abrió el cuarto huevo y tuvo
que controlarse para no exhibir un gesto de decepción. El huevo estaba
vacío. Con toda seguridad debe ser de Jeremy, pensó, y, naturalmente, él
no ha entendido mis instrucciones. Si no hubiese olvidado telefonear
a sus padres... Para no hacerle pasar un mal rato, con cuidado puso el huevo a
un lado y alcanzó otro.
De pronto Jeremy dijo:
- "Srta. Miller, ¿no va usted
a hablar de mi huevo?".
Doris replicó desconcertada:
- "Pero
Jeremy, tu huevo está vacío".
Todos se rieron. Él la miró
fijamente a los ojos y dijo suavemente:
- "Sí, pero la tumba de Jesús
también estaba vacía".
El tiempo se paró. Cuando pudo hablar de nuevo,
Doris le preguntó:
- "¿Sabes por qué estaba vacía la tumba?".
- "Oh,
sí. A Jesús lo mataron y lo pusieron dentro. Pero él volvió a la vida y se fue
de la tumba. Por eso la tumba estaba vacía".
La campana del recreo sonó. Mientras los
niños corrían animadamente hacia el patio del colegio, Doris lloró. La frialdad
de su interior de desvaneció por completo.
Más tarde ella se ocupó de
explicarle a todos los niños que el ganador había sido Jeremy y las razones por
ello.
Tres meses más tarde, Jeremy murió.
Aquellos que fueron a expresar sus condolencias se sorprendieron al ver 19
huevos sobre la tapa de su ataúd. Todos ellos vacíos.
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