"Ventana abierta"
Rincón para orar
Sor Matilde
JESÚS, UNO CON EL PADRE
31 Los judíos trajeron otra vez piedras para
apedrearle.
32 Jesús les dijo: « Muchas
obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras
queréis apedrearme? »
33 Le respondieron los
judíos: « No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia
y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios. »
34 Jesús les respondió: «
¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois?
35 Si llama dioses a
aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios - y no puede fallar la
Escritura -
36 a aquel a quien el Padre
ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho:
"Yo soy Hijo de Dios"?
37 Si no hago las obras de
mi Padre, no me creáis;
38 pero si las hago, aunque
a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre
está en mí y yo en el Padre. »
39 Querían de nuevo
prenderle, pero se les escapó de las manos.
40 Se marchó de nuevo al
otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se
quedó allí.
41 Muchos fueron donde él y
decían: « Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste,
era verdad. »
42 Y muchos allí creyeron
en él. (Jn. 10, 31-42)
Jesús, sobre todo al final de su vida, conoció la
persecución y el deseo obsesivo de agredirle y quitarle de en medio: deseaban
apedrearlo y matarlo. Pero Él no se lo permitió hasta que llegase “su hora”.
¿Por qué este acoso de los judíos?: porque Jesús abiertamente, ahora se decía
ser el “Hijo de Dios”, o lo que es lo mismo: Dios. Esto en su Ley era una
blasfemia insoportable que merecía la lapidación. Ellos sólo sabían de la
Revelación de Moisés: “al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”.
Los judíos no querían admitir que la Revelación no había
concluido y que Dios podía sorprenderles, como lo hizo: “en la plenitud del
tiempo, (de Dios), envío a su Hijo único”, Dios con Él, que les enseñaría todo
sobre el Padre y a Él debían creer y amar, porque también era Dios. Jesús traía
en su boca la Palabra de Dios y en sus obras las acciones del Padre, que son
misericordia y piedad. Por esto era insaciable su deseo de curar y perdonar, de
expulsar los demonios y de entregar su paz y su amor incondicional. Y su Palabra
era el pensamiento y los deseos del Padre: “Yo no hago nada por mi cuenta,
según le oigo, digo”…
En las obras y palabras de Jesús se terminó la
Revelación, que tanto habían anunciado los profetas, sus enviados. Por eso
Jesús decía a su pueblo: “Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis,
pero si las hago, es que el Reino de Dios, en su Hijo, ha llegado a vosotros”.
Pero aún así, creer en Jesús, que es Dios, no es esfuerzo personal sino Don del
Padre que da a los sencillos y bondadosos…
Señor, cada piedra que desea tirarte tu pueblo, me duele
a mí, porque así como “el Padre está en Ti y Tú en el Padre”, Tú estás en mí por la fuerza de tu amor y haces que mis palabras y mis obras no sean mías,
sino tuyas y los dos seamos uno en el Padre…
¡No permitas Señor, que se endurezca mi corazón y me
aleje de Ti!...
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