"Ventana abierta"
Carta semanal del cardenal arzobispo
de Madrid.
De la duda a la confianza
Multitud de personas en nuestros días viven marcadas por
dudas, inquietudes, inseguridades, oscuridades, desorientaciones y el
sinsentido... ¿Cómo pasar a la confianza? La confianza vuelve cuando Jesús se
hace presente en sus vidas.
En la tarea educativa, siempre se han de dar dos actitudes
que están orientadas a la vida: que haya vida y que la vida sea buena. Esto es
lo que hace que el ser humano madure. ¿Por qué estas dos actitudes? Porque
cuando alguien percibe que se hacen cargo de su vida, el otro descansa, confía,
camina con más fuerza, madura. Cuando alguien experimenta que lo cuidan y que
lo cuidan bien, que no lo asfixian al cuidarlo, se siente persona y crece en
libertad. Los grandes educadores cristianos vieron y nos dijeron que la
educación es una obra de amor y que es muy importante que los educadores sean
testigos de ese amor. No basta una buena teoría o una doctrina y saber sin más
qué comunicar. Es necesario algo mucho más grande y humano: la cercanía vivida
día a día, que es propia del amor de Dios y que tiene su espacio más propicio
en la comunidad familiar, pero también en esa institución educativa a la que
los padres confían la educación de sus hijos. En la educación es fundamental y
necesaria la figura del testigo, que nunca remite a sí mismo, sino a algo o,
como los cristianos decimos, a Alguien más grande que él, a quien ha
encontrado.
Os invito a todos, padres, educadores, jóvenes y niños, a tener ese
modelo insuperable que es Jesucristo. Un itinerario educativo válido. En tres
aspectos deseo detenerme para invitaros a hacer un itinerario educativo, válido
para este momento histórico que vivimos:
1. Sed conscientes de
la ignorancia en la que vive el ser humano mientras no llegue a su vida
Jesucristo.
La relación educativa implica la libertad del otro, siempre
se le impulsa a tomar decisiones, pero nadie puede sustituir la libertad del
niño, del joven. Pero os digo a todos los que defendéis la libertad que la
propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, pues llama al
arrepentimiento y a la conversión. Matar a quien es imagen de Dios, al hombre,
no es lícito, nadie puede aceptarlo. Pero hemos de saber y decir con toda
claridad que se mata y se quita la vida cuando, por intereses diferentes, se
esconden o ignoran dimensiones esenciales de la existencia humana, entre las
que se encuentra la dimensión trascendente. La tarea educativa no es cuestión
técnica o profesional solamente, ha de comprender todos los aspectos de la
persona, de su faceta social y de su anhelo de trascendencia. No dejemos de
defender en la tarea educativa la cuestión del amor, del amor a Dios y al
prójimo, de ese amor que sale al encuentro de las necesidades reales de los
hombres. A todos invito a reflexionar sobre la escuela. El futuro y el presente
de un pueblo se juega ahí. ¿Es lugar de acogida cordial? ¿Es casa y mano
abierta para todos? ¿Es espacio de hospitalidad, ternura, afecto y profesionalidad?
No matemos al autor de la Vida. Los sueños se están quemando en la hoguera de
la violencia, la enemistad, el sálvese quien pueda; no hagamos sólo una cultura
de los negocios, propongamos ideales, proyectos, creamos en el futuro, demos
certezas básicas, no entremos en la discontinuidad y en el desarraigo
existencial (vivir sin proyectos) y espiritual (matar los símbolos de la
trascendencia).
2. Escuchad y guardad como un tesoro la
Palabra que viene de Dios y que hace el acto educativo nuevo.
Es necesario y urge educar en el sentido de la vida. No
basta con transmitir habilidades o capacidades, no bastan consumos o
gratificaciones efímeras. Hemos de entregar valores que den fundamento a la
vida. Hemos de ser valientes. Mentimos cuando dejamos de lado la finalidad
esencial de la educación, como es la formación de la persona, capacitándola
para vivir con plenitud y aportar su contribución al bien de la comunidad. Los
niños y los jóvenes son la primera riqueza de un pueblo y es necesario que tengan
conocimientos científicos y técnicos, pero también y con urgencia aún mayor
necesitamos hombres y mujeres responsables de su familia y de todos los
sectores de la sociedad. Jesucristo invita a luchar contra la desesperación que
se alberga en el corazón de muchos jóvenes, que muchas veces se traduce en
actos de violencia contra sí mismos y contra los demás. No tengamos miedo de
ver a jóvenes que digan: «Yo me conozco, porque conozco a Jesucristo y amo a
los demás con su amor», pues estos cambian el mundo y no les sobra ningún ser
humano.
3. Dejad que el Señor
nos pregunte y que nos dé sus respuestas: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué
surgen dudas en vuestro interior? ¿Tenéis algo que comer?».
Caed en la cuenta de
la enorme multitud de personas en nuestros días que viven marcadas por dudas,
inquietudes, inseguridades, oscuridades, desorientaciones y el sinsentido...
Hablemos con la gente, escuchemos a las personas, entremos en el corazón de
nuestra gente no como el que lleva algo que repartir, sino como quien se acerca
y escucha sin más. Vivimos en el miedo, la duda, agitados y nerviosos,
condicionados por las inseguridades. ¿La gente hoy se fía? ¿Os dais cuenta de
que hoy todo pasa por el cedazo de la sospecha? Urge pasar de la duda a la
confianza. ¿Cómo pasar a la confianza? La confianza vuelve cuando la persona
entera de Jesús se hace presente en sus vidas. Dios no es un estorbo. Al
contrario, viene a dar Luz, viene para que veamos con más claridad. Hagamos de
este mundo, de todos los lugares donde se educa: familia, barrio, pueblo,
ciudad, aula, un lugar de acogida cordial, casa y mano abierta para todos los
hombres, mujeres, jóvenes y niños. Dejemos que Jesús nos haga las mismas
preguntas que a los apóstoles: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro
interior? Soy yo». Y se nos abrirá el entendimiento cuando nos diga: «¿Tenéis
algo de comer?».
Les pide algo de comer para hacerles ver que no es un
fantasma, los fantasmas no comen, quiere hacerles ver su humanidad y su
amistad; es la referencia a la misma Eucaristía, Él se queda con nosotros y nos
alimenta de Él. Ahí lo reconocemos, pues cambia nuestra vida: de lo que comemos
tenemos que dar. Si nos alimentamos de Cristo, hemos de dar a Cristo con
nuestras palabras y obras.
+Carlos Card. Osoro
Arzobispo de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario