"Ventana abierta"
El Papa imparte la Bendición "Urbi et Orbi". Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
Mensaje de Pascua y Bendición Urbi et Orbi 2018 del
Papa Francisco
Como cada Domingo de Resurrección, desde el balcón central
de la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco ofreció el Mensaje de Pascua e
impartió la Bendición “Urbi et Orbi” (“a la ciudad y al mundo”).
En el Mensaje,
hizo un pequeño repaso a algunos conflictos actuales activos en algunas partes
del mundo y subrayó que “la muerte, la soledad y el miedo ya no son la última
palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es
la palabra de la Resurrección”.
A
continuación, el texto completo:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesús ha
resucitado de entre los muertos.
Junto con
el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje:
Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de
nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección
con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es
lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de
la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el
sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios,
que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de
Cristo Señor.
Nosotros,
cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera
esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo,
del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el
mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia,
marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y
dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los
prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del
descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las
distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy,
nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y
martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene
fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de
todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin
inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho
humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos
y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las
condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos
frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está
siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para
Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo
prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en
Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos
luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos
en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre
todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por
conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las
heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo:
abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las
víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la
solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y
privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos
frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en
curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen
responsabilidades
directas
actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano
y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.
Pedimos
frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la
concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la
población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo
venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de
«tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la
resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para
salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no
falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a
abandonar su patria
Traiga
Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las
guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de
asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura
egoísta, que descarta a quien no es «productivo».
Invocamos
frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades
políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con
dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad
a los propios ciudadanos.
Queridos
hermanos y hermanas:
También a
nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas
palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última
palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es
la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía
Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los
pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los
tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón
pascual).
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