"Ventana abierta"
Solemnidad del Sagrado Corazón
de Jesús 2017
Queridos
sacerdotes, religiosas, hermanos en Cristo Jesús.
Qué alegría estar nuevamente reunidos
como una familia alrededor de la Palabra de Dios siempre viva y del banquete
eucarístico, donde el mismo Señor Jesús se hace presente en medio de nosotros.
Estamos aquí para celebrar al Sagrado
Corazón de Jesús, que tanta relación tiene con el devenir de la fe cristiana en
nuestra Diócesis de Limón, consagrada desde hace tantos años bajo su
protección.
De hecho, todo el mes de junio está
dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, por eso es importante valorar el
significado y la actualidad que tiene la devoción que le profesamos.
Este culto se basa en el pedido del
mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Él se
le mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, le dijo: “Mira este
corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que
ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame”. Esta revelación sucedió en la
segunda mitad del siglo diecisiete.
Tendríamos que preguntarnos
necesariamente: ¿La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de interés para
nuestro tiempo? Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano
del cuerpo que su significado. Sabemos que el corazón es símbolo del amor, del
afecto, del cariño. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado;
significa amor hecho obras; significa impulso generoso a la donación de sí
mismo hasta la muerte.
No se puede vivir sin amor
Ninguno de nosotros puede vivir sin
amor. El Papa Francisco nos recordaba hace poco que el primer paso que Dios
realiza en nosotros, es un amor que nos anticipa de manera incondicional.
Dios siempre ama primero. No nos ama
porque nosotros tememos motivos que despierten su amor. Dios nos ama porque Él
mismo es amor y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse.
Dios no vincula su benevolencia a
nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del amor de Dios. El suyo
es un amor incondicional, somos sus hijos amados.
Pensemos en esto: para cambiar el
corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? Esa medicina es el amor.
¿Cuál es el remedio para los males del mundo? El amor. ¿Cuál es la cura del
egoísmo, de las vanidades y de las pasiones desordenadas? El amor. Por eso,
dejémonos cada día alcanzar por esa fuerza vital que brota del Corazón bendito
de Jesús.
Nuestra respuesta al amor de Dios
Cuando Cristo le mostró su propio
corazón a Santa Margarita, no hizo más que llamar nuestra atención distraída
sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios.
También durante este mes nos llama
nuevamente a nosotros repitiendo como lo hizo aquella vez: ¡Miren cómo los he
amado! ¡Sólo les pido una cosa: que correspondan a mi amor!
Y ante esta exhortación del Señor,
tenemos que hacer un autoexamen de cómo estamos respondiendo a su amor. La
respuesta, lamentablemente es que sufrimos una grave y crónica enfermedad
cardíaca, que parece propia de nuestro tiempo, y es que se está disminuyendo e
incluso muriendo el amor; el corazón humano se enfría cada vez más y ya no es
capaz de amar ni de sentirse amado.
¿Quién de nosotros no sufre bajo esta
enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de
amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se
siente preso muchas veces de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de
cada amor auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es
amado verdaderamente por los que lo rodean?
Cuántas veces nuestro amor es
fragmentado, defectuoso, interesado, impersonal, o manipulador… Amamos algo en
el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior, pero no
amamos la persona como tal, con todas sus riquezas y también con todas sus
fragilidades.
Tampoco amamos a Dios tal como Él lo
espera: “Con todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra
mente y con todas nuestras fuerzas” (Mc 12,30).
Encender el fuego del amor
Este es, pues el sentido y la actualidad
de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón
moderno contraponemos el corazón de Jesús, movido de un amor desbordante. Y le
pedimos que acerque nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le
pedimos un intercambio, un trasplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo
por el suyo, lleno de riqueza.
Pidámosle hoy que tome de nosotros ese
egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda
nuestra vida ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace
auténtica nuestra existencia humana!
Que seamos capaces de encender ese amor
en los hermanos, especialmente los que han experimentado el rechazo, el odio y
la exclusión. Seamos signos del amor de Dios para devolverles la esperanza, la
alegría y la dignidad de hijos e hijas de Dios.
Pienso hoy en los niños agredidos y
abandonados, en los jóvenes desorientados, que han caído en las drogas, en
nuestros ancianos, enfermos, indígenas y aquellos en situación de calle. A los
que hemos apartado porque pensamos que no son como nosotros, a los que hemos
olvidado y a quienes nos persiguen y que deberíamos de amar más.
Hagámoslo contando con el auxilio de la
Virgen Santísima. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda
la humanidad. ¡Que con cariñoso corazón maternal, nos conduzca en nuestros
esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!
¡Qué así sea!
Mons. Javier Román Arias
Obispo de Limón
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