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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 15 de junio de 2017

CORPUS CHRISTI 2017. Homilía del Sr. Arzobispo de Toledo en la Santa Misa en Rito Hispano-Mozárabe S. I. Catedral Primada, 15 de junio.

"Ventana abierta"


CORPUS CHRISTI 2017 


Homilía del Sr. Arzobispo de Toledo en la Santa Misa en Rito Hispano-Mozárabe S. I. Catedral Primada, 15 de junio.


 Leo con frecuencia opiniones sobre la solemnidad del Corpus Christi. Se opina de muchas cosas sobre la aparición de esta fiesta; más sobre la Procesión, en ocasiones sin aludir a la celebración de la Eucaristía, ni cuál es su peculiaridad. Existe, pues, el peligro de fijar la atención en aspectos respetables, pero no los más importantes: que si la procesión tiene las características de un desfile cívico-religioso, que si la “Tarasca” y otros simbolismos, que si pecados y demonios, que si ornamentación de las calles, que si altares o no. Sin duda: la procesión litúrgica del Corpus, tras la celebración de esta Misa no es espectáculo; es la presencia de Jesucristo, que se prolonga por las calles y plazas, que recibe con alegría el Pueblo cristiano. No es algo inmaterial, que cambie. Es real. ¿Y qué sucede con quienes contemplan a Cristo en la Custodia de Arfe y no tienen fe o la tienen con muchas dudas y poca comprensión de este misterio? Bienvenidos sean y les pedimos respeto y un corazón abierto a la belleza, que siempre es nueva.
La Eucaristía es siempre una conmemoración de un sacrificio, el de Cristo, Víctima y Altar, y, por ello, es también fiesta y banquete, al que Jesús nos sienta, si aceptamos su invitación. La celebración de la Eucaristía no ha cambiado desde que, tras la Ascensión del Señor a la derecha del Padre, la Iglesia la celebra, sobre todo el domingo, día del Señor. Pueden cambiar los modos de celebrarla, los ritos, las lenguas de la celebración, los cánticos y la música. Tenemos una tradición, que procede del Señor y se nos ha trasmitido.
 En la noche que Jesús iba a ser entregado, tomó pan y pronunciando la Acción de Gracias, dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz y recalcó: Haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”.
Aquí hay un realismo. No estamos ante un lenguaje de sociología cultural: “Cada vez que coméis de este pan proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Algo le ha pasado a ese pan y ese cáliz con el vino, que se puede recibir dignamente, pero también indignamente, de modo que, sin saber qué se come o bebe, se come y se bebe la condenación. En el Evangelio proclamado, Jesús habla de vida, de comida y bebida que da vida, no a la manera del maná, que comieron los padres, sino que da vida para siempre. ¿Estas obleas y este vino, aunque sean de tan buena calidad, dan la vida? No, es que ese pan y ese vino es la Presencia de Cristo, el mismo Cristo, que se llama verdadera comida y verdadera bebida. ¡Qué Presencia, pues, tan atrayente y grandiosa, la de Cristo! “En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del AT, ya no existen. Pero en el Nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo (…). Por lo cual, el pan y el vino eucarístico no han de ser considerados como nuevos y comunes alimentos materiales (o simbólicos), ya que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe” (san Cirilo de Jerusalén, Catequesis 22, Mistagógica, 1.3-6).
Pero este alimento y esta bebida son “peligrosos”, precisamente por la Presencia de Cristo en ellos. Cuando tomamos este pan y este vino no sucede como cuando nuestro organismo toma alimento: nuestro cuerpo lo asimila y forma parte de nosotros. Con este pan y este vino, tomado en alimento, nosotros, cada uno, es asimilado a Cristo Resucitado. Y esta operación puede ser buena o mala para nosotros. “Muero por todos – viene a decir el Señor– para que todos tengan vida en mí, y con mi carne he redimido la carne de todos”. Esta asimilación nuestra a Cristo tiene, pues, buenísimas consecuencias. Y hay indicadores para ver cómo se da esa asimilación a Cristo. El primer indicio es nuestro modo de mirar y considerar a los demás. En la Eucaristía Cristo vive siempre de nuevo el don de sí realizado en la Cruz, de entrega de sí por amor. A Él le gustaba estar con los discípulos. Lo cual significaba para él compartir sus deseos, sus problemas, lo que agitaba su alma y su vida. En esta Eucaristía, por ejemplo, nosotros nos encontramos con hombres y mujeres de muchas procedencias: jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; toledanos y de muchos lugares; con gente de su familia o solos. La Eucaristía, pues, que celebro, me lleva espontáneamente a sentirles a todos como hermanos. ¿Y me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos, los que necesitan algo vital? ¿Me hace crecer en capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con quien llora? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús? ¿Amamos, como quiere Cristo, a aquellos más necesitados por una enfermedad, por un problema, como la falta de trabajo o de orientación? ¿Condeno el aborto, pero nada hago para acercarme a quien sufre este drama? Otro indicio es la gracia de sentirse perdonado y dispuesto a perdonar. Así es Cristo. Mucha gente nos critica por ir a Misa: ¿Somos capaces de decirles: “Voy a Misa porque soy pecador y quiero recibir el perdón, participar en la redención de Jesús, de su perdón”? Los que celebramos la Misa dominical o a diario tenemos otra exigencia de Jesús: que haya continuación entre ir y participar de la celebración eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Cristo quiere estar en nuestra existencia e impregnarla con su gracia, de tal modo que en cada comunidad cristiana exista una coherencia entre Liturgia y vida. Siempre han de renovar en nosotros la confianza y la esperanza, cuando escuchamos estas palabras de Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).
Pan vivo para la vida del mundo es la Eucaristía; Presencia de Cristo que recorrerá nuestras calles y plazas en el fervor de sus discípulos. Vivamos esta celebración, para vivir después nuestro acompañar a Cristo vivo y sacramentado, puesto en esa hermosísima Custodia de Enrique de Arfe. JUEVES DEL CORPUS Alocución en la plaza de Zocodover, 15 de junio “Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya está contento con tus obras” (Eclesiastés, 9, 7). Esta recomendación de Qohelet, el sabio israelita, ¿qué estará indicándonos en este día? Tal vez que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos nuestro vino con alegre corazón, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda suntuosidad en nuestra conducta. Nos invitarían además a procurar hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto y, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace. Hay mucha gente que desea vivir en paz, sin hacer mal a nadie, pero sin que les alteren su vida.
¿Podemos limitarnos los discípulos de Jesús a estas metas en la vida, cuando nuestro mundo está en constantes desequilibrios y tantos hombres y mujeres dejados a su suerte? Pienso que no. Nosotros, los cristianos católicos, tenemos a nuestra disposición aquel pan celestial, que baja del cielo y sabemos que da la vida al mundo; se nos enseña asimismo a beber con alegre corazón el vino que manó del costado del que es la vida verdadera. Es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, o, mejor, Cristo mismo, que nos invita a su Eucaristía. ¿Sentimos los que comemos este pan y bebemos de este vino que nos llenan verdaderamente de alegría y de gozo, hasta exclamar “Has puesto alegría en nuestro corazón”? ¿Lo sentimos así? ¿Y qué hacemos que no corremos a que otros participen de esta alegría y sentido de la vida, a que otros se encuentren con Cristo y les plenifique? ¿Acaso es a nosotros a quienes únicamente se nos ha dicho: “Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado”? “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualmente que brota del corazón cómodo y avaro… cuando… ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien… Esa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado… “nadie queda excluido de la alegría que ha traído el Señor” (Papa Francisco, EG 2.3).
Buscamos en esta procesión honrar el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Algo muy de alabar. Pero, ¿sabemos cuál es el verdadero Corpus Christi? Porque honrar este Cuerpo es también evocar la responsabilidad que tiene la Iglesia – nosotros, católicos- de atender a las necesidades de todas las personas, sean o no miembros explícitos de la Iglesia Todos los hombres y mujeres son nuestro prójimo, sea amigo o enemigo. Es demasiado fácil llegar a ver la Eucaristía como representación de un acontecimiento pasado con vistas a asegurarse las gracias obtenidas en el acontecimiento del pasado.
Pero ya decía santo Tomás que el misterio de la Eucaristía es “prenda de la vida futura”. La vida futura, siempre gracia de Cristo, se alcanza aquí también por lo que cada uno de los discípulos de Cristo se parezca a Él en el día a día de nuestra vida. La Eucaristía no es un mero volver a ofrecer el sacrificio de Cristo por obra del sacerdote ante la mirada atenta de los fieles. La Eucaristía terrestre es la acción eterna en el tiempo –también en el nuestro– de Jesucristo mismo. Por esto, la carta a los Hebreos (12, 22-24) sitúa esta liturgia celeste de Cristo en el “hoy” de la Iglesia; en este caso, el mundo en el que se encontraba exactamente la asamblea litúrgica de aquellos cristianos, esto es, la humilde y sufriente comunidad de judíos cristianos de entonces entre los años 60 y 70 d. C. Pero igualmente de nuestras comunidades cristianas de hoy, en su situación concreta. En la Eucaristía, uno es conciudadano de los otros miembros dolientes del Cuerpo de Cristo, y aun de todos los que formamos la humanidad, esa realidad que es el ser humano, hombre y mujer. Mirad, hermanos, a Cristo Eucaristía en esta hermosa custodia; sin duda veréis, si miramos bien, tantos infinitos rostros de los que hoy son sus hermanos, en muchos de los cuales Cristo está no precisamente en gloria, sino en muchas tribulaciones.


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