"Ventana abierta"
Monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo
-Madres dominicas
«Toda mi vida te bendeciré»
El
Monasterio de Dominicas de Santo Domingo el Real de Toledo es un verdadero foco
de luz y de dicha. Entre sus históricos muros de piedra trece mujeres abrazan
el estilo de vida dominico: “alabar, bendecir y predicar a Dios”, con la
entrega total de su vida. El recuerdo es bendición para el cristiano y desde la
sabiduría acumulada de ocho siglos alzan sus plegarias al cielo a través de la
riqueza de la liturgia y el valor del silencio. Hoy también, como viene
sucediendo desde antiguo, el paseante puede escuchar el suave canto de las
monjas.
Aunque no
es fundación de Reyes, adquiere el apelativo de “Real” por el trato de favor
obtenido por la monarquía castellana durante siglos. El convento data de 1364 y
fue mandado construir por doña Inés García de Meneses, quien hizo donación de
todas sus propiedades para costearlo y vivió en él nada menos que 61 años.
Posteriormente se han ido añadiendo anexos, como por ejemplo la iglesia
conventual del siglo XVI, repleta de obras de arte, entre ellas algunos cuadros
de Santo Domingo Soriano, discípulo del Greco.
Me saciarás de gozo en tu presencia
Son muchas
las religiosas que han desplegado en este convento un halo de santidad
reconocido incluso fuera de sus muros, como por ejemplo Beatriz de Silva, santa
portuguesa del siglo XV. Llegó a Castilla en 1447 como doncella de Isabel de
Portugal, que venía a contraer matrimonio con Juan II (futuros padres de Isabel
la Católica). La corte era un hervidero de intrigas políticas, envidias y celos
que también salpicaron a la bella Beatriz. Alguien difundió el bulo de que el
rey y ella mantenían una relación. Cuando llegó a oídos de la reina, su
simpatía se volvió odio y la encerró durante tres días en un cofre. Allí tuvo
la visión de la Virgen, quien la consoló y le anunció el dogma de la Inmaculada
Concepción. Cuando fue liberada, decidió consagrarse a María definitivamente.
«Huyó a
Toledo posiblemente porque el rey era sobrino de la priora de este convento e
intercedería para que fuese admitida. Estuvo más de treinta años viviendo aquí,
aunque de seglar, lo que se conocía como “señoras de piso”. Hasta hace unos
años no se tenían pruebas de ello, solo se hablaba por tradición. Pero un buen
día, de casualidad dio en nuestros archivos con un documento que lo probaba. Se
trataba de una carta escrita por una de sus criadas a la reina para solicitarle
una dote, ya que, una vez que su señora se había marchado del convento para
fundar con la ayuda de Isabel la Católica, la Orden de la Inmaculada Concepción
(Concepcionistas), ella quiso quedarse de monja. En el convento de Santo
Domingo el Antiguo, de monjas cistercienses, también decían por tradición que
Santa Beatriz de Silva vivió allí. Nunca nos hemos peleado con ellas por esto,
pero a partir del documento ya no decimos “dicen”; ahora decimos “fue”»,
explica Sor Teresa, la madre priora.
El coro es
otro de los lugares dignos de mención. La nave central alberga una amplia
sillería de madera, restaurada hace unos años. Llaman la atención las señales
que en la madera han dejado las llamas de las velas que, a falta de luz
eléctrica, han alumbrado durante siglos a las monjas en las oraciones
litúrgicas y personales. Ni el frío ni la incomodidad de una vida repleta de
sacrificios y renuncias han logrado separar a tantísimas mujeres del amor de su
Esposo. Antes al contrario, han buscado un rincón silencioso para intimar con
Él como si no hubiese nada más en el mundo.
En una
hornacina de la nave central se sitúa una bella talla gótica de madera dorada
de la Virgen del Rosario, advocación dominica por excelencia, cuya mirada
atenta parece animar a sus hijas y confiarles a su Hijo, la fuente secreta de
la vida.
«Alabar, bendecir y predicar»
La Orden
de Predicadores fue fundada por Santo Domingo de Guzmán, presbítero de
Caleruega (Burgos) y nacido alrededor de 1170. Se trata de una de las numerosas
órdenes conocidas como «mendicantes» que surgieron en el siglo XIII,
respondiendo a la necesidad de ofrecer el anuncio del Evangelio a todos los
hombres, ya que al ser tarea exclusiva de obispos y algún que otro sacerdote,
la Palabra de Dios difícilmente llegaba al corazón del pueblo. Así las cosas,
este santo burgalés vio la urgencia de constituir una comunidad de sacerdotes
que, viviendo en humildad y pobreza, llevaran a todas las gentes la predicación
de la buena noticia, sabiendo que por el oído entra la gracia. Siguiendo la
regla de San Agustín, los «hermanos predicadores», como eran conocidos,
combinaban la espiritualidad monástica y apostólica, bajo el lema: «Contemplar
y dar a otros lo contemplado».
Santo Domingo
de Guzmán murió en Bolonia el 6 de agosto del año 1221. Tan solo habían pasado
trece años de su fallecimiento, cuando fue canonizado por Gregorio IX, quien
reconoció abiertamente del recién declarado santo: «De la santidad de este
hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo».
Curiosamente, la canonización más rápida de la historia corresponde a San
Antonio de Padua, quien fue declarado santo dos semanas antes de cumplirse un
año de su muerte.
A cambio de tus padres, tendrás hijos
La
comunidad está formada por trece religiosas: siete españolas, profesas
solemnes; dos colombianas; tres keniatas, de votos temporales y una aspirante,
también de Kenia. Son mujeres sencillas que aman a Dios y le hacen presente el
clamor de toda la humanidad. Como una Mónica preocupada por la fe de su hijo,
así se deshacen en atenciones espirituales por toda esta generación
Su
espiritualidad se asienta en los cuatro pilares de la Orden: oración,
comunidad, estudio y predicación. La Palabra de Dios puede ser predicada de mil
maneras distintas; cada vida que hace patente el amor de Dios está predicando.
Ellas lo hacen desde su vida escondida, a través de la oración litúrgica y
personal, el silencio y la penitencia. «La oración y el sacrificio es nuestra
principal misión. Todo lo del mundo nos importa para llevarlo a la oración»,
explica sor Josefina.
El Señor es bueno, bendecid su nombre
Cada
momento del día es un continuo coloquio con el Amado. Cuando limpian, cuando
rezan, cuando sirven, comen o duermen, son de Dios, y en Él tienen puestas sus
miras. Para ellas solo hay una tarea en la vida, en la muerte y en la
eternidad, y es adorar a su Señor. La madre priora nos detalla un día en el
convento:
«A las
seis de la mañana suena la campana. Después de disponer de media hora para el
aseo, ordenar la habitación, etc., nos reunimos en el coro o en la capilla,
según el frío. En la medida que sea posible, toda nuestra oración es cantada.
Por lo que comenzamos con las Laudes y después el Oficio de Lectura. Tras un
tiempo de cincuenta minutos de oración personal tenemos la celebración de la
Eucaristía, el centro del día. A continuación rezamos la Hora Tercia y a las
8:45 aproximadamente entramos al refectorio para el desayuno. Al acabar tenemos
un tiempo libre para ocuparlo en las distintas tareas, según sea el servicio de
cada una: sacristanas, enfermeras, procuradoras, administradoras, cocineras,
etc. A las 12:45 se toca de nuevo la campana para rezar la Hora Sexta, y
después nos disponemos a comer, en silencio y con lectura de las
constituciones, el evangelio del día y otras lecturas espirituales. Pasamos al
rato de recreo, en el que aprovechamos para hacer costura, aunque he de
reconocer que a veces no damos ni una puntada; hablamos más que cosemos.
A las
14:30 se toca silencio y cada una aprovecha para descansar, meditar por el
jardín, leer, etc. A las 15:40 tocan a Nona y después rezamos una parte del
Santo Rosario. Luego, cada una vuelve a sus tareas y, al acabar, comparte la
comunidad unida un buen rato de expansión. De 18:30 a 19:50 hacemos lectura
espiritual y Vísperas, junto con otra parte del rosario y oración personal.
Sobre las 20:40 suele ser la cena y después volvemos a las tareas asignadas
bien en la cocina, el fregadero, acostar a las enfermas… Los turnos van
cambiando. El cuidado de las dos hermanas enfermas, Sor María Jesús y Sor
Mercedes, es continuo desde que se levantan hasta que se acuestan.
Al finalizar el servicio, rezamos Completas y
despedimos el día encomendándonos a la Virgen con el canto de la Salve Regina y
el O Spem Miram, oración
que enlaza las propias palabras de Santo Domingo al morir, junto con otras que
incorporamos sus hijos, y que se traducen por: “Oh admirable esperanza la que
diste a tus hijos a la hora de la muerte, prometiéndoles que después de tu
tránsito vendrías en ayuda de los hermanos, cumple padre lo que prometiste,
ayudándonos con tus plegarias para la salvación que nos aseguraste”. Después
cada una se marcha a la celda, dispuesta a descansar para empezar el nuevo
día».
Dejad que el grano muera
Dios sabe
esperar y su paciencia no tiene límites; cada persona tiene su propio camino
espiritual y Él se vale de cualquier circunstancia, por insignificante que
parezca, para atraer hacia sí el corazón que de veras le busca. «A algunas
hasta nos ha traído de bastante lejos. Yo les diría a los jóvenes, que no se
resistieran al amor de Dios. No pasa nada por probar en una experiencia y
conocer la vida religiosa. Dios va marcando el camino, ninguna puerta se
cierra», refiere Sor Luz Nelly.
«La
religiosa entra para cumplir la voluntad de Dios en el amor a Él y al prójimo.
Sin embargo, antes del Concilio Vaticano II la espiritualidad tenía un tinte
distinto al de ahora; nos creíamos que nosotros los consagrados teníamos que
trabajar para ser santos, y ahora sabemos que ¡claro que hay que trabajar!,
pero nosotros no podemos conseguir nada, porque la santidad la concede Dios, y
siempre gratis. Un hijo se desvive por su padre porque lo ama, y se acabó.
Antes todo estaba cristianizado, pero no creo que hubiera más fe sobre la
tierra. Ahora las vocaciones son más auténticas, si bien los jóvenes tienen más
miedo a comprometerse», reconoce con cierta pena Sor Josefina. «Comprometerse
parece muy difícil pero es Dios quien lleva la vocación», apunta Sor María
Victoria.
«El porqué
de la vocación hay que preguntárselo a Dios; eso Él se lo calla. A mí nunca me
lo dijo. Yo, en la opinión del pueblo era la menos monja de mis hermanas;
cualquiera de ellas hubiese sido religiosa antes que yo, porque era muy
presumida, alegre…», reconoce Sor Teresa.
Descansar en el Señor hace palpable su
victoria sobre el aguijón de la muerte. «El demonio también
trabaja con las monjas, pero se le combate llevándole la contraria, con mucha
oración y sacrificio», explica Sor teresa. «Se comprende —apostilla Sor
Josefina—, porque nuestra misión es dar gloria a Dios y él quiere quitársela».
Clamaste en la aflicción y te libré
Seguir a
Cristo equivale caminar por sus huellas dolorosas. «Cruz no nos falta, como a
todo el mundo, porque si no, no sería vida —señala Sor Teresa— ¿A quién nos
hemos consagrado? A Cristo crucificado, resucitado, eso sí, pero tuvo que
llevar la cruz a cuestas». «El pecado nuestro es igual que el vuestro. Bueno,
más grande es el de la monja, porque a quien mucho se le dio mucho se le
pidió», añade Sor Josefina.
La Guerra
Civil Española ha supuesto para muchos conventos y monasterios una de las
páginas más negras de su historia. Sin embargo, a Dios gracias, Santo Domingo
el Real estuvo exento de malos tratos en esta desgraciada contienda. «Unos
cuantos milicianos tomaron el convento como lugar para resguardarse. Se
recostaban en la sillería del coro ¡y apoyaban las botas manchadas de barro en
el antecoro! Pero las monjas nunca se metieron con ellos; incluso les ofrecían
un poco de caldo o una manzanilla. El día en que estos se enteraron que iban a
prender fuego al convento con gasolina las defendieron diciendo: “A estas
mujeres ni tocarlas.” Con lo cual se salvaron archivos, cuadros, figuras, todo.
¡Y principalmente las religiosas! Aunque fueron momentos muy duros y
peligrosos, pues clausura tenía que estar siempre abierta, la comunidad
resistió y ninguna se marchó. Lo que más les costaba era vestirse de seglar
para ir a las compras, pero de este modo aprovechaban para llevarles algo de
comer a las monjas refugiadas en el edificio de la Diputación», relatan Sor
Josefina y Sor Teresa, tal y como se lo contaron las mismas que lo sufrieron.
Transformas el desierto en estanques
Como Dios
da el pan a sus amigos mientras duermen, a las hermanas no les falta de nada,
dentro de una vida austera y sencilla. «El sustento económico, hoy por hoy, lo
recibimos de las pensiones y del alquiler del edificio adjunto, propiedad del
convento pero arrendado al Catastro. Con las pensiones nos daría “cabalito,
cabalito” —como dicen en Toledo— para comer. Pero el alquiler nos permite
afrontar las reformas que se van presentando. Hace más de treinta años dos
hermanas tuvieron que aprender en un taller a hacer el damasquino, la artesanía
típica de Toledo. Al segundo día nevó —cosa rara aquí— y los hombres del taller
dijeron: “Las monjitas hoy no vienen.” Pues las monjitas se presentaron y así
día tras día durante veinticuatro meses. Luego ellas mismas enseñaron a toda la
comunidad. También estuvimos trabajando para el Banco Popular de Madrid, en
comprobación de cuentas de bancos extranjeros. Teníamos que tener mucho cuidado
en no equivocarnos, pero nos pagaban bien y a su tiempo. Ahora que somos
mayores y no podemos hacer trabajos, seguimos viendo que Dios es providente y
responde. Hay miles de detalles en los que es palpable que Él está detrás; el
pan últimamente nos lo traen gratis, y además, un señor que se acababa de
jubilar se ofreció para llevarnos al médico y esperar en las consultas, a la
hora que necesitemos. Esto ha sido una ayuda providencial, pues algunas no
pueden moverse en autobús. ¡Y encima con un Mercedes!», apunta agradecida la
Madre Teresa.
Cuenta
también la priora cómo hace unos quince años les ofrecieron tomar prestada una
bella talla de piedra policromada de la Piedad, que data del siglo XVII, para
una exposición en Nueva York a cambio de una buena suma de dinero. «Aunque nos
venía muy bien económicamente la comunidad decidió no aceptar la proposición
porque si le pasaba algo a la Virgen, se rompía o caía al mar, después de
tantos siglos, no nos lo íbamos a perdonar. El dinero se gasta y al final te
quedas sin dinero y sin la Virgen».
A ti vengo con mi lámpara encendida
Sor Teresa tiene setenta y
nueve años y es de Nembra (Asturias). Es la madre priora; sin embargo, no tiene
remilgos en agacharse y limpiar el suelo como una de tantas. «La madre
superiora es un ejemplo de trabajo, humildad y sobre todo fe. Las hijas
necesitan un buen ejemplo de su madre, nosotras lo tenemos en la nuestra»,
afirma su tocaya de Kenia, Sor Teresa.
«Fuimos 11
hermanos y de ellos dos religiosas. Primero entró mi hermana, Sor Imelda, que
ya murió, y tiró de mí. Como teníamos un tío dominico en Ocaña (Cuenca) y
conocía mucho a esta comunidad trajo a mi hermana primero y más tarde a mí
junto con una prima, Sor Mercedes, que sigue en la comunidad pero padece un
alzheimer muy avanzado. Han pasado nada menos que 65 felices años. Eso no
quiere decir que en alguna ocasión no haya tenido dudas de si estando en la
vida activa podría hacer más bien a la gente».
Sor Josefina, de ochenta y
dos años y natural de Villanubla (Valladolid) es la subpriora y la más veterana
de todas en vida religiosa. «He sido la menor de nueve hermanos pero cuando yo
nací solo vivían dos niñas. Mi vocación ha sido como un golpe de luz en algo
muy simple: una vecina le contó a mi madre delante de mí que tenía una hija
monja de clausura. Al oírlo, algo me removió por dentro; era como si desde ese
momento hubiese estado en una habitación a oscuras y descubriera una luz al
fondo. Al día siguiente fuimos a su casa y nos contó más detalles. Hace unos
años ofrecí una misa por esa señora, pues le tengo mucho que agradecer.
Tenía
catorce años y medio, y tuve que insistir mucho a mis padres para que me
dejaran ingresar de monja de clausura. Como era pequeña y además menudita,
nadie creía en mí, empezando por el obispo, que era muy riguroso. Con lo cual,
estuve viviendo sola en la hospedería porque no me dejaron entrar al noviciado,
y solo compartía con las monjas los rezos, pero a distancia. ¡Con lo miedosa
que era y en ese caserón sola noche y día! Eso para mí era una confirmación de
que la llamada venía de Dios. A los seis meses comencé a sentirme cansada de
tanta soledad, pero mi mayor temor era que el demonio me tentara a dejarlo
todo, por lo que le escribí una carta al Obispo suplicándole me permitiera
ingresar en la Orden. Pero me lo denegó. Un día que había elecciones vino al
convento y me pidió que cantara algo. Recordé un cantar que decía: “Salve,
Santina del gran Pelayo, bendice la campaña del seminario.” Al escucharme, se
quedó de piedra —veo claramente la mano de Dios, porque nunca en mi vida he
cantado mejor— y dijo: “Bueno, bueno, podemos probar…”. ¡Y hasta hoy!
Me gusta
manifestar que soy una enamorada de la vocación y que todo el mundo sepa lo
agradecida que estoy a Dios. De las tres hermanas que somos, las otras dos son
buenísimas, mejores que yo y, misteriosamente, fui yo la que recibió el don de
la vocación».
Sor María Victoria tiene setenta y
cuatrto años y es de Toledo. De cuerpo menudo pero gran fortaleza, las hermanas
destacan en sus 49 años de vida conventual su actitud permanente de servicio al
prójimo. «Casi toda mi vida de monja he estado en la enfermería y es en el
hermano donde más claramente he visto a Cristo. He sido feliz sirviendo a los
demás. Aunque he sufrido mucho, porque el Señor cuando prueba un alma lo hace seriamente,
siempre he visto su mano protectora. Como hemos sido 17 hermanos —aunque cuando
yo nací junto con mi melliza solo sobrevivimos siete— tuve que trabajar en un
bar para ayudar en casa. Allí recibí la llamada. Me sentía muy distinta a
todos. Descubrí la vocación y me marché un año a Santoña con la Legión de
María. ¡Qué felicidad! Sin embargo, mi madre perdió la cabeza debido al
sufrimiento de ver morir a tantos hijos y la tuvieron que encerrar en un
manicomio. Mi hermana mayor era religiosa comboniana, pero tuvo que salir para
hacerse cargo de la casa. Mi padre hacía trabajos para este convento y yo le
acompañaba. En el locutorio hablaba mucho con Sor Rosario, que ya falleció.
Ella fue la que me animó a entrar aquí. Mi frase preferida es “Jesús, te amo.”
Él siempre me ha cuidado, pero ahora, desde que soy mayor, siento que mucho
más. He recibido mucho, por eso yo quisiera que todo el mundo conociera el
tesoro que hay aquí: paz, sosiego, felicidad en la entrega…».
Sor Esperanza tiene ochenta y
cuatro años y es de Astorga (León). «Soy hija de padres desconocidos. Me crié
en un hospicio con 80 chicas más, llevado por las Hijas de la Caridad. Ellas
fueron las que me dieron a conocer a Dios. No he tenido padres pero sé que mi
Padre es Dios y mi Madre la Virgen. Ellos han suplido con creces el cariño que
me ha faltado. Como me eduqué con monjas, quise ser como ellas, pero no lo
permitían. Una de las religiosas era de Toledo y me trajo aquí; yo tenía
entonces veintitrés años. Estos 61 años de monja han sido muy felices. He
recibido muchas gracias y mucha paz».
Sor
Teresa, la priora, aprovecha la ocasión para relatarnos cómo un día, esta
hermana confesó ante la comunidad: «Si me dijeran que tal señora es mi madre,
aunque fuera una gitanita, me la comería a besos». Con los ojos empañados, Sor
Esperanza escucha atenta las palabras de la priora y asiente con la cabeza.
Sor Luz Nelly y Sor Luz Miriam, ambas
colombianas, han hecho sus votos temporales y dentro de poco, si Dios quiere,
profesarán los perpetuos. La primera de ellas es de Bogotá y tiene treinta y un
años. «Soy la tercera de cuatro hermanas. Mi padre conocía a una religiosa
dominica de Bogotá y a veces yo le acompañaba a visitarla. Cuando cumplí doce
años, le pedí a mi padre que me dejara vivir en el convento. A los dieciocho
años pasé a ser postulante, pero dos años después tuve una crisis y me salí.
Afuera todo me incomodaba y sentí que Dios seguía llamándome. Me sugirieron
venirme a este convento y acepté. En estos diez años nunca he dudado de que
esta es mi casa. Dios me da las fuerzas a pesar de las dificultades».
Sor María José, Sor Ana y Sor
Teresa son
de Kenia y pertenecen a la misma tribu: los «Camba”. Solo en su país existen 52
tribus diferentes.
Sor Ana tiene
veintiocho años. Entró en el año 2003 como aspirante y en 2010 profesó los
votos temporales. «Toda mi familia es católica practicante. Soy la séptima de
nueve hermanos y cuando era pequeña venían monjas a visitarnos a casa. Me
entusiasmaba verlas tan felices; para mí eran santas. Sor María José, hermana
de este convento, vino a mi parroquia y el sacerdote le habló de mis
inquietudes. Ella me propuso venir aquí. Se me ha concedido el don de seguir a
Cristo y eso me hace muy feliz. Pero como somos humanos y no ángeles, tengo
también que cargar con mi cruz cada día, con la ayuda de Dios».
Sor Teresa es la mayor de cuatro
hermanos. «Desde pequeña me llamaba la atención la devoción con que la gente
rezaba a la Virgen, se arrodillaban ante ella y yo hacía lo mismo. Mi abuela
estuvo en un convento durante cuatro años y lo dejó, y mi padre en un seminario
y, después de cuatro años, también se salió. Por eso le digo a Dios: “¿Qué
quieres de mí?”. Una amiga de mi padre era monja de vida activa y a los trece
años le dije que quería seguir a Jesucristo. Poco después la trasladaron y dejé
de verla. Nuestro párroco era del mismo pueblo que Sor María José y le habló de
mis deseos de ser religiosa; entonces vine aquí. Ya hace cinco años de mis
votos temporales y estoy muy contenta».
Inés es aspirante y
comparte con Sor Ana la edad y el país de procedencia. Con un castellano más
que entendible para el poco tiempo que lleva en el convento, nos cuenta quién
es el dueño de su vida. «Soy la segunda de siete hermanos. Estoy muy contenta
de que Dios haya llamado a mi puerta y me haya invitado a seguirle. Llevo aquí
desde el 5 de julio y quiero continuar. Dios es misericordioso porque escucha
mi oración y es muy paciente conmigo».
Con cariño, Sor Teresa menciona a las
ausentes: Sor
María, las enfermas Sor
Mercedes y Sor María Jesús y Sor Miriam, la
maestra de novicias.
Eres el dueño de la viña y los sembrados
El futuro
lo afrontan con fe y esperanza, confiadas en el Dueño de la mies. Si bien, con
cierta preocupación ante la escasez de vocaciones nacionales. «En España se
vive la fe de forma diferente a África. Allí la gente tiene sed de la Palabra
de Dios y le piden al sacerdote que les predique más. Las misas duran más de
tres horas y están llenas de niños», comenta Sor Ana. «Sabemos que Dios
proveerá, pero nos gustaría que entraran españolas, y hasta las mismas keniatas
lo desean. España siempre ha sido misionera y ahora necesita vocaciones de
fuera del país. Hemos sembrado mucho y es tiempo de recoger», reconoce la
priora.
Victoria Serrano Blanes
Periodista
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